La construcción deportiva del otro como antagonista, de la otredad –si se permite– en términos filosóficos, de esa explicación que en Brasil se intenta esbozar ante lo inexplicable (el 7-1 en contra con Alemania, ver a la Argentina en la final del Mundial), es un ejercicio que la prensa local intenta por estas horas con una ligereza y chauvinismo que alarma. Lo curioso es que en España se construye sentido en la misma sintonía. Marca tituló en su tapa: “Argentina remata a Brasil”. La Selección eliminó a Holanda, pero en el imaginario colectivo el rival es otro. Es Brasil.
Las identidades futbolísticas prefabricadas con artificios transforman la alegría ajena en desgracia propia. Es demasiado fuerte la tendencia a gozar del sufrimiento de otro, a vivir como un calvario la consagración foránea, y si ese otro es el adversario histórico, más aún. Es una moda que se impuso como combustible muy inflamable. Hasta la más ingenua de las cargadas puede ser la mecha para el peor incendio. Lo nocivo es que esa visión de recorrido corto, extraviada, se exacerbe desde los medios. La reconstrucción desde las cenizas futbolísticas brasileñas que dejó la goleada en contra se levanta desde una identidad fraguada, ahistórica, como la que mostró el diario deportivo Lance en su portada.
El medio brasileño tituló: “Ahora somos todos Alemania”. ¿Desde dónde puede arrogarse esa representación de ciudadanía deportiva? ¿Desde qué coincidencias históricofutbolísticas? ¿Cuál es la idea con que se titula, a no ser que se trate de encontrar la revancha en el otro, ese otro que hoy es Argentina y que está lejos en la suma de títulos mundiales? Cinco a dos.
La revelación puede encontrarse en la humillación deportiva, en la ausencia de explicaciones propias, en el afán de cerrar rápido una herida fugando hacia adelante. La excepcionalidad de un 7-1 en casa, de la amargura de casi 200 millones de habitantes, de la gloria pretérita embarrada por una noche fatal, antes de explicarse, se sufre. Y, se sabe, el sufrimiento no es un buen procesador de las emociones, sobre todo cuando a éstas se las exacerba, se les echa ponzoña, se las transforma en una caza de brujas.
En la historia de la humanidad hay ejemplos nefastos de cómo se construye sentido depositando en el otro las frustraciones propias. El papel de los medios determina en buena medida esa mirada sesgada, chauvinista, que incluso ubica a un deporte –el fútbol– en un sitio de implicancias superiores a las que representa o debería representar.
El talentoso Dante Panzeri sostenía con su habitual sabiduría que el deporte debía ser para las mayorías “un desintoxicante y no un tóxico más”. Es evidente que el Mundial, según la visión de cierta prensa brasileña, debe seguir intoxicando. Y el mejor veneno que encontraron está en la Selección Argentina. La representación de esa otredad que les viene a medida para evitar por unos días no concentrarse en los verdaderos responsables de su debacle futbolística.
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