domingo, 14 de septiembre de 2014

Una mujer, muchas mujeres



Lucía. Ana. La Tronca. Los amigos pueden utilizar cualquiera de estos nombres, pero esos sonidos le anticipan a qué etapa de su vida pertenecen. Lucía supo tener la plácida vida de las jóvenes de clase media cuando el Uruguay batllista arrastraba los pies hacia un final que Juan Carlos Onetti preanunció en la novela El Astillero. Niña / joven a la que le brillaban los ojos cuando cabalgaba en los campos de un abuelo y luego se enrojecerían en largas noches de conversaciones con los sacerdotes de la Nueva Iglesia. Esos que la llevaron a la Cachimba del Piojo, un barrio marginal de la Teja, donde empezó a conocer a la gente que no vivía bien. Esos ojos bien abiertos, le mostraron años después una de las primeras marchas cañeras, en la avenida 8 de octubre, y se estrellaron contra la figura de un joven contador, de Raúl Sendic se trataba, que encabezaba la movilización por la tierra.
Este episodio trasmutaría a Lucía Topolansky en Ana, nombre de guerra en la organización Movimiento Nacional de Liberación Tupamaros (MNLT), donde se aplicó con dedicación y entrega a una nueva vida que la llevaría a encontrar su amor, un tal Ulpiano o Emiliano, nada menos que José Pepe Mujica. Ana se dedicó y participó de numerosos hechos revolucionarios, fue buscada, detenida, escapó dos veces de prisión hasta que finalmente su vida hizo un largo paréntesis en Punta Rieles, en las afueras de Montevideo, una cárcel especial para presas políticas, que tuvo el honor de convertir en su habitáculo durante 13 años. La Tronca aunque parezca peyorativo –como cuando le dicen El Viejo a Mujica– no lo es, surge después, cuando los hombres y mujeres del MLNT amnistiados por el gobierno del Dr. Julio María Sanguinetti en 1985, salen a tomar mate a las plazas a conversar con los vecinos. A tomar mate y escuchar. De ese diálogo emerge le decisión de los jóvenes que habían tomado las armas en los ’60 y los ’70, ahora con arrugas y algunas canas, de participar activamente en el proceso institucional a través del Frente Amplio y de lo que posteriormente se constituyó en el Movimiento de Participación Popular (MPP). La Tronca ahora está grande. No se olvida de Ana y Lucía, no las deja de lado a ninguna de las dos. Lucía se casó en la cocina de su chacra, en Rincón del Cerro, a 20 kilómetros del centro montevideano con Mujica. Con libreta. Es un dato oficial, aunque ella no le da relevancia y prefiera pensar que sigue siendo un poco Ana cuando afirma que fue el hombre que le propuso arreglar los papeles, “por las dudas”, y porque ya estaban grandes y había otros partidos para jugar.
“Pavada de changuita me agarré”, dijo a unos amigos cuando hace pocos días, con 70 años, fue encargada de dirigir la campaña del Espacio 609 para las elecciones de octubre. Y entonces, desde la chacra o su despacho del Senado con sus compañeros, empezó a diagramar una estrategia para que el Frente Amplio pueda concretar su tercer período de Gobierno, esta vez nuevamente con Tabaré Vázquez como candidato presidencial. Desde ese despacho, donde resaltan las fotos del Che Guevara y de Raúl Bebe Sendic, salió tiempo atrás caminando despacio, como le permiten sus huesos, bajo el hemiciclo iluminado, repleto, eufórico, y tomó el juramento presidencial a su esposo.
“Ese día, el Parlamento estaba lleno de símbolos”, dijo. Ella y su marido habían estados presos, aislados, torturados y ahí estaban en la cúpula del poder institucional. Y el Batallón Florida, en cuyo cuartel del barrio del Buceo se jugaron varias “partidas” en los días previos del golpe de estado del 27 de junio de 1973, paradójicamente esa unidad militar es la custodia del Parlamento. Simbolismos abundaron: los militares presentaron armas y saludaron a un viejo tupamaro que había sido investido presidente por su mujer. Ambos “pasaron” por el Batallón Florida.
Con el mismo tono suave y cansino con que tomó juramento al Pepe comanda una nueva campaña electoral y conduce la bancada parlamentaria del Frente. Lucía, no Ana, no La Tronca, sigue siendo una de las mujeres que tiene más poder político en el Uruguay.
No baila sola. Sin la imposición de los cupos y sin debates estériles, en los últimos años el Frente Amplio ha modificado sutilmente algunas intersecciones del poder político interno. La presidencia de la fuerza mayoritaria ha sido delegada en Mónica Xavier, senadora, cardióloga, integrante del Partido Socialista. Por primera vez en su historia, en mayo de 2012, el Frente Amplio celebró elecciones abiertas para elegir a sus máximas autoridades. Mónica Xavier fue clara ganadora, sucedió a Jorge Brovetto y asumió el cargo el 30 de junio acompañada de tres vicepresidentes: el senador Rafael Michelini (Nuevo Espacio), la diputada Ivonne Passada (MPP) y el ex coordinador del Pit-Cnt, Juan Castillo (Partido Comunista). En muy poco tiempo, Xavier viajó al interior, recorrió barrios e imprimió un nuevo ritmo a su gestión al frente de la fuerza política que había mostrado síntomas de relajamiento.
La otra estrella de la nueva constelación frenteamplista es Constanza Moreira, quien compitió y perdió en las últimas elecciones internas frente a Tabaré, lo cual era una obviedad. Sin embargo, el solo hecho de su presentación le abrió un espacio y muchos especulan que con sus 54 años, asoma como una muy buena figura de recambio. Constanza llegó de la mano de Mujica al Senado, tiene un mensaje focalizado hacia los jóvenes, los grupos marginados y minorías.
Constanza. Mónica. Lucía. Tres mujeres con poder dentro del partido gobernante, aunque Lucía Topolansky cuenta hoy en día con un capital político que le permite acercarse sin restricciones a otros grupos, dentro y fuera de la coalición. Con muy buena cintura eludió ser la vocera oficial en los primeros tiempos del gobierno del Pepe. Después se supo que podía ser más dura que el propio presidente. Cuando la agenda presidencial desbordaba, supo encarar delicadas negociaciones internacionales. El posible origen de ese poder de representatividad puede ubicarse en su entrañable relación matrimonial. Pero más allá de su inevitable conjunción con el hombre que conoció en la clandestinidad, está su propia trayectoria, el aguante que supo generar en las circunstancias más difíciles, difíciles de verdad, cuando era Ana, la guerrillera.

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