Por Horacio Verbitsky
Con gorra de alguna de las fuerzas de seguridad y atuendo deportivo que puede confundirse con el uniforme de fajina del militar que le gustaría ser, el médico Sergio Berni, quien también dice ser abogado, se multiplica, a cualquier hora del día o de la noche. No teme a nada ni nadie, y menos que nada al ridículo. No está en discusión su entrega a la tarea, sino su legalidad, su eficacia y su compatibilidad con el proyecto político que integra. Su principal recurso discursivo es la descalificación del antagonista. Si Aldo Rico decía que los soldados no dudan, porque la duda es la jactancia de los intelectuales, Berni sostiene que no filosofa sobre seguridad porque está todos los días en la trinchera. Así explicó su inasistencia al Encuentro Federal por una Seguridad Democrática y Popular en el Salón Azul del Congreso, del que sí participaron los diputados nacionales Andrés Larroque, Horacio Pietragalla, Remo Carlotto y Jorge Rivas; los precandidatos presidenciales Agustín Rossi, Julián Domínguez y Jorge Taiana; el Secretario de Justicia, Julián Alvarez; los titulares de la Anses y de la Sedronar, Diego Bossio y Juan Carlos Molina; el secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda; organizaciones sociales y de Derechos Humanos y familiares de víctimas de la violencia institucional. Hace dos semanas, Berni interrumpió con virulencia a la periodista Cynthia García, un femenino que cuestionaba la represión a los trabajadores de Lear: le dijo que la Gendarmería actúa “constitucionalmente” porque “las rutas son para circular”, ignorando la vasta jurisprudencia sobre la jerarquía de derechos en conflicto, que privilegia la libertad de expresión, como queda claro en los proyectos de regulación que a pedido de CFK se están discutiendo en la Cámara de Diputados. La desafió a que lo acompañara a las cuatro y media de la mañana cuando hubiera un corte y probara a desalojarlo de otro modo. Cuando ella replicó que no era su función, Berni la desdeñó: “Esto no es una cuestión de intelectualidad, esto es sentido común”. Esta semana intentó aplicarle el mismo esquema a Marcelo Longobardi, un masculino que desdeña quedar a la izquierda de Berni. El periodista dijo que los alumnos de una escuela de Villa Lugano llevaban dos semanas sin clases porque nadie les garantizaba la seguridad: “Usted dice conocer la villa pero yo sólo lo veo jugando al golf. El que está en el barrio, con los pies en el barro todos los días soy yo”, le contestó. El ex columnista de la Escudería Hadad, hoy en el Grupo Clarín, tiene más claro que Berni quiénes dan las órdenes y quiénes las obedecen, y lo puso en su lugar con un desplante al tono: “Yo voy a jugar al golf todo lo que se me canten las pelotas, ¿estamos claros?”. Pero además de mostrarle quién la tiene más larga expuso un razonamiento impecable: un ciudadano hace lo que quiere con su tiempo libre pero el trabajo del funcionario es “garantizar que haya clases”. Siguiendo el ejemplo de su admirado ex carapintada Rico, Berni arrugó ante Longobardi y luego de la tanda le pidió perdón. Después de dos días defendiendo al coronel Galeano, justificó su despido, decidido por Cristina. Cuando la última semana le preguntaron por mi nota “Muchos Machos Malos”, se escondió debajo de las polleras de Francisco: dijo que no discute con alguien que “también ha dicho cosas del Papa”. Un hombre de acción.
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