Estados Unidos inició la semana pasada, junto a una coalición de países árabes y Francia, los bombardeos a militantes islámicos en Siria, dando inicio a una nueva fase en una guerra civil que ya lleva más de tres años desangrando al país árabe, se ha cobrado 200 mil vidas y más de 3 millones de refugiados.
La operación -que incluye lanzamientos de misiles Tomahawk, ataques de aviones de combate y drones teledirigidos- se ha concentrado tanto en territorio controlado por los extremistas del Estado Islámico (EI, ISIS en sus siglas al inglés) así como en posiciones del grupo afiliado a Al Qaeda, Jabat Al-Nusra, quienes combaten, al unísono, al régimen del presidente sirio Basher Al-Assad y al Estado Islámico. Otros grupos rebeldes más “moderados”, como el Ejército Libre Sirio o el Frente Islámico, aún no han sido atacados, dejando en claro la predilección norteamericana por ellos en un supuesto nuevo orden nacional si el gobierno de Assad llegara a caer y el EI fuera vencido.
Lo que les queda claro a los sirios que no apoyan los bombardeos es que los ataques responden a los intereses de Estados Unidos y no sólo a su salvación de manos de un dictador o de una organización fanática. No obstante, todavía está por verse quién es el mayor beneficiado de los ataques estadounidenses: las fuerzas gubernamentales sirias o los rebeldes que las combaten. Prueba de ello son las tímidas declaraciones de representantes de Basher Al Assad, que han mutado de una crítica irrestricta a un silencio cuasi cómplice. Incluso, el nuevo primer ministro iraquí, Haider al-Abadi, dijo esta semana, durante una entrevista en Nueva York, que le había entregado un mensaje privado al presidente sirio de parte de los Estados Unidos donde se le aseguraba que su gobierno no sería blanco de sus ataques. Paradójicamente, el Senado norteamericano aprobó días atrás el plan de Obama que incluye un envío de 500 millones de dólares para armar y entrenar a rebeldes “moderados” que luchan contra el Estado Islámico y el gobierno de Assad. Mientras que el pasado 23 de septiembre Estados Unidos negó los reportes de bajas civiles como consecuencia de sus ataques a más de 25 objetivos, diversos activistas sirios han asegurado que decenas de civiles han muerto sólo en la provincia de Idlib.
Hace tres años, la primera preocupación de los civiles sirios era el salvajismo empleado por las tropas gubernamentales contra su propia población y los disidentes. Luego, vino el “terror” del EI, aunque los extremistas también cosecharon numerosas simpatías debido a que comenzaron a garantizar servicios básicos que estaban completamente interrumpidos desde que Basher Al Assad y sus tropas alawitas iniciaran su ofensiva, provocando que el miedo se mezclara con la aprobación de llevar una vida más o menos “normal” para los estándares del conflicto. Ahora, el terror reside en los bombardeos norteamericanos, ya que numerosas organizaciones rebeldes islamitas como Al- Nusra, que combaten tanto al gobierno como al EI, están presentes en sus comunidades; Estados Unidos podría aprovechar la oportunidad para ajustar viejas cuentas con esta organización apoyada por Al-Qaeda, sus antiguos enemigos.
Por otra parte, si la estrategia de los Estados Unidos es, como hace habitualmente, dejar todas las opciones abiertas para apoyar a quien crea necesario dependiendo del devenir de las hostilidades, Israel ya decidió que prefiere la continuidad de un “malo conocido”, como Basher Al Assad, que un “malo por conocer”, tal es la consideración del Estado Islámico: Israel sabe que si el EI sigue avanzando, tarde o temprano, concentrará sus fuerzas pan-islámicas -ya no sólo palestinas- contra los “cruzados” judíos, a los que consideran usurpadores de sus tierras. El incidente del martes pasado -cuando Israel derribó un avión de combate sirio que sobrevolaba la zona de las Alturas del Golán, controlada por el grupo islámico Al–Nusra- confirma la elección israelí. Al derribar un avión de las fuerzas gubernamentales sirias, Israel sólo hizo más fuerte a Assad y a su propia afirmación de que Israel, detrás de escena, controla y apoya a los fanáticos islámicos. La teoría es inverosímil simplemente porque el propio Assad es acusado de lo mismo por quienes lo combaten. Israel, sin negar ninguna de las injusticias que comete contra la población palestina además de la ocupación de territorio sirio, desde hace mucho tiempo ha servido como la “excusa perfecta” de dictadores y fanáticos de la zona para justificar sus acciones y el devenir de sus políticas represivas (por ejemplo, durante la primavera árabe en Egipto, Israel fue acusado de estar detrás de Hosni Mubarak, de la Hermandad Musulmana, los militares y de los jóvenes revolucionarios, dependiendo la ocasión y la conveniencia del emisor). Ahora, muchos sirios que aborrecen a Assad por las atrocidades cometidas en su democracia de partido único, comienzan a ver al presidente como un héroe que combate al “pequeño demonio” de Israel junto a sus aparentes aliados de Al Qaeda y el EI. La ecuación es clara: cuanto más intervenga Estados Unidos en Siria, el régimen represivo sirio podrá, con mayor facilidad, auto-catalogarse como una víctima inocente de los complots internacionales.
Mucho se habla de la alianza estratégica entre Irán y Estados Unidos. Pero Irán está jugando su propio juego: mientras se encuentra decidido a vencer a EI, la república islámica quiere que la derrota sea a manos de la mayoría chiíta iraquí y de las fuerzas militares del gobierno de Assad. De esta manera, habría un victorioso enclave chiíta pro-iraní en las fronteras del más poderoso y odiado de sus rivales sunitas, Arabia Saudita, y consolidarían su influencia en una Siria que es vecina de sus intereses en el Líbano, representados en el grupo chiíta Hezbollah. La victoria de los kurdos también es otro de sus objetivos, ya que de esta manera los chiítas no tendrían que compartir su poder con Irak, quienes se escindirían en un estado independiente kurdo que debilitaría a Turquía (aliado de la OTAN con una militante minoría kurda en su interior). En cambio, el objetivo de Estados Unidos sigue siendo el mismo desde el comienzo: proteger sus intereses económicos en la región y, por consiguiente, a Arabia Saudita. Por su parte, otros actores del conflicto como Egipto, Líbano y Jordania (el papel y las acciones de Turquía merecen una nota aparte) temen que los bombardeos norteamericanos no sólo no destruyan al EI, sino que los ataques extiendan la zona de influencia de los terroristas hacia sus propios países y radicalicen a las poblaciones sunitas que viven dentro de sus propias fronteras.
Una solución donde la opción signifique elegir entre tres disímiles agendas –las de Assad e Irán, Estado Islámico y Estados Unidos-, las cuales sólo intentan materializar sus objetivos en detrimento de la estabilización de la zona y la tranquilidad de su población, traerá más conflicto e inestabilidad; sólo la merma de influencia de los tres actores del conflicto podrá llevar algún tipo de calma a lo que, hasta el día de hoy, conocemos como Irak y Siria.
Las ramas del Islam: la división religiosa en la zona del conflicto
Los musulmanes en el mundo están divididos en dos ramas principales: los sunitas y los chiítas. La gran mayoría de los musulmanes son sunitas, representando a casi el 90 por ciento del mundo musulmán. Los miembros de las dos denominaciones han coexistido durante siglos y comparten muchas creencias y prácticas fundamentales. La división tiene su origen en una disputa acontecida poco después de la muerte del Profeta Mahoma y está basada en sobre quién debería comandar a la comunidad musulmana.
Mientras los sunitas veneran a todos los profetas mencionados en el Corán, con preponderancia por Mahoma al considerarlo el profeta definitivo mientras que las figuras posteriores son tomadas como líderes temporales, los chiítas creen que Alí, el primo de Mahoma y esposo de su hija, es el verdadero heredero de la fe islámica y el encargado de dirigir a los musulmanes. Los chiítas creen en la sucesión sanguínea de Mahoma; los sunitas en una sucesión basada en sus compañeros más capaces y piadosos. Hay otras diferencias basadas en rituales, doctrinas, leyes, teología y organización religiosa.
Los alawitas son una secta minúscula dentro del Islam que representa a sólo el 12 por ciento de la población siria y está concentrada en la provincia costera de Latakia. Los alawitas practican una única pero poco difundida forma del Islam que data de los siglos IX y X. El carácter secreto de su fe es producto de la periódica persecución que ha sufrido a manos de la mayoría sunita.
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