miércoles, 9 de julio de 2014

OPINIÓN Entre la resurrección del juego y la catástrofe

Alguien mencionó el 5-0. Hace 21 años, el Tino Asprilla se colgaba de los rulos amarillos de Valderrama, luego de meter el cuarto gol. Incluso algún periodista se paró en el palco y cometió el pecado profesional de aplaudir la belleza de esa jugada. Eso que Colombia dejaba a la Argentina al bordo de la eliminación. Eso que se jugaba en River. Eso que la paliza a la Selección propia había sido histórica. Una bisagra en el fútbol de un país.

Ricardo Gotta

Hace unas horas, en esta redacción, epicentro futbolero, las apuestas previas tenían estrecha relación entre el sentimiento, la pasión, la conveniencia. Los alemanes son mejores, los brasileños son hermanos; no, son  los enemigos; no, son rivales históricos; son una máquina, más ganables, los inventores del jogo bonito, esto o aquello… Sólo faltaba la mesa del bar y el cortado humeante. Varios de esos tipos, al rato reprodujeron la liturgia de gozar con el espectáculo, con el cenit de esos diez minutos en que el fútbol le dio la razón a los que osan compararlo con una ópera, un actor en su obra sublime, una novela del Gabo, una pincelada de Dalí, un solo de flauta o de guitarra. Hubo dos aplausos. El quinto de Alemania, joya con la marca de Kherida. El uno de Brasil, que amenguó el deshonor.
Paliza histórica, inolvidable. Tristeza não tem fim. Momento desgarrador de un pueblo que vive el fútbol como ningún otro, que iba por su propio carnaval y que recibe otro nocaut tremendo como en el 50, una herida que jamás cerrará. Su rival, el que le aplicó la peor humillación con una pelota, le hizo beber de su propio veneno. Alemania  representó el juego lucido, audaz, generoso, solidario, ambicioso. Toque y toque. Apabulló al rey del buen juego y lo hizo con un juego esplendoroso; eran los brasileños quienes sorprendían por su dificultad para llevar la pelota. Demostró que se puede. El sometimiento de la modernidad, el crecimiento físico, los laboratorios estratégicos ante la técnica y la osadía.
La Selección lo sabe muy bien. Lo expresa en su dependencia del mejor del mundo. Y aunque sea rigurosamente cierto que el segundo no se hace nunca antes que el primero, que no se gana una final si no se vence en la semi, y que esta tarde el equipo nacional debe sortear a un rival equilibrado, potente y con talento individual, la actuación de Alemania asusta, conmueve, imaginando un eventual choque, el domingo a las 17 en el Maracaná.

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