martes, 9 de septiembre de 2014

Relatos de un cine industrial

“No es lo mejor de Szifrón (se me ocurre que su trabajo más logrado hasta ahora es Tiempo de Valientes). Pero refleja bien su trabajo: ocurrente, gracioso, preciso, entretenido, irónico. Le escapa a la solemnidad y el golpe bajo del otro exitoso de ésta década: Don Juan Campanella”.
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Por Juan Ciucci
Años de producción cinematográfica en nuestro país, un saldo ganado de esta década ganada, van poblando de películas de variada calidad las salas nacionales. Algunas han alcanzado un éxito de público notable, superando incluso el millón de espectadores como fue el caso de El secreto de sus ojos, Metegol, Corazón de león, Tesis sobre un homicidio, y ahora Relatos Salvajes. Pero cerca de esa cifra también estuvieron Dos más dos, Elefante blanco, Un cuento chino, Igualita a mí o Séptimo.
De mano de la gran cantidad de películas estrenadas (138 en 2010, 129 en 2011, 145 en 2012 y 166 en 2013), el cine nacional logró saltar las barreras de años de menosprecio hacia las producciones locales. Es por todo esto que no llama tanto la atención que una de las películas del año sea argentina. Se ha recuperado el gusto por nuestro cine, algo que necesariamente sucedió con el crecimiento de la industria en el país. Esto no habla necesariamente de la calidad de esas películas, que deben promediar un buen desempeño dado el acompañamiento del público.
En otros años se volvió a hablar de un nuevo cine nacional, con esos directores que cada tanto vuelven a ser nuevos. El último nuevo nuevo fue sin industria presente, con películas de bajo presupuesto donde diversos autores dejaron rastros de una marca generacional estética y social.
En estos años nos cuesta pensar en las películas kirchneristas (algo de esto debate Yasenza con Rodríguez). Hace unos días, en una charla con amigos, concluíamos en esta alta producción fílmica como marca de la era k, y no en una película en sí. Ahora, si debiera decir qué película es la del kirchnerismo, sin dudas elijo Infancia clandestina, entre otras cosas por las discusiones que puede plantear sobre un tema muy presente en estos años. Lo que resulta problemático, porque habla del kirchnerismo por cómo habla del pasado. Faltan aún películas que hablen de estos años, de esta historia que vamos haciendo, y quizás debamos esperar un poco más. Ficciones decimos, muchos documentales vienen retratando al kirchnerismo en el poder con diversas miradas.
De Relatos Salvajes digo que es una buena película, pensada para el gran público, que demuestra el gran alcance que la industria tiene y puede tener en nuestro país. No es lo mejor de Szifrón (se me ocurre que su película más lograda hasta ahora es Tiempo de Valientes). Pero refleja bien su trabajo: ocurrente, gracioso, preciso, entretenido, irónico. Le escapa a la solemnidad y el golpe bajo del otro exitoso de ésta década: Don Juan Campanella. Viene construyendo un universo muy propio en cine y TV, por lo que podemos hablar de su sello, cuando no de su estilo.
En este caso Szifrón cuenta además con un seleccionado de enormes actores (Erica Rivas, impecable), de esos que estas megaproducciones pueden permitirse. Pero también resulta que el gran número de películas filmadas han fogoneado a tantos actores en la experiencia cinematográfica, que hasta las segundas figuras cumplen un papel excepcional. Esta falencia de experiencia ante la falta de industria puede verse, por ejemplo, en Gatica, el mono donde Favio tuvo que lidiar con un pobre desempeño general de actores que debutaban en la pantalla grande.

Este presente del cine nacional permite una película como esta, superior a las entretenidas que otros países producen y que copan durante semanas las salas de nuestro país. Parece una pavada decir que sea la película más importante de nuestro cine, y peor aún que algunos salgan a decir que no lo es. Relatos Salvajes entretiene al público que se acerca a las salas para eso, y lo hace muy bien. Su falta de pedantería para construir un mensaje unívoco y solemne en el plano moral la salvan de algunas críticas que le exigen algo que nunca prometió. En eso la honestidad de Szifrón es brutal, y su aporte muy necesario para sostener la producción cinematográfica nacional. Esa que permite que existan tantas cosas, algunas entretenidas, algunas brillantes, muchas mediocres, en un arte que necesita del movimiento, el pulso vital que lo mantiene en vida.

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