viernes, 18 de julio de 2014

Haz lo correcto: Kicillof y la ética de la responsabilidad


Por Martín Rodríguez
Al ministro le tocó administrar la época de vacas flacas del modelo kirchnerista. El riesgo default frente a la ética de la responsabilidad.
Hay tres claves que se ensamblan como muñecas rusas por las que el kirchnerismo gobernó más de una década:
La primera: agenda transversal con disciplina partidaria. Es decir: hizo discutir al interior de las otras fuerzas sus temas. Léase DDHH, ley de medios, matrimonio igualitario, incluso la 125. Y mantuvo una disciplina partidaria sin rebeliones peronistas exitosas hasta el 2013. Se aseguró así la fragmentación de los otros, lo inarticulado del anti kirchnerismo.
La segunda: no hay mejor conflicto que el que produce uno mismo. Llegó ordenando el país (ya más ordenado) que dejó Duhalde, la agenda de la calle, hasta que empezó a producir su propia agenda social e impulsar ya no los conflictos de la sociedad, sino los conflictos de su ideario (más o menos lo citado). Léase: no hay mejor orden frente al conflicto que producirlo, generarlo y regularlo.
La tercera: la hegemonía cultural. ¿Y qué es esa hegemonía? ¿Es hacerle decir al otro lo que quiero que diga? No. Es hacer hablar al otro de lo que quiero hablar.
Hubo en el desierto opositor una política que entendió esto desde el principio: Elisa Carrió. Lilita dejó de ser progresista, dejó de disputar por izquierda, mordió el polvo del 1% de los votos, y resucitó tras la saga erosiva de Ciccone & Boudou, los informes de Lanata y el deterioro del modelo. Para Carrió todo el kirchnerismo siempre estuvo mal, y actuó entendiendo que el kirchnerismo no era el libreto de unos sino la escena a la que invitaban a todos.
Ahora bien, ¿siguen vigentes estas claves? El kirchnerismo pone en estos días en primer plano la ética de la responsabilidad. Terminar un gobierno ordenado. Y sus claves podríamos promediarlas hoy de este modo: el kirchnerismo gobierna con disciplina pero sin tanta agenda propia, gobierna los conflictos que ahora le lleva la sociedad y no los que el gobierno crea, y ya no mete a discutir a todo el mundo lo que el gobierno quiere discutir. Está jugando de visitante.
En este contexto, sin todavía un candidato propio que mida para el 2015, se instala la idea de que es ineludible el giro a la derecha de la política argentina. Los liberales hace meses que ya pueden decir: el gobierno está tocando nuestra canción. Aunque lo haga sin convicción, desprolijamente, con elusión semántica (“la devaluación fue un deslizamiento cambiario”).
Vacas flacas
En este contexto inesperado, Axel Kicillof es el ministro más de izquierda de la historia argentina. Es un cuadro nacido y criado en la política anti sistema de los años 90, en ese experimento organizativo que fueron las agrupaciones independientes de la UBA, construidas contra el ideal estudiantil de la Franja Morada y las izquierdas partidarias clásicas. Su estilo parece fogueado para el margen político.
Hasta el año 2008, cuando se inicia la crisis con el campo, Axel acompañaba con reservas al gobierno que apostaban muchos de sus compañeros. Sus reproches se toparon con el conflicto de la 125, que no es que hubiera dado el marco ideal para el desarrollo de la lucha de clases, sino la densidad de una tensión política que ponía en evidencia lo que estaba en juego en el país: ¿quién conducía la política económica? El Estado o quién.
Pero a Axel le tocó otro tiempo del mismo ciclo kirchnerista: el de vacas flacas del Modelo. Su gestión está marcada inicialmente por una devaluación, suba de tasas, sinceramiento de la inflación y la atención del frente financiero mundial (arreglo con el Club de París, con Repsol y ahora la puja con los fondos buitres que puso en jaque la justa reestructuración de la deuda).
No se trata de que Axel trocara pragmatismo por ideología, sino pertenencia por principios. A Axel no le tocó el tiempo dorado del gobierno, sino el tiempo opaco del Estado. Y esa condición, ese momento carusiano, produce también su empatía: no nos gustan los que la tienen fácil. Ese momento donde un gobierno es transición, aterrizaje, cuando pilotea su penúltima tormenta, es el más patriota, aunque tenga que tirar en el vuelo algunos litros de la nafta Premium de su ideología.
La que parece ser la droga de los economistas ortodoxos (tomar deuda) ahora aparece como inevitable en la hoja de ruta del gobierno. Y para eso se hicieron los deberes. La posición argentina frente a los buitres y su puja legal en la justicia de los Estados Unidos fue incluso respaldada por el FMI (y una parte esencial de la oposición política).
Esa proximidad es también un fotograma del momento que vive el modelo. El dinero en general se cobra con impuestos, se pide prestado o se imprime. Ni reforma fiscal, ni emisión descontrolada quiere el gobierno, mucho menos Fábrega. La política a veces es el arte de hacer lo que no querés hacer, lo que te tocó. Y en eso anida quizás el mayor enojo del ministro expresado en su cara. Todo gobierno es un relato que, dependiendo de la duración, se termina mordiendo la cola. 

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