Con la nominación del secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zannini, como compañero de fórmula de Daniel Scioli, Cristina Fernández de Kirchner le dio materialidad a una consigna que, hasta el martes pasado, sonaba más a expresión de un deseo que a una posibilidad concreta: “El candidato es el proyecto”.
Ni Daniel Scioli ni el ahora fuera de carrera Florencio Randazzo eran –ni son– la representación acabada del kirchnerismo más puro. Tampoco, tanto por sus historias políticas, acuñadas originalmente por los cantos de sirena del menemismo, como por los gestos –a veces poco perceptibles– que desnudan sus condicionamientos ideológicos, garantizaban (ni garantizan) por sí mismos lo que aparece discursivamente como objetivo central del próximo período de gobierno para el actual oficialismo: la profundización del modelo.
No se trata en estas líneas de definir cuál es ese proyecto, más allá de que lo que se está jugando en este momento político de la Argentina es la continuidad –o, si se quiere, “la profundización”– de un modelo neodesarrollista, con no pocos logros inclusivos, frente a una oferta electoral opositora de evidente cuño neoliberal.
Sin embargo, y hasta el anuncio de la candidatura a vicepresidente de Zannini –definida, sin lugar a dudas, por la Presidenta y no por el gobernador bonaerense–, Scioli aparecía como una alternativa potable para el establishment económico y mediático. No se trataba de una ilusión, sino de una imagen que el gobernador bonaerense se ocupó de potenciar con innumerables gestos, empezando por mostrarse en público con Héctor Magnetto. Por eso, la irrupción del secretario legal y técnico en el escenario electoral provocó –y lo sigue haciendo– reacciones mediáticas que bordean la histeria.
En cuanto a Randazzo, su decisión de no “bajar” a competir por la primera provincia del país –como le pidió Cristina Kirchner– lo mostró privilegiando sus ambiciones personales por sobre las necesidades políticas del “proyecto”.
En este contexto, la apuesta por la continuidad del kirchnerismo en los próximos cuatro años se sostiene en tres patas y apunta no sólo a la implementación de políticas en positivo para continuar en la misma línea de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, sino también a frenar cualquier intento de desviar el rumbo por parte de quien esperan que ocupe la presidencia de la República.
La primera de estas patas es la presencia de Zannini en la fórmula: cómo vicepresidente, no sólo ocupa el primer lugar en una sucesión en la primera magistratura sino que preside la Cámara de Senadores, vital para el tratamiento legislativo o no de las iniciativas más importantes del Ejecutivo.
La segunda está en las dos Cámaras del Congreso Nacional, donde el kirchnerismo espera contar con fuerzas suficientes para aprobar sus leyes o, llegado el caso, frenar iniciativas –tanto del Ejecutivo como de la oposición– que intenten ponerle piedras en el camino. Se trata, quizás, de la pata más débil. La historia política argentina reciente, en general, y la del peronismo en particular, muestra con qué facilidad, y sin pudor alguno, diputados y senadores saltan de una a otra bancadas.
La última pata está en la calle, en la movilización popular. Lo dijo, casi al pasar, la propia Presidenta cuando le habló a la militancia en los patios de la Casa Rosada, luego de anunciar el aumento de la Asignación Universal por Hijo. Después del 10 de diciembre, si es necesario, ella también estará en la calle defendiendo las conquistas sociales de los últimos doce años.
21/06/15 Miradas al Sur
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