Cuesta trabajo hablar de monarquías en el mundo actual. El espectáculo de una coronación a principios del siglo XXI se antoja insólito. Afortunadamente el pasado jueves en España nos ahorraron ese espectáculo pero sí proclamaron al nuevo rey, Felipe VI, hijo de Juan Carlos, quien había abdicado. El Congreso de los Diputados había acelerado el proceso legislativo para reglamentar el proceso de abdicación.
Por otro lado, el gobierno de Mariano Rajoy se ha apresurado a lograr la aprobación de una ley para el aforamiento de Juan Carlos y su esposa. De no ser así, los reyes salientes correrían el riesgo de convertirse en ciudadanos comunes.
Al aprobarse la ley de abdicación, Rajoy elogió al rey saliente. El portavoz del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, fue más cauto. Ambos refrendaron el pacto que hizo posible la restauración de la monarquía en 1975 y la aprobación de la Constitución de 1978. Pero Rajoy se refirió a Juan Carlos como el artífice de la nueva España, con “una economía desarrollada, un país de derechos y libertades, una sociedad abierta al futuro. Somos una democracia consolidada y estable”.
Pérez Rubalcaba dio a entender que su partido respetaba lo pactado en 1975 y 1978 pero que no podía descartar la opción republicana. Otros partidos de izquierda insistieron en que hubiera un referendo para decidir entre monarquía y república.
Los medios de comunicación y los comentaristas españoles se han esforzado por presentar la transición monárquica como algo normal. También han elogiado tanto al rey saliente como al entrante. Pero no por ser bonachón, simpático y sencillo un rey resulta (más) aceptable.
También se ha presentado el argumento de que una monarquía parlamentaria puede ser relativamente barata. A los suecos, por ejemplo, su monarquía les cuesta menos de dos dólares por persona por año. Se ha dicho que el presupuesto anual de la presidencia francesa es muy superior al de cualquier monarca europeo. Pero no por resultar barata se justifica una monarquía.
Hace un siglo el bisabuelo de Felipe VI reinaba en España. Duró en el cargo hasta 1931, cuando el electorado proclamó la República. Alfonso XIII se refugió en la Italia de Mussolini y murió en Roma en 1941. Tuvo siete hijos con su esposa y otros cinco fuera del matrimonio, incluyendo dos con sendas niñeras de sus hijos legítimos. En Roma nació su nieto Juan Carlos, hijo del pretendiente al trono, Juan de Borbón. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados iniciaron su invasión a Italia, Juan de Borbón se refugió en el Portugal de Salazar.
Tanto Alfonso XIII como su hijo trataron de convencer a Francisco Franco de que restaurara la monarquía. En 1947 Franco decidió hacerlo, pero a su manera. Con la ley de sucesión de ese año, sería el propio Franco quien designaría, según dijo su ministro Luis Carrero Blanco, al “rey de España, pero de la España del Movimiento Nacional, católica, anticomunista y antiliberal”.
Con el tiempo Franco empezó a cultivar al joven Juan Carlos y lo fue educando, también a su manera. La pregunta es cómo consiguió el futuro rey sus credenciales democráticas. Si pasó su vida entre dictadores, ¿quién lo convenció de las bondades de la democracia y de todo lo que ese sistema representa? Cuando accedió al trono tenía casi 40 años. ¿En qué momento sufrió esa conversión? Habrá quienes digan que cambió de parecer porque así pudo lograr permanecer en el trono.
En su momento se habló mucho del papel de Juan Carlos tras el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Se dijo que su aparición en la televisión desautorizando el golpe puso fin a la insurrección. Pero hay que recordar que tardó varias horas en reaccionar. Aun así no cabe duda de que, para muchos españoles que no eran monárquicos, ese día se consolidó el rey de España. Me consta que no pocos españoles que en 1931 votaron por la República, en 1981 empezaron a defender a la monarquía.
Durante años hubo una campaña para que se le otorgara el Premio Nobel de la Paz. No fue posible, pero sí tuvo la suerte de contar durante varias décadas con una prensa muy favorable. A diferencia de lo que ocurría en el Reino Unido, los medios de comunicación en España optaron por guardar silencio acerca de la vida del monarca y su familia.
Pero en los últimos años empezó a cambiar el viento. La supuesta corrupción de su yerno, los viajes de safari y algunas indiscreciones del monarca, empezaron a voltear a la opinión pública española. Decidió abdicar y pasarle la batuta a su hijo.
El gobierno de Rajoy busca la manera más rápida de otorgar a Juan Carlos y a su esposa un aforamiento especial para que sólo puedan ser juzgados en el tribunal supremo por cuestiones relacionadas con su actividad pública, no con su vida privada. ¿Por qué la prisa? Porque, entre otras cosas, hace poco más de un año dos personas presentaron sendas demandas de paternidad contra Juan Carlos en unos juzgados de lo civil en Madrid. Los jueces no admitieron las demandas.
De ahí la importancia de lo dicho por Felipe VI en su primer discurso como rey: “Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren, y la ejemplaridad presida, nuestra vida pública”. Y agregó, distanciándose de su padre, que con él España tendría “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”.
Felipe VI causa buena impresión. Parece que es un ser pensante. Pero, si es tan inteligente como dicen y tiene una esposa tan sencilla e igualmente inteligente, y hasta progre, ¿por qué no desbarata la monarquía, instaura una república y se dedica a otras cosas?
Si el pueblo español está compuesto por ciudadanos y no súbditos, y si ese pueblo es soberano, ¿por qué requiere de un soberano?
La Jornada, México
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