Con la instalación de la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini como la única propuesta oficial del kirchnerismo, en las primarias de agosto y en las elecciones presidenciales de octubre, decenas de miles de jóvenes de entre 18 y 30 años votarán por primera vez en su vida a un candidato que no es Néstor o Cristina Kirchner. Es una masa juvenil que fue convocada a la política por esas dos figuras, y el tránsito de afrontar el acto de votar a alguien que no es ninguno de ellos dos y que no proviene de su misma experiencia implica un ejercicio que incluye a la sociedad en su conjunto.
No son mayoría en la sociedad, ni siquiera en el mosaico heterogéneo que conforma el kirchnerismo como una alianza con peronistas y no peronistas, movimientos sociales, gobernadores e intendentes. Pero como conjunto expresan un fenómeno que marca el proceso de aprendizaje y maduración de la democracia argentina.
La Jotapé, la Coordinadora y La Cámpora expresan momentos de incorporación masiva de tres generaciones a la política. Cada una de ellas ha sido la representación más genuina de la matriz de época que la formó. Aquello que las convocó a esa irrupción, el vacío que debía llenar, conforma algo así como su programa generacional. Esa es la marca que cada generación ha buscado dejar en la historia. Muchas de las metas de las dos primeras se lograron y otras no, no solamente por el protagonismo de ellas sino por la forma en que interactuaron con el contexto.
Son tres generaciones que conviven, lo que hace más difícil distinguir finalmente esos balances, las consecuencias de cada época, sus raíces. Pero en esa cuenta está gran parte del balance más global de la instalación, crecimiento y fortalecimiento de la democracia en Argentina. Son tres grandes convocatorias: la lucha contra las dictaduras militares y las proscripciones, que da lugar a la Jotapé y otras expresiones; la lucha por la sostenibilidad de la democracia, que da lugar a la Coordinadora y otros grupos juveniles similares: y la lucha porque la democracia incluya las tendencias de cambio social y ampliación de derechos, que ha dado lugar a La Cámpora y en general a los grupos que forman el movimiento social y juvenil del kirchnerismo.
En la formulación de sus objetivos y en sus discursos de época cada una de esas generaciones ha realizado propuestas mucho más amplias y complejas, con miles de variaciones, pero la lucha contra la dictadura o contra la ausencia de democracia, la sostenibilidad de la democracia y la inclusividad de la democracia conformaban los espacios que estaban en la sociedad, espacios que convocaron y legitimaron a esas tres generaciones en orden cronológico en la medida en que respondieran a ese requerimiento.
Cada una de las situaciones de cambio arranca de ese mismo escenario que se quiere transformar. No tiene la mirada ni las herramientas que se adquieren al final del camino. Y cuanto más dificultoso y sacrificado es alcanzar el objetivo, marca con más fuerza la respuesta, la parcializa y endurece, cerrando la posibilidad de aperturas. Es difícil atravesar esas experiencias sin perder vigencia para el próximo desafío. Néstor y Cristina Kirchner tuvieron esa cualidad, lo que les permitió participar como protagonistas principales en esta nueva convocatoria generacional
Ya no se trata sólo de poder votar porque para estas nuevas generaciones constituye un derecho ganado y consolidado. Tampoco quieren votar al menos malo para que no lo volteen, ahora se trata de elegir, de votar un liderazgo popular, una opción de justicia social, algo que el esfuerzo por darle permanencia a la democracia había ahogado hasta el 2003. Era una democracia que no había mostrado capacidad para soportar tensiones fuertes desde los sectores dominantes y era incompleta en ese aspecto. Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner se sobrepusieron a la cultura hegemónica de los ’80 en adelante, de sacrificar todo en función de la gobernabilidad (“No voy a dejar los principios en la puerta de la Casa Rosada”.) Recuperaron una parte de las culturas rupturistas de los ’70, pero en un encuadre democrático y pudieron darle contención a este nuevo reclamo de época.
Durante estos doce años, para estos jóvenes votar fue elegir, encararon campañas electorales con la convicción de una cruzada por un país más justo y más democrático. Más que sentirse expresados por las candidaturas de Néstor y Cristina Kirchner, se construyeron liderazgos tan fuertes que tomaron la forma de guías excluyentes.
Las candidaturas de Scioli y Zannini tienen que transitar por esa difícil autopista donde todavía están profundamente marcadas las huellas que dejaron los dos presidentes anteriores. Los candidatos tienen conciencia de esa problemática. En su participación en 6,7,8, Scioli fue claro al señalar que es imposible tratar de repetir el mismo tipo de liderazgo que tuvieron Néstor y Cristina Kirchner.
Desde el otro lado, las conducciones del movimiento juvenil aceptaron la racionalidad del proceso que llevó a la oferta electoral del kirchnerismo. Pero hay un salto inocultable que tiene que producir algún efecto porque rompe la linealidad que tenía para ellos el proceso electoral cuando los candidatos eran Néstor o Cristina. “Yo no voy a hacer campaña con el mismo entusiasmo”, dice un militante de base. Otro se queja porque hubiera querido una interna para dejar sentado un condicionante para el candidato que ganara. Algunos querían votar a Florencio Randazzo aunque sabían que iba a perder, y recién después votar a Scioli. Muchos aceptaron con cierto desencanto la proclamación de Scioli, equilibrada después con el acompañamiento de Zannini.
En un ejército, el debate puede implicar debilidad. En una fuerza política es el síntoma de la fuerza. Es una generación convocada para un proceso de cambios, pero que al mismo tiempo fue formada con las herramientas políticas de la democracia. En esa discusión pesa el reconocimiento de la necesidad de acumular fuerza para preservar los logros y para profundizarlos. Son depositarios de otras experiencias populares y generacionales y en el debate hay una distancia muy grande con el voluntarismo de las sectas de izquierda. Saben que son el resultado de una experiencia generacional particular y que el PJ, sobre todo, es el resultante de un proceso de deterioro, primero por la represión de la dictadura y después por el menemismo, y que pocos candidatos mayores los hubieran entusiasmado. Es lo más parecido a la conciencia de que todavía no es su tiempo.
La proclamación de la fórmula Scioli-Zannini y su más que probable triunfo electoral implicará un salto en calidad en las organizaciones políticas del kirchnerismo, en los movimientos sociales y sobre todo en el movimiento juvenil porque tendrán que desarrollar nuevas formas de intervención política, seguramente muy cerca de Máximo o Cristina Kirchner.
Los medios opositores cuestionaron el lugar que obtuvieron las candidaturas juveniles para gobernadores, legisladores nacionales, provinciales, intendentes y concejales. En la Cámara de Diputados podrían formar un subloque con entre 21 y 25 diputados. No es una representación proporcional a los votos que encarnan por ahora. La crítica de los medios opositores que tratan de demonizar a las organizaciones juveniles, y sobre todo a La Cámpora, revela la importancia que tiene este fenómeno para el kirchnerismo. La Presidenta reconoce ese valor. Detrás de la cantidad y diversidad de candidaturas a los sectores juveniles hay una decisión política. No se trata sólo de fortalecer su posición parlamentaria, sino del impulso a un proceso de trasvasamiento generacional en el PJ y el kirchnerismo que ya tuvo efectos con el surgimiento de una nueva generación de intendentes, la mayoría del mismo PJ pero con una mochila más moderna que la de los viejos barones del conurbano.
En la medida en que esta generación acepta la complejidad del juego político en democracia al mismo tiempo que mantenga el impulso transformador que la convocó, se enriquece la democracia porque hasta ahora, las concesiones al juego político implicaban el abandono de esos principios.
27/06/15 Página|12
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