Don Arturo Jauretche decía que la economía es sencilla, que la vuelven compleja oscuros intereses que se defienden a costa de la población. Esto es, en nuestro país, y lo demuestran los gobiernos populares de Yrigoyen, Perón, Illia, el primer año del gobierno de Alfonsín, y ahora los Kirchner, la economía crece si crece el consumo. Y el consumo se incrementa si se incrementan los salarios, y esto se debe a que en torno del 75% de lo que producimos va al mercado interno, por lo que es el mercado interno el primer y principal estímulo de la producción, que se producen y se ofrecen bienes y servicios para satisfacer las necesidades de nuestra población.
Esta tautología tiene un filtro que es la dependencia de insumos (bienes), de máquinas y equipos, tecnología, y energía del exterior, de manera tal que cuando crece el producto, más crecen las importaciones. Si tomamos un período largo, con distintos gobiernos, por ejemplo de 1980 hasta el año 2013 inclusive, en promedio, por cada punto en que logró acrecentarse la cantidad de bienes y servicios finales que elaboramos (PIB), las importaciones se incrementaron en tres puntos. Cuando crecimos más del 8% anual, por ejemplo los años 1920, 1921, 1946, 1947, 1964, 1965, 1973, 2003, 2004, 2005, 2006, 2007, 2010, 2011, las importaciones crecieron en más de un 25%.
Esa dependencia económica del extranjero limita nuestro desarrollo, dado que las exportaciones no fueron ni son suficientes para poder pagar las crecientes importaciones, de allí que se procedía a reducir los salarios, con ello el consumo, y de esa forma se frenaba la economía y con ello se reducen las compras al exterior, a la par que aumentaban los saldos exportables, porque consumimos alimentos que son a la vez nuestro principal producto de exportación(1).
El problema se hizo cada vez más complejo, cuando al quererse pegar un salto en lo productivo y lo técnico se permitió el ingreso de importantes empresas extranjeras, primero en la industria extractiva (minería y petróleo) y automotriz en el gobierno de Frondizi(2) , luego afianzado con el Plan Krieger Vasena en la dictadura de Onganía, para perpetuarse con la dictadura de Videla, el Plan Austral y la Convertibilidad, todos ellos garantizaron el libre ingreso y salida de capitales, sin plantear el desarrollo de tecnología propia, y sin generar un sistema de abastecimiento en el país, el resultado no podía ser otro que acrecentar la dependencia externa, que a su vez obligó a endeudarse para financiar el permanente déficit en la cuenta corriente, integrando al país al mercado internacional de la peor manera, y a costa de desintegrar el mercado interno.
La implosión del plan de convertibilidad como último cerrojo de esa nefasta política permitió su reemplazo por un modelo productivo que volvió a mirar para adentro, a defender nuestro trabajo y nuestra producción, pero que no tuvo la misma fuerza para sustituir importaciones, más allá de las desesperadas acciones de un valiente secretario de Comercio que trató por todos los medios de frenar lo inevitable.
Y en efecto, no es posible crecer en forma sostenida si los empresarios que están en nuestro país no invierten y amplían la capacidad productiva. Esto es, se creció fuertemente en el período 2003-2007 porque se amalgamó los trabajadores desocupados, las instalaciones cerradas y las máquinas paradas, pero cuando su empleo (capacidad instalada) se hizo cercano al máximo, sobre todo las grandes empresas, en lugar de apuntalar la actividad, ante la persistente demanda, prefirieron aumentar los precios (que es la causa y origen de la inflación).
Nuestros empresarios y sobre todo los más grandes, que están fuertemente internacionalizados, si por tal entendemos la dependencia y la interrelación que tienen con el exterior, prefirieron fugar capitales (por ejemplo, en el año 2011 se fueron del país unos US$ 21.000 millones, todo el superávit comercial de ese año, unos US$ 10.500 millones, y otros US$ 10.500 millones de las reservas internacionales del BCRA).
En lugar de apostar al país, prefieren apropiarse de la ganancia segura (generada en la Argentina) y fugarla, por lo que no es la creciente demanda la causante de los desequilibrios de precios, comerciales y fiscales, sino la falta de inversión y la fuga de capitales las que limitan severamente la oferta.
Esto explica el derrocamiento de Illia, el fin del Plan Gelbard, el reemplazo de Grinspun por Sourrouille, y todas las medidas que adoptaron para legitimar la superganancia de los grandes aglomerados económicos que operan en nuestro país, que implican siempre y en todos los casos el derrape de la economía, la brutal transferencia de recursos de la población a favor de esos sectores, y la exclusión y marginación social.
Es más, cada vuelta de tuerca es más grave, y más torpe. Al gobierno de Illia lo reemplaza Onganía con un plan de integración al mercado internacional que excluía a una amplia franja de la población (por ejemplo, la economía azucarera), pero fomentaba la inversión industrial y se basaba en la calidad y disciplina de nuestra mano de obra industrial.
James Petras cuenta que vino por primera vez a la Argentina en 1969 y se maravilló de la capacidad real y potencial de nuestra industria. Vio, por ejemplo, que la división electrónica de FATE (fabricante de neumáticos, empresa argentina liderada por los Madanes y en donde participaba como accionista José Ber Gelbard) producía máquinas de calcular (recordemos que en esa época Corea del Sur elaboraba cestitas para turistas como máxima expresión de su manufactura). Se entrevista con el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Elbio Cohelo, y le dice, ustedes tienen una mano de obra instruida, que se puede capacitar más, por qué no se largan a ser un país industrial en serio, y la respuesta fue, por eso, porque los trabajadores son numerosos, instruidos y con amplias facultades, pero si no administramos la situación, nos pueden dar la pelea y nos pueden vencer. Recordemos que el 29 de mayo de 1969 se produce el “Córdobazo”.
Entonces dejaron que llegara el peronismo, o mejor dicho no pudieron evitar que volviera el general Perón al gobierno, pero ante la crisis energética mundial, donde por ejemplo se triplicó el precio del barril de petróleo crudo, sufrida a comienzos de la década de 1970, se reconvirtieron y dejaron la industrialización de lado en países como el nuestro. Y nuestra clase dominante aceptó mansamente su rol de proveedor de alimentos y materias primas, y de endeudarse para sustituir la producción local con importaciones (el “deme dos”) desindustrializando y condenando a la marginalidad y a la miseria a los trabajadores. Al Plan Gelbard lo cambiaron por el “Rodrigazo” y el Plan de Martínez de Hoz.
Al patriótico y aislado intento del equipo económico de Grinspun le sucedió el Plan Austral, a éste la Convertibilidad, hasta que el nivel de endeudamiento y exclusión social dijo basta y asumió Néstor Carlos Kirchner: “El PBI se conforma de consumo, inversión y comercio exterior. En los noventa, se probó la teoría del derrame y no funcionó. Ahora lo armamos como se arman los buenos equipos de fútbol: de abajo para arriba. Tenemos que lograr que los cuarenta millones de argentinos sean consumidores plenos. El crecimiento del consumo demanda una mayor inversión. Estos dos ítems, consumo e inversión, impulsan las exportaciones: el consumo te da mayor escala de producción y la inversión, mayor eficiencia. Ambos bajan los costos y permiten competir a nivel internacional. Así crecen consumo, inversión y exportaciones y la economía vuela.”
Y la economía, como el “ave fénix” resurgió de las cenizas, y se más que duplicó la cantidad de bienes y servicios elaborados en la Argentina, y se crearon más de 5.000.000 de puestos de trabajo registrado (que aportan todos los meses al sistema previsional). Y en ello jugó y juega un rol fundamental, decisivo, el Estado, máxime ante una burguesía como la nuestra que es débil y se sabe incapaz de generar un modelo independiente.
No hay en la historia ningún ejemplo de crecimiento sostenido sin una clase dirigente capaz de liderarlo; como ese sector pujante, inteligente y decidido no lo tenemos, o si lo hay es muy pequeño, debe ser el Estado quien conduzca y diga cuál es el camino.
Esta tautología tiene un filtro que es la dependencia de insumos (bienes), de máquinas y equipos, tecnología, y energía del exterior, de manera tal que cuando crece el producto, más crecen las importaciones. Si tomamos un período largo, con distintos gobiernos, por ejemplo de 1980 hasta el año 2013 inclusive, en promedio, por cada punto en que logró acrecentarse la cantidad de bienes y servicios finales que elaboramos (PIB), las importaciones se incrementaron en tres puntos. Cuando crecimos más del 8% anual, por ejemplo los años 1920, 1921, 1946, 1947, 1964, 1965, 1973, 2003, 2004, 2005, 2006, 2007, 2010, 2011, las importaciones crecieron en más de un 25%.
Esa dependencia económica del extranjero limita nuestro desarrollo, dado que las exportaciones no fueron ni son suficientes para poder pagar las crecientes importaciones, de allí que se procedía a reducir los salarios, con ello el consumo, y de esa forma se frenaba la economía y con ello se reducen las compras al exterior, a la par que aumentaban los saldos exportables, porque consumimos alimentos que son a la vez nuestro principal producto de exportación(1).
El problema se hizo cada vez más complejo, cuando al quererse pegar un salto en lo productivo y lo técnico se permitió el ingreso de importantes empresas extranjeras, primero en la industria extractiva (minería y petróleo) y automotriz en el gobierno de Frondizi(2) , luego afianzado con el Plan Krieger Vasena en la dictadura de Onganía, para perpetuarse con la dictadura de Videla, el Plan Austral y la Convertibilidad, todos ellos garantizaron el libre ingreso y salida de capitales, sin plantear el desarrollo de tecnología propia, y sin generar un sistema de abastecimiento en el país, el resultado no podía ser otro que acrecentar la dependencia externa, que a su vez obligó a endeudarse para financiar el permanente déficit en la cuenta corriente, integrando al país al mercado internacional de la peor manera, y a costa de desintegrar el mercado interno.
La implosión del plan de convertibilidad como último cerrojo de esa nefasta política permitió su reemplazo por un modelo productivo que volvió a mirar para adentro, a defender nuestro trabajo y nuestra producción, pero que no tuvo la misma fuerza para sustituir importaciones, más allá de las desesperadas acciones de un valiente secretario de Comercio que trató por todos los medios de frenar lo inevitable.
Y en efecto, no es posible crecer en forma sostenida si los empresarios que están en nuestro país no invierten y amplían la capacidad productiva. Esto es, se creció fuertemente en el período 2003-2007 porque se amalgamó los trabajadores desocupados, las instalaciones cerradas y las máquinas paradas, pero cuando su empleo (capacidad instalada) se hizo cercano al máximo, sobre todo las grandes empresas, en lugar de apuntalar la actividad, ante la persistente demanda, prefirieron aumentar los precios (que es la causa y origen de la inflación).
Nuestros empresarios y sobre todo los más grandes, que están fuertemente internacionalizados, si por tal entendemos la dependencia y la interrelación que tienen con el exterior, prefirieron fugar capitales (por ejemplo, en el año 2011 se fueron del país unos US$ 21.000 millones, todo el superávit comercial de ese año, unos US$ 10.500 millones, y otros US$ 10.500 millones de las reservas internacionales del BCRA).
En lugar de apostar al país, prefieren apropiarse de la ganancia segura (generada en la Argentina) y fugarla, por lo que no es la creciente demanda la causante de los desequilibrios de precios, comerciales y fiscales, sino la falta de inversión y la fuga de capitales las que limitan severamente la oferta.
Esto explica el derrocamiento de Illia, el fin del Plan Gelbard, el reemplazo de Grinspun por Sourrouille, y todas las medidas que adoptaron para legitimar la superganancia de los grandes aglomerados económicos que operan en nuestro país, que implican siempre y en todos los casos el derrape de la economía, la brutal transferencia de recursos de la población a favor de esos sectores, y la exclusión y marginación social.
Es más, cada vuelta de tuerca es más grave, y más torpe. Al gobierno de Illia lo reemplaza Onganía con un plan de integración al mercado internacional que excluía a una amplia franja de la población (por ejemplo, la economía azucarera), pero fomentaba la inversión industrial y se basaba en la calidad y disciplina de nuestra mano de obra industrial.
James Petras cuenta que vino por primera vez a la Argentina en 1969 y se maravilló de la capacidad real y potencial de nuestra industria. Vio, por ejemplo, que la división electrónica de FATE (fabricante de neumáticos, empresa argentina liderada por los Madanes y en donde participaba como accionista José Ber Gelbard) producía máquinas de calcular (recordemos que en esa época Corea del Sur elaboraba cestitas para turistas como máxima expresión de su manufactura). Se entrevista con el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Elbio Cohelo, y le dice, ustedes tienen una mano de obra instruida, que se puede capacitar más, por qué no se largan a ser un país industrial en serio, y la respuesta fue, por eso, porque los trabajadores son numerosos, instruidos y con amplias facultades, pero si no administramos la situación, nos pueden dar la pelea y nos pueden vencer. Recordemos que el 29 de mayo de 1969 se produce el “Córdobazo”.
Entonces dejaron que llegara el peronismo, o mejor dicho no pudieron evitar que volviera el general Perón al gobierno, pero ante la crisis energética mundial, donde por ejemplo se triplicó el precio del barril de petróleo crudo, sufrida a comienzos de la década de 1970, se reconvirtieron y dejaron la industrialización de lado en países como el nuestro. Y nuestra clase dominante aceptó mansamente su rol de proveedor de alimentos y materias primas, y de endeudarse para sustituir la producción local con importaciones (el “deme dos”) desindustrializando y condenando a la marginalidad y a la miseria a los trabajadores. Al Plan Gelbard lo cambiaron por el “Rodrigazo” y el Plan de Martínez de Hoz.
Al patriótico y aislado intento del equipo económico de Grinspun le sucedió el Plan Austral, a éste la Convertibilidad, hasta que el nivel de endeudamiento y exclusión social dijo basta y asumió Néstor Carlos Kirchner: “El PBI se conforma de consumo, inversión y comercio exterior. En los noventa, se probó la teoría del derrame y no funcionó. Ahora lo armamos como se arman los buenos equipos de fútbol: de abajo para arriba. Tenemos que lograr que los cuarenta millones de argentinos sean consumidores plenos. El crecimiento del consumo demanda una mayor inversión. Estos dos ítems, consumo e inversión, impulsan las exportaciones: el consumo te da mayor escala de producción y la inversión, mayor eficiencia. Ambos bajan los costos y permiten competir a nivel internacional. Así crecen consumo, inversión y exportaciones y la economía vuela.”
Y la economía, como el “ave fénix” resurgió de las cenizas, y se más que duplicó la cantidad de bienes y servicios elaborados en la Argentina, y se crearon más de 5.000.000 de puestos de trabajo registrado (que aportan todos los meses al sistema previsional). Y en ello jugó y juega un rol fundamental, decisivo, el Estado, máxime ante una burguesía como la nuestra que es débil y se sabe incapaz de generar un modelo independiente.
No hay en la historia ningún ejemplo de crecimiento sostenido sin una clase dirigente capaz de liderarlo; como ese sector pujante, inteligente y decidido no lo tenemos, o si lo hay es muy pequeño, debe ser el Estado quien conduzca y diga cuál es el camino.
Cómo se debe seguir. Nicolás Maquiavelo sostenía que la Historia es una gran maestra, que debemos aprender de ella, que de otra forma estamos condenados a repetir viejos errores, que debe saber extraerse de ella los que nos sirve y desechar, dejar de lado lo que nos ocasiona derrotas y frustraciones, y si bien la “fortuna” es el árbitro de la mitad de nuestras acciones, también es cierto que nos deja administrar la otra mitad a nosotros”(3).
Por ende sabemos cómo llegar al crecimiento y cómo incurrir en el fracaso, conocemos las dos vías. Para adoptar la primera, nos enseña la experiencia a la cual Leonardo Da Vinci denominaba como la “rama más efectiva de la sabiduría”, y recorrerla cuidando de no cometer los viejos errores y de apuntalar los aciertos.
La ruta y el norte es que deben aumentar los salarios en términos reales, acrecentar el número de trabajadores, controlar los precios, controlar el comercio exterior y el tipo de cambio(4), controlar las tarifas, y contener la tasa de interés, con lo que se frena el deterioro del poder adquisitivo de la población y sustenta la recuperación del consumo (que es el principal motivo de nuestro crecimiento económico), pero cuidando las importaciones, por eso de todas las medidas a adoptar, la principal es el control cambiario.
Este gobierno regular o bien instrumentó, y persiste y debe persistir, el mal llamado “cepo cambiario”, que en esencia consiste en no dejarles a las empresas pasar sus utilidades (que son en pesos porque venden en la Argentina, y aun exportando están obligados a convertir las divisas en pesos –merito de este gobierno, para Domingo Cavallo los dólares le pertenecían al exportador o a quienes los traían–) se pasen a dólares y se fuguen. Esto es, el problema no es quién quiere comprar 10.000 dólares como ahorro, el problema son las grandes empresas que ganan en pesos, y si venden al exterior están obligadas a convertir sus divisas en pesos, a que no lo hagan (se queden con los dólares y no los cambien por pesos) y /o compren libremente dólares para fugarlos.
Que el recorrido no es fácil, que está plagado de dificultades, que las grandes corporaciones son poderosas y que los esbirros de adentro juegan a favor de ellas, todo es cierto, pero más cierto es aún que se debe seguir el camino correcto porque el objetivo sigue siendo la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación.
Por ende sabemos cómo llegar al crecimiento y cómo incurrir en el fracaso, conocemos las dos vías. Para adoptar la primera, nos enseña la experiencia a la cual Leonardo Da Vinci denominaba como la “rama más efectiva de la sabiduría”, y recorrerla cuidando de no cometer los viejos errores y de apuntalar los aciertos.
La ruta y el norte es que deben aumentar los salarios en términos reales, acrecentar el número de trabajadores, controlar los precios, controlar el comercio exterior y el tipo de cambio(4), controlar las tarifas, y contener la tasa de interés, con lo que se frena el deterioro del poder adquisitivo de la población y sustenta la recuperación del consumo (que es el principal motivo de nuestro crecimiento económico), pero cuidando las importaciones, por eso de todas las medidas a adoptar, la principal es el control cambiario.
Este gobierno regular o bien instrumentó, y persiste y debe persistir, el mal llamado “cepo cambiario”, que en esencia consiste en no dejarles a las empresas pasar sus utilidades (que son en pesos porque venden en la Argentina, y aun exportando están obligados a convertir las divisas en pesos –merito de este gobierno, para Domingo Cavallo los dólares le pertenecían al exportador o a quienes los traían–) se pasen a dólares y se fuguen. Esto es, el problema no es quién quiere comprar 10.000 dólares como ahorro, el problema son las grandes empresas que ganan en pesos, y si venden al exterior están obligadas a convertir sus divisas en pesos, a que no lo hagan (se queden con los dólares y no los cambien por pesos) y /o compren libremente dólares para fugarlos.
Que el recorrido no es fácil, que está plagado de dificultades, que las grandes corporaciones son poderosas y que los esbirros de adentro juegan a favor de ellas, todo es cierto, pero más cierto es aún que se debe seguir el camino correcto porque el objetivo sigue siendo la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación.
(1) Consumimos mínimamente soja, pero su cultivo sustituyó física y geográficamente otros cultivos y la cría de animales. Actualmente de 32 millones de hectáreas cultivables con que cuenta nuestro país, en 19 millones se cultiva soja. En Balcarce se cultiva más soja que papa, en Tucumán más soja que caña de azúcar, en el Chaco más que el algodón, etc., etc.
(2) Con un plan sistemático de destrucción de la red ferroviaria (Plan Larkin por el general Thomas Larkin de los EEUU que asesoró al gobierno de Frondizi garantizando de es amanera la sustitución por el transporte automotor.
(3) Capítulo XXV "El Príncipe" Nicolás Maquiavelo.
(4) No es un tema menor que el gobierno logre estabilizar el tipo de cambio, haciendo que los exportadores (que es el principal ingreso de divisas) cambien los dólares de la venta de granos de soja a $ 5,30 ($ 8,10 menos el 35% de las retenciones), que grandes comercializadores de granos como Bunge Cerval, Louis Dreyfus, Cargill, Nidera, Noble grains, etc., acepten un dólar de $5,30, "ningunea" al negocio del "blue" donde se paga el doble de ese valor.
(2) Con un plan sistemático de destrucción de la red ferroviaria (Plan Larkin por el general Thomas Larkin de los EEUU que asesoró al gobierno de Frondizi garantizando de es amanera la sustitución por el transporte automotor.
(3) Capítulo XXV "El Príncipe" Nicolás Maquiavelo.
(4) No es un tema menor que el gobierno logre estabilizar el tipo de cambio, haciendo que los exportadores (que es el principal ingreso de divisas) cambien los dólares de la venta de granos de soja a $ 5,30 ($ 8,10 menos el 35% de las retenciones), que grandes comercializadores de granos como Bunge Cerval, Louis Dreyfus, Cargill, Nidera, Noble grains, etc., acepten un dólar de $5,30, "ningunea" al negocio del "blue" donde se paga el doble de ese valor.
miradas al sur
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