Desde el 17 de junio se alejaron del gobierno dos de sus ministros más reconocidos y junto con ellos varios funcionarios de segunda línea, abriendo en el gobierno de Nicolás Maduro un tipo de crisis política imprevista en la agenda de Miraflores y en las cancillerías latinoamericanas. Se produce en medio de una contrarreforma en la política internacional, dentro de un país central en el nuevo armado latinoamericano.
Es la primera nacida por causas internas y no, como las otras, provocadas por las fuerzas enemigas externas. En esa medida, se parece más a la que sufrió Hugo Chávez entre finales de 2001 y abril de 2002, cuando varios ministros y un grupo de generales se apartaron del poder para abrir el camino al golpe del 11 de abril.
Esta vez no existe previsión de golpe alguno desde la derecha. El brote fascista de febrero fue contenido y la oposición empresaria encauzada en las Mesas de Negociación donde recibieron ingentes beneficios en precios para sus mercancías y dólares para sus importaciones. Aunque estas concesiones parciales no completan un cuadro de reversión, por ejemplo, devolviendo las grandes o la mayoría de las plantas estatizadas, expropiadas o bajo control obrero, la burguesía venezolana entendió que lo obtenido puede abrir el camino para esa posibilidad.
Esta ruptura aparece en medio una economía desbarajustada por los saboteos empresariales, atrapada entre su mayor déficit fiscal (por encima del 10%) y una improductividad crónica en la industria: el último Informe del Ministerio del Poder Popular para Industrias (2013-2014), registra una caída pronunciada en la producción de los 34 segmentos industriales y manufactureros que sostienen el PBI. Sólo se salvan el petróleo y una parte de la producción rural administrada por los Consejos Comunales.
Giordani ataca a Maduro por realizar gastos dispendiosos (“un aluvión de gastos”), otorgar divisas y contratos por compromiso, permitir la injerencia de un equipo de franceses en las decisiones y no hacer nada para desmontar la maquinaria corrupta y desgastada del poder político. Sorprende recordar que estos cinco problemas están presentes desde hace 10 años.
No habrá manera de impedir nuevas rupturas, aunque no sean tan escandalosas, en un sistema político sometido a una traumática transición política, sin el líder instituido como factor unificador y una debilidad ideológica pasmosa en sus cuadros dirigentes dentro de un gobierno atrapado por una burocracia rentista, improductiva, constituida como el principal factor de riesgo.
Es la primera nacida por causas internas y no, como las otras, provocadas por las fuerzas enemigas externas. En esa medida, se parece más a la que sufrió Hugo Chávez entre finales de 2001 y abril de 2002, cuando varios ministros y un grupo de generales se apartaron del poder para abrir el camino al golpe del 11 de abril.
Esta vez no existe previsión de golpe alguno desde la derecha. El brote fascista de febrero fue contenido y la oposición empresaria encauzada en las Mesas de Negociación donde recibieron ingentes beneficios en precios para sus mercancías y dólares para sus importaciones. Aunque estas concesiones parciales no completan un cuadro de reversión, por ejemplo, devolviendo las grandes o la mayoría de las plantas estatizadas, expropiadas o bajo control obrero, la burguesía venezolana entendió que lo obtenido puede abrir el camino para esa posibilidad.
Esta ruptura aparece en medio una economía desbarajustada por los saboteos empresariales, atrapada entre su mayor déficit fiscal (por encima del 10%) y una improductividad crónica en la industria: el último Informe del Ministerio del Poder Popular para Industrias (2013-2014), registra una caída pronunciada en la producción de los 34 segmentos industriales y manufactureros que sostienen el PBI. Sólo se salvan el petróleo y una parte de la producción rural administrada por los Consejos Comunales.
Giordani ataca a Maduro por realizar gastos dispendiosos (“un aluvión de gastos”), otorgar divisas y contratos por compromiso, permitir la injerencia de un equipo de franceses en las decisiones y no hacer nada para desmontar la maquinaria corrupta y desgastada del poder político. Sorprende recordar que estos cinco problemas están presentes desde hace 10 años.
No habrá manera de impedir nuevas rupturas, aunque no sean tan escandalosas, en un sistema político sometido a una traumática transición política, sin el líder instituido como factor unificador y una debilidad ideológica pasmosa en sus cuadros dirigentes dentro de un gobierno atrapado por una burocracia rentista, improductiva, constituida como el principal factor de riesgo.
El ojo de los buitres. Estas tendencias y los efectos favorables para sus intereses, lo comprendió el gobierno de Estados Unidos. El 12 de junio, la consultora mundial Merrill Lynch, luego de un paseíto por Caracas, tituló su informe “Venezuela: el vaso medio lleno”. Fue elaborado pocas horas antes de la renuncia del Ministro, cuando ya había sido removido de sus cargos en el Banco Central y en Pdvsa. Veamos cómo lo quieren llenar.
Esta firma, cuyo mandante es el Bank of Americas, define que “las autoridades están tomando las medidas necesarias para estabilizar la macroeconomía del país”. Según el informe, hay dos razones clave para llenarlo con nuevo contenido. La primera señalada en el informe es la salida de Giordani, porque significará una “disminución de la influencia del ala marxista radical en temas de política económica”.
La segunda esperará el mediano plazo: “Si bien las autoridades venezolanas no están dispuestas a contemplar la (re) privatización de empresas, hay evidentemente una mayor disposición por parte de funcionarios para la participación del sector privado e inversionistas que la que había en el pasado” (Venezuela: “El vaso está medio lleno”. Bank of América - Merrill Lynch. Aporrea.org, 20 de junio 2014)
Esta firma, cuyo mandante es el Bank of Americas, define que “las autoridades están tomando las medidas necesarias para estabilizar la macroeconomía del país”. Según el informe, hay dos razones clave para llenarlo con nuevo contenido. La primera señalada en el informe es la salida de Giordani, porque significará una “disminución de la influencia del ala marxista radical en temas de política económica”.
La segunda esperará el mediano plazo: “Si bien las autoridades venezolanas no están dispuestas a contemplar la (re) privatización de empresas, hay evidentemente una mayor disposición por parte de funcionarios para la participación del sector privado e inversionistas que la que había en el pasado” (Venezuela: “El vaso está medio lleno”. Bank of América - Merrill Lynch. Aporrea.org, 20 de junio 2014)
Quiénes se fueron. Jorge Giordani, economista experto en planificación, amigo y tutor del ex Comandante, patriarca de la economía chavista desde sus inicios, fue el ministro que más duró entre el primer gabinete de Hugo Chávez y el de Nicolás Maduro.
Junto con él se fue Héctor Navarro, destacado ex Ministro de Educación Superior, de Ciencia y Tecnología y ocupante de otros cargos de alto nivel al lado de Chávez. Navarro y Giordani fueron registrados por la película La revolución no será televisada en los pasillos del palacio cuando se pensó en organizar su defensa en 2002. Navarro fue uno de los últimos en abandonar el Palacio y uno de los primeros en volver cuando el pueblo chavista echó por la fuerza a la escuálida junta cívico-militar instaurada 47 horas antes. Giordani, un modoso y circunspecto profesor de economía marxista en la Universidad se hizo conocido fuera del país por una frase de inspiración unamuniana reseñada en ese documental en el momento exacto en que se consumaba la derrota a las 4 de la madrugada: “Es el triunfo de la muerte”, dijo.
A pesar de su impacto y efectos, ambas defecciones no constituyen noticia en la historia de gobierno y procesos que intentaron transformar algo. Desde la originaria Revolución Rusa hasta la sandinista de 1979, pasando por todos los procesos revolucionarios genuinos de arraigo popular, fue casi una norma.
En realidad, la novedad no es que Giordani y Navarro se hayan ido ahora. Como advierten varios articulistas bolivarianos en sus medios comunitarios y en algunos del gobierno, “otros ya están en puerta”. Uno de estos opinadores del movimiento chavista, bajo el título “¿Dividimos al PSUV o lo abandonamos?”, debate con otro chavista y advierte sobre la causas que podrían conducir a la fractura del PSUV en su actual congreso: “Tenemos un PSUV que sirve para lanzar consignas tal vez bonitas y luego toda la militancia repite como loro y lora, según sea el caso, pero las consignas no son hechos después” (Claudio Domínguez - www.aporrea.org). Con esta fórmula, consignas que no se transforman en hechos, se puede retratar la declinación del voto chavista desde 2007, el alejamiento de su mejor militancia y el riesgo de nuevas rupturas.
Junto con él se fue Héctor Navarro, destacado ex Ministro de Educación Superior, de Ciencia y Tecnología y ocupante de otros cargos de alto nivel al lado de Chávez. Navarro y Giordani fueron registrados por la película La revolución no será televisada en los pasillos del palacio cuando se pensó en organizar su defensa en 2002. Navarro fue uno de los últimos en abandonar el Palacio y uno de los primeros en volver cuando el pueblo chavista echó por la fuerza a la escuálida junta cívico-militar instaurada 47 horas antes. Giordani, un modoso y circunspecto profesor de economía marxista en la Universidad se hizo conocido fuera del país por una frase de inspiración unamuniana reseñada en ese documental en el momento exacto en que se consumaba la derrota a las 4 de la madrugada: “Es el triunfo de la muerte”, dijo.
A pesar de su impacto y efectos, ambas defecciones no constituyen noticia en la historia de gobierno y procesos que intentaron transformar algo. Desde la originaria Revolución Rusa hasta la sandinista de 1979, pasando por todos los procesos revolucionarios genuinos de arraigo popular, fue casi una norma.
En realidad, la novedad no es que Giordani y Navarro se hayan ido ahora. Como advierten varios articulistas bolivarianos en sus medios comunitarios y en algunos del gobierno, “otros ya están en puerta”. Uno de estos opinadores del movimiento chavista, bajo el título “¿Dividimos al PSUV o lo abandonamos?”, debate con otro chavista y advierte sobre la causas que podrían conducir a la fractura del PSUV en su actual congreso: “Tenemos un PSUV que sirve para lanzar consignas tal vez bonitas y luego toda la militancia repite como loro y lora, según sea el caso, pero las consignas no son hechos después” (Claudio Domínguez - www.aporrea.org). Con esta fórmula, consignas que no se transforman en hechos, se puede retratar la declinación del voto chavista desde 2007, el alejamiento de su mejor militancia y el riesgo de nuevas rupturas.
Un mal que viene de antes. Desde por lo menos el año 2011 se conocen señales internas que susurraban situaciones como ésta. Algo estaba por pasar en el sistema político chavista.
Sin embargo, la primera crisis gubernamental no apareció desde el interior del régimen, sino desde las fuerzas externas al chavismo. Las fuerzas bolivarianas y los factores componentes de su gobierno y régimen, han tenido que defenderse desde aquel año contra el brutal asedio de organismos de la diplomacia y la prensa internacionales, además de conspiraciones continuas internas, brotes levantiscos, asesinatos sumarios desde 2013, saboteo comercial, hasta llegar a su manifestación fascista en febrero de este año.
Mucho antes de la actual renuncia del Ministro de Planificación, esas señales de malestar estaban agazapadas dentro del gobierno de Hugo Chávez, antes y después de su muerte. Hace un año, un general, Ministro de Alimentación, casi se va cuando el gobierno favoreció a los obreros de Diana, una empresa bajo control obrero a la que el Ministro le quiso imponer un presidente designado por él.
Estas diferencias no son nuevas. Se han retratado en por lo menos tres vertientes de opinión verificadas, aunque no siempre hayan adoptado formas organizadas o corrientes con nombre y apellido. La presencia del líder las solapaba, las contenía o las impedía, como el caso del ex ministro Eduardo Samán.
Una propugna la profundización del proceso revolucionario hasta alcanzar una transición que permita abrir el camino al socialismo, basado en el poder comunal y del resto del pueblo trabajador.
La segunda, trata de desmontar las conquistas sociales, políticas, económicas, culturales y militares alcanzadas, se sostiene en los nuevos “empresarios bolivarianos” y en los viejos antibolivarianos, privilegiados ambos por la renta petrolera que se derrama a borbotones por los contratos con Pdvsa, los dólares estatales baratos y los cupos de importación. Esa es la llamada “boliburguesía”, tributaria lumpen de una clase dominante modelada en el mismo molde moral.
Y existe una tercera opinión, de porte y conducta socialdemócrata, tan difusa en términos organizativos como las anteriores, pero que trata de colocarse como un “factor equilibrante” entre las dos primeras y otras opiniones de menor peso. La renuncia del ex poderoso Ministro de Planificación habla de un personaje que compartió las ideas del primer sector, pero actuó desde el gobierno como si hubiera sido del tercero. Allí, en ese punto, se revelan tanto su impotencia como su prepotencia individualista.
Sin embargo, la primera crisis gubernamental no apareció desde el interior del régimen, sino desde las fuerzas externas al chavismo. Las fuerzas bolivarianas y los factores componentes de su gobierno y régimen, han tenido que defenderse desde aquel año contra el brutal asedio de organismos de la diplomacia y la prensa internacionales, además de conspiraciones continuas internas, brotes levantiscos, asesinatos sumarios desde 2013, saboteo comercial, hasta llegar a su manifestación fascista en febrero de este año.
Mucho antes de la actual renuncia del Ministro de Planificación, esas señales de malestar estaban agazapadas dentro del gobierno de Hugo Chávez, antes y después de su muerte. Hace un año, un general, Ministro de Alimentación, casi se va cuando el gobierno favoreció a los obreros de Diana, una empresa bajo control obrero a la que el Ministro le quiso imponer un presidente designado por él.
Estas diferencias no son nuevas. Se han retratado en por lo menos tres vertientes de opinión verificadas, aunque no siempre hayan adoptado formas organizadas o corrientes con nombre y apellido. La presencia del líder las solapaba, las contenía o las impedía, como el caso del ex ministro Eduardo Samán.
Una propugna la profundización del proceso revolucionario hasta alcanzar una transición que permita abrir el camino al socialismo, basado en el poder comunal y del resto del pueblo trabajador.
La segunda, trata de desmontar las conquistas sociales, políticas, económicas, culturales y militares alcanzadas, se sostiene en los nuevos “empresarios bolivarianos” y en los viejos antibolivarianos, privilegiados ambos por la renta petrolera que se derrama a borbotones por los contratos con Pdvsa, los dólares estatales baratos y los cupos de importación. Esa es la llamada “boliburguesía”, tributaria lumpen de una clase dominante modelada en el mismo molde moral.
Y existe una tercera opinión, de porte y conducta socialdemócrata, tan difusa en términos organizativos como las anteriores, pero que trata de colocarse como un “factor equilibrante” entre las dos primeras y otras opiniones de menor peso. La renuncia del ex poderoso Ministro de Planificación habla de un personaje que compartió las ideas del primer sector, pero actuó desde el gobierno como si hubiera sido del tercero. Allí, en ese punto, se revelan tanto su impotencia como su prepotencia individualista.
Un síntoma de la enfermedad. La renuncia de Giordani no representa la de una agrupación definida. Fue, más bien, una reacción individual, casi solitaria, más preñada de una personalidad irresoluta que de un proyecto serio, y más nutrida de incomodidad personal por las nuevas relaciones de poder en el Gabinete, que de un posicionamiento radical en lo político. De hecho, fue duramente cuestionado como “personalista”, por sus más cercanos colaboradores en su único grupo ideológico de pertenencia, llamado Aerópagos. Este núcleo de propaganda, lo fundó Giordani junto al reconocido editor y político Manuel Vadell, el actual gobernador provincial de origen militar Castro Soteldo y otros intelectuales marxistas, a comienzos del año 2003; por algunos años intentaron, con más publicaciones que éxito, instalar la idea de “Una moral socialista para una sociedad socialista”. Todas las buenas razones de crítica económica dichas por Giordani en su carta de renuncia del 17 de junio de este año (“Testimonio y responsabilidad ante la historia”), no alcanzan para ocultar lo que Giordani no comprende: él es, en un mismo tiempo y persona, víctima y victimario de una economía y una gobernabilidad declinante desde hace algunos años. Aunque él no aporta en su renuncia ninguna solución política, quedará como una muestra a destiempo de una ruptura inexorable, aunque contenida por dos años. Todo lo demás son pretextos.
De todas maneras, la ida de Jorge Giordani no es más que la confirmación desde las alturas del poder, de un debate decisivo ya instalado en las profundidades sociales.
Por lo menos desde el año 2008, el chavismo comenzó a reflexionar alrededor de su primera y única derrota nacional, en diciembre de 2007, cuando la derecha ganó el Referéndum Reformatorio de la Constitución que buscaba instituir el derecho a reelegir al Presidente con el voto soberano, cuantas veces le diera la gana a la gente. Cientos de miles de militantes chavistas fueron clave en esa derrota, pues la oposición no contaba con votos suficientes.
A ese golpe le siguió el de las elecciones parlamentarias de 2010, cuando la derecha se apoderó de más del 40% de la Asamblea Nacional y el gobierno no pudo demostrar que obtuvieron más votos que ellos. Luego, como un desquiciante terremoto en secuencia, vinieron el drama de la enfermedad, las inseguras elecciones de octubre de 2012, la crisis política de enero, la muerte en marzo y el escasísimo margen de gobernabilidad con el que asumió Nicolás Maduro en abril, rodeado del asesinato de 14 chavistas en menos de una semana.
Desde 2008, no hay militante o cuadro responsable de las organizaciones sociales, intelectuales y políticas del movimiento bolivariano, que no se haya preguntado por el destino del chavismo. Esta pregunta, en las diversas formas aparecidas en las organizaciones, comenzaron a provocar reacciones en una parte de la base chavista, pero sobre todo entre sus mejores cuadros. Una salida es el alejamiento, la distancia cauta cuando no el rompimiento individual, una de las formas que asume la impotencia en la vida política. Muchos no entendían, y siguen sin entender, por qué el gobierno no reacciona, desde hace por lo menos cinco años, a una declinación sostenida de la economía y la gobernabilidad chavista. Así se fue aflojando la argamasa que une a todo movimiento con su gobierno: la confianza.
Algunos de sus mejores militantes intelectuales han advertido desde 2008 sobre estos dilemas. Entre los más conocidos por sus aportes sistemáticos, registramos al profesor universitario Javier Bardieu, el investigador marxista y viejo cuadro guerrillero Carlos Lanz, el sociólogo y activista Reynaldo Iturriza (actual Ministro del Poder Popular), los economistas Manuel Sutherland y Víctor Álvarez, Gonzalo Gómez (director periodístico de Aporrea y miembro de Marea Socialista), Roland Dénis (filósofo y reconocido militante de movimientos sociales, miembro de La Guarura), el politólogo y comunicador Nicmer Evans, o Luis Brito García, miembro del Consejo de Estado, uno de los más completos intelectuales del Caribe. Ellos han escrito y dicho suficientes reflexiones para demostrar que desde hace rato el chavismo se está repensando a sí mismo, tratando de encontrar una solución por izquierda a una crisis acumulativa cuyas causas nacieron adentro y por derecha.
En 2009, el Centro Internacional Miranda, la usina de pensamiento marxista del Estado, celebró el conocido Congreso de los intelectuales; allí, el profesor chavista español Juan Carlos Monedero, un cercano colaborador de Chávez, alertó, junto a los casi 100 pensadores reunidos, sobre una de las perversiones más preocupantes del proceso: el “síndrome de híperliderazgo”.
El propio líder bolivariano aportó, en sus particulares maneras y desde su lugar presidencial, su propia muestra de conciencia sobre una situación interna que tendía a convertirse en riesgosa para el gobierno y el movimiento. Sus sistemáticos llamados a combatir la corrupción, a mejorar la gestión superando la terrible burocracia instalada a su alrededor, su desesperado reclamo de expandir una conciencia socialista, exigiendo, por ejemplo, la revisión de las rupestres Escuelas de Formación Política del PSUV, o sus pedidos para que Telesur y los medios periodísticos estatales alentaran la crítica de la base. Incluso, debatiendo desde sus propios errores. Por ejemplo, cuando rompió relaciones con las FARC por el manejo extorsivo que hizo esta organización del caso del niño Enmanuel, y mandó a las “guerrillas al carajo” abriendo un serio debate sobre el tema, del que participaron personalidades como James Petras, la cubana Celia Hart y el misímismo Fidel Castro. El mismo sentido crítico y reflexivo tuvo el día que les reconoció a los intelectuales, en noviembre de 2011, que ellos habían tenido más razón que él, cuando lo criticaron, dos años antes, por “híperliderazgo”. El Programa de la Patria y el subprograma conocido como Golpe de Timón, ambos del año 2012, enfocados en acelerar el tránsito al post-capitalismo, muestran a un Chávez debatiendo con su movimiento, pero también con él mismo, a una escala desconocida desde los años iniciales de la Revolución Cubana.
Uno de los datos menos valorados del proceso político bolivariano, es su capacidad democrática para debatir al interior y al exterior del movimiento y el gobierno, sólo a veces mancillada por la prepotencia desde algún ministerio, un medio periodístico estatal o desde el PSUV. La renuncia de Giordani destapó un nuevo debate a escala de la militancia. En el medio bolivariano que sirve de mural a esa vivencia democrática, Aporrea, se han publicado alrededor de 140 opiniones y reflexiones sobre el tema. El Correo del Orinoco, el diario más oficial del gobierno, editó a comienzos de julio un reportaje central con Javier Bardieu, uno de los intelectuales marxistas más críticos.
Este tipo de crisis en la cúpula son inevitables, en gobiernos y regímenes políticos de este tipo. Nacen y viven sometidos a brutales presiones externas de poderosos enemigos nacionales e internacionales, y a demandas sociales crecientes de poblaciones miserabilizadas por la explotación alienante. De allí que su aparición y recurrencia aparece como una norma de funcionamiento histórico. En realidad, es una expresión metabólica de la lucha contra el capital, forzada por transiciones sociales y económicas traumáticas, sin le tiempo necesario para estabilizarse. Ese estado crucial de transiciones internas sin pausa se acelera y convierte en rupturas cuando la sociedad entra en conflicto y la forma gubernamental no encuentra los equilibrios necesarios para transitar en relativa calma de un situación a otra. Eso le pasa al gobierno de Maduro.
Las renuncias de junio sirvieron para detonar una crisis interna contenida en por lo menos dos de los factores de la ecuación del chavismo: el versátil y plebeyo movimiento bolivariano y un gobierno central que desde la muerte del líder, funciona mediante pactos y reacomodamientos internos. En el proceso bolivariano, ni el partido de gobierno ni la central obrera son factores de poder central. Ese rol de mediaciones sociales lo cumplen los consejos comunales, las Comunas y los demás organismos del llamado poder popular. A veces, los sindicatos de base.
Por ahora, no hay signos de crisis en las Fuerzas Armadas Bolivarianas. No sólo por la virtud de haber sido politizadas hasta la escala de izquierdizar a la mayoría de sus componentes, también porque ha recibido una suma de beneficios económicos que lo mantienen contenido, por ejemplo, el reciente Banco de las Fuerzas Armadas. El 8 de junio, el Presidente Maduro confirmó esta realidad al ratificar a dos cuadros decisivos del poder militar. La ministra para la Defensa, Carmen Meléndez, y el Jefe del Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (CEO-FANB), Vladimir Padrino López. Un catalizador clave de la vida militar fue el discurso del General Padrino en la Asamblea Nacional, visto por la militancia chavista como la confirmación de que se mantiene la “unidad cívico-militar” que garantizó la victoria de 2002.
La renuncia de Giordani y las de otros previsibles, no tiene explicación racional fuera de este proceso interno del chavismo. Puesta la cuestión en palabras de Freud, su renuncia no es más que el “síntoma de la enfermedad” en las alturas, pero no es el primero, ni siquiera el más importante, es apenas el que nos indica que el modelo de gobierno existente ya dejó de ser la cabeza que encajaba en el cuello del movimiento. Ausente el líder, la ecuación del chavismo cambió en su relación de poder interna. O se supera a sí mismo por el camino del programa dejado por Chávez, sobre todo el del Estado Comunal que sepulte al Estado burocrático-capitalista, o el chavismo saltará de crisis en crisis hasta su desenlace final.
De todas maneras, la ida de Jorge Giordani no es más que la confirmación desde las alturas del poder, de un debate decisivo ya instalado en las profundidades sociales.
Por lo menos desde el año 2008, el chavismo comenzó a reflexionar alrededor de su primera y única derrota nacional, en diciembre de 2007, cuando la derecha ganó el Referéndum Reformatorio de la Constitución que buscaba instituir el derecho a reelegir al Presidente con el voto soberano, cuantas veces le diera la gana a la gente. Cientos de miles de militantes chavistas fueron clave en esa derrota, pues la oposición no contaba con votos suficientes.
A ese golpe le siguió el de las elecciones parlamentarias de 2010, cuando la derecha se apoderó de más del 40% de la Asamblea Nacional y el gobierno no pudo demostrar que obtuvieron más votos que ellos. Luego, como un desquiciante terremoto en secuencia, vinieron el drama de la enfermedad, las inseguras elecciones de octubre de 2012, la crisis política de enero, la muerte en marzo y el escasísimo margen de gobernabilidad con el que asumió Nicolás Maduro en abril, rodeado del asesinato de 14 chavistas en menos de una semana.
Desde 2008, no hay militante o cuadro responsable de las organizaciones sociales, intelectuales y políticas del movimiento bolivariano, que no se haya preguntado por el destino del chavismo. Esta pregunta, en las diversas formas aparecidas en las organizaciones, comenzaron a provocar reacciones en una parte de la base chavista, pero sobre todo entre sus mejores cuadros. Una salida es el alejamiento, la distancia cauta cuando no el rompimiento individual, una de las formas que asume la impotencia en la vida política. Muchos no entendían, y siguen sin entender, por qué el gobierno no reacciona, desde hace por lo menos cinco años, a una declinación sostenida de la economía y la gobernabilidad chavista. Así se fue aflojando la argamasa que une a todo movimiento con su gobierno: la confianza.
Algunos de sus mejores militantes intelectuales han advertido desde 2008 sobre estos dilemas. Entre los más conocidos por sus aportes sistemáticos, registramos al profesor universitario Javier Bardieu, el investigador marxista y viejo cuadro guerrillero Carlos Lanz, el sociólogo y activista Reynaldo Iturriza (actual Ministro del Poder Popular), los economistas Manuel Sutherland y Víctor Álvarez, Gonzalo Gómez (director periodístico de Aporrea y miembro de Marea Socialista), Roland Dénis (filósofo y reconocido militante de movimientos sociales, miembro de La Guarura), el politólogo y comunicador Nicmer Evans, o Luis Brito García, miembro del Consejo de Estado, uno de los más completos intelectuales del Caribe. Ellos han escrito y dicho suficientes reflexiones para demostrar que desde hace rato el chavismo se está repensando a sí mismo, tratando de encontrar una solución por izquierda a una crisis acumulativa cuyas causas nacieron adentro y por derecha.
En 2009, el Centro Internacional Miranda, la usina de pensamiento marxista del Estado, celebró el conocido Congreso de los intelectuales; allí, el profesor chavista español Juan Carlos Monedero, un cercano colaborador de Chávez, alertó, junto a los casi 100 pensadores reunidos, sobre una de las perversiones más preocupantes del proceso: el “síndrome de híperliderazgo”.
El propio líder bolivariano aportó, en sus particulares maneras y desde su lugar presidencial, su propia muestra de conciencia sobre una situación interna que tendía a convertirse en riesgosa para el gobierno y el movimiento. Sus sistemáticos llamados a combatir la corrupción, a mejorar la gestión superando la terrible burocracia instalada a su alrededor, su desesperado reclamo de expandir una conciencia socialista, exigiendo, por ejemplo, la revisión de las rupestres Escuelas de Formación Política del PSUV, o sus pedidos para que Telesur y los medios periodísticos estatales alentaran la crítica de la base. Incluso, debatiendo desde sus propios errores. Por ejemplo, cuando rompió relaciones con las FARC por el manejo extorsivo que hizo esta organización del caso del niño Enmanuel, y mandó a las “guerrillas al carajo” abriendo un serio debate sobre el tema, del que participaron personalidades como James Petras, la cubana Celia Hart y el misímismo Fidel Castro. El mismo sentido crítico y reflexivo tuvo el día que les reconoció a los intelectuales, en noviembre de 2011, que ellos habían tenido más razón que él, cuando lo criticaron, dos años antes, por “híperliderazgo”. El Programa de la Patria y el subprograma conocido como Golpe de Timón, ambos del año 2012, enfocados en acelerar el tránsito al post-capitalismo, muestran a un Chávez debatiendo con su movimiento, pero también con él mismo, a una escala desconocida desde los años iniciales de la Revolución Cubana.
Uno de los datos menos valorados del proceso político bolivariano, es su capacidad democrática para debatir al interior y al exterior del movimiento y el gobierno, sólo a veces mancillada por la prepotencia desde algún ministerio, un medio periodístico estatal o desde el PSUV. La renuncia de Giordani destapó un nuevo debate a escala de la militancia. En el medio bolivariano que sirve de mural a esa vivencia democrática, Aporrea, se han publicado alrededor de 140 opiniones y reflexiones sobre el tema. El Correo del Orinoco, el diario más oficial del gobierno, editó a comienzos de julio un reportaje central con Javier Bardieu, uno de los intelectuales marxistas más críticos.
Este tipo de crisis en la cúpula son inevitables, en gobiernos y regímenes políticos de este tipo. Nacen y viven sometidos a brutales presiones externas de poderosos enemigos nacionales e internacionales, y a demandas sociales crecientes de poblaciones miserabilizadas por la explotación alienante. De allí que su aparición y recurrencia aparece como una norma de funcionamiento histórico. En realidad, es una expresión metabólica de la lucha contra el capital, forzada por transiciones sociales y económicas traumáticas, sin le tiempo necesario para estabilizarse. Ese estado crucial de transiciones internas sin pausa se acelera y convierte en rupturas cuando la sociedad entra en conflicto y la forma gubernamental no encuentra los equilibrios necesarios para transitar en relativa calma de un situación a otra. Eso le pasa al gobierno de Maduro.
Las renuncias de junio sirvieron para detonar una crisis interna contenida en por lo menos dos de los factores de la ecuación del chavismo: el versátil y plebeyo movimiento bolivariano y un gobierno central que desde la muerte del líder, funciona mediante pactos y reacomodamientos internos. En el proceso bolivariano, ni el partido de gobierno ni la central obrera son factores de poder central. Ese rol de mediaciones sociales lo cumplen los consejos comunales, las Comunas y los demás organismos del llamado poder popular. A veces, los sindicatos de base.
Por ahora, no hay signos de crisis en las Fuerzas Armadas Bolivarianas. No sólo por la virtud de haber sido politizadas hasta la escala de izquierdizar a la mayoría de sus componentes, también porque ha recibido una suma de beneficios económicos que lo mantienen contenido, por ejemplo, el reciente Banco de las Fuerzas Armadas. El 8 de junio, el Presidente Maduro confirmó esta realidad al ratificar a dos cuadros decisivos del poder militar. La ministra para la Defensa, Carmen Meléndez, y el Jefe del Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (CEO-FANB), Vladimir Padrino López. Un catalizador clave de la vida militar fue el discurso del General Padrino en la Asamblea Nacional, visto por la militancia chavista como la confirmación de que se mantiene la “unidad cívico-militar” que garantizó la victoria de 2002.
La renuncia de Giordani y las de otros previsibles, no tiene explicación racional fuera de este proceso interno del chavismo. Puesta la cuestión en palabras de Freud, su renuncia no es más que el “síntoma de la enfermedad” en las alturas, pero no es el primero, ni siquiera el más importante, es apenas el que nos indica que el modelo de gobierno existente ya dejó de ser la cabeza que encajaba en el cuello del movimiento. Ausente el líder, la ecuación del chavismo cambió en su relación de poder interna. O se supera a sí mismo por el camino del programa dejado por Chávez, sobre todo el del Estado Comunal que sepulte al Estado burocrático-capitalista, o el chavismo saltará de crisis en crisis hasta su desenlace final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario