Por Emir Sader
Parecía que Colombia había dado vuelta una página terrible de su historia, de 50 años de violencia, de guerra civil, de terrorismo. De repente, el uribismo vuelve a plantear el fantasma de todo eso como un pasado que no pasa. En caso de que triunfe Oscar Zuluaga, ya anunció que el mismo 7 de agosto suspenderá o impondrá nuevas condiciones a las negociaciones de paz con las FARC, con lo cual se puede suponer que, de inmediato, habrá una espiral de enfrentamientos militares con la guerrilla buscando demostrar lo que se está perdiendo con las negociaciones de paz y con las fuerzas armadas buscando demostrar que la violencia sería la única forma de enfrentar a las guerrillas. En suma, un retorno terrible a un pasado que se creía superado por las negociaciones políticas para terminar de una buena vez con ese pasado que ha marcado a tantas generaciones de colombianos y ha enfrentado al gobierno de ese país con sus vecinos.
La prensa dice que Juan Manuel Santos no habría logrado demostrar fehacientemente el valor de la paz, mientras Uribe ha retomado sus planteamientos de la Guerra Fría. En la misma noche de la primera vuelta Zuluaga ha dicho, textualmente: “No podemos permitir que las FARC gobiernen el país desde La Habana”. Un dicho típico de la Guerra Fría, de la manipulación de los fantasmas del comunismo para aparecer como “defensor de la democracia y la libertad”, abriendo la puerta para un nuevo proceso de militarización del país.
Es un proceso llevado a sus extremos de radicalización, pero que expresa las posturas de las derechas latinoamericanas, superadas por gobiernos que han disminuido la miseria y la pobreza, promovido procesos de integración regional, fortalecido el rol del Estado, consolidando sistemas políticos que venían de grandes procesos de debilitamiento. En el caso de Colombia, se ha avanzado en la superación política y pacífica de los procesos de enfrentamiento militar, ahora puesto en riesgo por las campañas que se valen del miedo para buscar retornar a un pasado de terror.
Las condiciones son distintas en Colombia y en otros países de América latina, pero el método de la derecha es el mismo. En lugar de asimilar los incuestionables avances en los países con gobiernos posneoliberales, proponiendo la forma de darles continuidad, las derechas del continente sueñan con retornos a pasados superados y derrotados en sus países.
Hay un uribismo en la derecha latinoamericana, una añoranza de un pasado en vías de ser superado, unas ganas de venganza en contra de los que le sacan gobiernos y de la masa del pueblo beneficiaria de las políticas de esos gobiernos. Hay un sentimiento de odio que quieren restaurar, con el miedo y el terror como formas de bloquear la capacidad de lucha de la gente por sus derechos.
Ese es el proyecto de la derecha latinoamericana: la restauración conservadora, antipopular, de sumisión externa y de sometimiento interno a las elites tradicionales. Eso es el uribismo.
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