La fórmula Scioli-Zannini marca otro fin de ciclo para los vaticinadores del fin de ciclo K. La sensación de derrota entre opositores políticos y mediáticos, su desprecio por la voluntad popular y la descalificación de candidatos y votantes reniegan de la democracia. Máximo, Wado, Axel, El Cuervo y la bancada camporista. El regreso de Nilda y el liderazgo de Cristina, sin necesidad de candidatura propia. La partida concluyó con el primer diálogo entre CFK y Scioli desde que se conocen.
Por Horacio Verbitsky
A la medianoche de ayer, Daniel Scioli-Carlos Zannini fue la única fórmula presidencial registrada por el Frente para la Victoria; Cristina no competirá en ninguna categoría; su hijo Máximo Kirchner será candidato a diputado nacional por Santa Cruz, Axel Kicillof por la CABA (seguido por Nilda Garré y Andrés Larroque) y Eduardo de Pedro encabezará la lista en la provincia de Buenos Aires, lo cual adelanta que en caso de victoria presidirá la Cámara de Diputados, mientras Zannini será presidente del Senado. Si todos los candidatos de La Cámpora en puestos prominentes resultaran electos, la bancada de la organización rondaría el diez por ciento de la Cámara de Diputados, un subloque decisivo dentro del FpV. Para ponderar qué significarían esos 25 a 30 diputados, vale la pena recordar que la segunda minoría actual tiene 35 (UCR) y la tercera 18 (Unión Pro). Será una acumulación institucional congruente con su capacidad de organización y movilización.
Hasta 2017
La extensa conversación en la que Cristina y Scioli transaron todos los detalles es la primera que supera los cinco minutos desde que se conocen. Que se haya extendido por dos horas fue el dato central que Scioli comunicó exultante a su círculo íntimo. Todos dejaron trascender que no se habló de la conformación del próximo gabinete, sino de la relación entre ambos, que será de inevitable cooperación. Si Scioli se impone, el kirchnerismo contempla por lo menos seis meses de silencio mientras inicia su gobierno. En La Plata se da por seguro que Alberto Pérez comandará el gabinete nacional como lo ha hecho con el bonaerense; que el contador familiar Rafael Perelmiter seguirá siendo el principal consejero económico aunque no ocupará el ministerio; que el ministro de Salud provincial, Alejandro Collia, ocupará la misma cartera en la Nación y que sólo dependerá de la voluntad de Lino Barañao su continuidad como ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Scioli contempla dividir Planificación y Servicios, para desgajar Energía, ministerio que ocuparía el saliente gobernador de Neuquén, Jorge Sapag. También habría espacio en el gabinete para Maurice Closs cuando concluya su mandato como gobernador de Misiones pero no para el mendocino Francisco Pérez, cuyo enfrentamiento con Cristina puso fin al record de permanencia del muñidor electorero de la presidencia Juan Carlos Mazzón (1989-1999 y 2002-2015). La Secretaría de Derechos Humanos será ocupada por un miembro de la familia Carlotto. Para el ministerio de Agricultura ha pensado en el ex intendente de Rafaela Omar Perotti, que hizo una excelente elección en Santa Fe. También podría ser candidato a senador y renunciar luego para sumarse al gabinete nacional. Scioli dice que hará todo lo que sea preciso para conservar una óptima relación con CFK, aunque entre sus allegados hay versiones encontradas: desde quienes fundamentan esa conducta en el presunto descubrimiento por su parte de que necesita que un proyecto como el que conduce Cristina lo contenga y de sus votos en el Congreso para la sanción de las leyes, hasta aquellos que afirman que esa subordinación sólo durará hasta el 10 de diciembre. Lo más probable es que la armonía se mantenga al menos hasta las elecciones legislativas de 2017, cuando Scioli tendría la posibilidad de intervenir en la confección de las listas. En cualquier caso, la apuesta de Cristina muestra una visión histórica, en la que las ventajas inmediatas y el trapicheo electoral se insertan en una construcción de largo plazo. Está intentando hacer ahora lo que Perón postuló, pero no pudo concretar, cuando dijo que sólo la organización vence al tiempo.
Tres por dos
El gobernador de la provincia de Buenos Aires informó que él había propuesto la nominación de Zannini y que la presidente lo había aceptado. Dentro del gobierno nacional las versiones se trifurcan, entre quienes avalan ese relato, aquellos que dicen que desde la presidencia alertaron a Scioli de que Cristina estaba esperando que él escogiera a ese acompañante y quienes cuentan que fue la propia presidente quien le comunicó el nombre de su Secretario Legal y Técnico, pero que antes el candidato le había pedido que ella dispusiera quién debía ser. Como era de prever, la lectura unánime de los medios y políticos de la oposición fue que ella le (im)puso el vice a Scioli, lo cual une la útil táctica de menoscabar a quien representará en los comicios al Frente para la Victoria con la agradable estrategia de presentar a la presidente como una monologuista despótica. A esto contribuye la sobreactuación de Florencio Randazzo, en quien todos los opositores han descubierto al único peronista digno que les confirma la regla. Durante varios días estarán distraídos con los entretelones verdaderos o falsos de ese melodrama: si lloró Randazzo, como cuentan los cristinistas, o la presidente, según dejan trascender los que descarrilaron con el ministro; parafrasearán las frases grandilocuentes como estaré en cada pasaporte o en cada vagón nuevo; confrontarán las versiones encontradas acerca de si Cristina le pidió que desistiera de su candidatura o él lo hizo ofendido por la designación de Zannini para acompañar a Scioli e incluso rechazó el ofrecimiento presidencial de que llevara en su fórmula a un camporista notorio. Así, esos opositores se distraen de las cuestiones de fondo que explican la desmedrada circunstancia en la que ellos mismos se han puesto. El mejor ejemplo lo brindó el insultador exaltado Jorge Lanata en la radio cabecera del Grupo Clarín, cuando dio por hecho que el Frente para la Victoria volverá a imponerse y se dedicó a repartir culpas: la “miopía, miseria y negocio”, de una oposición inútil y que hace todo mal, por no haberse “unido todos... de la izquierda hasta la derecha”, pero también “la estupidez de parte de la gente”, que no corta boleta. Lo único gracioso de ese exabrupto, despectivo de representantes y representados, es que no incluye dentro de la oposición a la empresa que lo contrata, ni a sí mismo, que fue su principal ariete en la fallida empresa de demolición del kirchnerismo y descrédito en la política.
Cualquiera sea la versión que se acepte de lo sucedido, es ostensible que Cristina reafirmó su conducción en forma impresionante y al mismo tiempo reconoció con fría racionalidad sus propios límites, mientras proyectó hacia el futuro su visión del país, mediante la renovación generacional y política de los cuadros partidarios. Lo había anticipado en su mensaje a la Asamblea Legislativa del 1 de marzo (“dejo un país cómodo para la gente e incómodo para los dirigentes si piensan sacarle los derechos adquiridos a la gente”) y en su último patio la semana pasada (“Estaré en la calle con el pueblo”). Volvió a decirlo ayer en Rosario, en un discurso en el que contrapuso la construcción colectiva a las personalidades aisladas y por lo tanto manejables. Ni la ratificación de su liderazgo ni los pasos reflexivos que dio para lograrlo son constataciones halagüeñas para quienes soñaban con el ocaso de una dictadora furiosa que apuesta a la derrota porque no tiene forma de imponer sus deseos y cuya fuerza se desbanda en auxilio de la victoria de cualquiera que venga.
Dos culturas
Es interesante reconstruir las respectivas jugadas de estos emergentes de dos culturas políticas tan distintas. La primera candidatura de Cristina, en 2007, enfureció al republicanismo sui generis que se cultiva aquí, y despertó comparaciones con Isabel Martínez, Imelda Marcos o los Kim coreanos. Según Néstor Kirchner, el intento de Héctor Magnetto de vetar la postulación de su esposa estuvo en el origen del conflicto con el Grupo Clarín, cuya versión difiere. La represalia fue el intento del Grupo para convertir un vulgar lock-out patronal por la presión impositiva en una gesta patriótica y de poner al gobierno a la defensiva con reiteradas denuncias por corrupción que hicieron del periodismo y la Justicia armas arrojadizas y campo de batalla. Esto pareció surtir efecto con el mediocre resultado oficialista en las elecciones de medio término de 2009 y la muerte de Kirchner en octubre de 2010 pareció el golpe final, al frustrar el proyecto de alternancia presidencial. Pero el ejercicio del mando de Cristina, que ni tuvo tiempo para hacer el duelo, y su espectacular consagración en 2011 como la presidente con mayor votación y diferencia con la segunda fuerza en las tres décadas de la democracia argentina deshicieron el mito del doble comando sin el cual no podría gobernar. El problema de la sucesión se difirió hasta las elecciones legislativas de 2013. Scioli ya asomaba como opción atractiva para los peronistas que gobiernan las provincias y municipios más poblados. Negoció un posible acuerdo con Sergio Massa, pero a último momento decidió permanecer en el Frente para la Victoria, intuyendo que el Frente Renovador era una aventura sin destino y que de irles bien entonces, Massa le haría a él en 2015 lo que entonces le estaba haciendo a Cristina. Ese año el kirchnerismo no logró los 2/3 de ambas cámaras que hubieran sido necesarios para habilitar una nueva candidatura de Cristina o instituir un régimen parlamentario como el alemán o el español sin restricciones cronológicas para la mayoría. Los conocidos de siempre volvieron a decretar su final e instalaron la idea del pato rengo cuya máxima aspiración sería llegar al final del mandato sin tropiezos. Al mismo tiempo, intentaron que tal cosa no ocurriera, con una serie de operaciones económicas, judiciales y de difusión por demás conocidas. De este modo creían asegurar que no incidiera en el diseño de la sucesión.
El kirchnerismo llegó a las fechas decisivas sin una candidatura propia competitiva, lo cual revela sus limitaciones pero también el tiempo que requiere la maduración de un proceso que comenzó en forma abrupta en medio de una gran crisis. La presidente apeló entonces a un diseño múltiple: respaldar a uno de los postulantes de modo que se desprendiera del lote inicial, poner en duda que fuera a autorizar la candidatura de Scioli dentro del Frente para la Victoria y dejar correr una posible presencia propia en las listas, ya fuera para un cargo ejecutivo o legislativo en la provincia de Buenos Aires o en el parlamento del Mercosur. Una clave fue el Congreso Justicialista que confirió la lapicera de anotar candidaturas nacionales a Zannini y bonaerenses a De Pedro, ambos asistidos por el especialista Coco Landau, El Hombre del Saco Blanco. La oposición presentó la última hipótesis como una búsqueda de fueros para protegerse de investigaciones judiciales, cosa que hoy sigue repitiendo en relación con Máximo y Axel. Esto implica una completa ignorancia de la ley de fueros, que no brinda inmunidad contra el procesamiento, y pasa por alto que no existen causas que comprometan a Cristina. Este despliegue persuadió a Scioli de que sólo podría llegar con Cristina, nunca en contra de ella. No fueron en vano los 15 años que le lleva a Massa. Cuando se publicaron los cables secretos de la embajada estadounidense en los cuales el ex jefe de gabinete denigraba a Kirchner ante funcionarios de la potencia mundial, Scioli se limitó a destacar que nada equivalente encontrarían sobre él, porque no decía en privado nada distinto que en público (al menos no con esos interlocutores, aunque para una valoración más completa habría que ponderar también cómo se comportan en las fiestas reservadas de La Ñata su hermano Pepe y su ex ministro Carlos Stornelli).
Las diferencias entre el kirchnerismo y Scioli no pueden ser exageradas y constan en todos los archivos. Pero igual que en 2006, cuando Kirchner le pidió que se presentara como candidato a la gobernación bonaerense, es el único dirigente que permite enfrentar con optimismo a Maurizio Macrì y su alianza con radicales y cívicos libertadores. Recapitular ahora en qué se parecen ambos hijos de papá tampoco tiene sentido. Aunque hubieran sido gemelos separados al nacer (y ésta es una desmesura intencional para extremar el razonamiento), las circunstancias políticas en las que cada uno llega y las apoyaturas y limitantes con que cuentan reducen la importancia de esa dotación genética, como diría Lucas Llach. A medida que se acercaba la fecha y con absoluta conciencia de los recelos que debía sortear, Scioli incrementó sus muestras de acatamiento a Cristina, hasta llegar a interpretar sus deseos más recónditos como si fueran órdenes o, dicho al revés, a internalizar sus órdenes como si fueran deseos para él. Tal como se informó aquí en abril (“Nietzsche en campaña”), el alineamiento de Scioli ya se evidenciaba entonces “en el abandono en manos de la presidente de las nóminas de diputados nacionales (como ocurrirá en todo el país) e incluso el nombre de su candidato a vicepresidente (cosa que CFK no le pidió ni le pedirá, pero Scioli está desarrollando incluso dotes de adivinación)”. De este modo, cada uno fue recortando el espacio de maniobra del otro, hasta llegar al desenlace de esta semana, cuando ambos reconocieron en forma implícita que juntos ganan y separados pierden. El desconcierto que esto produjo en las otras comunidades políticas fue enorme, lo cual se refleja en las evaluaciones contradictorias con que recibieron la novedad: desde que Zannini no le suma votos a Scioli, hasta que lo coloca en condiciones de imponerse en la primera vuelta. A la Propuesta Republicana le trastrocó todos los cálculos. Sus fórmulas para la presidencia y para la gobernación de la provincia de Buenos Aires no parecían decididas con el asesoramiento del opinólogo ecuatoriano Jaime Durán Barba sino de la revista Barcelona, que postula “una solución europea para los problemas argentinos”. Tanto Maurizio Macrì y Gabriela Michetti, como María Eugenia Vidal y Cristian Ritondo son porteños. Esta limpieza étnica revelaba tanto la falta de inserción en el resto del país de un partido cabano como el escaso aprecio por la capacidad de discernimiento de los votantes, que irían como niños boquiabiertos detrás de los globos de colores. Los resultados del escrutinio provisorio de Santa Fe fueron un duro golpe a las expectativas de los amarillos, cuya segunda acepción es la de una persona pálida a causa de una enfermedad o de un susto, y que en otros países americanos se usa para significar cosas peores. Por eso corrieron a Ritondo de la candidatura a la vicegobernación para hacerle lugar a un doble mestizaje, con un bonaerense que, además, es radical. Confían en perder por algo menos y tener alguien a quien hacer responsable.
Por Horacio Verbitsky
A la medianoche de ayer, Daniel Scioli-Carlos Zannini fue la única fórmula presidencial registrada por el Frente para la Victoria; Cristina no competirá en ninguna categoría; su hijo Máximo Kirchner será candidato a diputado nacional por Santa Cruz, Axel Kicillof por la CABA (seguido por Nilda Garré y Andrés Larroque) y Eduardo de Pedro encabezará la lista en la provincia de Buenos Aires, lo cual adelanta que en caso de victoria presidirá la Cámara de Diputados, mientras Zannini será presidente del Senado. Si todos los candidatos de La Cámpora en puestos prominentes resultaran electos, la bancada de la organización rondaría el diez por ciento de la Cámara de Diputados, un subloque decisivo dentro del FpV. Para ponderar qué significarían esos 25 a 30 diputados, vale la pena recordar que la segunda minoría actual tiene 35 (UCR) y la tercera 18 (Unión Pro). Será una acumulación institucional congruente con su capacidad de organización y movilización.
Hasta 2017
La extensa conversación en la que Cristina y Scioli transaron todos los detalles es la primera que supera los cinco minutos desde que se conocen. Que se haya extendido por dos horas fue el dato central que Scioli comunicó exultante a su círculo íntimo. Todos dejaron trascender que no se habló de la conformación del próximo gabinete, sino de la relación entre ambos, que será de inevitable cooperación. Si Scioli se impone, el kirchnerismo contempla por lo menos seis meses de silencio mientras inicia su gobierno. En La Plata se da por seguro que Alberto Pérez comandará el gabinete nacional como lo ha hecho con el bonaerense; que el contador familiar Rafael Perelmiter seguirá siendo el principal consejero económico aunque no ocupará el ministerio; que el ministro de Salud provincial, Alejandro Collia, ocupará la misma cartera en la Nación y que sólo dependerá de la voluntad de Lino Barañao su continuidad como ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Scioli contempla dividir Planificación y Servicios, para desgajar Energía, ministerio que ocuparía el saliente gobernador de Neuquén, Jorge Sapag. También habría espacio en el gabinete para Maurice Closs cuando concluya su mandato como gobernador de Misiones pero no para el mendocino Francisco Pérez, cuyo enfrentamiento con Cristina puso fin al record de permanencia del muñidor electorero de la presidencia Juan Carlos Mazzón (1989-1999 y 2002-2015). La Secretaría de Derechos Humanos será ocupada por un miembro de la familia Carlotto. Para el ministerio de Agricultura ha pensado en el ex intendente de Rafaela Omar Perotti, que hizo una excelente elección en Santa Fe. También podría ser candidato a senador y renunciar luego para sumarse al gabinete nacional. Scioli dice que hará todo lo que sea preciso para conservar una óptima relación con CFK, aunque entre sus allegados hay versiones encontradas: desde quienes fundamentan esa conducta en el presunto descubrimiento por su parte de que necesita que un proyecto como el que conduce Cristina lo contenga y de sus votos en el Congreso para la sanción de las leyes, hasta aquellos que afirman que esa subordinación sólo durará hasta el 10 de diciembre. Lo más probable es que la armonía se mantenga al menos hasta las elecciones legislativas de 2017, cuando Scioli tendría la posibilidad de intervenir en la confección de las listas. En cualquier caso, la apuesta de Cristina muestra una visión histórica, en la que las ventajas inmediatas y el trapicheo electoral se insertan en una construcción de largo plazo. Está intentando hacer ahora lo que Perón postuló, pero no pudo concretar, cuando dijo que sólo la organización vence al tiempo.
Tres por dos
El gobernador de la provincia de Buenos Aires informó que él había propuesto la nominación de Zannini y que la presidente lo había aceptado. Dentro del gobierno nacional las versiones se trifurcan, entre quienes avalan ese relato, aquellos que dicen que desde la presidencia alertaron a Scioli de que Cristina estaba esperando que él escogiera a ese acompañante y quienes cuentan que fue la propia presidente quien le comunicó el nombre de su Secretario Legal y Técnico, pero que antes el candidato le había pedido que ella dispusiera quién debía ser. Como era de prever, la lectura unánime de los medios y políticos de la oposición fue que ella le (im)puso el vice a Scioli, lo cual une la útil táctica de menoscabar a quien representará en los comicios al Frente para la Victoria con la agradable estrategia de presentar a la presidente como una monologuista despótica. A esto contribuye la sobreactuación de Florencio Randazzo, en quien todos los opositores han descubierto al único peronista digno que les confirma la regla. Durante varios días estarán distraídos con los entretelones verdaderos o falsos de ese melodrama: si lloró Randazzo, como cuentan los cristinistas, o la presidente, según dejan trascender los que descarrilaron con el ministro; parafrasearán las frases grandilocuentes como estaré en cada pasaporte o en cada vagón nuevo; confrontarán las versiones encontradas acerca de si Cristina le pidió que desistiera de su candidatura o él lo hizo ofendido por la designación de Zannini para acompañar a Scioli e incluso rechazó el ofrecimiento presidencial de que llevara en su fórmula a un camporista notorio. Así, esos opositores se distraen de las cuestiones de fondo que explican la desmedrada circunstancia en la que ellos mismos se han puesto. El mejor ejemplo lo brindó el insultador exaltado Jorge Lanata en la radio cabecera del Grupo Clarín, cuando dio por hecho que el Frente para la Victoria volverá a imponerse y se dedicó a repartir culpas: la “miopía, miseria y negocio”, de una oposición inútil y que hace todo mal, por no haberse “unido todos... de la izquierda hasta la derecha”, pero también “la estupidez de parte de la gente”, que no corta boleta. Lo único gracioso de ese exabrupto, despectivo de representantes y representados, es que no incluye dentro de la oposición a la empresa que lo contrata, ni a sí mismo, que fue su principal ariete en la fallida empresa de demolición del kirchnerismo y descrédito en la política.
Cualquiera sea la versión que se acepte de lo sucedido, es ostensible que Cristina reafirmó su conducción en forma impresionante y al mismo tiempo reconoció con fría racionalidad sus propios límites, mientras proyectó hacia el futuro su visión del país, mediante la renovación generacional y política de los cuadros partidarios. Lo había anticipado en su mensaje a la Asamblea Legislativa del 1 de marzo (“dejo un país cómodo para la gente e incómodo para los dirigentes si piensan sacarle los derechos adquiridos a la gente”) y en su último patio la semana pasada (“Estaré en la calle con el pueblo”). Volvió a decirlo ayer en Rosario, en un discurso en el que contrapuso la construcción colectiva a las personalidades aisladas y por lo tanto manejables. Ni la ratificación de su liderazgo ni los pasos reflexivos que dio para lograrlo son constataciones halagüeñas para quienes soñaban con el ocaso de una dictadora furiosa que apuesta a la derrota porque no tiene forma de imponer sus deseos y cuya fuerza se desbanda en auxilio de la victoria de cualquiera que venga.
Dos culturas
Es interesante reconstruir las respectivas jugadas de estos emergentes de dos culturas políticas tan distintas. La primera candidatura de Cristina, en 2007, enfureció al republicanismo sui generis que se cultiva aquí, y despertó comparaciones con Isabel Martínez, Imelda Marcos o los Kim coreanos. Según Néstor Kirchner, el intento de Héctor Magnetto de vetar la postulación de su esposa estuvo en el origen del conflicto con el Grupo Clarín, cuya versión difiere. La represalia fue el intento del Grupo para convertir un vulgar lock-out patronal por la presión impositiva en una gesta patriótica y de poner al gobierno a la defensiva con reiteradas denuncias por corrupción que hicieron del periodismo y la Justicia armas arrojadizas y campo de batalla. Esto pareció surtir efecto con el mediocre resultado oficialista en las elecciones de medio término de 2009 y la muerte de Kirchner en octubre de 2010 pareció el golpe final, al frustrar el proyecto de alternancia presidencial. Pero el ejercicio del mando de Cristina, que ni tuvo tiempo para hacer el duelo, y su espectacular consagración en 2011 como la presidente con mayor votación y diferencia con la segunda fuerza en las tres décadas de la democracia argentina deshicieron el mito del doble comando sin el cual no podría gobernar. El problema de la sucesión se difirió hasta las elecciones legislativas de 2013. Scioli ya asomaba como opción atractiva para los peronistas que gobiernan las provincias y municipios más poblados. Negoció un posible acuerdo con Sergio Massa, pero a último momento decidió permanecer en el Frente para la Victoria, intuyendo que el Frente Renovador era una aventura sin destino y que de irles bien entonces, Massa le haría a él en 2015 lo que entonces le estaba haciendo a Cristina. Ese año el kirchnerismo no logró los 2/3 de ambas cámaras que hubieran sido necesarios para habilitar una nueva candidatura de Cristina o instituir un régimen parlamentario como el alemán o el español sin restricciones cronológicas para la mayoría. Los conocidos de siempre volvieron a decretar su final e instalaron la idea del pato rengo cuya máxima aspiración sería llegar al final del mandato sin tropiezos. Al mismo tiempo, intentaron que tal cosa no ocurriera, con una serie de operaciones económicas, judiciales y de difusión por demás conocidas. De este modo creían asegurar que no incidiera en el diseño de la sucesión.
El kirchnerismo llegó a las fechas decisivas sin una candidatura propia competitiva, lo cual revela sus limitaciones pero también el tiempo que requiere la maduración de un proceso que comenzó en forma abrupta en medio de una gran crisis. La presidente apeló entonces a un diseño múltiple: respaldar a uno de los postulantes de modo que se desprendiera del lote inicial, poner en duda que fuera a autorizar la candidatura de Scioli dentro del Frente para la Victoria y dejar correr una posible presencia propia en las listas, ya fuera para un cargo ejecutivo o legislativo en la provincia de Buenos Aires o en el parlamento del Mercosur. Una clave fue el Congreso Justicialista que confirió la lapicera de anotar candidaturas nacionales a Zannini y bonaerenses a De Pedro, ambos asistidos por el especialista Coco Landau, El Hombre del Saco Blanco. La oposición presentó la última hipótesis como una búsqueda de fueros para protegerse de investigaciones judiciales, cosa que hoy sigue repitiendo en relación con Máximo y Axel. Esto implica una completa ignorancia de la ley de fueros, que no brinda inmunidad contra el procesamiento, y pasa por alto que no existen causas que comprometan a Cristina. Este despliegue persuadió a Scioli de que sólo podría llegar con Cristina, nunca en contra de ella. No fueron en vano los 15 años que le lleva a Massa. Cuando se publicaron los cables secretos de la embajada estadounidense en los cuales el ex jefe de gabinete denigraba a Kirchner ante funcionarios de la potencia mundial, Scioli se limitó a destacar que nada equivalente encontrarían sobre él, porque no decía en privado nada distinto que en público (al menos no con esos interlocutores, aunque para una valoración más completa habría que ponderar también cómo se comportan en las fiestas reservadas de La Ñata su hermano Pepe y su ex ministro Carlos Stornelli).
Las diferencias entre el kirchnerismo y Scioli no pueden ser exageradas y constan en todos los archivos. Pero igual que en 2006, cuando Kirchner le pidió que se presentara como candidato a la gobernación bonaerense, es el único dirigente que permite enfrentar con optimismo a Maurizio Macrì y su alianza con radicales y cívicos libertadores. Recapitular ahora en qué se parecen ambos hijos de papá tampoco tiene sentido. Aunque hubieran sido gemelos separados al nacer (y ésta es una desmesura intencional para extremar el razonamiento), las circunstancias políticas en las que cada uno llega y las apoyaturas y limitantes con que cuentan reducen la importancia de esa dotación genética, como diría Lucas Llach. A medida que se acercaba la fecha y con absoluta conciencia de los recelos que debía sortear, Scioli incrementó sus muestras de acatamiento a Cristina, hasta llegar a interpretar sus deseos más recónditos como si fueran órdenes o, dicho al revés, a internalizar sus órdenes como si fueran deseos para él. Tal como se informó aquí en abril (“Nietzsche en campaña”), el alineamiento de Scioli ya se evidenciaba entonces “en el abandono en manos de la presidente de las nóminas de diputados nacionales (como ocurrirá en todo el país) e incluso el nombre de su candidato a vicepresidente (cosa que CFK no le pidió ni le pedirá, pero Scioli está desarrollando incluso dotes de adivinación)”. De este modo, cada uno fue recortando el espacio de maniobra del otro, hasta llegar al desenlace de esta semana, cuando ambos reconocieron en forma implícita que juntos ganan y separados pierden. El desconcierto que esto produjo en las otras comunidades políticas fue enorme, lo cual se refleja en las evaluaciones contradictorias con que recibieron la novedad: desde que Zannini no le suma votos a Scioli, hasta que lo coloca en condiciones de imponerse en la primera vuelta. A la Propuesta Republicana le trastrocó todos los cálculos. Sus fórmulas para la presidencia y para la gobernación de la provincia de Buenos Aires no parecían decididas con el asesoramiento del opinólogo ecuatoriano Jaime Durán Barba sino de la revista Barcelona, que postula “una solución europea para los problemas argentinos”. Tanto Maurizio Macrì y Gabriela Michetti, como María Eugenia Vidal y Cristian Ritondo son porteños. Esta limpieza étnica revelaba tanto la falta de inserción en el resto del país de un partido cabano como el escaso aprecio por la capacidad de discernimiento de los votantes, que irían como niños boquiabiertos detrás de los globos de colores. Los resultados del escrutinio provisorio de Santa Fe fueron un duro golpe a las expectativas de los amarillos, cuya segunda acepción es la de una persona pálida a causa de una enfermedad o de un susto, y que en otros países americanos se usa para significar cosas peores. Por eso corrieron a Ritondo de la candidatura a la vicegobernación para hacerle lugar a un doble mestizaje, con un bonaerense que, además, es radical. Confían en perder por algo menos y tener alguien a quien hacer responsable.
De facto
Por Horacio Verbitsky
A seis meses del recambio presidencial, el Grupo Clarín acelera la maniobra de destrucción de todo lo que huela a kirchnerismo, sobre todo si ha tenido algo que ver con la ley audiovisual, que aún no ha podido aplicarse al principal conglomerado mediático del país. Ahora le tocó el turno al ex juez Raúl Zaffaroni, quien acaba de ser electo para integrar la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El argumento esta vez no fue su respeto por los derechos y garantías constitucionales, sino que en 1980 haya publicado un tratado de Derecho Penal Militar. Ya en su primer capítulo objeta que por entonces se considerara que “una vida humana podría suprimirse por la vía de una simple decisión administrativa, del mismo modo que puede combatirse una plaga o eliminarse un animal peligroso”. Esta crítica se reitera muchas veces a lo largo de la obra. Zaffaroni también señala que las penas sólo pueden imponerse “mediante un proceso que dota al imputado de ciertas garantías y que termina en una sentencia”, es decir aquello que el gobierno militar de entonces no hacía. También descalificó la “llamada pena de muerte” como una forma de tormento inadmisible y de “absoluta inconstitucionalidad”. En el capítulo sobre “Legítima Defensa del Estado”, Zaffaroni afirma que no es admisible “defender al Estado mediante privaciones de la libertad y homicidios, frente a los ataques reales o supuestos de organizaciones delictivas rivales o de ideología opuesta”. Quien no advierta en estas afirmaciones un cuestionamiento desde la dogmática penal a los métodos empleados en la represión durante la dictadura militar es por ignorancia de los conceptos jurídicos o por mala fe, que por supuesto no son excluyentes. Pero además, Zaffaroni participó en forma activa en las tramitaciones que condujeron a la derogación del Código de Justicia Militar. Lo hizo a partir de 1997, como defensor del capitán del Ejército Rodolfo Correa Belisle, castigado por revelar la intervención indebida de la Inteligencia militar en la investigación del asesinato del soldado conscripto Omar Carrasco. El tribunal militar no le permitió la defensa por un letrado de confianza y lo condenó a tres meses de arresto. Agotados los recursos internos, Zaffaroni (junto con sus colegas Alicia Oliveira, Alberto Bovino, Viviana Krsticevich, Ariel Dulitzky y Martín Abregú) recurrieron a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ante la cual el Estado nacional aceptó una solución negociada. Consistió en la derogación del Código de Justicia Militar, según un proyecto elaborado por una comisión en la que participó el propio Zaffaroni. Esta Ley 26.394, promulgada en 2009 por la presidente CFK, trasladó todos los delitos cometidos por militares a la justicia común, aceptó la incorporación de homosexuales a las Fuerzas Armadas y suprimió la pena de muerte. Clarín también sostuvo que la denuncia de la hermana del conscripto Alberto Ledo contra el jefe del Ejército César Milani podría ser tratada por Zaffaroni en la Corte Interamericana. Es otra burrada: cualquier denuncia al sistema interamericano requiere el previo agotamiento de las instancias internas, cosa que en este caso no ha ocurrido. Además debe ingresar por la Comisión Interamericana, que es la que evalúa si puede y debe ser remitida a la Corte. Además, el estatuto del tribunal prohíbe que uno de sus integrantes intervenga en una causa de su país de origen.
Si se trata de la justificación de los regímenes de facto es mejor remontarse al Tratado de Derecho Político de Carlos Santiago Fayt, quien llegó a la cátedra en las universidades nacionales de La Plata y Buenos Aires en 1955, en cuanto se instaló la dictadura del general Pedro Aramburu y el almirante Isaac Rojas. Ese texto fue invocado por el defensor Carlos Tavares como justificación de los crímenes que cometió el ex jefe de Policía de Buenos Aires, Ramón Camps, por un supuesto estado de necesidad en el que el poder se legitimaría a sí mismo, y por los del cabo Norberto Cozzani para aducir que el golpe de 1976 se proponía instaurar una democracia orgánica y estable que terminara con los golpes militares. Escribió textualmente Fayt: “Frente a una situación anómala objetiva, creadora de un estado de necesidad, el gobernante se ve compelido a actuar sin otra lógica que la impuesta por los acontecimientos, se reduce el área de su decisión, se clausuran las alternativas y desemboca en el único camino. La lógica de la situación sujeta y libera, a la vez, la energía política del gobernante. La sujeta a su imperio, la libera del condicionamiento jurídico, y en ocasiones, del ético. En tales condiciones sobrepasa los límites formales, quebranta los valores, sin más apelación que al juicio de la historia. La necesidad impone su propia ley. La fuerza adquiere su vigor elemental. La política de la fuerza sirve al estado de necesidad, como ayer sirvió a la razón de estado”.
21/06/15 Página|12
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