martes, 21 de octubre de 2014

DESANDANDO EL MITO DEL EDUCADOR POPULAR: DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO.

La construcción de una identidad exclusiva y excluyente.
Por Guillermo Batista
 Es acaso ésta la primera vez que vamos a preguntarnos quiénes éramos cuando
nos llamamos americanos y quiénes cuando
argentinos nos llamamos. 
¿Somos europeos?
¡Tantas caras cobrizas nos desmienten!
¿Somos indígenas?-
Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas
nos dan acaso la única respuesta.
¿”Mixtos”?-Nadie quiere serlo, y ay millares que ni
Americanos ni argentinos querrían ser llamados.
¿Somos nación?-Nación sin amalgamas de materiales
acumulados, sin ajuste ni cimiento.
¿Argentinos?-Hasta dónde y desde cuándo, bueno esdarse cuenta de ellos.
Domingo F. Sarmiento, año 1883.                                                   
         Este trabajo se propone  llevar a cabo una relectura de la impronta que nos dejó  la figura de Domingo Faustino Sarmiento  colocándola convenientemente en su época; esto es, con una visión inclusiva de su persona en el contexto histórico de mediados del SXIX, el cual lo vio incursionar activamente en la vida política de nuestro país prácticamente hasta el año de su muerte el cual coincide a su vez con el cierre de un ciclo iniciado en el año 1820.
         No trataremos de reinterpretar la Historia, pero sí de aportar aquellos datos que, pensados desde otra visión sea mas cercana a los vencidos, transitando un concepto que tomamos de la historiadora Diana Quatrocchi-Woisson, quien al referirse a la historiografía y su análisis de la figura de Juan M. de Rosas, y el olvido en el cual fue inmerso este caudillo federal, esta autora nos habla de la contrahistoria como un espacio de visibilización de los males que aquejaron ( y muchas veces lo siguen haciendo a nuestra Historia): el olvido, la apropiación de los lugares de la memoria y la construcción de un relato historiográfico desde los factores de poder y dominación funcionales a sus modelos socio-económicos y políticos que dominaron durante décadas a la Argentina.
     Un Modelo de país el cual no incluyó a aquellos vencidos como sus protagonistas principales, todo lo contrario, su marginación fue evidente y su negación una constante.
          Sin dejar de reconocer los primeros pasos dados en este sentido (el de una relectura y revisión de la Historia) aparecidos en las primeras décadas del SXX; ya que no pretendemos enrolarnos en un revisionismo dogmático, mas propio de las contradicciones de la élite intelectual y gobernante propias de aquellas décadas, sí establecer (y recordar) que figuras como por ejemplo Manuel Galvez, es una de las primeras que se atrevieron a criticar a Domingo Faustino Sarmiento:
                   “Ha cambiado tanto, en los últimos años, la conciencia del país
                   -quiero decir; de las selecciones intelectuales y sociales-que ya es
                   posible establecer la verdad sobre Sarmiento. Hasta hace dos lustros,
                   nadie hubiera osado tocar a aquel prestigio casi mitológico.
                   Dominaba todavía, en las universidades, en los colegios y en toda 
                   la vida nacional, el positivismo, funesta tendencia filosófica en la que 
                   Sarmiento educó su espíritu y a que guió su obra escrita y su acción.
                   Ya entonces, el positivismo estaba definitivamente muerto en Europa,
                   y desde hacía muchos años.”  
     Y en esta línea ideológica, Ramón Doll, como años mas tarde lo haría Juan José Hernández Arregui, definió a la inteligencia argentina como aquella que “abominó del gaucho, hoy está abominando o comienza a abominar del inmigrante y ambos: gaucho ayer e inmigrante hoy, constituyen las únicas realidades argentinas.”  P. 93.
    Estos dos historiadores, comenzaron a señalar, entre otros tantos (los hermanos Irazusta por ejemplo y su obra “La Argentina y el Imperialismo británico” del año 1934); el divorcio marcado entre las autodenominadas clases cultas, la intelligentzia, y las nacientes clases medias urbanas y obrera, y sus antecesores inmediatos el paisanaje, los pueblos originarios, los negros, zambos, mulatos, mestizos.

Y es partir de este recupero, de estas huellas previas, creemos que debemos trazar variables complejas que analicen y sirvan para reflexionar nuestro pasado y aporten para comprender un poco mejor nuestro presente.
Será entonces que, desde nuestra óptica, ayudaremos a interponer ciertos límites  al mito sarmientito, el cual se consolidó durante décadas apañado por la historia oficial, claramente liberal y pro-británica, imbuida de una ideología cuyo contenido tuvo un amplio aporte de este hombre que supo transformar sus ideas en una práctica política concreta.

Historia oficial, que obedeció a un concepto ideológico, que su clase dirigente supo como utilizar al momento de disciplinar en el plano educativo, y aún mucho mas allá cuando hegemonizó  una identidad y una conciencia nacional, despojadas del sujeto Pueblo como actor fundante de la nacionalidad; entendida ésta no solamente en lo geográfico, sino también en lo cultural, lo político, lo social, lo económico.En estas batallas por la historia y la memoria participó claramente Domingo Faustino Sarmiento, como hacedor del país exclusivo y excluyente del otro, distinto, diferente.

     Y en esta propuesta las fechas símbolos, ocuparon y ocupan un lugar preponderante al momento de la disputa historiográfica, y de la historia y de la memoria entendidas éstas como parte de un proceso social colectivo.

      La clase dirigente a la cual perteneció Sarmiento, la oligarquía terrateniente, tras resolver el conflicto social por medio de la coerción y la represión de  vastos sectores populares, logró aunar voluntades de los poderes regionales y, al transformarse en nacional, construyó un modelo de Estado-Nación, sostenido a su vez por el modelo económico agro-exportador, funcional al Imperio británico, líder del sistema capitalista global. Aquí es donde la relectura o interpretación del 3 de febrero de 1852, o del 20 de noviembre de 1845, cobran relevancia política e ideológica, a la luz de su puesta en escena para respaldar un proyecto de país dependiente o soberano.
     Las líneas históricas, las corrientes de pensamiento en las ciencias sociales, se alinean precisamente de acuerdo a los ideales de justicia o de patria que poseamos.
Sin saberlo, las Generaciones del ’37 y del ‘80, en el mes de setiembre del año 1955, tras el derrocamiento del gobierno democrático del general Juan Domingo Perón, por medio de un golpe de estado, les aportaron a los militares que se hicieron del poder mediante una dictadura militar, la doctrina sustentada en “la línea Mayo-Caseros-Setiembre”.
    Esta trilogía, fue el eje por el cual se trazó de modo predeterminado el concepto libertad que Ellos consideraron justo en la interpretación de la historia, del presente y hacia el futuro. Así educaron , transmitieron, difundieron, informaron, pontificaron, desde el Estado y sus aliados en el ámbito privado, una idea de país, de patria y de justicia.
Uno de los iniciadores de aquella contrahistoria ya mencionada, Ramón Doll, nos aporta un poco mas de claridad a la relación entre historia y política.
                   “Una verdad histórica no es precisamente una conclusión objetiva
                   y científica sobre los hechos sociales, sino una conclusión que
                   produzca efectos históricos. Y producir efectos históricos es crear  
                   nuevos móviles en al voluntad de los hombres, concertados a un fin
                   que consideran mas justo. La verdad histórica debe estar al servicio de
                   la política, medio de realizar la justicia, porque tanto la interpretación
                   de un hecho histórico, como un ideal de justicia, no pueden realizarse
                   sino como resultado de una serie de juicios de valor que al filosofía
                   personal del ciudadano, acordará como legítimos en última instancia.” 

         Domingo F. Sarmiento expresó claramente una de las primeras antinomias que nos desgarraron por décadas como fue la de: unitarios y federales  o ciudad puerto - interior, a la cual le sucedieron a partir de finales del SXIX con la Generación del ’80 en el poder: (cuyo máximo referente fue el general dos veces presidente de la nación, Julio A. Roca) la Causa contra el Régimen o Conservadores y Radicales.Para ello se valió de una obra precisamente de un alto contenido político-ideológico, El Facundo, que fue la principal arma o herramienta con la cual le hizo frente a lo que él consideró como el eje de la barbarie criolla, el gobierno de Juan M. de Rosas; y lo llevó a cabo  mediatizándolo con la figura del caudillo de La Rioja, Facundo Quiroga.
Y a partir de la década del ’40, la que quizás siga aún hoy repercutiendo en la política contemporánea:   Pueblo - Oligarquía o Peronismo - Antiperonismo; y sobre todo en esta coyuntura que atraviesa la política latinoamericana, Patria-Imperialismo.
     En el año 1935 se cumplía el centenario del asesinato del caudillo federal Juan Facundo Quiroga. Una comisión de homenaje en al provincia de La Rioja, lo recordó difundiendo documentos escritos por él y restituyendo una lápida con la inscripción original mandada garbar por Juan M. de Rosas: “Aquí yacen los restos del general Juan Facundo Quiroga. Luchó toda su vida por al organización federal del país; la historia imparcial pero severa le hará justicia.”

El ingeniero Alfredo Demarchi, fue quien instó a divulgar el pensamiento de un hombre “de gran cultura e inteligencia, y no el gaucho bárbaro de la leyenda levantada por hombres que estaban contra su doctrina.”.
La respuesta del Partido Socialista liderado por el dr. Alfredo Palacios, aliado de la clase dirigente oligárquica no se hizo esperar:
                   “En febrero del año entrante va a cumplirse el centenario de la muerte
                   Facundo Quiroga. Muerte que no fue sino la consecuencia trágica
                   de su propia vida de aventurero, tan fiel y magistralmente descripta por
                   Sarmiento en Facundo. Es el prototipo del héroe bárbaro de una época
                   de nuestra historia en que la violencia, al traición y el crimen fueron normas
                   y sistema de caudillos ignorantes y ambiciosos.
                   Escribimos esto, recordamos a Quiroga, Rosas y a Sarmiento y pensamos si
                   posible que haya argentinos quienes pretendan exaltar la gloria criminal de
                   los primeros, afrentando a la memoria preclara del segundo.”
Y continúa la declaración preguntándose con asombro por qué rendirle homenaje a quien causara vergüenza, dolor, y asesinatos  a nuestra tierra.
Precisamente, son estos clivajes socio políticos los que se han venido produciendo a lo largo de nuestra historia, y en el marco de un proceso histórico; y de acuerdo a cada coyuntura han permeado a las mismas y se fueron resignificando al calor de las transformaciones sociales, culturales, políticas y económicas
Civilización y Barbarie
      Civilización y Barbarie, siguiendo el análisis de una de las autoras que hemos consultado, es una imagen matriz que simbolizó y por tanto atravesó esta Historia que supimos construir (y estamos siempre construyendo en el andar político cotidiano).
   Tal y como lo ha planteado el sistema capitalista desde sus orígenes a finales del SXVIII, la civilización occidental es la heredera del Imperio greco-romano; sobre todo en lo inherente a la ocupación del espacio territorial con un sentido geopolítico y económico, y sobre todo a partir de las rupturas ocasionadas al “orden natural”  a finales de aquél siglo, con la irrupción de las Revoluciones Industrial y Francesa, que impactaron en todos los órdenes de la vida cotidiana transformándose ambas  en los vectores de un nuevo orden hijo de la técnica pero con los mismos objetivos imperiales de los veintitrés siglos anteriores sustentados hasta allí en la filosofía aristotélico-tomista.

A partir de aquél fin de siglo, con el inicio de la historia Contemporánea, el evolucionismo y el positivismo tomaron la posta para construir los cimientos de una nueva civilización europea y occidental.
Civilización y Progreso.
         Leemos en Maristella Svampa, que fue Emile Benveniste quien acuñó el término civilización en su obra Problèmes de Linguistique Générale tomando a su vez un estudio de J. Fevre: “Civilisation, évolution d’un mot et d’ un groupe d’ idèes”, en el año 1757.

Claramente el término se refirió tanto a una particular organización social de la Europa Occidental devenida como producto del inicio de un bienestar y progreso económico desde finales del SXVIII hasta el inicio en el SXX de la Gran Guerra europea.

Y, en esta consolidación del “viejo continente”, el término se fue transformando en vocablo político y cultural que se utilizó para explicar y justificar la conquista y colonización universal capitalista.

Pronto el binomio civilización-progreso fue un tándem ideal que encabezó la empresa racional, moderna y revolucionaria que abrevó en el Iluminismo francés, la Revolución del año 1789 y en la Revolución Industrial inglesa que abarcó dos etapas, a saber: 1780-1848, donde predominó la industria textil y la que se extendió desde ese año hasta 1875, impulsada por la máquina a vapor (industrias, ferrocarriles, barcos) y su etapa superior, la Imperialista, dominadas por la industria química, eléctrica y la del acero.

El “take-off” (despegue sostenido) de su primera etapa también formó parte de este ideal de libertad económica que cimentó la División Internacional del trabajo “uniendo” al género humano tras esta bandera.
El fin de siglo sumó a la potencia que hasta entonces dominó el mercado mundial a otros actores que compitieron “lealmente” hasta el estallido de la conflagración de 1914: como EE.UU., el Imperio Alemán, Italia, Bélgica, e inclusive el Imperio de los Zares y del Japón.
         Maristella Svampa, cita en su trabajo a Francois Guizot, a quien define como “el Gramsci de la burguesía” ya que en su Historia de la Civilización en Europa, plantea que el vocablo: nos da “la idea de un pueblo en movimiento, no para cambiar de lugar sino de estado, un pueblo cuya condición es extenderse y mejorar. La idea de progreso, de desarrollo, me parece que es la idea fundamental que se contiene en la palabra civilización”:

Tras esta idea, en materia económica, la conquista de nuevos mercados, necesitó imponer el  binomio que estamos analizando,  con el objetivo de someter a la barbarie original, al Otro diferente; así,  la Alteridad fue estigmatizada y cobró una carga demoníaca ya que se opuso, aún sin saberlo, a la presencia “del hombre blanco”; desde su cosmogonía intentó resistir, lo hizo con suerte diversa, y aún hoy trasciende las fronteras y los muros que le impusieron y le imponen desde “centro capitalista”.

Y es precisamente, cuando la maquinaria de guerra se puso en marcha los pueblos invadidos presentaron resistencia y ahí sí definitivamente se transformaron ante los ojos occidentales en la encarnación del mal.
El no-civilizado, el bárbaro por antonomasia que debió ser conquistado…o, en su defecto,  exterminado; nació así la colonización.
         A civilizar tocaron las campanas: India, Argel, China, el Paraguay, México, Egipto, son solo algunos de los territorios que fueron cayeron bajo la férula de los nuevos y viejos Imperios, ya fuese mediante acciones directas o con la complicidad de sectores nativos de esas mismas sociedades que abrieron las puertas al “nuevo mundo” de la técnica y la manufactura, y por supuesto de los capitales.

Lo anticipó la Revolución Francesa, pero orientando su mirada hacia el atraso y la ignorancia feudal; ahora estas mismas palabras eran dirigidas a los pueblos conquistados:“los Hunos, Hérulos, Vándalos, Godos, no vendrán del Norte….Ellos están entre nosotros.”
         Esta idea la vemos reflejada en el historiador Eric Hobsbawn quien cita en su obra Las Revoluciones burguesas: “Los bárbaros que amenazan a la sociedad no están ni en el Cáucaso ni en las estepas de Tartaria; están en los suburbios de nuestras ciudades industriales…La clase media debe reconocer francamente la naturaleza de la situación; deben saber en donde están.”   La sociedad burguesa fue creando una especie de muralla contra la barbarie  sustentada en los nuevos valores  construidos por su Estado como lo eran la propiedad, la familia, la autoridad y la consiguiente apropiación de la Patria, la Cultura y la Historia; una tríada que además conllevó la apropiación o reconfiguración de la Identidad.
         Al tiempo que esta barbarie sinónimo de masas para la elite intelectual europea, y su representación en nuestra Historia, por parte de  la Generación del ’37, apareció reflejada por el número, concepto que aterrorizaba de solo pensar que aquellas impusieran la cantidad ante la calidad ejercida por los patricios. Lo observamos claramente  en Pierre Rosanvallon quien nos dice: “El número, fuerza bárbara e inmoral que no puede mas que destruir”, palabras que coinciden con las de Esteban Echeverría quien sostuvo que la democracia universal era el sinónimo de la ignorancia universal.
         Por otra parte no debemos dejar de mencionar el rol que cumplieron las ciencias sociales que tomaron a su vez  en sus orígenes la línea filosófica del Positivismo aplicando estas ideas a los conflictos sociales, entendiendo al progreso y a la civilización como producto de un evolucionismo lógico en el que sobrevivieron los mas fuertes. Augusto Comte, Herbert Spencer, Emile Durkheim, Max Weber y Karl Marx,  este último inclusive en las antípodas de estos pensadores en el plano económico y social al menos, sin embargo coincidió con ellos en observar a la barbarie en todo aquello que no proviniese del accionar y el pensamiento europeo.
         El concepto entonces, apareció como legitimador de una clase social que se erigió en dueña de la Historia Universal, que construyó los Estado –Nación, y se sintió depositaria de los valores que respaldasen su modelo político y económico.

El adversario se transformó en el enemigo a vencer, previo desconocimiento de su razón de ser, su cultura, su pasado; se planteó reeducarlo o en su defecto  reemplazarlo por medio de la guerra de conquista.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
         Hablar de Domingo F. Sarmiento, es hablar de su época, y por supuesto del contexto histórico y social en el cual sus ideas se desarrollaron y se aplicaron.

Por que a pesar de no estudiar y vivir en Buenos Aires, a la distancia coincidió con  los integrantes de la Generación del ’37,   la cual precedió a la denominada Generación del ’80; siendo ambas las que poseyeron la particularidad de no solo pensar, sino también llevar y ver en la práctica concreta sus teorías; esto es, pergeñaron un Modelo de país, pelearon por él y lograron verlo funcionar, aún mas allá de su tiempo.
La Generación del ’37 o la Generación Romántica de la pos independencia, tuvo precisamente entre sus figuras mas representativas a Juan B. Alberdi y Domingo F. Sarmiento, quienes coincidieron en aspectos esenciales, aunque discreparon en los tiempos, métodos, órdenes y valoraciones  personales de sus propuestas histórico-culturales.

         Ambos creyeron en la necesidad de una organización política institucional, y en abrir fronteras a la inmigración que construyera nuevas ciudades y enseñaran las artes para el aprovechamiento del ganado y el cultivo de la tierra, constituyendo su principal contradicción en el apoyo a Justo J. de Urquiza como el adversario capaz de llevar a cabo el reemplazo del bárbaro Juan M. de Rosas por la Civilización.

Para el sanjuanino, ambos caudillos poseían la misma cualidad negativa : la barbarie; no así para Juan B. Alberdi quien prestó servicios después de la batalla de Caseros,  acaecida el 3 de febrero del año 1852, para la Confederación liderada por el jefe entrerriano.
         Esteban Echeverría y Bartolomé Mitre coincidieron en la esencia de las posturas sarmientina y alberdiana, fundadas sobre la antinomia Civilización o Barbarie.

La Civilización, estaba construida sobre cuatro parámetros: filosofía francesa racionalista ilustrada, doctrinas políticas y económicas inglesas, romanticismo, francés y alemán, y humanismo renacentista de origen italiano.
El triangulo cultural y político, compuesto por Alberdi-Sarmiento-Mitre, buscó sin desmayo, no sin diferencias: la organización nacional argentina orientada a desarrollar el modelo civilizatorio europeo anglo-francés portador del espíritu del progreso.
         Sin embargo fue Esteban Echeverría el que impuso las ideas románticas de su Generación. En efecto, a mediados del año 1838, luego de la clausura del Salón Literario y de la revista La Moda, (publicación en la cual escribían los jóvenes intelectuales), por el gobierno de Juan M. de Rosas, Echeverría presidió y fue a su vez, el encargado de redactar el Credo o Código de la Asociación de la Jóven Argentina o Asociación de Mayo en la que continuó expresándose el Salón Literario.
         La declaración de principios trató temas como la libertad de prensa, problemas  económicos inmanentes al capitalismo, fuentes de las rentas del Estado, su sistema administrativo, organización de la campaña, milicia nacional, inmigración, poblar el país. Todos estos, conceptos coincidentes con las ideas expresadas por Alberdi al inaugurar el Salón Literario; pero será Esteban Echeverría quien junto a Juan M. Gutiérrez, Carlos Tejedor, Frías, Jacinto Peña, Bernardo de Irigoyen y Vicente López, discuta las ideas que luego él transformó en el Dogma Socialista.

Esta Generación, logró sintetizar a través de sus referentes los aportes ideológicos de la Revolución de Mayo, bajo conceptos tales como por ejemplo: Progreso y Democracia.
         Juan B. Alberdi exiliado a partir del año 1838 en la ciudad de  Montevideo, escribió las   palabras finales del Credo y formó una Asociación semejante con Miguel Cané y Bartolomé Mitre; lo propio hizo Domingo F. Sarmiento en San Juan y las filiales se multiplicaron mientras pudieron, en algunas provincias como Córdoba y Tucumán.

Y será del dogma de Echeverría que se encuentran las formas culturales fundamentales de las Bases de  Alberdi escritas en el año 1852, mas la influencia decisiva  de la Constitución norteamericana.
          Por todo esto es que antes del comienzo de la década del ’40 del siglo XIX, el jóven Juan B. Alberdi, Miguel Cané, Santiago Albarracín, Rafael Corbalán y José Rivera Indarte (junto a los intelectuales ya mencionados), trazaron las bases socio-políticas y culturales sobre las cuales la nueva Argentina se construyó.  En este pensar, y en esta militancia es que se enfrentaron con el jefe de la Confederación Argentina, Don Juan M. de Rosas y debieron exiliarse.
         Se consideraron hijos de la Revolución de Mayo, y en cierto modo sus continuadores; y diseñaron en consecuencia un Modelo de país donde las tradiciones, la identidad nacional, se confundieran con el progreso y la civilización importada de Europa (Inglaterra y Francia) y de los Estados Unidos de Norteamérica en tanto este último era visto como un país “nuevo” e insertado a pleno en la modernidad capitalista.

El voto calificado, la Constitución, los capitales extranjeros, los ferrocarriles y los inmigrantes fueron moldeando este Proyecto para un desierto que los abrumaba.
         Y esta contradicción con quien gobernara a gran parte del territorio nacional hasta el 3 de febrero del año 1852, cuando se produjo su derrocamiento, formaba parte de un proceso histórico iniciado en el año 1820, y que se prolongó hasta el año 1880.

Sesenta años de guerra civil, entre las facciones unitarias y federal arrasaron toda posibilidad de entendimiento hasta que una de ellas, ya sintetizada en la clase dirigente nacional, la oligarquía terrateniente, tras  derrotar a los sectores populares nucleados mayoritariamente en la campaña del interior y la bonaerense, inauguró la etapa de la República Posible, parafraseando precisamente a Juan B. Alberdi.
         La clase letrada, se sintió poseedora de la soberanía política y de la tierra sinónimo de Patria para su visión economicista-liberal con el solo sustento de sus ideas; se profundizó de esta manera, la construcción en el plano cultural e ideológico de la antinomia que ya se expresaba en los campos de batalla: Civilización o Barbarie, acuñada en aquellos  años por Sarmiento.
         La unificación del territorio nacional, la fijación de sus fronteras, la ocupación de vastas planicies por parte del ejército nacional comandado por el general Julio Argentino Roca, con la consiguiente expulsión, muerte o reducción a la esclavitud de sus pobladores originarios; el establecimiento de la Capital Federal, de cara al puerto de Buenos Aires como símbolo del poder político y económico de la República Argentina, fueron el final soñado de aquella zaga escrita y relatada ya desde sus primeros párrafos por aquella Generación del ’37.
         Un Estado Nacional, que durante las denominadas Presidencias Fundadoras, entre los años 1862 y 1880, se organizó sentando las bases institucionales de dominación y unificación tanto políticas, como económicas, culturales y educativas.

Atrás fueron quedando, la derrota del último jefe de la Confederación Argentina, el general Justo José de Urquiza, y sus lugartenientes, los caudillos como él, de las masas despojadas de tierras y futuro, Felipe Varela, López Jordan y el “Chacho” Peñaloza.

La “Guerra de Policía” contra el delincuente social “vago y mal entretenido” que era el gaucho justificó con estos calificativos el grillete y el “pase a lanza” de miles de prisioneros de los ejércitos montoneros de la campaña federal.

Amén de una Guerra impulsada por el “nexo” fundamental con el sistema Capitalista internacional, el Reino Unido de la Gran Bretaña, contra el hermano pueblo del Paraguay entre los años 1865 y 1870.

Iniciada por Bartolomé Mitre entonces presidente de la Nación y terminada por su sucesor, precisamente, Domingo F. Sarmiento; enfrentamiento largo y costoso que fue recordado por lo infamante de sus causas formales y el despojo y genocidio sufrido por el Paraguay, en aras una vez mas, del liberalismo económico.
                                                 Estamos por dudar que exista el Paraguay. 
                                                 Descendientes de razas guaraníes,
                                                 indios salvajes y esclavos, que obran por instinto
                                                 a falta de razón.
                                                 En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial.
                                                 Son unos perros ignorantes de los cuales ya han 
                                                 Muerto ciento cincuenta mil. 
                                                 Su avance capitaneados por descendientes 
                                                 degenerados  de españoles, traería al detención 
                                                 de todo progreso y un retroceso a la barbarie.
                                                 Al frenético, bruto, y feroz  borracho Solano López 
                                                 lo acompañan miles de animales que le obedecen 
                                                 y mueren de miedo. 
                                                 Es providencial que un tirano haya hecho morir 
                                                 a todo el pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra 
                                                 de toda esa excrecencia humana: raza perdida 
                                                 de cuyo contagio hay que librarse.” 
                                                            
                                                       Domingo F. Sarmiento: carta a Mitre del año 1872
SUS IDEAS.
         Al exiliarse, partió hacia Chile dejando un escrito en francés sobre una piedra al cruzar  la frontera, que pasó a la historia como “Bárbaros, las ideas no se matan”; si bien textualmente esta no fueron sus palabras sí la idea precisamente que quiso transmitir.

Su trabajo como periodista opositor al régimen rosista en un diario chileno, le trajo a este gobierno reclamos por parte de la Confederación que le valió a Sarmiento un viaje pago por el Estado chileno, por gran parte de Europa, Africa y de los Estados Unidos de Norteamérica.
         En su recorrido por el país del norte quedó impactado por la lectura de dos novelas que retrataron la vida en el “salvaje oeste”; El último de los mohicanos y La pradera, ambas escritas por el autor estadounidense, Fenimore Cooper en los años 1826 y 1827.

Si bien el dilema que aparece aquí es entre Naturaleza y Sociedad e intentando rescatar al “buen salvaje”, Sarmiento tomó la esencia que para él fue  el dilema de Civilización y Barbarie.

Contradicción que también rescató el jóven Juan B. Alberdi en su enfrentamiento con Juan M. de Rosas y su “tiranía” sustentada por los gauchos.

Enfrentamiento que ambos, y sus contemporáneos de la Generación del ’37, sobre todo Esteban Echeverría, explicaron y atribuyeron a la herencia española y al sincretismo cultural con los pueblos originarios; y aquí surgió otro pilar de la nueva sociedad planificada, el reemplazo de la población nativa por inmigrantes europeos del norte anglosajón.

Dos problemas se solucionarían con este reemplazo, el de las mayorías que votaron sucesivamente a Manuel Dorrego y a Juan M. de Rosas y la inoperancia cultural portadora por ende, del  atraso congénito de estas mismas masas. Subyace aquí otra dicotomía, la clase ilustrada versus las clases populares amenazantes, prontas a disolver los nuevos lazos sociales que pudiera construir el poder civilizador.
         Al tiempo que, bárbaro  , al definir al nativo como extranjero, consolidó la idea en las clases dirigentes opositoras y en sus seguidores, de estar ante la presencia de verdaderos extraños, provenientes de un fuera, aunque siglos de historia los respaldaran como originarios habitantes de estas tierras.

Y una vez mas, el progreso y la civilización, eran la garantía de exclusión de este extranjero devenido en masas inorgánicas y amorfas que amenazantes impedían la llegada por ejemplo del ferrocarril, los capitales británicos y los inmigrantes en perfecta tríada que poblara este desierto.      
                                                 ¿Qué nombre le daría ud. ¿Qué nombre merece un
                                                 país compuesto de doscientas mil leguas de territorio
                                                 de una población de 800 mil habitantes? Un desierto.
                                                 ¿Qué nombre daría usted a la Constitución de ese país?
                                                 La Constitución de un desierto. Ese país es la República 
                                                 Argentina, y cualquiera sea su Constitución ella no será
                                                 durante muchos años mas que la Constitución de 
                                                 un desierto.”   
                                                     Juan Bautista Alberdi.
         En esta frase como a lo largo de sus escritos referidos a esta temática Juan B. Alberdi, al igual que Domino F. Sarmiento, coincidieron en diagnosticar un “mal” que nos aquejaba máxime aún si lo poco habitado lo era por las montoneras gauchas, seguidoras de los caudillos federales a las cuales de debían sumar las poblaciones que se contaban por miles en todo el territorio de indígenas irredentos.
                                                 “La Constitución argentina se sitúa así en un punto
                                                 de inflexión de la historia, punto en el cual el país
                                                 ha renunciado a su pasado y se embarca en la 
                                                 conquista del futuro. El presente de la Constitución
                                                 no puede inscribirse sino en el registro de la ausencia.
                                                 La Constitución discurre en el “desierto”, los espacios 
                                                 vacíos, entre la necesidad de “poblar” y las figuras
                                                 fantasmáticas de los anglosajones que deben darle 
                                                 cuerpo.”

         Sin embargo, la Constitución del año 1853, producto casi exclusivo de la pluma alberdiana, integrada recién en el año 1862 a las catorce provincias que conformaron el entonces territorio argentino, fue la acabada expresión del liberalismo económico (mas no político) que primó por entonces en la práctica de la elite letrada; aún con las diferencias propias en su seno, como producto  de la ocupación de espacios de poder en el Estado que estaba naciendo.

Autoresn del tronco liberal-conservador como Natalio Botana, José Luis Romero, Luis Alberto Romero, Tulio Halperín Donghi, Roberto Cortes Conde, Ezequiel Gallo, Alain Rouquié, Osar Oszlak, analizaron acabadamente las variables que conformaron el ideal de la República Posible de su autor, sostenida por el conjunto de la clase política que se estaba conformando a mediados del SXIX: la oligarquía terrateniente, de la cual Domingo F. Sarmiento (“el aporteñado”, en clara referencia a su incorporación al proyecto centralista-porteño)  emergió como presidente entre los años 1868 y 1874, amén de haber sido dirigente político antes y continuara después de este período presidencial.
         Aquél ideal, reiteramos, lejos estuvo de comprender y ni siquiera contemplar a las masas de la campaña; como tampoco quiso hacerlo años mas tarde con la “solución” que precisamente no fue anglosajona sino todo lo contrario: el 80% del caudal inmigratorio que nutrió a nuestro país, estimado en seis millones de almas (de los cuales la mitad se quedó a vivir), provino entre los años 1857 y 1914 de la Europa del sur, esto es, campesinos analfabetos, sin tierras y con ideologías anarquistas, socialistas y sindicalistas revolucionarias.
Del combate instrumentado mediante la “Guerra de Policía” ya mencionada, por Bartolomé Mitre (presidente entre los años 1862 y 1868) y su sucesor Domingo F. Sarmiento contra las montoneras y las tolderías de los pueblos originarios se pasó a la guerra contra las “tolderías rojas” de finales del Siglo XIX.

La práctica de exclusión fue sistemática, antes y durante el proceso que organizó nuestro país, mas allá de la variable inmigratoria que no cumplió con los deseos originarios de la elite, que además se resistió desde su experiencia de clase recién constituida en estas tierras contra el embate del capitalismo criollo.
         En cuanto a Domingo F. Sarmiento y su aporte desde la educación para consolidar este proyecto en nuestro país, se visualizó claramente en el  sistema educativo implementado por la Generación del ’80,que, entre otras cosas, reprodujo una historia oficial tendiente a unificar antes que a educar en el sentido pleno del concepto a las masas inmigratorias;  y a recordarles a los criollos  que los héroes de la República los observaban desde sus estatuas para que no olvidaran quienes fueron los hacedores de la Nación..

El liberalismo había triunfado y esta era la esencia de la “pedagogía” de esta Generación, dirigida a los “bárbaros” propios y extraños.
La educación popular sarmientina había dejado su impronta cultural e ideológica estableciendo fronteras claras al Otro.
LEYENDO AL FACUNDO.
                                                 A fines del año 1840, salía yo de mi patria, desterrado
                                                 por lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos
                                                 y golpes recibidos el día anterior. Al pasar por los baños 
                                                 del Zonda, bajo las armas de la patria que en días mas
                                                 alegres había pintado en una sala, escribí con carbón 
                                                 estas palabras: “On ne tue point les idées”.
         Con estas palabras de Sarmiento, se abre el libro publicado en el año 1845, en los meses de mayo y junio por entregas en el diario El Progreso de Chile;  cuyo título original es: Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina.

Aquella  frase en francés es la que acuñó Sarmiento, y él mismo la tradujo según su parecer como, A los hombres se degûella; a las ideas no.

Y la síntesis final que trascendió su época fue finalmente: “Las ideas no se matan”; Ricardo Piglia en su trabajo sobre este texto, comenta que “la literatura argentina comienza con una frase en francés.”
Sin embargo, la original pertenece a Denis Diderot: No se fusilan las ideas.
    Fusilamiento, degûello, muerte, en síntesis, mas  de las personas, que de las ideas; y esto ocurre según el sanjuanino porque la Mazorca liderada por el jefe de la Confederación Argentina, Juan M. de Rosas, así lo requiere con cualquiera de sus opositores.

El self made man literario que es Sarmiento,  en su huída a Chile país que eligió para iniciar su exilio, con el relato del Facundo pretendió demostrar que la barbarie alojada en la Naturaleza hostil de la Pampa, ese desierto imposible de llenar con sus nativos, estaba hecha carne en el caudillo.

En esta coyuntura política es Rosas, como antes lo fue Facundo, como siempre lo serán los caudillos federales, a quienes combatirá con su guerra muchas veces hasta personal, llegando al exterminio.
         Interpretó, tradujo, transmitió el espíritu de la Europa próspera y civilizada, y de los EE.UU., ejemplo que deberemos tomar, nos aseguró, si queremos insertarnos en el mundo moderno; y será en este último caso, cuando al viajar por Europa, Africa y América del Norte, encomendado por el gobierno chileno entre los años 1845 y 1848, el que impactó en su visión comparativa entre la Argentina y aquél país ya lanzado a la carrera de conquista y colonización de su propio espacio geográfico y de sus vecinos: México y Centroamérica.
         Facundo para él fue además ese grande hombre, al cual  identificó con  la manifestación de la vida argentina, pero sin moral; lo transformó en una figura propia de la corriente Romántica de su época: un gigante, con sus mitos y leyendas que crecieron a medida que se desarrolló la narración de la vida del caudillo riojano.

La espada sarmientina apareció así una y otra vez a través del Facundo para herir a Rosas, su verdadero enemigo, podemos afirmar el único, porque en aquél año 1845, ya hace diez que el Tigre de los llanos fue asesinado; y se transformó en  una sombra terrible.
         Desde otra óptica, podemos afirmar que este texto  es uno de los fundadores no solo de la literatura nacional, sino también, y especialmente de aquellas imágenes dicotómicas que nos mostraron aquellos  dos mundos incompatibles, irreductibles, que fueron conformando a lo largo de la historia argentina dos lógicas que no pudieron lograr una síntesis posible;  al tiempo que nos propuso  una larga metáfora literaria.

La contracara a esa síntesis no lograda es la amalgama entre Civilización y Progreso, que desembocó en la urbanización, generando otras antinomias que se agregó a las que ya estaban en pugna: la ciudad contra la campaña.

La ciudad no es cualquier ciudad: es la ciudad –puerto, el país unificado, indivisible tras el proyecto de la oligarquía terrateniente, desde la centralista Buenos Aires que elimina el espacio vacío… y nos proporciona una imagen de plenitud que reemplazó a aquél “mar en la tierra” que era la pampa.
         Aquella oposición entre Civilización i Barbarie, tal como lo fue con el graffiti sobre una piedra para que sólo los letrados y eruditos lo comprendieran, tampoco fue una creación de Sarmiento.
Dijimos que viajó por tres continentes, y en ese periplo, al vivir en EE.UU., conoció las novelas de Fenimore Cooper: El último de los mohicanos (1826) y La Pradera (1827).

En estas narraciones acerca de a lucha del hombre blanco en su derrotero por conquistar el oeste de su extenso territorio; el sanjuanino vio la misma imagen de una naturaleza salvaje con sus ab-orígenes irredentos que desde su imaginación  era absolutamente comparable con la geografía y los habitantes autóctonos de nuestras llanuras pampeanas.
         Conocedor de estas por sus lecturas, sin embargo tuvo muy en claro que el salvaje era el extranjero que barbotea palabras incomprensibles en nuestra tierra.

El bárbaro  es el gaucho, el indio, el negro, el mestizo, el mulato, el zambo.

Todo aquél que no acreditara sangre europea pura, blanco de toda blanquitud; es el otro, que representa por ende, la otredad, extraño y diferente: irreconciliable con el sueño europeizante de la Generación del ’37 a la cual adhiere a la distancia el jóven Sarmiento.
                                                 “Se nos habla de gauchos… la lucha ha dado cuenta 
                                                 de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate 
                                                 de economizar sangre de gauchos. Este es un abono 
                                                 que es preciso hacer útil al país. 
                                                 La sangre de esta criolla incivil, bárbara y ruda, es lo 
                                                 único que tiene de seres humanos.
                                                 “Tengo odio a la barbarie popular…la chusma y el
                                                 pueblo gaucho nos es hostil. Mientras haya un chiripá 
                                                 no habrá ciudadanos, ¿ son acaso las masas la única
                                                 fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá 
                                                 y el  rancho son de origen salvaje y forman una 
                                                 división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que 
                                                 los cristianos se degraden. Usted tendrá la gloria de               
                                                 establecer en toda la República el poder de la clase culta
                                                 aniquilando el levantamiento de las masas.”  
                                                              Cartas de Sarmiento a Mitre; 20 y 24/09/1861.

         A este problema, su población, se le agregó el que ya vislumbramos en este trabajo; y quienes están proyectando y construyendo una nueva nación, (parafraseando a Tulio Halperín Donghi),  la pampa símil al desierto debe ser recuperada, esto es ocupada:
                                                 El mal que aqueja a la República Argentina es la
                                                 Extensión: el desierto la rodea por todas partes
                                                 i se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado,
                                                 sin una habitación humana, son, por lo general, los
                                                 límites incuestionables entre unas y otras provincias.”
                                                                      Facundo, Sarmiento.
         Pero, esencialmente, Facundo será para su autor el arma que destronó a Juan Manuel, el ejército que lo derrotó en la batalla de Caseros.

Esta tierra, creyó, a partir de ese día, habitada y no, sería la Nación soñada desde sus lecturas, desde el exilio, desde sus viajes.

Casi treinta años mas de guerras civiles lo desmentirían; todavía quedaban miles de Facundos y Rosas que presentarían batalla al modelo europeo-norteamericano sarmientito; el cual sabemos terminó imponiendo su poder sobre un espacio nuevo.
SARMIENTO Y LA EDUCACION POPULAR
         Y en su afán de aconsejar a los Estados Sudamericanos, se repunta cuál es el gasto en una educación pública que “discipline” con el objetivo de producir en “orden” a las “masas ineptas”.
Instrucción tenaz, permanente, casi obsesiva propone para romper con los obstáculos que oponen nuestros habitantes:
                                                 “Sabido es de todos, no ya la imperfección, desaseo
                                                  incuria y abandono del servicio de nuestros domésticos
                                                  la rudeza y estado embrionario de nuestros trabajos 
                                                  agrícolas, sino también la imposibilidad de establecer
                                                  las mas amplias fabricaciones por la ineptitud de los
                                                  trabajadores del país, para poner en movimiento y 
                                                  mantener en buen estado los mas simples aparatos.”
                                                                   Sarmiento, Obras Completas, tomo XI
         La educación recibida es fundante ya que sociabiliza, imparte moralidad, reemplaza la imposibilidad del pobre de enseñar a su hijo, siendo el Estado el que debe realizarlo, añade autoridad, contiene pasiones, las disipa.

Si logramos algunas de estas enseñanzas, seremos afirma Sarmiento como los norteamericanos “que visten todos frac, llevan reloj, leen diarios y libros, y tiene hechos votos de no beber licores espirituosos.”
Una sociedad opulenta, pacífica, que progresa con el bien y la justicia como norte.

Sin duda, una sociedad idílica, que él vio en algunas comunidades pero le bastó para extender estas observaciones empíricas a todo el territorio estadounidense que se debatía en la expansión hacia el oeste, cobijado bajo “la ley del revolver”, la horca, y la guerra cruel y despiadada contra “los pieles rojas”, mexicanos, negros, y que presagiaba a pocos años vista la feroz guerra de Secesión entre el norte industrial y el sur esclavista.
         La instrucción primaria es la panacea sobre la cual se edificará la industria, la prosperidad, y terminará, insiste, el atraso y la ignorancia.

Si toda la población pasa por esta experiencia, la riqueza crecerá porque el orden garantizará su reproducción.
Positivismo, Romanticismo y pragmatismo liberal al uso criollo, pareciera  la fórmula de quien años mas tarde de estos escritos, vio como  la Ley 1420, fue producto de la discusión de gran cantidad de expertos que participaron del Congreso Pedagógico del año 1882, del cual su ideólogo, Domingo F. Sarmiento fue uno mas.
Allí triunfó la postura laica en detrimento de la enseñanza religiosa que se debió impartir fuera de las horas de clase.

A pesar de que el Senado luego aprobara esta instancia ante la presión de la Iglesia y los grupos políticos vinculada a ella y la Cámara de diputados debió fallar a favor de lo dispuesto originariamente por el Congreso, es honesto recordar que esta postura fue defendida por el propio Sarmiento y que le valiera el enfrentamiento con el sector católico de la Generación del ’80.
         Escuelas para adultos en cárceles, guarniciones, cuarteles; y para niños y niñas, estas últimas mixtas.
Lectura, escritura, matemáticas, moral, geografía argentina y mundial, historia universal y argentina, y, en las zonas agrícolas enseñanzas mínimas de actividades agrícola-ganaderas; para las niñas materias sobre economía doméstica y manualidades, y a los varones nociones de ejercicios militares; fueron estas alguna de las materias propuestas y que se implementaron para garantizar la educación integral.
    La obligación de la asistencia a clases quedó bajo responsabilidad de sus mayores a quienes se les aplicaba multas si no justificaban las inasistencias reiteradas y consecutivas.

Los maestros, al ser escasos, en primer lugar debían tener título habilitante, y se incorporaron además adultos que se los consideraba idóneos para ejercer el cargo.

Se prohibieron además los castigos corporales.

Como podemos observar el Congreso Pedagógico fue amplio y modernizante en su concepción teórica hacia la implementación del sistema educativo.

No obstante ello, al sancionarse la ley 1420, en el caso de los adultos se le restó importancia a su contención educativa.
         La Generación del ’80, fue la que impuso a partir del año 1884, la gratuidad de la enseñanza pública y lo hizo desde el Estado Nacional con una clara vocación centralista porteña por sobre las provincias e instrumentada solo en la Capital Federal creada en el año 1881 y en los territorios nacionales de entonces; inspiradas estas medidas en las provenientes de Francia, a instancias de su autor Jules Ferry.

Recién en el año 1905, con la Ley Lainez, el Estado Nacional extendió su influencia en el resto de las jurisdicciones educativas., lo cual implicó hacerse argo de salarios docentes, mobiliarios para los establecimientos educativos, creación de escuelas.
         Y dirigió todas sus energías a uniformizar a la población que estaba recibiendo desde hacía mas de veinticinco años el aluvión inmigratorio, con el objetivo de dotarla de un sentimiento, una historia y una identidad nacional.

El positivismo liberal de la clase dirigente vio en la escolaridad la manera de consolidar el proyecto republicano moderno que atacara dos flancos, por un lado el oscurantismo religiosos heredado de la hispanidad y la extranjerización propuesta en un comienzo como respuesta saludable a la población nativa incapaz e inculta, pero que trajo a vastos sectores sociales desposeídos y con ideologías de izquierda a nuestras tierras que terminaron enfrentando durante décadas a la oligarquía terrateniente en el poder.
         De este modo, los debates en el Congreso Pedagógico del año 1882, sintetizaron el positivismo naturalista, evolucionista del progreso indefinido y el conocimiento científico racionalista con los ideales cosmopolitismo enciclopedista sarmientino.

Esta síntesis ideológica cultural y política se transmitió a al educación pública y a los formadores de los educadores que pasaron por las escuelas normales.
         Y, en este punto mucho tuvo que ver al influencia en Sarmiento el pedagogo norteamericano, Horace Mann, quien ya en su país bregó por la educación gratuita y universal, tendiente a homogeneizar a la población sobre la base del respeto de la libertad del individuo.

La ley del año 1875 para la provincia de Buenos Aires del propio Sarmiento, mas la influencia de este norteamericano, y la ley francesa del año 1882, fueron las tres bases teóricas  que terminaron construyéndola.
Las casi cien maestras norteamericanas que vinieron al país a instancias de Sarmiento, llegaron formadas por las concepciones de Mann, a pesar que en su propio país habían sido dejadas de lado por la filosofía educacional conocida como pragmática, la cual hacía hincapié en las actividades prácticas y a la realidad de su propio entorno antes que a ideas abstracta europeizantes.

La vida cotidiana, tanto en lo laboral como en lo educativo eran las bases de la formación de los individuos, y así se desarrolló desde finales del SXIX la educación en los EE.UU.; mientras que en nuestras tierras continuamos con el funcionamiento pedagógico alejado de la realidad por cuestiones ya comentadas en este trabajo, vinculadas fundamentalmente a la presunción ideológica de la incapacidad de nuestras masas nativas.

Lo situacional en lo geográfico, la tradición cultural y la historia particular de nuestro pueblo no fueron tenidas en cuenta.

El universalismo se impuso a la realidad efectiva de nuestras tierras.
A MODO DE REFLEXIONES FINALES.
         Reiteramos, que, a pesar de esta visión crítica a la ideología sarmientina, no podemos dejar de reconocer que formó parte de dos de las tres Generaciones que han dejado su impronta en la Historia argentina; la del ’37 y la del ’80.

Ambas lograron imponer sus ideas y construir un modelo de país que, hasta la llegada del peronismo a mediados de la década del ’40 del Siglo XX, ( mas allá de los interregnos de los gobiernos de Hipólito Yrigoyen), supieron sostener sus intereses y sus objetivos prácticamente incólumnes.
         Domingo F. Sarmiento fue un militante de su época; y tomamos el Facundo como eje de este trabajo porque él lo blandió como espada para la batalla ideológica y cultural que emprendió a mediados de la década del ’40 y que lo acompañó hasta su ascenso a la presidencia de la nación en el año 1868.

E inclusive, siguió sacándole filo, sin mellarla, hasta su muerte en Asunción del Paraguay en el año 1888.
         En cuanto a su aporte a la educación en nuestro país, ya vimos cómo el  sistema educativo implementado por la Generación del ’80 se nutrió de este autodidacta, hombre de “espada, pluma y palabra”.

Y destacamos como herramienta fundamental, la historia oficial que se reprodujo tendiente a unificar antes que a educar en el sentido pleno del concepto a las masas inmigratorias;  y a recordarles a los criollos  que los héroes de la República los observaban desde sus estatuas para que no olvidaran quienes fueron los hacedores de la Nación.

El liberalismo había triunfado y esta era la esencia de la “pedagogía” de esta Generación, dirigida a los “bárbaros” propios y extraños.

La educación popular sarmientina había dejado su impronta cultural e ideológica estableciendo fronteras claras al Otro.

Un largo muro simbólico y material se erigió entre los sectores populares y la clase dirigente oligárquica que tardó años en agrietarse y ser derribado, prácticamente hasta el 17 de octubre del año 1945.

A partir de esta fecha-símbolo, el peronismo reconstruyó un pensamiento nacional y una doctrina que encarnó en la inmensa mayoría de a clase obrera a modo de identidad y conciencia que le permitió trascender largamente los períodos de gobierno de las décadas del ’40 y del ’50.

Esto se debió precisamente a una contrahistoria hecha realidad en las vivencias cotidianas, con la instalación de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.

Conceptos que ya Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, con el agrupamiento FORJA,  venían proclamando como ideario de la nación., y que el peronismo hizo masivas en la palabra del discurso oficial, en las fábricas y en las plazas.
     En las elecciones del 24 de febrero del año 1946, reapareció la antinomia civilización y barbarie, en la campaña electoral.

Los partidos opositores nucleados en la Unión Democrática ( Unión Cívica Radical, partido Socialista, Conservador y Comunista) al candidato del Partido Laborista, el entonces coronel Juan Domingo Perón, una vez retomaron el discurso de la lucha por la libertad, la civilización, la república y la democracia contra la posible entronización de un otro bárbaro.

No es casualidad que en la Marcha de la Libertad realizada por esta coalición de partidos, contra la presencia de Juan Perón en el gobierno, se cantó la Marsellesa como símbolo máximo de la libertad, y la cultura universal.
El peronismo es comparado con la mazorca y el nazismo y Juan Perón es Rosas “reencarnado”.

Mientras el líder de los trabajadores que está naciendo habla a sus seguidores de recuperar “los valores criollos, pensar, vivir y sentir como argentino”, cita frecuentemente al Martín Fierro, denuncia a la antipatria, a la oligarquía y unifica los conceptos Pueblo y Nación en un solo cuerpo doctrinario.
             Finalmente, algunas reflexiones acerca del apotegma “Sarmiento el padre del aula” y cristalizado como el maestro por excelencia en el altar de los mitos liberales.

Cuestión que ponemos en discusión no desconociendo la gran labor que realizó desde sus distintos cargos públicos, pero continuando con la línea de pensamiento que esbozamos hasta aquí:
         ¿De qué modo pretendió o de hecho incluyó a aquellos sectores con su concepción, claramente discriminatoria hacia quienes habitaban nuestro suelo y habían dado muestras de su amor a la tierra desde su defensa de Buenos Aires ante las Invasiones Inglesas de los años 1806-1807?
   “Con emigrados de California se está formando en el Chaco una colonia norteamericana. Puede ser el origen de un territorio, y un día, de un estado yanqui (con idioma y todo). Con este concurso genético mejorara nuestra raza decaída."  
    ¿O de qué manera aceptó darles un lugar en las aulas de la educación pública a los hijos o nietos de quienes batallaron por la Independencia de las Provincias Unidas, junto a los generales José de San Martín, Manuel Belgrano, José Gervasio de Artigas, Martín Miguel de Gûemes, a la sazón jefes militares; pero también caudillos de gauchos, indios, negros, mulatos, zambos; los vituperados por bárbaros y salvajes, pocos años mas tarde?
"¿Qué importa que el Estado deje morir de hambre al que no puede vivir por sus defectos?"   
     Milicias populares que cruzaron Los Andes para libertar pueblos hermanos, participaron de los éxodos de la Banda Oriental y Jujuy, juraron la Bandera cuando desde el centralismo bonaerense de la futura ciudad-puerto que tanto ensalzó Sarmiento como sinónimo de orden y progreso, prohibieron todo acto emancipatorio y soberano.
         ¿Cuál habrá sido la síntesis educativa que permitió ubicar al paisanaje defensor de las costas de nuestros ríos interiores contra las invasiones anglo-francesas entre los 1838 y 1845, en las aulas sarmientinas?
 “Hemos jurado con Mitre que no quedara uno vivo".   (En referencia a los prisioneros partidarios del Chacho Peñaloza; paisanos federales del interior profundo.)

La respuesta quizás final, la hayamos en su recurrente definición acerca de la labor de ingleses, franceses y holandeses en Norteamérica, allí
     
                                                 “no establecieron mancomunidad ninguna con los
                                                 aborígenes, y cuando con el lapso de tiempo sus
                                                 descendientes fueron llamados a formar Estados 
                                                 independientes, se encontraron compuestos de 
                                                 las razas europeas puras, con sus tradiciones 
                                                 de civilización cristiana y europea intactas, con
                                                 su ahínco de progreso y su capacidad de 
                                                 desenvolvimiento, aún mas pronunciado si cabe
                                                 que entre sus padres, o la madre patria.”  
                                                              Sarmiento, Obras Completas, tomo XI.
                                       
     

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA.
Halperín Donghi, Tulio, Proyecto y construcción de una nación, (1846-1880), Buenos Aires: Arel historia. 1995
Hartog, Francois, El espejo de Heródoto, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2002.
Hernández Arregui, Juan José, Imperialismo y Cultura, Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1973.
Hernández Arregui, Juan Jopé, ¿Qué es el Ser Nacional?”,Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1973.
Hobsbawn, Eric, Las revoluciones burguesas, Barcelona: Guadarrama, 1985.
Oszlak, Oscar, La Formación del Estado Argentino, Orígen, progreso y desarrollo nacional, Buenos Aires: Editorial Palneta , 1997.
Quatrocchi-Woisson, Diana, Los males de la memoria, Historia y política en la Argentina, Buenos Aires: Emecé Editores, 1995.
Rock, David, El radicalismo argentino (1890-1930), Buenos Aires: Editorial Amorrortu, 1977.
Rouquié, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina, I 1880-1943, Buenos Aires: Taurus, 1994.
Sarmiento, Domingo F.,  Facundo, Civilización y Barbarie, Vida de Juan Facundo Quiroga y aspecto físico , costumbres y hábitos de la República Argentina, Buenos Aires: Cantaro. 2005.
        -----------,               Discursos Populares, Buenos Aires: El Ateneo, 1927.
        -----------, Obras Completas, Tomo XI, Buenos Aires: Luz del Día, 1950.
Svampa, Maristella, El dilema argentino, Civilización o Barbarie, Buenos Aires: Taurus. 2006
Profesor Guillermo M. Batista.                                         
Secretaría de Profesionales, Consejo Directivo Nacional, UPCN.

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