Es el efecto mariposa, no sé por qué le dan tantas vueltas al asunto este de los fondos buitre, me dice Argañaraz. Y como no le contesto intenta explicarme, casi doctoral: Es un concepto de la teoría del caos. La idea es que, dadas unas condiciones iniciales de un determinado sistema caótico, la más mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione o se modifique en ciertas formas completamente diferentes, tal vez imprevisibles. Es decir –sigue Argañaraz, ya casi pontificio– que una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande en poco tiempo.
Ajá, le digo. Usted (a Argañaraz lo trato siempre de usted, para mantener las distancias porque tiendo a confundirme con él) quiere explicar el asunto de losholdouts con lo que dicen los chinos, eso de que el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo.
Tal cual, me dice. Por eso se armó tanto despelote. No digo acá adentro, donde el problema es evidente con la posibilidad del default técnico y sus consecuencias para la vida de todos y cada uno de nosotros, sino en el mundo. Por eso reaccionaron así. No le digo del Pepe Mujica o de Dilma, que salieron a apoyar a la Argentina; eso era de esperarse. Pero fíjese cómo salieron también Obama y hasta el mismísimo FMI a criticar el fallo del juez Griesa. ¿Usted cree que a ellos les importamos un pito nosotros? No, si está claro que no, salvo por los negocios. El asunto es que el fallo de Griesa, con sus efectos amplificados, puede armar un quilombo financiero de órdago en todo el mundo. Quién va a renegociar deuda ahora, quiere decirme…
Ese es un aspecto, le digo. El otro es que queda demostrado que el sistema financiero globalizado tiene más poder que cualquier país del mundo, más que los Estados Unidos, la Unión Europea, el FMI, el Club de Paris o el Barcelona con Messi y Neymar jugando juntos en una tarde inspirada. El sistema financiero tiene una dinámica propia, más allá de los intereses de los países y de la voluntad de las personas.
Es el dinero, me dice Argañaraz. Desde que el capitalismo dejó de ser fundamentalmente productivo para transformarse esencialmente en financiero, el dinero se convirtió en otra cosa. Dejó de ser un instrumento de intercambio y cobró vida propia. El dinero ahora produce dinero sin necesidad de participar de ningún circuito productivo, no se calienta por la extracción de plusvalía del trabajo humano. No le importa si un obrero come lo suficiente como para seguir trabajando o se muere de hambre. Fijesé en la historia de la deuda externa argentina, o de cualquier otro país; fijesé cómo se genera más deuda sobre una deuda, desde casi la nada. El dinero se volvió partenogenético, sólo se necesita a sí mismo para reproducirse, más allá de cualquier deseo, de cualquier producción material o de cualquier voluntad. El dinero es el goce del capitalismo.
Bueno, le digo. Pero lo que está pasando es también una señal. Hay que cortarle las alas al dinero y para eso es necesaria la política.
Claro, me dice. Claro –insiste después de una pausa para que le preste atención–, pero hay que ver qué política. Le digo más, me dice: hay que ver qué se entiende por política o, mejor todavía, hasta dónde se quiere ir con la política.
Qué me quiere decir, Argañaraz, le pregunto.
Lo que le quiero decir es que la dinámica propia del dinero en el capitalismo financiero globalizado limita a la política como herramienta de cambio dentro del sistema, me dice. El capitalismo actual es lo que llegó a ser por la dinámica propia del sistema, es el resultado de su propia evolución. Usted podrá decir que le agarró un cáncer y que hizo metástasis y por ahí tiene razón, pero la cosa es que así es el capitalismo. Y, parafraseando a un viejo general, el capitalismo le dice a usted: dentro del sistema, todo; fuera del sistema nada. El sistema funciona así. No es que nosotros seamos los buenos, y que Griesa, la Corte Suprema de los Estados Unidos y los tenedores de los holdouts sean los malos. Eso es para la tribuna. La verdad de la milanesa es que somos todos títeres del sistema. Algunos la pasan mejor y otros la pasamos peor, pero como están las cosas somos todos títeres. Y el sistema, como le dije, tiene una única sola lógica: la del dinero. Para decirlo clarito: somos títeres del dinero. Y el dinero, que aunque cobró vida propia es impersonal, no tiene ética ni sentimientos, por si no se dio cuenta.
O sea..., le empiezo a decir y le doy pie para que remate.
Que es el capitalismo, estúpido, me dice.
De eso, acá, me parece que mucho no se habla, le digo.
De qué, me pregunta Argañaraz.
Ni del efecto mariposa en el sistema financiero globalizado ni de los límites que el capitalismo les impone a las salidas políticas, le contesto.
Bueno, me dice y se pone repentinamente serio. Acá, en la Argentina, hay que diferenciar dos cosas. Por un lado está el Gobierno, que tiene una papa que quema en las manos y hace lo que puede. Usted no puede pretender que un gobierno que renegoció muy bien la deuda yendo lo más lejos que podía ir dentro de los límites del sistema vaya a cuestionar la base misma del sistema. Por eso su discurso polariza entre buenos y malos, no le queda más remedio. Es un gobierno democrático burgués de un país dependiente, aunque dicho así le suene demodeé. No puede sacar los pies del plato, diría el viejo general. Dentro de esa lógica, hace lo mejor que puede hacer. El discurso de barricada está bien para el frente interno, pero nada más. Ahora, si usted pretende que el Gobierno cuestione las bases mismas del capitalismo, perdonemé, pero está en pedo.
Y qué me dice de la oposición, le pregunto.
Tampoco, claro, me contesta. Habrá alguna excepción, pero que no hace otra cosa que confirmar la regla, como se dice. Pero además tiene otro problema: el efecto…
¿Mariposa?
No, qué mariposa. El problema de la oposición política en la Argentina es el efecto Humpty Dumpty.
¿El huevito de Alicia?, le pregunto.
El mismo, aunque Lewis Carroll no lo inventó, corrobora Argañaraz. Fijesé, mírelos por televisión. Les ponen una cámara enfrente y es como si se subieran a lo más alto de la pared para pontificar desde ahí, balanceándose. Acuérdese lo que Humpty Dumpty le dice a Alicia: “Cuando yo uso una palabra significa precisamente lo que yo decido que signifique, ni más ni menos”. Es decir, le importa un carajo la resignificación que otorga el Otro. Y Alicia le responde: “El problema es si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”.
No cite más, Argañaraz, le digo. No hace falta. Me acuerdo de lo que contesta el huevito desde la altura del muro y de su soberbia: “El problema es saber quién manda. Eso es todo”, le cito. Un ejemplo modélico del discurso del Amo. Y, usted sabe, el discurso del amo no es dialéctico.
Sí, y eso lo tienen claro, me dice. Saben quién los manda y repiten lo que tienen que decir. ¿Ve? Son títeres también.
Pero acuérdese de lo que le pasa a Humpty Dumpty, le digo. Lo que canta la vieja cancioncita inglesa: “Humpty Dumpty sat on a wall,/Humpty Dumpty had a great fall./All the king's horses and all the king's men /Couldn't put Humpty together again”. Es decir, el huevito se cae de la pared y se hace pedazos. De eso, como del ridículo, no hay retorno.
Se equivoca, me dice Argañaraz. Eso pasará en Inglaterra, pero la Argentina es el país de los milagros.
¿Qué quiere decir?
Y, fijesé: la Selección llegó a la final del Mundial y tenemos un cuervo peronista convertido en Papa... Acá, Cecchini, los huevitos pueden seguir hablando aún después caerse de la pared y romperse ridículamente en mil pedazos. Es el mito del eterno retorno de los muertos vivos hecho realidad... O el milagro de la televisión.
Ajá, le digo. Usted (a Argañaraz lo trato siempre de usted, para mantener las distancias porque tiendo a confundirme con él) quiere explicar el asunto de losholdouts con lo que dicen los chinos, eso de que el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo.
Tal cual, me dice. Por eso se armó tanto despelote. No digo acá adentro, donde el problema es evidente con la posibilidad del default técnico y sus consecuencias para la vida de todos y cada uno de nosotros, sino en el mundo. Por eso reaccionaron así. No le digo del Pepe Mujica o de Dilma, que salieron a apoyar a la Argentina; eso era de esperarse. Pero fíjese cómo salieron también Obama y hasta el mismísimo FMI a criticar el fallo del juez Griesa. ¿Usted cree que a ellos les importamos un pito nosotros? No, si está claro que no, salvo por los negocios. El asunto es que el fallo de Griesa, con sus efectos amplificados, puede armar un quilombo financiero de órdago en todo el mundo. Quién va a renegociar deuda ahora, quiere decirme…
Ese es un aspecto, le digo. El otro es que queda demostrado que el sistema financiero globalizado tiene más poder que cualquier país del mundo, más que los Estados Unidos, la Unión Europea, el FMI, el Club de Paris o el Barcelona con Messi y Neymar jugando juntos en una tarde inspirada. El sistema financiero tiene una dinámica propia, más allá de los intereses de los países y de la voluntad de las personas.
Es el dinero, me dice Argañaraz. Desde que el capitalismo dejó de ser fundamentalmente productivo para transformarse esencialmente en financiero, el dinero se convirtió en otra cosa. Dejó de ser un instrumento de intercambio y cobró vida propia. El dinero ahora produce dinero sin necesidad de participar de ningún circuito productivo, no se calienta por la extracción de plusvalía del trabajo humano. No le importa si un obrero come lo suficiente como para seguir trabajando o se muere de hambre. Fijesé en la historia de la deuda externa argentina, o de cualquier otro país; fijesé cómo se genera más deuda sobre una deuda, desde casi la nada. El dinero se volvió partenogenético, sólo se necesita a sí mismo para reproducirse, más allá de cualquier deseo, de cualquier producción material o de cualquier voluntad. El dinero es el goce del capitalismo.
Bueno, le digo. Pero lo que está pasando es también una señal. Hay que cortarle las alas al dinero y para eso es necesaria la política.
Claro, me dice. Claro –insiste después de una pausa para que le preste atención–, pero hay que ver qué política. Le digo más, me dice: hay que ver qué se entiende por política o, mejor todavía, hasta dónde se quiere ir con la política.
Qué me quiere decir, Argañaraz, le pregunto.
Lo que le quiero decir es que la dinámica propia del dinero en el capitalismo financiero globalizado limita a la política como herramienta de cambio dentro del sistema, me dice. El capitalismo actual es lo que llegó a ser por la dinámica propia del sistema, es el resultado de su propia evolución. Usted podrá decir que le agarró un cáncer y que hizo metástasis y por ahí tiene razón, pero la cosa es que así es el capitalismo. Y, parafraseando a un viejo general, el capitalismo le dice a usted: dentro del sistema, todo; fuera del sistema nada. El sistema funciona así. No es que nosotros seamos los buenos, y que Griesa, la Corte Suprema de los Estados Unidos y los tenedores de los holdouts sean los malos. Eso es para la tribuna. La verdad de la milanesa es que somos todos títeres del sistema. Algunos la pasan mejor y otros la pasamos peor, pero como están las cosas somos todos títeres. Y el sistema, como le dije, tiene una única sola lógica: la del dinero. Para decirlo clarito: somos títeres del dinero. Y el dinero, que aunque cobró vida propia es impersonal, no tiene ética ni sentimientos, por si no se dio cuenta.
O sea..., le empiezo a decir y le doy pie para que remate.
Que es el capitalismo, estúpido, me dice.
De eso, acá, me parece que mucho no se habla, le digo.
De qué, me pregunta Argañaraz.
Ni del efecto mariposa en el sistema financiero globalizado ni de los límites que el capitalismo les impone a las salidas políticas, le contesto.
Bueno, me dice y se pone repentinamente serio. Acá, en la Argentina, hay que diferenciar dos cosas. Por un lado está el Gobierno, que tiene una papa que quema en las manos y hace lo que puede. Usted no puede pretender que un gobierno que renegoció muy bien la deuda yendo lo más lejos que podía ir dentro de los límites del sistema vaya a cuestionar la base misma del sistema. Por eso su discurso polariza entre buenos y malos, no le queda más remedio. Es un gobierno democrático burgués de un país dependiente, aunque dicho así le suene demodeé. No puede sacar los pies del plato, diría el viejo general. Dentro de esa lógica, hace lo mejor que puede hacer. El discurso de barricada está bien para el frente interno, pero nada más. Ahora, si usted pretende que el Gobierno cuestione las bases mismas del capitalismo, perdonemé, pero está en pedo.
Y qué me dice de la oposición, le pregunto.
Tampoco, claro, me contesta. Habrá alguna excepción, pero que no hace otra cosa que confirmar la regla, como se dice. Pero además tiene otro problema: el efecto…
¿Mariposa?
No, qué mariposa. El problema de la oposición política en la Argentina es el efecto Humpty Dumpty.
¿El huevito de Alicia?, le pregunto.
El mismo, aunque Lewis Carroll no lo inventó, corrobora Argañaraz. Fijesé, mírelos por televisión. Les ponen una cámara enfrente y es como si se subieran a lo más alto de la pared para pontificar desde ahí, balanceándose. Acuérdese lo que Humpty Dumpty le dice a Alicia: “Cuando yo uso una palabra significa precisamente lo que yo decido que signifique, ni más ni menos”. Es decir, le importa un carajo la resignificación que otorga el Otro. Y Alicia le responde: “El problema es si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”.
No cite más, Argañaraz, le digo. No hace falta. Me acuerdo de lo que contesta el huevito desde la altura del muro y de su soberbia: “El problema es saber quién manda. Eso es todo”, le cito. Un ejemplo modélico del discurso del Amo. Y, usted sabe, el discurso del amo no es dialéctico.
Sí, y eso lo tienen claro, me dice. Saben quién los manda y repiten lo que tienen que decir. ¿Ve? Son títeres también.
Pero acuérdese de lo que le pasa a Humpty Dumpty, le digo. Lo que canta la vieja cancioncita inglesa: “Humpty Dumpty sat on a wall,/Humpty Dumpty had a great fall./All the king's horses and all the king's men /Couldn't put Humpty together again”. Es decir, el huevito se cae de la pared y se hace pedazos. De eso, como del ridículo, no hay retorno.
Se equivoca, me dice Argañaraz. Eso pasará en Inglaterra, pero la Argentina es el país de los milagros.
¿Qué quiere decir?
Y, fijesé: la Selección llegó a la final del Mundial y tenemos un cuervo peronista convertido en Papa... Acá, Cecchini, los huevitos pueden seguir hablando aún después caerse de la pared y romperse ridículamente en mil pedazos. Es el mito del eterno retorno de los muertos vivos hecho realidad... O el milagro de la televisión.
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