El resultado de las elecciones europeas da cuenta de la crisis real en la que se halla el andamiaje político construido durante las últimas décadas: el ascenso de los llamados "euroescépticos", fórmula genérica para nombrar a las más variadas expresiones de la disidencia, hizo temblar el viejo bipartidismo dominante y abrió grandes avenidas de temor e incertidumbre (y unas cuantas de esperanza). Ahora es más obvio que nunca que la crisis no está resuelta, luego de años de austeridad y recortes, de exigirle a la población sacrificios sin fin a cambio de evitar un cataclismo peor. Con todo y sus retrocesos, Alemania conserva la hegemonía mientras las opciones "alternativas" se quedan en el camino, desdibujadas, sin una idea clara de cómo enfrentar los acontecimientos. La caída del voto socialista en Francia y en España es prueba suficiente de una derrota que ya no puede entenderse, menos corregirse, con el silabario de otros tiempos. Mientras las conquistas del Estado de bienestar son derribadas una a una, la resistencia se fragmenta en una miriada de protagonistas que aún no alcanzan ni el peso ni la representación para evitar su desmantelamiento, la precarización del trabajo, el reacomodo en la economía global que intensifica la desigualdad, como se advierte en estudios contundentes que hoy circulan en todo el mundo.
La misma idea de Europa está dañada y no se ve cómo resurgirá del pozo en el que se halla, aunque todavía hoy los pro europeos son mayoría en el Parlamento. El ideario más progresista se evapora incapaz de enfrentar nuevas realidades sin una visión capaz de impulsar las reformas que le darían nuevo empuje al proyecto de cooperación más ambicioso de la historia. Lejos de eso, las elecciones prueban el ascenso irrefutable de la derecha menos europeísta, marcada por las pulsiones nacionalistas que aspiran a recrear las fronteras juntos con los exclusivismos de corte xenófobo. Las costuras de Europa se rompen ante el ascenso de las corrientes que disputan la suerte de los estados nacionales existentes o frente a las reclamaciones de los herederos del viejo nacionalsocialismo que ha logrado colocar algunos diputados en el Europarlamento. Cierto es que a contracorriente partidos como Sziriza logran en Grecia una clara y significativa victoria frente al "austericidio", pero aunque el ascenso de la izquierda radical es uno de los resultados visibles de las últimos comicios, aun falta un largo camino para traducir las resistencias anticapitalistas a una oposición con opciones de gobierno.
El estancamiento de la economía y las dificultades para moverse en la realidad institucional de una Europa inacabada están en el fondo de este agudo malestar separatista y anticomunitario que puede avanzar hacia una situación tan indeseable como la que describe el historiador Santos Julia al hablar de la posibilidad de que al final del camino surja un "nuevo sistema de poder seudoimperial germano operando sobre unidades territoriales de pequeños estados subalternos. En tal caso, Europa dejaría de existir como un poder supraestatal capaz de someter a regulación los mercados y de mantener en vida lo que ha constituido hasta hoy su principal razón de ser: garantizar a sus ciudadanos, además de paz y democracia, un sistema público de sanidad, educación y seguridad social que las políticas privatizadoras y el creciente abismo de desigualdad abierto a nuestros pies por los poderes financieros globales ha erosionado durante las últimas décadas". ( El País, 25/5/14).
Es alarmante la victoria del Frente Nacional en Francia (y de otros partidos semejantes), pues comprueba que la presidencia de la crisis favorece la expansión de la extrema derecha, la única fuerza que puede capitalizar el resentimiento de las clases trabajadoras más afectadas utilizando el discurso discriminatorio y excluyente en el que caben todos los prejuicios contra los emigrantes y a favor del regreso de las fronteras. Es inevitable pensar en los años 30, cuando el ascenso de las fuerzas totalitarias se trepó al poder con los votos de masas irritadas a las que la democracia per se no les quitaba el sueño. Cierto que la historia no se repite como una calca, pero no estaría de más examinar con detalle hasta qué punto la situación actual no conlleva peligros comparables. La otra lección es que la realidad cuando los dueños del bipartidismo están más seguros de su poder, aquí y allá surjan grupos de ciudadanos que forman partidos para demostrar que la pluralidad es mucho más que una norma concebida desde arriba para administrar el descontento. Su existencia es hoy un síntoma, pero debiera ser obvio que hace falta una nueva generación para abrir el camino. Ojo a la minorías tan despreciadas. En Europa y en México.
La Jornada, México
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