Todos los movimientos de almas, los ríos cruzados, los aludes sobrevividos, las ceremonias que persistieron, las espadas y cruces que no consiguieron detener el fervor de los ancestrales idiomas que alcanzaron nombrar lugares antes de que los mapas y cartógrafos le pusieran fronteras al horizonte, al canto, a los dioses, al viento, antes de que los cerrajeros de la lengua de los barcos impusieran sus candados ,antes de que el ferrocarril, el gran colonizador inglés, esparciera sus nombres, y de que el murmullo de la Remington se transformara en la plegaria del nuevo dios del desierto.
Nuestros antiguos, los habitantes de Abya Yala, fueron los primeros nombradores, de esta manera hallamos muchas localidades de nuestro país, que aún conservan su denominación indígena: Carhué, Trenque Lauquen, Quequén, Calamuchita, Ayacucho, Curuzú Cuatiá, Itatí, Guaymallén, entre tantas otras. Sin embargo, también encontramos muchas comarcas, no sólo las que tenían nombres aborígenes, sino también denominaciones gauchas, a las que se les ha cambiado el nombre por términos o apellidos extranjeros; por nombres que evocan otros continentes, otras culturas, otras maneras de relacionarse con la tierra. De este modo Huaique Nelo (“tiene sauces” en mapuche, aunque algunos lo traducen como “el que tiene lanzas”) pasa a llamarse , en 1879, Allen, en tributo al ferroviario británico Henry Charles Allen. De la misma manera, en plena tierra querandí, en Santa Fe, una localidad es bautizada: Armstrong, por Thomas Armstrong, uno de los pioneros en el desarrollo de la empresa ferroviaria. Similar suerte corre “Chañares”, comarca cordobesa a la que se le cambia el nombre por el de “James Craik”, en tributo al empresario inglés, que en 1881 ocupara la gerencia del Ferrocarril Central Argentino. ¡Qué misterio el del tren en la Argentina! Por un lado ha creado pueblos y por otro ha destrozado culturas, es decir, ha unido zonas distantes, y por otro ha fundado una distancia cultural, como colonizador cultural, no sólo por su recorrido unitario, teniendo a Buenos Aires como centro, sino también por esto de bautizar localidades con nombres foráneos.
Otro ejemplo del coloniaje nombrador es el caso de nombres de pueblos corresponden a estancieros que donaron “sus tierras”. En la Provincia de Buenos Aires, donde habitaban los indios pampas, se levantó una comarca denominada Jeppener, en honor al estanciero que donara terrenos ¿Siguiendo esta lógica, no debiera llamarse tierras de los pampas? Así encontramos muchas localidades con nombres de estancieros como: “Lezama”, “Ortiz Basualdo”, “Gándara”; siempre borrando la huella aborigen y gaucha. El historiador Norberto Galasso señala: “Se llegó a denominar algunos pueblos como si fueran regalos de cumpleaños, con nombres de recién nacidos o apodos familiares; así, los Tornquist dieron el nombre de su nena “Verónica” a la localidad vecina a Punta de Indio; Villa María debe su nomenclatura a María Ocampo, tía de Doña Victoria; el balneario Santa Teresita rinde homenaje a Teresa, la esposa de Luis Duhau y el pueblo “La Beba”, cerca de Rojas, se llama así porque “Beba” apodaban a Ángela Álzaga Unzué de González Guerrico, sobrina de María Unzué de Alvear, donante de esos terrenos...esa geografía al robársele su toponimia original, fue cada día más extraña para el argentino…”
Hay algo en esto de los cambios de nombres de los pueblos, que responde a la zoncera sarmientina, aquella de “Civilización y Barbarie”, siempre considerando civilizado lo extranjero y bárbaro lo nativo, de hecho fue al mismo Sarmiento, cuando en 1870, yendo en tren a Córdoba, pasa por la comarca, por entonces denominada “Fraile muerto”, al que le agarra un ataque de civismo y le cambia el nombre por el de Bell Ville, como se lo conoce hoy. Siguiendo la misma huella “civilizadora” o mejor dicho colonizadora, un paraje de la provincia de Buenos Aires que llevara por nombre “Chañar”, en 1865 por decreto del poder ejecutivo pasa a llamarse Lincoln, honrando a Abraham Lincoln, el asesinado presidente de los Estados Unidos. Del igual modo, una localidad cordobesa situada en el departamento Río Cuarto, se llama Washington. Y en medio del fervor ancestral de la cultura diaguita podemos hallar a Londres, pueblo catamarqueño.
El genocidio cultural, representado en la “matanza del desierto” llevada a cabo por Roca, tiene símbolos nítidos que rememoran aquella célebre carnicería, tal es así que un pueblo se lo bautizara Rauch, en tributo al militar prusiano Federico Rauch, al que wikipedia define livianamente como: “militar prusianoargentino que peleó contra los indios en la frontera y en las guerras civiles argentinas” Mientras que el escritor Osvaldo Bayer, da una definición más precisa de Rauch: “Ese coronel prusiano era de una crueldad terrible. A los indios les hacía el degüello corbatita para ahorrar en balas. Yo no podría vivir en una ciudad llamada así”
Señalamos como responsables de los cambios de nombres aborígenes y gauchos a los conquistadores, a los bárbaros civilizadores criollos y también a los herederos y alumnos del genocidio cultural: la última dictadura militar que arrasa con las denominaciones indígenas de pueblos y ciudades tucumanas, reemplazándolas por nombres que aluden a militares, de esta forma: Caspinchango, en la localidad de Monteros, es rebautizada como Teniente Berdina y Yacuchina, también en el departamento de Monteros, pasa a ser Capitán Cáceres.
Jauretche sostenía que la incapacidad para ver el mundo desde nosotros mismos ha sido sistemáticamente cultivada en nuestro país ya que nos han educado señalándonos que el mundo comienza en el norte, por eso es necesario que para pensar como argentinos nos ubiquemos en el centro del mundo: “nunca seremos nosotros mismos si continuamos colocándonos en el borde del mapa” Tal vez debamos comenzar con los nombres de nuestros pueblos y ciudades, calles, trenes, escuelas, teatros; con los nombres de nuestros hijos, hasta que llegue el día en que decidamos ponerle al porvenir un nombre que se nos parezca, un nombre que se parezca a ese viento sin alambrados, a esa tierra donde no se considera dueño al estanciero,sino que se la vive como el sagrado escenario que la Pachamama le presta al humano.
Pan y Cielo, el blog de Pedro Patzer
www.pedropatzer.blogspot.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario