Visitar el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur ubicado en el Espacio para la Memoria y Derechos Humanos (Ex ESMA), nos impulsa a repensar nuestros paradigmas en torno a un dolor profundo que nos acompaña como Nación.
Por Juan Ciucci
Hay quizás un primer impulso que nos lleva a pensar ¿para qué ir? ¿Qué tienen los museos que nos convocan, o por qué deberían convocarnos? Se habilitan las preguntas de los modos en que un espacio puede ser ocupado para la memoria, en este caso, de una causa histórica y de una guerra reciente.
Quienes sentimos la Causa Malvinas como propia desde hace años, puede que nos interese particularmente ir, casi impacientes, por ocupar ese espacio en el que podemos juntarnos a compartir ese dolor que nos habita. Y esa causa encuentra diversos vericuetos para encontrarnos, algunos transidos por el horror de la guerra, otros por la militancia, o por el sentir de la Patria, o aun otros más difíciles de indagar.
En mi caso, la Causa Malvinas me remite a los trenes de la infancia, cuando en viajes hacia la Capital aparecían esos jóvenes viejos, vestidos con su ropa camuflada. En los ruidos que me llegaban de la realidad, esos trajes eran de otros militares en actividad, que con sus caras pintadas reclamaban algo que no comprendía, y que me asustaba.
Pero estos hombres que pedían una colaboración por haber defendido la Patria, me conmovían. No lograba comprender qué hacían ahí, y menos aun, por qué (casi) se los ignoraba. Quienes habían combatido por nosotros, en Malvinas, contra los ingleses, parecían parias condenados a vagar por trenes del conurbano pidiendo limosna. Desde muy chico me afectó esa imagen, y sentí un deber hermanarme con ellos y con su causa, que era mía, también.
El Museo Malvinas reconstruye ese lazo de nuestra historia pasada y reciente, de esos muchos dolores que compartimos. De esa afrenta a nuestra Nación que significa tener un enclave colonial en nuestro territorio. Pero también de la vergüenza de haber querido olvidar, o de seguir olvidando por el desconocimiento.
Reconstruye la flora y la fauna, la belleza que las Islas tienen y que pocas veces pudimos apreciar, obscurecida por el humo de la guerra y la pérdida. También la historia de los muchos que pelearon, apenas los ingleses pusieron un pie allí. Nos cuenta de las pequeñas y grandes reivindicaciones que se llevaron a cabo en todos estos años, acciones de civiles que llegaron a las Islas para dar testimonio de nuestra presencia. De la labor diplomática y consecuente durante años, de la guerra improvisada por la junta genocida, de las torturas a nuestro soldados por parte de sus superiores, de los genocidas que quisieron disfrazarse de héroes en las Islas. Es un abordaje complejo, doloroso, como corresponde.
En un ámbito tan extraño aun como es la ExESMA, una tierra que parece maldita por el odio y el horror de los genocidas. Que recibe continuos exorcismos en estos años de memoria recuperada, de acciones por la vida, por el futuro. Ese estar ahí también es Malvinas, un fango que entre todos intentamos sortear. Es un Museo del futuro, de ese que vamos construyendo, del que tenemos mucho por combatir. Una construcción de la memoria, en este predio que parece abierto, infinito. Un espacio en el que transito con dolor, pero como un deber para con todos, los vivos y los muertos, de esta tierra por unir, finalmente, con sus Islas.
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