Luego de las presidencias de Perón y las de Néstor Kirchner y Cristina Fernández asistiremos por primera a una situación inédita: El liderazgo del movimiento y la presidencia de la nación no serán ejercidos por la misma persona. Ante esta situación no se vislumbra aún que quien sea elegido para el cargo de presidente esté plenamente compenetrado con el proyecto estratégico del movimiento.
Por Rubén Dri*
Estamos a un paso de las elecciones presidenciales para las cuales no visualizamos un candidato que con claridad, contundencia y profundidad exprese el proyecto nacional, popular, democrático latinoamericanista que lidera Cristina, por lo cual después de dichas elecciones nos encontraremos con una situación inédita y difícil
El movimiento nacional hunde sus raíces en los albores de nuestra historia, habiendo sido encarnado por el movimiento federal que se reconoce en el morenismo, el artiguismo, la gesta sanmartiniana, el Chacho y Felipe Varela. Derrotado por el proyecto mitrista dependiente del imperio británico, resurgió en el yrigoyenismo, para dar un salto cualitativo el 17 de octubre de 1945.
Del 45 al 55 el líder del movimiento nacional fue al mismo tiempo el presidente de los argentinos. Fue la etapa más brillante, más fecunda en transformaciones profundas a favor de las mayorías populares. Comenzaron a romperse los lazos de la dependencia económica, política y cultural, y se produjo la apertura hacia lo que líderes de la independencia latinoamericana denominaron la Patria Grande.
El éxito de esa década se debió en gran parte a que quien ejercía el liderazgo del movimiento era, al mismo tiempo, presidente de la nación, porque nuestra constitución es presidencialista, otorgándole al presidente el mayor poder político. Éste, cuando es respaldado por un sólido y multitudinario movimiento popular, es capaz de producir las profundas transformaciones que el pueblo necesita.
Con la derrota del movimiento producida por la entente oligárquico-eclesiástico-militar, fogoneada por las fuerzas imperiales, el movimiento se vio excluido de las decisiones políticas y con su líder en el exilio. Se recupera por breves instantes en 1973, para caer nuevamente no sólo por las fuerzas enemigas, sino también por gravísimas contradicciones internas. El epílogo fue la dictadura cívico-eclesiástico-militar genocida que no significó sólo la derrota política, sino el exterminio masivo de sus militantes.
Muchos creyeron en los comienzos de la década del 90 del siglo pasado que el movimiento popular había vuelto del ostracismo conducido por un nuevo líder venido de la Argentina profunda. El chasco fue mayúsculo. No era el movimiento el que volvía, sino una mascarada del mismo, una triste parodia, una verdadera y artera traición.
Todo lo contrario sucedió en 2003 cuando un casi ignoto personaje venido de las frías tierras del Sur se presentaba en la Casa Rosada, y luego se sumergía literalmente en la multitud, poniendo en escena, de esa manera, el resurgir del movimiento popular. Desde las sombras a donde había sido llevado en la década del 90, emergía el nuevo líder y con él el movimiento.
No fue una resurrección fulgurante, sino un lento renacer que se manifestó en toda su realidad y profundidad recién en el 2008, cuando las corporaciones agrarias, representando a todos los poderes dominantes, se enfrentaron abiertamente al proceso liberador. Ése es el momento en que el movimiento fue visto como tal por los sectores populares. Dos campos enfrentados, el de los interese corporativos y el del pueblo, el de la nueva oligarquía y el de los sectores populares, el de la patria y el de la antipatria.
De ahí en más, con las fuerzas renovadas, el movimiento nacional, popular, democrático, latinoamericanista, avanzó decididamente, muchas veces gambeteando y otras enfrentando directamente, los intentos desestabilizadores. Una década de recuperación, de creatividad, de transformaciones, que deben ser profundizadas en la nueva década que comienza en el 2015. O se sigue avanzando, o se retrocede.
La situación inédita a la que acabamos de aludir se refiere a que por primera vez el liderazgo del movimiento y la presidencia de la nación no serán ejercidos por la misma persona. Y no se vislumbra que quien finalmente sea elegido para el cargo de presidente esté plenamente compenetrado con el proyecto estratégico del movimiento.
Esta situación será una verdadera prueba de fuego. El kirchnerismo deberá probar entonces que es el verdadero movimiento nacional, popular, democrático, latinoamericanista. Está en condiciones de superar dicha prueba siempre que la consigna de “unidos y organizados” pase de ser una mera consigna y se transforme en un proyecto puesto en marcha con inteligencia, energía y serio compromiso militante. Más que nunca la consolidación y el desarrollo del poder popular debe ser la obsesión. El movimiento debe transformarse en un poder político que oriente la acción del gobierno, cuales quiera sean las debilidades de quien ejerza el cargo de presidente.
Para ello no se necesitan “soldados” sino “militantes”. No hay movimiento sin liderazgo, pero el líder no es un general de un ejército o el déspota de una sociedad que siempre baja órdenes que los soldados no hacen más que cumplir a rajatabla. Si ello fuese así, se vaciaría de contenido, perdería su razón de ser y estría destinado a terminar como los objetos que uno descarta cuando se cambia de domicilio.
El líder fija las líneas estratégicas, proporciona las orientaciones y en determinados momentos ordena acciones políticas imprescindibles, pero los militantes no son soldados que están siempre a la espera de órdenes. Son sujetos que están siempre pensando, debatiendo, actuando, creando, o sea, dándole verdadero contenido al movimiento.
La presidenta, que es al mismo tiempo la líder del movimiento, ha dicho de diversas maneras que no puede haber marcha atrás de los avances populares logrados en la década. Ahora bien, como sabemos, los sujetos son históricos y, en ese sentido nunca quedan estáticos, sino que siempre se mueven o hacia adelante o hacia atrás, o avanzan o retroceden. Por lo tanto la única manera de impedir que se vuelva atrás de conquistas como la asignación universal y la recuperación de YPF y de Aerolíneas, por citar algunas de las conquistas populares, es avanzar conquistando nuevos derechos, profundizando y ampliando los conquistados. Nuevas metas, nuevos hitos en el camino hacia la patria socialmente justa, económica libre y políticamente soberana, pero ya no sólo la patria argentina, sino la gran Patria Latinoamericana.
14 de junio de 2015
*Filósofo, teólogo, profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires
Fuente: La Tecla Eñe, Revista Digital de Cultura y Política
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