¿Todo Negativo?
Lo que se dice y lo que se oculta:
1. Trabajo. Asistimos, hace varios meses, a la instalación de la idea de un supuesto avance del desempleo en la Argentina. Es falso. La evolución de la tasa de desocupación a lo largo del ciclo kirchnerista muestra que, mientras se ubicaba en el segundo trimestre de 2003 en 17,8%, había descendido hasta el 8,5% en el segundo trimestre de 2007. En los años de mandato de la Presidenta, la tasa era del 8% al segundo trimestre de 2008 cayendo hasta el 7,5% en el segundo trimestre de este año.
Uno de los hechos sobre los que se construyó la idea de que había destrucción de empleo fueron las suspensiones en el sector automotor (http://veintitres.infonews.com/nota-32301-sociedad-Trabajo-divino-tesoro-II.html). Nunca se explicó que estuvieron vinculadas fundamentalmente al desempeño de la economía brasileña, pero también a los impactos de la devaluación de enero y las conductas de la propia industria en materia comercial y de precios. Alcanzaron, según la Encuesta de Indicadores Laborales, sólo a 6 de cada 1.000 trabajadores. La puesta en marcha del Plan Procreauto significó la reducción del total de suspensiones en el sector, según un informe de SMATA, en un 70%. Cabe preguntarse sobre la disparidad en la presentación de la información que tiene centralidad en el momento en que surge la problemática pero es omitida cuando se producen mejoras o soluciones.
2. Pobreza. Otro de los temas que han ocupado centralidad en la agenda mediática es el vinculado a un supuesto deterioro en la situación de pobreza.
También es falso. Para el primer semestre de 2003, las personas bajo la línea de pobreza alcanzaban al 54%, mientras la incidencia de la indigencia afectaba al 27,7%. Para el primer semestre de 2008 esos guarismos habían descendido hasta el 17,8% en el caso de la pobreza y hasta el 5,1% en el caso de la indigencia.
La medición de pobreza estructural representa una alternativa a la de insuficiencia de ingresos. Desde este abordaje se enfoca la pobreza como el resultado de un cúmulo de privaciones materiales esenciales. De acuerdo con los datos censales, la cantidad de población estructuralmente pobre llegaba al 17,7% en el año 2001, cayendo hasta el 12,5% en el año 2010. La inversión pública en infraestructura social y el avance de la política habitacional permiten anticipar la mejora de ese indicador en el presente, en relación con los valores de 2010.
Tal como señala el propio Indec, este “modificó a partir del mes de enero de 2014 la metodología de elaboración del índice de precios al consumidor... El 23 de abril de 2014 se discontinuó la publicación de la serie histórica de pobreza...”. Por eso, vamos a considerar estimaciones alternativas, cuya metodología resulta aceptable, en función de obtener conclusiones sobre el presente.
Según un análisis del Centro de Estudios Scalabrini Ortíz, donde “se presentan estimaciones (...) desde 2007, de canastas de indigencia y pobreza propias, confeccionadas ajustando las canastas de Indec de diciembre de 2006 con la información de precios que brindan algunos institutos de estadísticas provinciales”, se observa que “para el segundo semestre de 2013, el 13,2% de la población percibía ingresos por debajo de la línea de la pobreza... En la comparación con el mismo semestre de 2012, se percibe una leve disminución (de 1 punto porcentual)”.
Más recientemente, el Banco Mundial presentó un informe donde señala que “Argentina ha sido uno de los países con mejor performance en América latina y el Caribe en reducción de la pobreza y en compartir las ganancias de la creciente prosperidad expandiendo la clase media”. De acuerdo con esas estimaciones del Banco Mundial, la población pobre en la Argentina se ubica en el 10,9%.
En el mismo sentido, de acuerdo con un estudio presentado por Red Solidaria, cuyo titular es Juan Carr, la incidencia de la indigencia alcanza al 4,5% de la población.
3. Redistribución. Mientras tanto, una eterna olvidada resulta ser la distribución del ingreso.
En el tercer trimestre de 2003, en función del ingreso per cápita familiar, el 10% más rico de la población concentraba el 39,3% del ingreso nacional, en tanto el 20% más pobre capturaba apenas el 2,6%. Para el tercer trimestre de 2008, el 10% más rico había cedido 5 puntos porcentuales, pasando a concentrar el 34,2%, mientras el 20% más pobre había avanzado hasta participar en el 3,9%. Ya en el tercer trimestre de 2011, el 10% más rico caía en el grado de concentración hasta el 31,9%, al mismo tiempo que el 20% más pobre avanzaba hasta el 4,5% del ingreso nacional. Hasta el segundo trimestre de 2014 (último dato disponible) la evolución progresiva en la distribución del ingreso no se ha detenido, aun en coyunturas económicas más adversas. Así el 10% más rico de la población hoy concentra el 30,3% del ingreso nacional, 9 punto porcentuales menos que en 2003, al mismo tiempo que el 20% más pobre hoy captura el 4,9%.
En el mismo sentido, si observamos el ingreso medio, en el caso del 20% más pobre el incremento, desde 2003, fue de 1.676%; en tanto para el 10% más rico esa mejora alcanzó al 639%.
Los indiscutibles avances en materia de igualdad distributiva que se observan a lo largo del ciclo obligan a indagar sobre ¿por qué aquella que resultaba una variable central para medir el deterioro socioeconómico durante las tres décadas previas al kirchnerismo y especialmente durante los ’90, hoy ha caído en el olvido? Lo seguro es que el silencio sintoniza con el interés de minorías privilegiadas que se resisten a que los sectores más postergados mejoren su calidad de vida.
Concluyendo. Podríamos, si el espacio de esta nota lo permitiera, seguir indagando sobre el vasto universo de lo que se dice y lo que se oculta. La negación del desplome a la mitad de los niveles pre-crisis del crecimiento del comercio global, con su innegable impacto sobre la demanda externa de los bienes que vendemos, sería un punto. Entre otras cosas, porque esa realidad refuerza la necesidad de fortalecer los componentes internos de la demanda, garantizar la robustez del mercado interno y, por ende, revalidar el rol del Estado y el conjunto de políticas que este despliega en función de esos objetivos. Otro, la evolución de los precios, que hemos tratado en otras ediciones. No sólo por la tendencia que habla de un crecimiento a un ritmo menor cada mes, a partir de febrero (la misma que observa el Instituto Estadístico de la Ciudad de Buenos Aires), sino fundamentalmente por su contrastación con la evolución positiva de la capacidad adquisitiva de los ingresos de los argentinos.
Lo que no puede dejar de señalarse es que: primero, la valoración de una determinada política económica debe estar en relación con sus objetivos. El objetivo primario que guía la política económica del proyecto político que conduce los destinos de la Argentina desde 2003 es la inclusión plena de los 40 millones de argentinos en un país más justo. A la luz de un análisis despojado de apasionamientos, pero sobre todo de prejuicios, la política económica ha resultado exitosa hasta aquí. Ello no significa que ese objetivo esté acabadamente cumplido, pero sí que son insoslayables los avances. Por último, si ese objetivo aún no ha sido cumplido plenamente, esta sociedad y el gobierno que se dé hacia adelante tienen como desafío seguir transitando un camino que cuide esos logros y construya futuros que los superen.
En tiempos complejos, donde los personeros del neoliberalismo de adentro y de afuera han agudizado los embates para forzar la restauración conservadora en la Argentina –y en la región–, es imperioso que los argentinos apaguemos un rato la pantalla del televisor y dediquemos un rato de este presente a reflexionar. Se lo debemos, antes que nada, a nuestros hijos. Porque no es sólo nuestro futuro sino el de ellos el que está en juego.
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