Por Mario Wainfeld
Imagen: AFP.
Un avión se vino abajo y, más allá de sus consecuencias trágicas, convulsionó el escenario político brasileño. Falleció un candidato opositor, poco atractivo, “condenado” a un tercer puesto sin gracia. Lo sustituye Marina Silva, que trepa en las encuestas y en la consideración del establishment. Los sondeos indican que saldría segunda en la primera vuelta y que asoma como favorita contra la presidenta Dilma Rousseff en el ballottage.
Sin partido (lleva la camiseta de otro), con ínfima estructura política propia, Marina es un sueño para la derecha brasileña. Su virtual debilidad para conformar un gobierno sólido huele a maná para los poderes fácticos. Rectifiquemos a Alberto Cortés: cuando el poder político se va queda un espacio vacío que suele llenar la llegada de un enemigo.
Falta menos de un mes para la primera vuelta, hay tiempo para que el PT “haga política”, jamás es sensato hacer profecías apodícticas. Pero lo cierto es que un imponderable favoreció a la oposición, un cisne negro gigantesco. El formidable fenómeno que encabeza el mayor estadista de la región, Lula da Silva, está en jaque.
En Uruguay el Frente Amplio (FA) avizora una competencia difícil. Allí medió un trámite político más convencional. La interna del Partido Blanco catapultó a Luis Lacalle, un joven heredero de un largo linaje político, anche un ex presidente. Su figura cataliza a su fuerza y al Partido Colorado. Desde que el FA se hizo hegemónico sus dos rivales tradicionales (y arcaicos) fungieron como dos alas de un mismo partido. El final es abierto pero la cuesta se empina para el ex presidente Tabaré Vázquez, que va por su reelección tras un período de José Mujica. Los trasvasamientos de votantes opositores al postulante más taquillero son una hipótesis verosímil, el adversario cuenta más que sus añejas identidades.
El FA ya acumuló dos mandatos y el PT tres. En ambos casos, los primeros de sus historias de construcción y acumulación política “desde el pie”. Las elecciones que ganaron fueron reñidas, jamás la tuvieron fácil. Una fracción enorme de la novedad son los candidatos que pueden rejuntar a los opositores.
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Evo, una excepción imprevista: El presidente boliviano Evo Morales cuenta con enorme favoritismo para ser re-relecto por goleada. Quién lo hubiera imaginado, un puñado de años atrás.
Cada país tiene historia propia, los sistemas y tradiciones políticos son particulares o hasta únicos. Pero todos somos parientes cercanos de nuestros contemporáneos y triunfos opositores (factibles en Brasil y Uruguay, casi descartado en Bolivia) serían un revés para los progresismos reales y tangibles. Siempre agudo, Emir Sader clasificó el riesgo del momento como “Restauración conservadora” en una imperdible columna publicada ayer en Página/12.
Comunicadores y analistas argentinos falsean las comparaciones y aducen que nuestro país nada tiene que ver con Brasil y Uruguay. En un giro extraño empiezan a tratar con hipócrita cariño al gran Evo: exaltan su cuidado por los equilibrios económicos. Lo pintan como un simpático converso, falsía a la que recurren para escarnio y aleccionamiento del kirchnerismo.
Un vistazo a quiénes son los adversarios políticos locales de esos gobiernos, a los medios dominantes, a sus argumentos,
subraya la falsedad de esa lectura. La derrota de los gobiernos progresistas, populistas o bolivarianos signaría un retroceso general, amén de sugerir un clima de época, al que es forzoso atender. Sea para analizar la realidad sin caer en delirios, sea para evitar los giros a derecha en esas latitudes o en estas pampas, donde las oposiciones se perciben fortificadas y dan por hecho el relevo del kirchnerismo en 2015.
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Causas y condensaciones: Las causas para un virtual cambio de tendencia son surtidas y no homogéneas. La desaceleración de las economías, que impacta de modo dispar, debe computarse entre las principales. La presidenta chilena, Michelle Bachelet, resaltó que ocurre en toda la región, replicando en parte a los embates de los diarios de su país, cuyo gorilismo es proverbial. La Concertación protagonizó varios mandatos sucesivos, de tono templado para la media sureña pero sin la alternancia tan ensalzada por los republicanos de opereta, que la privilegian sobre los veredictos populares, cuando revalidan ciertos gobiernos. El ex presidente Sebastián Piñera cortó la racha pero el viraje a derecha no satisfizo. Bachelet retornó entonces con un giro discreto a la izquierda y un mayor reformismo en zonas clave: el sistema político, el fiscal, la educación. Más estatismo y un giro impositivo progresivo, qué desagradable.
Un retorno del péndulo también puede obedecer a la fatiga ante gobiernos prolongados. Doce años en Brasil y Argentina, diez en Uruguay. Son lapsos prolongados, en una era en la que la velocidad acelera la obsolescencia, el tedio, la intolerancia, el afán de innovar. Es entre difícil e imposible ponderar este factor que este cronista considera influyente. Los aparatos de TV o de audio más apetecidos no sobreviven una década, menos aún las computadoras, los celulares, los artificios con los que “ahora” se sacan fotos. Los mecanismos favoritos en las redes sociales se renuevan a todo trapo. Las parejas se rotan a ritmos impensables años ha: ya hay divorcios entre quienes hicieron valer su derecho al matrimonio igualitario apenas ayer.
Los gobiernos son fenómenos de otro tipo, claro, pero el transcurso del tiempo puede corroerlos. Algunas causas son materiales: el desencanto, el freno a los avances, sus contradicciones, la corrupción real o exagerada. Las hay, como se indica en el párrafo anterior, culturales: el hastío ante la permanencia de líderes muy visibles activos y presentes.
El desafío cotidiano y acuciante para los oficialismos es contrarrestar esas tendencias, desde la gestión, en trances menos propicios que los fundacionales.
La pregunta táctica para las oposiciones es cómo agrupar sus fuerzas, cómo condensar a los críticos en propuestas alternativas. En Brasil los ayuda una carambola imprevista e impredecible. En Uruguay, el tránsito fue más convencional.
En la Argentina, las distintas vertientes opositoras buscan cómo coaligarse frente a un oficialismo que se amesetó en varias facetas pero es duro de vencer.
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Demasiados lemas: La presidenta Cristina Fernández de Kirchner apabulló a sus competidores en 2011 y 2015. La principal explicación debe buscarse en los desempeños del Gobierno, aunque la dispersión de la oferta opositora le facilitó la tarea.
Los comicios de 2013 alentaron una lógica ilusión opositora, que no basta para garantizarle el éxito. A mitad de camino entre esa votación y las del año próximo, coexisten varias fuerzas que aspiran a pescar en el mismo acuario.
En vísperas de la primavera germinan por doquier. Hay que tomarlas con pinzas, en particular cuando son tan prematuras. Las personas del común no votan ni nada que se le parezca remotamente cuando responden por teléfono las preguntas de una consultora, mientras tratan de no perder el hilo de lo que están mirando en la tele o escuchando por radio.
Esto dicho, cabe asumir que las encuestas tienen un efecto que sería necio subestimar. Formatean la prospectiva de los dirigentes políticos, incluso diseñan una suerte de sentido común compartido que determina sus movidas.
Hoy día concuerdan en suponer que el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, el diputado Sergio Massa y el gobernador Daniel Scioli son los candidatos con mayor intención de voto nacional. Massa no creció en la forma vaticinada por sus partidarios y aliados fácticos, pero se mantiene con virtualidad. Las relativas sorpresas son el crecimiento de Macri y la eterna supervivencia de Scioli.
El Frente Amplio-Unen (FA-Unen) da la impresión de haberse estancado merced a su falta de liderazgo interno y externo, sumado a su capacidad llamativa para dividirse ante cualquier disyuntiva, por nimia que fuera.
Sin someterse a esos detalles, parece sensato advertir que la coexistencia de tres lemas opositores de cierto rango y el crecimiento de la izquierda clasista complican la perspectiva opositora en la primera vuelta. El Frente para la Victoria (FpV), coinciden sus contrincantes, les sacaría alguna ventaja en la primera vuelta, aunque sin llegar al cuarenta por ciento que podría, eventualmente, garantizarle un triunfo si ningún adversario llegara al 30 por ciento. Esa posibilidad azuza la inventiva para imaginar coaliciones. Los medios opositores las incentivan. Los operadores políticos atraviesan una temporada de auge.
Personajes clásicos de la picaresca recuperan protagonismo: los peronistas Carlos Corach, Juan Carlos Mazzón y José Pampuro, por un lado. El radical Enrique Nosiglia por otro.
En ese target calificado proliferan modelos para armar. En cónclaves relativamente cerrados, Corach y el Chueco Mazzón agitan la idea de “juntar a Daniel y Sergio” como recurso para contrapesar el presunto ascenso de “Mauricio”.
Los correligionarios de la UCR ya discuten en público sobre una coalición con Macri, a veces con estrépito. Una pregunta del millón es cómo podría “armarse” esa entente. En voz alta los radicales hablan de una interna en las PASO. No suena creíble ni que Macri tomara ese guante ni que, llegado el caso, FA-nen pudiera ganarle. Por eso, en modo más reservado los boinas blancas especulan con un acuerdo que pusiera a Macri como candidato a presidente con el senador Ernesto Sanz como compañero de fórmula. El diputado Julio Cobos correría con plafond para la gobernación de Mendoza. Habría que ver cómo cerraría el TEG en la Capital. En quinchos boinas blancas se confía en que la muñeca de Cotil Nosiglia podría obtener, in extremis, que el candidato de la nueva Alianza fuera el diputado Martín Lousteau. El ex joven ministro de Cristina es ahijado político de Coti y del ex jefe de Gabinete Chrystian Colombo. Nosiglia tiene muchos puntos de afinidad con Macri, más allá de su compartida pasión boquense. Al cierre de esa nota tal alquimia y tamaña resignación del PRO suenan imposibles. Los radicales empeñados en conseguirlo calculan (o desean) que podrían ser más digeribles en unos meses, si son leídas en las dos fuerzas como un imperativo forzado por la necesidad.
En el ínterin generan reuniones, dan laburo a los encuestadores y activan a los operadores, tan necesarios como denostados.
Lo que ninguna fuerza podrá evitar, quizás ni siquiera conducir, son los pactos interpartidarios o las roscas en las provincias, para la renovación de las gobernaciones. Los referentes territoriales son muy fuertes, privilegian los intereses en su terruño, en ese juego mandan, quieras que no. La regla general impera también en el FpV, que aún después de su triunfazo en 2011 tiene un solo “goberna” del palo y ganador en las urnas: el entrerriano Sergio Urribarri.
El resto trama cómo seguir siendo profetas en su tierra. Su sensibilidad los inclina hacia Scioli en la interna del FpV pero no moverán ficha mientras no resuelvan la contradicción principal. El sanjuanino José Luis Gioja es quien más apura los avales a Scioli. Ya que estamos, Gioja sobrevivió a otro accidente aéreo terrible pero no salió indemne. Padeció secuelas en su cuerpo y, por ahí, en sus ambiciones o proyecciones políticas.
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Volvamos al vecindario: Evo sigue siendo el líder popular que la derecha internacional repudió, denostó, detuvo en Viena (¿se acuerdan?) y quiso derrocar con violencia o golpes de Estado. Conserva intacta la admiración hacia Fidel Castro, que raya con el afecto filial a un padre. El añorado presidente venezolano Hugo Chávez fue su referente y aliado. La relación con Venezuela es menos intensa porque el carisma de Chávez no halló reemplazo cabal en Nicolás Maduro. Asimismo inciden “efectividades conducentes”: Bolivia depende menos de Venezuela que antaño. Un país sigue creciendo mientras el otro afronta crisis varias y conjuntas.
La economía es global, tanto como el flujo de capitales o las comunicaciones. La política se dirime fronteras adentro, en esta etapa con democracias exigentes en las que deciden los pueblos. Lo que ocurra más allá de nuestra fronteras (en Brasil muy particularmente) pegará fuerte en la Argentina sin que sus ciudadanos puedan hacer otra cosa que mirar lo que ocurra... y sentirlo en cuero propio después.
En la Argentina, el FpV tiene por delante dos retos. Uno es definir su interna, privado de su líder indiscutida por imperativo constitucional. El segundo, no en orden de importancia, es conseguir que el 2015 sea un año de recuperación, que sin alcanzarlos, se parezca más que el actual a los tiempos más felices y prósperos del kirchnerismo. Conseguirlo es difícil aunque no imposible...e imperioso.
mwainfeld@pagina12.com.ar
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