Por Roberto Samar *
Responsabilizar a los inmigrantes de nuestros problemas es un lugar común que circuló en muchos discursos a lo largo de la historia. En ese sentido, se los coloca en el lugar de chivo expiatorio, y se canaliza sobre ellos nuestras frustraciones y problemas estructurales. En ese marco, podemos tomar la Ley de Residencia del año 1902, donde se habilitaba al gobierno a expulsar personas nacidas en otros países sin juicio previo. Es decir, el problema no era la inequidad social del modelo agroexportador; el problema eran los inmigrantes conflictivos.
Más acá en la historia, en la década del noventa, la revista La Primera, de tinte menemista, colocaba en su tapa el título: “La invasión silenciosa”, con la imagen de una persona en situación de pobreza, sin un diente, sacado intencionalmente con Photoshop, y con el Obelisco de fondo. Esa revista buscaba legitimar el discurso de que el problema de la desocupación estructural no era la convertibilidad y el modelo de privatizaciones: el problema eran los inmigrantes de los países limítrofes que quitaban puestos de trabajo.
Los discursos que circulan a lo largo de la historia no desaparecen, se resignifican, se fortalecen o se tensionan para asumir nuevos sentidos. Actualmente el eje de este discurso se repite apelando a un imaginario social que construye un nosotros, “los argentinos buenos”, en oposición a los otros, “los extranjeros malos”. En ese sentido, según Stella Martini, el imaginario opera en la construcción de estigmas, en el rechazo del otro, en la aplicación de sanciones sociales al alter.
Actualmente, algunos medios de comunicación y funcionarios asocian el delito y la violencia a los inmigrantes de los países limítrofes; porque es fácil canalizar nuestros miedos sobre ellos, reforzando estereotipos y prejuicios presentes en nuestra sociedad.
Sin embargo, los números indican otra cosa. Según el informe del Sistema Nacional de Estadística sobre Ejecución de la Pena del año 2012, de los 61.192 presos que tenemos en nuestro país el 94 por ciento son argentinos. Asimismo, el estudio llevado a cabo por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el año 2010 sobre los homicidios dolosos cometidos en la Ciudad de Buenos Aires arrojó los siguientes datos: sólo un 0,55 por ciento sospechaba que el autor era una persona de origen boliviano, ningún peruano y el 6,63 por ciento eran personas nacidas en Paraguay. Es decir que de las identidades estigmatizadas sólo un 7,18 por ciento se las vincula a estos crímenes.
Mientras que de las víctimas de homicidios, un 6,51 por ciento fueron bolivianos, 10,65 peruanos y 11,83 paraguayos. Es decir que estas tres nacionalidades concentraron el 28,99 por ciento de las víctimas de homicidio.
Por lo tanto, los inmigrantes tendieron a ser víctimas de situaciones de violencia pero no victimarios. En base a lo expuesto, podemos concluir que la incidencia de los extranjeros en los delitos no es significativa. Las raíces de los delitos debemos buscarlas en nosotros, en las estructuras delictivas vinculadas a espacios de poder. A modo de ejemplo, en las grandes marcas de ropa que subcontratan talleres clandestinos, en los cuales hay trabajadores y trabajadoras en condiciones de esclavitud. Asimismo, para reducir la violencia que sufren los sectores más vulnerables debemos poner en tensión los discursos que segmentan, aíslan y legitiman discriminaciones de las personas a las que les cuesta más ejercer sus derechos.
* Licenciado en Comunicación Social. Docente de Comunicación Social y Seguridad Ciudadana” (UNRN).
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