Los que nacimos en la década del ochenta tenemos algún que otro recuerdo borroso de la final de 1990. Atesoramos en nuestra mente imágenes que, si nos concentramos, aparecen como flashes: algún grito de alegría, un lugar, la canción (¡por supuesto!), una imagen de TV de tubo o el abrazo de papá o mamá. Yo tenía siete años y recuerdo toda la familia en la cocina frente a la tele. Momento de tensión, grito de gol y mi hermanita que lloraba porque no entendía el porqué de tal demostración de desahogo colectivo.
Hoy, nuestra Selección tiene en promedio 28 años. O sea que si hacemos un paralelismo ( y redondeamos) tiene más o menos nuestra edad, la de nuestra generación, la de aquellos que nacimos con la democracia. Nuestro equipo y nosotros crecimos juntos: compartimos códigos, gustos, música, modos de comunicarnos. Algunos ya tenemos hijos, otros convivimos. Algunos trabajamos, nos recibimos, estudiamos. A algunos la vida les cuesta más, a otros menos: todos nacimos en Argentina.
fuerza de repetición: el partido de los dos goles de Diego con la camiseta azul. Todo un símbolo: ganarle a los ingleses. Somos la generación que nació con Malvinas. En mi caso, yo estaba en la panza de mi mamá.
¿Alguien recuerda el gol más lindo de la historia sin el relato de Victor Hugo? Es indisociable. No creo que, ni siquera nuestros padres, puedan volver a esa jugada sin ese "barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?".
Quizás el primer mundial que vivimos y del que si tenemos recuerdos más diáfanos es el de 1994. El de Estados Unidos. El neoliberalismo se lucía con sus cuotas y sus dólares mientras a todos nos cortaron las piernas. La imagen de la enfermera de la mano de Maradona liquidó nuestros sueños de golpe.
El Mundial de nuestra adolescencia fue el de 1998. El modelo económico ya no gozaba del auge que supo cosechar y los ciudadanos pedían un cambio. Se apagaba el gobierno de Carlos Menem. En Francia también nuestras esperanzas se terminaban en cuartos con un cabezazo de Ariel "el Burrito Ortega" al holandés Van der Saar.
Cabezazo de Ortega
No hace falta que profundicemos en la crisis socio-económica que vivíamos en 2002. Ya estábamos grandes y los problemas de los adultos eran nuestros problemas. Sin embargo, la Selección de Marcelo Bielsa había hecho unas eliminatoria que puso de nuevo nuestra fe en lo más alto. Fue como una lucecita en un contexto social desalentador, pero otra vez el sueño duró poco. De Corea-Japón nos volvimos en primera ronda.
En 2006 tampoco pudimos jugar una final. La meta quedó trunca justamente frente a Alemania en esos penales terribles que dejaron afuera en cuartos a la selección del hoy tan aclamado José Pekerman. Y en 2010 otra vez Alemania... esta vez con Diego Maradona como DT y con nuestros chicos -que ya estaban grandes- en la cancha, con la casaca que alguna vez le vimos usar a Gabriel Batistuta, Diego Simeone, el "Piojo" López y la "Brujita" Verón.
En paralelo los treintañeros crecimos, vivimos y sufrimos. Es la primera vez que festejo y recuerdo la hazaña de llegar a una final. Ir al Obelisco, abrazarnos y cantar sin conocer al de al lado pero compartiendo un sentimiento. No sé mucho de fútbol y no creo que esto cambie esa idea pero haber vivido esto, poder atesorar el recuerdo de ver a la gente en la calle, a todo el barrio gritando le dio sentido a una frase que no había sentido hasta hoy: "Qué lindo que es el fútbol".
No hay comentarios:
Publicar un comentario