El jefe de Estado ecuatoriano no es un gran jugador de fútbol pero, en términos políticos, suele hacer buenas fintas para esquivar escenarios adversos. A un mes de la llegada del Papa Francisco a la mitad del mundo, y pese al declive del precio del crudo –que afecta al principal rubro exportador del país–, Rafael Correa decide, finalmente, dejar en suspenso las reformas impositivas que pretendían gravar con más peso la herencia y la plusvalía –que no es un homenaje a Karl Marx, sino el encuadre ecuatoriano que nomina los altos patrimonios– para “pacificar el país” –y así subir la sensación térmica pro clima papal– aunque, en el camino, haya que resignar algo de caja en plena debacle petrolera. “El retiro temporal de los proyectos de ley por parte del Presidente Correa abre espacio para la despolarización de todos los ecuatorianos”, tuiteó en sintonía con Correa, Ernesto Samper, número uno de la Unasur con oficina permanente en Quito, donde está la sede de la nave central del organismo que lleva el nombre de Néstor Kirchner.
Rafael, el Eternauta
El pensamiento de Rafael Correa tiene dos grandes vertientes: su identidad religiosa jesuítica –que lo llevó a enfrentarse a diputados de su partido que impulsaban proyectos despenalizadotes del aborto– y su formación económica heterodoxa, con postgrados en el exterior como parte del combo. Pero, además, el líder ecuatoriano se ha transformado en un gran conocedor de escenarios golpistas domésticos. Cinco años atrás, Correa parecía un personaje de Héctor Oesterheld cuando se apersonó en un levantamiento policial, que bajo un reclamo salarial intentaba ser la mecha de un golpe suave, para dialogar con los oficiales y no tuvo más remedio que blindarse con una enorme escafandra para mitigar el baño de gas lacrimógeno eyectado por los oficiales rebeldes. Ahora, no hay gorras ni violencia explícita en la primera línea de las movilizaciones opositoras, que parecen ser la versión suave de las feroces guarimbas venezolanas, pero sí un claro consignismo revocatorio en sus voceros.
“Las protestas en Ecuador tienen una característica: el lujo. Los vehículos en que andan los manifestantes son muy lujosos y expresan las preocupaciones de los sectores pudientes que no entienden que todo el país debe vivir mejor, no sólo ellos. Los que protestan son grupos muy pequeños, pero son muy violentos y ahí esta el riesgo”, describe el canciller ecuatoriano Ricardo Patiño en entrevista con la cadena Telesur. Pudiente, violenta, y algo impaciente podría agregarse. En definitiva, la reforma impositiva de Correa no implicaba la nacionalización de la banca ni la desdolarización de la economía. En concreto, la reforma al impuesto a las herencias solo afectaba al 2% de la población y estaba dispuesto que la tasa a la plusvalía comenzaba a regir para las personas que ganan, como mínimo, 24 salarios básicos. Correa quería pasar la gorra a la punta más fina de la pirámide, pero la casta local no lo dejó.
Correa y los otros
Ecuador cumplirá su década (ganada o perdida, según quién lea el período) correísta dentro de dos años, en coincidencia con un nuevo comicio presidencial; donde, incluso, el economista ecuatoriano más famoso podría conseguir un nuevo bonus track en el Palacio Carandolet. Indudablemente, la caliente coyuntura ecuatoriana está acelerando los tiempos políticos. Luego de que el alcalde de la poderosa, y con aires separatistas, Guayaquil, Jaime Nebot, expresará que el Ejecutivo buscaba la “paz de Rafael, y no la de Francisco” con el retiro de los proyectos impositivos, Correa retrucó en twitter con un mensaje picante: “Ya se lo dije a Nebot: láncese a Presidente en el 2017, y ahí sí me presentaré, y lo venceré incluso en Guayaquil. Él es del 2% afectado”.
Evidentemente, con todo lo bueno, y de lo otro, que implica la hípercentralización política, en Ecuador todas las noticias políticas satelitan alrededor del sol Correa.
“Ahora es la clase media urbana quien se proyecta como un posible actor en el escenario. Las movilizaciones, asedio y cerco al gobierno tienen características militares. Se ha inaugurado así un calentamiento de las calles con miras a constituir un actor y referente político consistente que dispute el poder a la Revolución Ciudadana”, esgrime Carlos Pazmiño de Flacso Ecuador. “Por qué llegamos a pensar aumentar impuestos por la baja del crudo. Teniendo recursos, conociendo los problemas internacionales, (Correa) no tuvo la capacidad para tener una estrategia adecuada y entonces estamos cosechando el hecho de que no hay una transformación en la matriz productiva”, contrapone Alberto Acosta, ex ministro de Correa y actual líder de un movimiento político que agrupa varias organizaciones sociales. Rafael Correa desensilló su proyecto impositivo. Seguramente, el paréntesis se prolongará hasta que Francisco finalice su visita papal.
Impuestos progresivos: Rafael correa pretendía gravar con más fuerza la herencia y los altos patrimonios. La letra chica del proyecto afectaba a menos del 3% de la población. La baja del crudo motivó la iniciativa
21/06/15 Miradas al Sur
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