“Envar merecía que se hiciera un trabajo sobre su vida de luchas y su pensamiento”, afirma Alejandro Tarruella.
El guerrillero que dejó las armas es el título del trabajo que el periodista le dedicó al dirigente político de los ’70. “Era un tipo que te impactaba mucho, un hombre de ideas, un pensador del peronismo que dejó un gran legado para las nuevas generaciones”, explica.
Por Cristian Vitale
Peronista entrañable, Envar “Cacho” El Kadri. Guerrillero, cuando la proscripción de las mayorías populares y el contexto epocal lo ameritó. Político, audaz y reflexivo cuando no. “Resistente” o “dialoguista”, por lo mismo. Dio en el punto Alejandro Tarruella cuando tituló a su libro El guerrillero que dejó las armas. “La juventud de los ’70 fue maravillosa, no hay duda, pero en las cúpulas de las organizaciones armadas hubo responsabilidades de carácter político, por eso es importante volver a analizar el momento en que El Kadri dejó las armas, y por qué”, introduce el periodista e investigador, que alguna vez fue jefe de redacción de Primera Plana, ante la flamante edición del trabajo publicado por Suda- mericana. “Es importante, porque lo que uno va recogiendo hoy es que casi todos los procesos nacionales de América latina, excepto Cuba, se desarrollaron y se desarrollan en democracias, en estados de derecho, y Envar me parece un personaje interesante para indagar en ese sentido”, amplia Tarruella, sobre el papel histórico de este referente inevitable de las luchas políticas argentinas del siglo pasado, que dejó las armas cuando logró su objetivo: el retorno al país de Juan Domingo Perón, luego de diecisiete años de exilio y proscripción.
–El marco fue analizar el todo por la parte.
–Tal vez, porque Envar tenía una presencia muy fuerte y fue uno de los pocos tipos que atravesó el tiempo político desde la primera resistencia peronista, como fundador de la Juventud Peronista, hasta la totalidad de los ‘70, e incluso la lucha contra la dictadura. Un tipo muy cuidadoso con el otro, que venía del peronismo y todas sus tensiones. Un peronista sencillo y abierto. Prueba de ello fue cuando en 1972 tuvo una visión favorable a sostener las condiciones que planteaba Perón para trabajar desde ahí y no desde el enfrentamiento, como había sido en situaciones de ahogo, represión y tortura. Eso fue lo que lo llevó a diferenciarse de las Fuerzas Armadas Peronistas, que él mismo había creado en 1967.
O de una parte de ella, en rigor. La que siguió planteando la lucha armada, cuando los tiempos habían cambiado tras el ansiado retorno de Juan Perón. Este es precisamente uno de los nudos analíticos que el también hacedor de Guardia de Hierro, de Perón a Kirchner e Historias secretas del peronismo intenta desanudar en este relato periodístico histórico –no necesariamente lineal– que recorre a lo largo de casi 350 páginas el derrotero de Cacho El Kadri, desde sus inicios como aspirante a militar y militante peronista a la vez, hasta su paso por la primera resistencia peronista, su papel en la incipiente JP, el pase a la lucha armada (con Taco Ralo como hito), el abandono de ella, los días peronistas en los setenta, las amenazas de la Triple A, el exilio obligado, y su retorno al país, donde permaneció hasta su muerte, el 19 de julio de 1998. “Traté a Cacho en reuniones, en actos, en cosas así... Era un tipo que te impactaba mucho, un hombre de ideas, un pensador del peronismo que dejó un gran legado para las nuevas generaciones. Una vez, en 1975, lo crucé en la calle Castelli, en Once, y me hizo señas para que no me parara. Me acuerdo de que pensé ‘¿cómo está éste hombre acá?’ Me di vuelta, lo vi que se iba, y no volví a verlo hasta su regreso. Si se quedaba lo mataban”, evoca Tarruella, sobre eventuales encuentros personales con este cordobés hijo de siriolibaneses como un bonus de color.
Un sentido cuyo foco, más allá de contar la historia de un personaje, ancla en la visión de un dirigente político y guerrillero que supo reconocer ciertos errores a tiempo. De un cuadro intrépido que no solo enojó a militares y sindicalistas colaboracionistas, sino también a cúpulas guerrilleras y a “vanguardistas”, en la búsqueda de un objetivo político que hoy es regla más que excepción en vastas regiones de América latina: las democracias como herramientas de liberación, como garantes de soberanía. “Cacho era además un muy buen orador, con una preparación política muy amplia, que se mezclaba con un sentido del orden que le venía de su formación militar, un tipo muy atildado. Sin dudas, merecía que se hiciera un trabajo sobre su vida de luchas, sus padeceres y su pensamiento”, señala Tarruella, que también está escribiendo Una lágrima en el polvo, una ficción sobre el atentado a la Embajada de Israel.
–¿Qué otros sentidos le encuentra a recuperar la vida de El Kadri?
–Lo pensé desde varios ángulos. Por un lado, la recuperación de una figura que une una ética muy fuerte con el desarrollo de la política del peronismo, y luego su visión del ’73 en adelante que tiene que ver con no atacar, con desarrollar un proceso de apertura democrática. El decía: “dejemos que la reacción esté en otro lado, no adentro”, y una vez que sucedió eso, se involucró en la lucha contra la dictadura. Después se fue del país, observó lo que pasaba en el mundo árabe, en Europa, y se metió en el papel central de la cultura, que es lo que pasa hoy en la Argentina. Fue un tipo responsable por su época, preocupado por la formación y una ética en lo que hacía a la relación con sus compañeros.
–Fue muy importante su rol de denuncia durante su exilio, también.
–Porque repensó sobre los movimientos que ocurrían en ese momento en Francia, que generalmente eran organizados por grupos de argentinos que salían a reclamar por las calles. Lo que hizo él hace fue incorporar a esas marchas gente conocida como Catherine Deneuve o Marcello Mastroianni, o gente que había denunciado la guerra de Argelia, y eso le dio una fuerza muy particular a las protestas. Cuando volvió, empezó a entender que el arte es un camino posible para encauzar preocupaciones políticas y culturales, y se dedicó al cine.
–Basado en esa idea del guerrillero que dejó las armas, puede pensarse también una línea que lo vincule a la templanza, al respeto por la democracia y las mayorías populares que caracteriza a varios proyectos de liberación hoy, en América latina.
–Pueden establecerse esas líneas de unión. Envar tenía una mirada sobre la democracia que era difícil de ver en los ’70. Es algo que planteó a su regreso, en el sentido de que era posible el cambio en el marco de un proceso democrático con estado de derecho, que es lo que tenemos hoy. Se puede avanzar así y, de hecho, es lo que esta pasando en América latina. Néstor Kirchner, en rigor, le dio un lugar importante a Envar e incluso, cuando éste murió, decía “¿qué voy a hacer ahora sin mi maestro?”.
–Se intuye que pensó el libro como una reivindicación del papel histórico y político de El Kadri. Esa especie de “fuego cruzado” entre las cúpulas guerrilleras y la Triple A, en el que había quedado él por mantenerse leal a la voluntad popular y a Perón. Es la posición que, con matices, sostuvieron el padre Mugica u Horacio González, por caso.
–Y muchos cuadros de la UBA, también. De hecho, cuando Cacho decidió terminar con las armas, se hizo un acto en Rosario de entrega simbólica de ellas, y hubo un episodio que cuento en el libro: Montoneros lo condenó a muerte. Igual, eso se resolvió con conversaciones, porque muchos cuadros de Montoneros lo respetaban. Fue un episodio que quedó en un limbo.
–Hay un testimonio de El Kadri en Cazadores de Utopías, el documental de Eduardo Blaustein, en el que pone a las figuras de Perón y Eva por delante de la del Che, en términos de importancia.
–Sí, es cierto. Lo que me parece a mí es que estamos en pañales respecto del pensamiento de Perón, porque siguen operando definiciones de matriz europea respecto de su figura; el significado de populismo sigue siendo el europeo, cuando América tiene un camino propio muy importante que no aparece en todo eso. Toda esa cosa ideológica remitía a visiones de afuera, hasta que cayó la Unión Soviética y esa caída reveló una serie de acontecimientos tremendos: los muertos, el hambre, en fin. Esto contrasta claramente con, por ejemplo, las políticas de Evo Morales en Bolivia hoy: alfabetización, uso del petróleo al nivel de los grandes desarrollos; o la Argentina y este peronismo de vuelta en las paritarias... ¿En qué lugar del mundo hay paritarias? ¿En qué lugar del mundo hubo? Bueno, sí, Roosevelt en 1934. Y digame si Kicillof no se parece a Roosevelt, en este sentido. Creo que nos falta ahondar en el cuerpo de ese pensamiento, en su perspectiva histórica, y este libro es un intento.
21/06/15 Página|12
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