La metáfora de la “fruta madura” fue elaborada en 1823 por el Secretario de Estado John Quincy Adams, mentor de la Doctrina Monroe, que expresaba las intenciones de los Estados Unidos de apoderarse de la isla caribeña, sosteniendo que al igual que una manzana que se cae de un árbol, al desprenderse del dominio español era comprensible que caiga bajo la órbita norteamericana. Este manifiesto de intento anexionista fue claramente frustrado por la Revolución Cubana y esta fruta sigue flotando libre en el agua y parece escaparse a los colmillos yanquis desde 1959.
A pesar de la política iniciada por el presidente Dwight Eisenhower y continuada hasta la gestión Obama, centrada especialmente en aislar económica y diplomáticamente a Cuba, lo cierto es que ha tenido un efecto contrapuesto. En los ámbitos multilaterales, la Habana ha logrado ampliar sus vínculos diplomáticos globales, tanto en la alianza con la ex URSS como en la actualidad con el activismo tercermundista centrado en la articulación del Sur global.
En la actualidad, Cuba es un actor internacional preponderante en instituciones como el Movimiento de Países No Alineados y el Grupo de los 77. Incluso, frente a las sanciones económicas unilaterales que impulsó el gobierno de John F. Kennedy, y que fueron convertidas en leyes del Congreso estadounidense, Cuba logró una victoria diplomática en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en 1992, para que anualmente vote una resolución que las declara ilegales y exija su eliminación.
Más allá que Estados Unidos hizo caso omiso de estas demandas de la comunidad internacional, esta situación llevó al propio Barack Obama a reconocer que la política exterior de su país hacia Cuba no había logrado sus objetivos y que era necesario ser “creativos” para repensar la relación. Junto a comensales en Miami, se atrevió a sostener que “no tiene sentido” pensar en medidas como las adoptadas en 1961 porque no serían efectivas ante el mundo globalizado de “la era de internet, Google y los viajes mundiales”.
A esta nueva visión, se suma el lobby que están realizando diferentes organizaciones y personalidades norteamericanas, especialmente cubano-descendientes, que propician un cambio en la política exterior norteamericana. En tan sentido, la carta firmada por 44 destacados políticos, empresarios y académicos como misiva abierta a Obama, profundiza un planteo de flexibilización de su política hacia el pueblo cubano, más aún cuando en el grupo signan el pedido desde John Negroponte (ex director de Inteligencia Nacional durante el gobierno de George W. Bush) hasta tres ex subsecretarios de Estado para el Hemisferio Occidental.
Es claro que los intereses de estos firmantes no son más que los del imperio, proponen reorientar la política desde una estrategia de bloque a una de “ayuda” al pueblo cubano para que pueda “determinar su propio destino, al construir sobre reformas de política estadounidense que ya han iniciado”. Añade la carta que un cambio ayudará a “otorgar mayor libertad a organizaciones e individuos privados de servir directa e indirectamente de catalizadores de cambio significativo en Cuba”. Claramente, el centro de la estrategia sigue siendo colocar a la isla bajo la órbita de un modelo económico monitoreado por Norteamérica.
Si bien en 2009, por decisión de Barack Obama se levantaron restricciones hacia la Cuba, como permitir el viajes y envíos de remesas, enmarcadas en un intento de buscar “cambios democráticos” en la isla, la administración actual marcó un claro interés de mantener y cumplir las leyes del embargo, así denominado por los Estados Unidos, incluso aplicándolos en forma extraterritorial por parte de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OEAC) del Departamento del Tesoro. Por lo que ha aumentado las acciones de persecución a empresas y agencias que realizaron operaciones hacia Cuba.
A modo de ilustración, se puede citar el caso del banco neerlandés ING que fue sancionado en junio de 2012 con una multa de 619 M de U$S por operar económicamente con Cuba a través del sistema financiero estadounidense, entre 2002 y 2007. Incluso, la multinacional sueca Ericsson tuvo que pagar una multa de 1,75 M de U$S por reparar en Estados Unidos, mediante su filial radicada en Panamá, equipos cubanos de un valor de 320 mil dólares. Por lo visto, pareciera ser que las multas y persecución se contraponen a un intento de flexibilización de la política exterior hacia Cuba.
Más allá de eso, la misma dinámica económica provoca cambios. Desde que en diciembre pasado, una docena de importantes entidades estadounidenses, incluida la Cámara de Comercio, enviaron una carta al presidente Barack Obama, en las que solicitaban el levantamiento del bloqueo, alegando que el mismo generaba un costo de más de 1.200 M U$S al año a la economía norteamericana, hasta la visita de esta semana de Tomhas Donohue, presidente de la cámara citada, junto a una delegación empresarial de alto nivel, marcan un paso de cambio.
De hecho, el objetivo de Donohue en esta visita es informarse sobre las reformas económicas impulsadas por el gobierno de Raúl Castro, tal como lo anunció la semana pasada luego de confirmar que viajaría después de su último paso en 1999. Desde 2010, Cuba ha legalizado actividades de micro-emprendimientos en diversas áreas, alcanzando la formación de miles de emprendedores independientes. Señaló Donohue: “Desde que estuve por última vez en Cuba hace 15 años, un programa de reformas ha sacado según reportes a 600.000 trabajadores de la nómina del gobierno y ha permitido que el número de emprendedores en el país se triplique a más de 450.000”.
Ante este viaje, el senador demócrata Bob Menéndez reaccionó en contra de la misiva, en una carta dirigida a la Cámara donde expresó que “Cuba no es una oportunidad atractiva de inversión porque el gobierno encarcela injustificadamente a líderes empresariales e infringe las normas internacionales del trabajo”. A su vez, remarcó Menéndez que el embargo estadounidense a la isla, impuesto hace cinco décadas, probablemente no se levante pronto porque para eso Cuba “debe liberar todos los presos políticos y respetar los derechos de sus ciudadanos”.
En consonancia con esto, en una entrevista otorgada a la bloguera cubana Yoani Sánchez, el vicepresidente Joe Biden aseguró que la política de su país hacia Cuba “se guía por el compromiso de apoyar el deseo del pueblo cubano de determinar libremente su propio futuro” y el de “promover los valores universales”. Y que si bien aplaude los cambios en las leyes de inversión en Cuba y las menores restricciones para viajar, espera que los mismos lleguen acompañados “por una ampliación de los derechos y libertades del pueblo cubano para que pueda desarrollar todo su potencial”. A su vez, Biden fue contundente en rechazar cualquier intervención de Estados Unidos a la isla.
Si bien es verdad que la legislación norteamericana apresa las manos del Presidente, especialmente la Ley Helms Burton, porque pone facultad del Congreso la posibilidad de levantar el bloqueo, lo cierto es que si Barack Obama tuviese la voluntad de flexibilizar las relaciones entre ambos países, tiene prerrogativas suficientes para matizar el embargo, como expandir los viajes de norteamericanos y extranjeros residentes en Estados Unidos, permitir el uso de medios financieros de pago, como tarjetas o cheques emitidos por bancos del país u otros y permitir operaciones bancarias con entidades cubanas; autorizar nuevos vuelos charter en la lista de aeropuertos de Estados Unidos; establecer líneas de servicio ferry entre ambos países; ampliar los productos de exportación hacia Cuba; flexibilizar o eliminar la prohibición al uso del dólar en transacciones internacionales con Cuba, hasta levantar las prohibiciones establecidas por la Ley Torricelli, que, por ejemplo, impide la entrada a puertos de Estados Unidos de embarcaciones que dentro de los 180 días anteriores hayan transportado mercancías a Cuba. Por eso, Obama deshoja la margarita por Cuba.
Miradas al Sur.
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