Ricardo Ragendorfer
Había que ver a Mauricio Macri con poncho de
vicuña, durante su recorrida por los ranchos de Carpintería, una
localidad de 850 habitantes situada al pie de la precordillera
sanjuanina. El alcalde porteño estaba allí con la intención de mostrarse
como candidato presidencial. En ese mismo instante, los integrantes de
la Sala I de la Cámara Federal oían los argumentos de su abogado,
Ricardo Rosental, antes de definir si él irá o no a juicio oral a raíz
de su procesamiento por encabezar una asociación ilícita enquistada en
su administración para espiar rivales, enemigos y parientes. Un delito
con penas no excarcelables. Para comprender semejante doble estándar de
su destino, bien vale reparar en algunos hitos de su prehistoria
política.
El 27 de enero de 1995 quebró de modo escandaloso el Banco Extrader, del financista Marcos Gastaldi. Entre los ricos y famosos perjudicados por ello resaltaba don Franco Macri, quien en esa ocasión perdió unos 10 millones de dólares. Lo cierto es que los había depositado por consejo de un amigote del banquero: su propio hijo, Mauricio. Meses después, cuando éste fue elegido presidente de Boca, Franco lo llamó para expresarle sus congratulaciones. Pero lo hizo no sin permitirse una ironía: "Eh, Mauricio, que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi."
Nadie entonces pudo imaginar que aquel tarambana de personalidad insípida se convertiría con el paso del tiempo en el líder de un partido que lo proyectó como jefe de la metrópoli más importante del país, para desde dicho cargo despejar su camino hacia el sillón de Rivadavia. Y nada menos que bajo la bandera de la denominada "nueva política", cuyo sentido está cifrado en una suerte de rebelión frente a la dirigencia tradicional.
Sin embargo, casi seis años y medio después, su gestión se puede resumir en los siguientes ejes: el colapso del sistema sanitario y de la educación, la crisis habitacional, dudosas ejecuciones presupuestarias, drásticos ajustes en los planes sociales, casos de corrupción, negociados con el erario público y el endeudamiento de la Ciudad. Es decir, cuestiones que no lo diferencian mucho de sus predecesores más calamitosos, como los menemistas Carlos Grosso, Saúl Bouer y Jorge Domínguez. Pero ningún otro intendente de la Ciudad –ni siquiera su admirado brigadier Osvaldo Cacciatore– tuvo logros criminales equiparables con los suyos; a saber: tres asesinatos durante el desalojo del Parque Indoamericano (con el consiguiente procesamiento de 33 oficiales de la Metropolitana y la citación a indagatoria de su jefe, Eugenio Burzaco); la brutal represión a médicos y pacientes del Hospital Borda (con el consiguiente procesamiento de Macri, junto a la vicejefa de Gobierno, María Eugenia Vidal, el jefe de Gabinete, Horacio Larreta, el ministro de Desarrollo Urbano, Daniel Chaín, y la de Salud, Graciela Reybaud, entre otros) y, desde luego, la causa por las escuchas telefónicas (con el consiguiente procesamiento de Macri, junto al primer jefe de su Mazorca, Jorge Palacios, el espía Ciro James y el ex ministro de Educación, Mariano Narodowski, entre otros).
Es en este último asunto, justamente, donde los camaristas federales tendrán que definir si Macri deberá ir –junto a sus compañeros de causa– al banquillo de los acusados, tras ser apelado un polémico fallo del juez federal Sebastián Casanello, el cual argumenta que "no se agotó la pesquisa como para dar por probada su participación en la red de espionaje".
Tal trama estalló en octubre de 2009, tras un llamado anónimo que advertía la intervención ilegal del teléfono del dirigente de Familiares de AMIA, Sergio Burstein, quien se oponía a la designación de Palacios en la Metropolitana por su vinculación al encubrimiento del atentado a la mutual judía. Días más tarde, cayó el ejecutor de la maniobra, Ciro James, quien desde hacía un año espiaba a políticos y empresarios, además de Néstor Leonardo, un manosanta casado con Sandra Macri, la hermana de Mauricio. Aquella escucha es la que más lo compromete.
Al respecto, las pruebas contra él no son endebles, dado que la investigación ha determinado que James tuvo encuentros personales con Macri en su hogar de Barrio Parque para entregarle las grabaciones de Leonardo, y que por ese servicio el espía habría sido recompensado con un contrato en el Ministerio de Educación. Ello se desprende de las celdas telefónicas en las que se activó el celular del espía. Ahora se sabe que el hecho en sí fue fruto de una pintoresca disputa familiar.
En 2007, Franco resolvió ceder a su sobrino Ángelo Calcaterra las empresas en las que Mauricio era director ejecutivo. Así se desató una feroz batalla entre ambos. Y Mauricio no escatimó recursos para doblegar al hombre que le había dado la vida. Franco se enteró de ello por boca de su propio psicólogo: Mauricio había solicitado al profesional una pericia psiquiátrica para declarar su insania. El patriarca del clan, tras palidecer, balbuceó: "Quieren probar que estoy loco para quedarse con las empresas". A su vez, Mauricio repetía: "Papá está gagá; vamos a perder todo". En dicha puja, el progenitor contaba con la lealtad de sus hijas Florencia y Sandra. Y el espionaje sobre el marido de esta última se produjo porque sus comunicaciones podrían contener detalles de interés.
Cuando Mauricio obtuvo esas grabaciones, no dudó en entregárselas al papá para así pulverizar su vínculo con Sandra. La celada fue exitosa. Franco no tardó en convocar al yerno, y dijo:
– ¿Vos sabés bien a qué viniste?
–Para hablar de Sandra –contestó Leonardo, no sin cierta sorpresa.
En ese instante, el suegro montó en cólera y empezó a bramar:
– ¡Alejate de mi hija!
Y siempre a los gritos, agregó:
–Vos sabés lo que económicamente necesitás. ¿Cuánto querés?
Leonardo, no sin candor, le dijo:
–El amor, Franco, no se compra.
Así concluyó el encuentro.
Sandra creyó que la intervención del celular de Néstor había sido obra de Ackerman Group, la empresa encargada de la seguridad familiar. Esa hipótesis errónea sería luego utilizada por Mauricio para culpar a su padre del asunto y así descomprimir su situación judicial. Ya se sabe que ello no fue así.
Este caso evidencia que, en una primera etapa, la estructura del espionaje macrista fue utilizada para dirimir una interna familiar. Pero con una salvedad: los gastos corrieron por cuenta del gobierno porteño.
Apenas una travesura del hombre que sueña con ser el presidente del país.
El 27 de enero de 1995 quebró de modo escandaloso el Banco Extrader, del financista Marcos Gastaldi. Entre los ricos y famosos perjudicados por ello resaltaba don Franco Macri, quien en esa ocasión perdió unos 10 millones de dólares. Lo cierto es que los había depositado por consejo de un amigote del banquero: su propio hijo, Mauricio. Meses después, cuando éste fue elegido presidente de Boca, Franco lo llamó para expresarle sus congratulaciones. Pero lo hizo no sin permitirse una ironía: "Eh, Mauricio, que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi."
Nadie entonces pudo imaginar que aquel tarambana de personalidad insípida se convertiría con el paso del tiempo en el líder de un partido que lo proyectó como jefe de la metrópoli más importante del país, para desde dicho cargo despejar su camino hacia el sillón de Rivadavia. Y nada menos que bajo la bandera de la denominada "nueva política", cuyo sentido está cifrado en una suerte de rebelión frente a la dirigencia tradicional.
Sin embargo, casi seis años y medio después, su gestión se puede resumir en los siguientes ejes: el colapso del sistema sanitario y de la educación, la crisis habitacional, dudosas ejecuciones presupuestarias, drásticos ajustes en los planes sociales, casos de corrupción, negociados con el erario público y el endeudamiento de la Ciudad. Es decir, cuestiones que no lo diferencian mucho de sus predecesores más calamitosos, como los menemistas Carlos Grosso, Saúl Bouer y Jorge Domínguez. Pero ningún otro intendente de la Ciudad –ni siquiera su admirado brigadier Osvaldo Cacciatore– tuvo logros criminales equiparables con los suyos; a saber: tres asesinatos durante el desalojo del Parque Indoamericano (con el consiguiente procesamiento de 33 oficiales de la Metropolitana y la citación a indagatoria de su jefe, Eugenio Burzaco); la brutal represión a médicos y pacientes del Hospital Borda (con el consiguiente procesamiento de Macri, junto a la vicejefa de Gobierno, María Eugenia Vidal, el jefe de Gabinete, Horacio Larreta, el ministro de Desarrollo Urbano, Daniel Chaín, y la de Salud, Graciela Reybaud, entre otros) y, desde luego, la causa por las escuchas telefónicas (con el consiguiente procesamiento de Macri, junto al primer jefe de su Mazorca, Jorge Palacios, el espía Ciro James y el ex ministro de Educación, Mariano Narodowski, entre otros).
Es en este último asunto, justamente, donde los camaristas federales tendrán que definir si Macri deberá ir –junto a sus compañeros de causa– al banquillo de los acusados, tras ser apelado un polémico fallo del juez federal Sebastián Casanello, el cual argumenta que "no se agotó la pesquisa como para dar por probada su participación en la red de espionaje".
Tal trama estalló en octubre de 2009, tras un llamado anónimo que advertía la intervención ilegal del teléfono del dirigente de Familiares de AMIA, Sergio Burstein, quien se oponía a la designación de Palacios en la Metropolitana por su vinculación al encubrimiento del atentado a la mutual judía. Días más tarde, cayó el ejecutor de la maniobra, Ciro James, quien desde hacía un año espiaba a políticos y empresarios, además de Néstor Leonardo, un manosanta casado con Sandra Macri, la hermana de Mauricio. Aquella escucha es la que más lo compromete.
Al respecto, las pruebas contra él no son endebles, dado que la investigación ha determinado que James tuvo encuentros personales con Macri en su hogar de Barrio Parque para entregarle las grabaciones de Leonardo, y que por ese servicio el espía habría sido recompensado con un contrato en el Ministerio de Educación. Ello se desprende de las celdas telefónicas en las que se activó el celular del espía. Ahora se sabe que el hecho en sí fue fruto de una pintoresca disputa familiar.
En 2007, Franco resolvió ceder a su sobrino Ángelo Calcaterra las empresas en las que Mauricio era director ejecutivo. Así se desató una feroz batalla entre ambos. Y Mauricio no escatimó recursos para doblegar al hombre que le había dado la vida. Franco se enteró de ello por boca de su propio psicólogo: Mauricio había solicitado al profesional una pericia psiquiátrica para declarar su insania. El patriarca del clan, tras palidecer, balbuceó: "Quieren probar que estoy loco para quedarse con las empresas". A su vez, Mauricio repetía: "Papá está gagá; vamos a perder todo". En dicha puja, el progenitor contaba con la lealtad de sus hijas Florencia y Sandra. Y el espionaje sobre el marido de esta última se produjo porque sus comunicaciones podrían contener detalles de interés.
Cuando Mauricio obtuvo esas grabaciones, no dudó en entregárselas al papá para así pulverizar su vínculo con Sandra. La celada fue exitosa. Franco no tardó en convocar al yerno, y dijo:
– ¿Vos sabés bien a qué viniste?
–Para hablar de Sandra –contestó Leonardo, no sin cierta sorpresa.
En ese instante, el suegro montó en cólera y empezó a bramar:
– ¡Alejate de mi hija!
Y siempre a los gritos, agregó:
–Vos sabés lo que económicamente necesitás. ¿Cuánto querés?
Leonardo, no sin candor, le dijo:
–El amor, Franco, no se compra.
Así concluyó el encuentro.
Sandra creyó que la intervención del celular de Néstor había sido obra de Ackerman Group, la empresa encargada de la seguridad familiar. Esa hipótesis errónea sería luego utilizada por Mauricio para culpar a su padre del asunto y así descomprimir su situación judicial. Ya se sabe que ello no fue así.
Este caso evidencia que, en una primera etapa, la estructura del espionaje macrista fue utilizada para dirimir una interna familiar. Pero con una salvedad: los gastos corrieron por cuenta del gobierno porteño.
Apenas una travesura del hombre que sueña con ser el presidente del país.
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