Entre las muchas herencias que dejó el ideólogo oficial de la década, Ernesto Laclau, hay una que se repite como latiguillo porque suena bien y se repite aunque lo que se diga no se ajuste a sus resortes conceptuales: “significante vacío”. De un modo literal extremo, forzado como si fuera el enunciado de un suspenso, podríamos usarla sobre Scioli: es un auténtico significante vacío. ¿Es o se hace? Cuando fue a 678 el domingo pasado, el trabajo de edición del programa se invirtió: los informes lo mostraron con declaraciones de defensa del gobierno al que pertenecía durante el conflicto de la 125 en 2008 o durante las decisivas elecciones testimoniales de 2009, es decir, en los momentos de alta tensión. Ocurre que Scioli no es “audible”, su monotonía discursiva no sobresale, y uno podría decir que no importa entonces lo que dijo, el tema es a qué volumen lo dijo. En la voz pública del gobernador nunca hubo una frontera entre el “on” y el “off”. Su huella en los wikileaks es insignificante. ¿En algún sótano de La Ñata, cautivo, encadenado, estará el “verdadero” Scioli?
Una parte del kirchnerismo, incapaz de haber visto un mínimo matiz en Scioli y en su raza de políticos (una generación intermedia de peronistas “naturalmente peronistas”, es decir, peronistas porque ahí está el poder), comienza a girar y a ver sus rasgos conservadores como conservacionistas, es decir, un progresismo de retaguardia. Scioli fue “amnistiado ideológicamente” en estos días después de largos años en los que lo asociaban a cada una de las conspiraciones destituyentes, con buitres, Magnetto, etc. Su presencia en 678 o la asimilación de Carta Abierta de su candidatura única es la sutil venganza que Scioli abraza con su abrazo del oso: recibe este nuevo efluvio afectivo con su sonrisa blanca, acaparadora, y su propio archivo (“¿vieron que dije lo correcto en el momento correcto?”).
Se puede decir, sobre esta ola eufórica, que el naciente “sciolismo” parece la identidad fanática de un líder que no quiere fanáticos. Y el giro, el descubrimiento de muchos kirchneristas sobre Scioli, es violento y veloz porque es directamente proporcional a la ausencia histórica de matices para pensarlo. Alcanzaba con pensar, preventivamente, que Scioli significó a su modo la tensión interna de un peronismo clásico dentro de un movimiento que siempre es mejor cuando tiene las contradicciones adentro que cuando expulsa “supuestos mercaderes” del templo. Scioli representa un conservadurismo social adaptable a cada época. Pero pensarlo exigía la misma responsabilidad con que pensar a todos los actores de la política real. Ese debería haber sido el imperativo de nuestros pillos “intelectuales”. Cuando Jorge Rial entrevistó a fines de 2013 a la presidenta, Cristina dijo algo que pasó desapercibido: “yo nunca tuve prejuicios con Daniel”. Nadie oyó eso.
Algo normal
Muchos virtuales votantes de Randazzo pedían algo normal: llegar a Scioli sin votarlo dos veces, votando uno más “propio” antes. Querían una interna en la que perder y con la que procesar el otro voto ganador. Querían llegar a Mar del Plata, pero parar en Pipinas a comer dulce de cabra. Y Randazzo, un hábil gestor, un peronista clásico, falló, entre otras cosas, por un error ineludible: colocarse como la expresión kirchnerista pura y llevar a CFK a una derrota. Eso llevó a CFK a optar por el ganador, porque: ¿Cristina iba a ser derrotada en las PASO?
La candidatura única de Scioli es un resultado político, ya que muestra de qué está hecho el FPV. El liderazgo innegable de CFK fue una expresión de la naturaleza del peronismo. Cuando en 2013 el kirchnerismo “perdió”, muchos creyeron que la condición de primera minoría colocaba a CFK como la electora del próximo presidente. Lo fue, ella eligió al menos kirchnerista de todos. ¿Y quién es Scioli?
Uno diría que si el “consumo” capitalista es la metáfora y la realidad del ideario populista, el kirchnerismo se identifica con el esfuerzo estatal para que ese consumo popular ocurra y con la intensidad social que promete el zamarreo de la copa para que derrame. Bien. Pero la cultura política a la que pertenece Scioli, aventuremos una “teoría”, se identifica con la otra mitad de esa misma copa: con la alegría del que consume. Si el kirchnerismo nos quiere intensos, el peronismo nos quiere felices. Pero ya no se puede separar una cosa de otra. Una playa Bristol llena de argentinos panza arriba disfrutando la vida al sol no es un producto espontáneo. Si el kirchnerismo ve mareas colectivas, Scioli ve la suma del uno-más-uno de esa marea.
Es un peronismo post-neoliberal, pero también post-populista. Uno te pone en la consciencia colectiva todo el tiempo, el otro te sitúa en la consciencia individual. No inaugura una etapa sino que abre el foco para ver al “individuo de época”, al argentino que le encanta decir “nadie me regaló nada”. Por eso Scioli suma un sector que el kirchnerismo no comprende, digámoslo rápido y mal: una clase media baja no progresista. Si los logros del modelo son los autos y las motitos vendidas, los LCD comprados para el Mundial, Scioli es la parte del Estado que se retira para contemplar la escena luminosa del consumidor-ciudadano en soledad (de la misma obra peronista): tengo esto porque me lo merezco. El logro por el esfuerzo individual, la parte en que un argentino se “realiza” y considera que lo hace a pesar del Estado, no gracias al Estado. La movilidad individual ascendente. Ese sentido común, también de época, es el que articula el inmediato tamiz punitivista: porque es la idea de un Estado que cuida lo que consumís, lo que comprás. Es la extensión de una seguridad privada para todas las clases. (Y en ese populismo punitivo acoplan Berni, Macri, Massa o Granados.) Pero, ¿le vamos a enseñar la felicidad del consumo al hijo de un vendedor de electrodomésticos?
Teóricos de TV
Para que la Bristol esté llena en enero, hay que mover la copa durante el año. Los teóricos de TV le quieren enseñar a Scioli que la política es conflicto. Lo dicen como si dijeran que el agua moja, como si alguien desconociera la naturaleza conflictiva de toda política y de todos los gobiernos de distinto signo, incluso los más antagónicos, que nunca fueron “consensualistas”, como el de Menem cuando en 1995 dijo: “le gané a los medios”. Y dijo medios porque quiso decir: Clarín. Un liderazgo político no nace de tales abstracciones sino de dos cosas: elegir los conflictos que quiere pelear y manejarles el tiempo. Eso es lo que hizo el kirchnerismo: regular el conflicto produciéndolo, creándolo. Clarín y la ley de medios fue su tiempo y espacio.
Scioli llegó al kirchnerismo porque fue elegido como vice de Kirchner en 2003. Elegido contra el lobby bonaerense que hacía fuerza por Roberto Lavagna, quien ya ostentaba los méritos de la recuperación económica, y tenía la “aprobación” ecuménica de Raúl Alfonsín y del entonces Jorge Bergoglio. Scioli, según Pablo Ibáñez y Walter Schmidt en su “Scioli secreto”, tenía el visto bueno de Cristina y Alberto Fernández. En esta ineludible biografía, también aparece Scioli como sugerencia de Felipe Solá. “Le sacamos un tipo de las entrañas a Menem”, le decía Felipe a Kirchner. Todo ocurrió en operaciones contrarreloj: la tapa del sábado 22 de enero de La Nación que decía que Duhalde le pedía a Lavagna que acompañe a Kirchner fue respondida al otro día, en la tapa del diario Clarín de ese domingo, con la primicia de que Scioli era el elegido de Kirchner. Un vice que completaba, complementaba y tranquilizaba al peronismo, a los mercados y a la prensa liberal. La Nación ese mismo domingo tituló: “Lavagna rechazó ser el segundo de Kirchner”.
Scioli es un político “catch all” tapado, o como él se define “integrador”, que irrumpe entre la consagración de 2013 de Massa y la ausencia de kirchneristas electorales. Mientras a algunos populistas que lo juzgan les gusta más Punta del Diablo que la Bristol, él se impone por lo mismo que 12 años atrás: no me quieren, pero me necesitan.
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