Por Martín Granovsky
El 22 de agosto se sabrán dos cosas: qué empresarios y políticos van a su cumpleaños de 70 y cuánto le habrá servido su juicio con la Argentina para pagar la fiesta. Mientras tanto Paul Elliott Singer matiza la espera concentrándose en lo que parece la última gran pelea de los fondos buitre, que lidera desde Elliott Management Corporation, sin descuidar la campaña contra Hillary Clinton, precandidata demócrata para 2016.
Singer es parte de una red de financistas de la extrema derecha republicana que tiene otro vértice en los hermanos Charles y David Koch, de Koch Industries, un consorcio basado en energía y petroquímica. En 2011 la Koch era la segunda compañía más importante de los Estados Unidos.
La influencia de los Koch es tan ramificada que, según la revista norteamericana Mother Jones, a sus seminarios, organizados todos los años son suma discreción, asisten no solo senadores y miembros de la Cámara baja sino dos de los ministros de la Corte Suprema. Uno de ellos es Antonin Scalia, de 78 años, designado en 1986 a propuesta del entonces presidente Ronald Reagan. El otro es Clarence Thomas, 68 años, un afroamericano conservador como Scalia que llegó a la Corte en 1991 nominado por George Bush padre. El Senado lo aprobó por solo cuatro votos, la diferencia más pequeña para la designación de un juez de la Corte Suprema en la historia del país.
Scalia fue el que a mediados de junio escribió el voto principal cuando la Corte falló en contra de la Argentina y despejó el camino para considerar que no existe inmunidad soberana frente a los fondos acreedores.
La misma mayoría conservadora fue la que impulsó que no se tratara el caso argentino el lunes último. Esa falta de admisión llevó, como se sabe, a que quedara en pie el fallo original del juez de Nueva York Thomas Griesa.
A nadie le consta que un telefonazo sea el hilo que une los votos ultraconservadores de Scalia o Thomas con figuras de los negocios y la política como Singer o los hermanos Koch. La misma falta de constancia puede marcarse sobre los vínculos entre ellos y la Fuerza de Tareas que opera en el Congreso en favor de los buitres y está relacionada con ejecutivos del mundo de las finanzas que pasaron por la administración Clinton. Las conspiraciones pueden existir hoy pero la maraña de intereses tejidos a lo largo de décadas supera cualquier teoría conspirativa. Sin descartar, claro, ninguna conspiración.
Fábrica de Mentiras
La consultoría política ligada a campañas sucias y a financiamiento de grupos conservadores empezó en los Estados Unidos nada menos que en la década de 1930, cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt montó sus políticas de bienestar impulsadas desde el Estado para salir de la gran crisis. En 1934 el socialista y escritor Upton Sinclair ganó la nominación demócrata para ser candidato a gobernador con un slogan que se leía como EPIC: End poverty in California, es decir Terminemos con la pobreza en California. La respuesta conservadora fue una campaña que el escritor contaría después en un folletín publicado en 50 diarios. El comienzo de la campaña fue un recuadrito en tapa que el diario Los Angeles Times, ligado a los consorcios petroleros, publicó todos los días durante un mes y medio.
La oposición a Sinclair montó lo que el escritor definió como Fábrica de Mentiras. “Me dijeron que una docena de personas revolvían en las bibliotecas y leían cualquier palabra que yo hubiera publicado en mi vida”, escribió Sinclair, que nació en 1878 y murió 90 años después. Incluso buscaban palabras en obras de ficción del autor de La Jungla. Sinclair fue un Premio Pulitzer que también participó en 1932 de la producción de ¡Que viva México!, la película del ruso Sergei Einsenstein, el director de El acorazado Potemkin. Sinclair escribió que la Fábrica de Mentiras tenía “un equipo de brujos encargado de preparar pociones para desparramarlas todas las mañanas en el aire de California”.
En su edición del 24 de septiembre de 2012 el semanario The New Yorker publicó un artículo de Jill Lepore sobre esos brujos, en realidad dos personas, Clem Whitaker y Leone Baxter, que en 1933 fundaron la primera consultora política de la historia, Campaigns Inc. Informa Lepore que Whitaker escribía a máquina con dos dedos como periodista del diario Union de Sacramento y del Examiner de San Francisco. En 1933 fue contratado por el político demócrata Sheridan Downey para derrotar en un referéndum a la empresa Pacific Gas and Electric. Entonces contrató a una periodista del Oregonian de Portland, la pelirroja Baxter, de un cierto aire a la actriz Audrey Hepburn. Muy pronto se casaron. Muy pronto iniciaron el hábito de dedicar dos horas diarias en el desayuno a planificar el trabajo. Sus primeros clientes fueron corporaciones en busca de legislación permeable a sus negocios: la petrolera Standard Oil, la Pacific Telephone and Telegraph. Incluso, luego del referéndum, la Pacific Gas and Electric.
Dos meses antes de las elecciones el candidato republicano a vicegobernador, George Hartfield, contrató a Whitaker y Baxter. El dúo llegó a tomar frases de sus novelas para convertirlas en una supuesta ideología de Sinclair que los republicanos debían destruir. Hasta usaron una frase de una novela de tono autobiográfico que ponía en duda la santidad del matrimonio.
Sinclair no pudo ganar pero la mayor presencia legislativa de los 24 demócratas de EPIC cambió el paisaje político de California. En 1938 uno de ellos, Culbert Olson, fue elegido gobernador. Lepore cuenta en el New Yorker que Olson nombró como jefe de Inmigración y Vivienda al escritor y periodista Carey McWilliams, investigador de las condiciones de vida de los trabajadores rurales de origen mexicano.
Después de la derrota de Sinclair, Campaigns Inc. enarboló aún más alto el espíritu basado en el lema “cada votante, un consumidor” y entre 1933 y 1955 colaboró en el triunfo de 70 de los 75 candidatos para los que trabajó. Uno de ellos fue Earl Warren, el republicano que recuperó California en 1942 con una campaña de 10 millones de panfletos contra la ayuda social y los impuestos para destinarlos a vales de compra de comida en beneficio de los mayores de 50. El estilo siempre consistía en evitar el debate racional, buscar la simplificación extrema y montar una pelea o un show en los que, claro, pudiera triunfar el candidato propio. Por eso en 1942 Warren puso el eje en el peligro que significaría liberar a los japoneses residentes en los Estados Unidos, encarcelados en San Francisco, en medio de la Segunda Guerra por el presunto peligro que representaban.
Basta la salud
Lo curioso de la historia es que, siendo gobernador, Warren se desprendió de Whitaker y Baxter y un día llegó a la conclusión de que para bajar los costos en salud empleadores y empleados debían aportar al Sistema de Seguridad Social. Lo lanzó en enero de 1945, aún en plena guerra mundial. Para los Estados Unidos, una revolución. La Asociación Médica de California contrató a la Fábrica de Mentiras para oponerse al plan social de salud. La Fábrica diseñó e imprimió dos millones y medio de un volante titulado “Medicina políticamente controlada”. Decía en una parte: “Pagar por tener un médico del Estado, lo usemos o no, es un sistema que nació en Alemania, donde nuestros muchachos pelean también contra eso”. La propuesta de Warren perdió en el Congreso de California por un voto. Volvió a intentarlo y otra vez fue derrotado.
Meses después, el presidente Harry Truman propuso un programa nacional para que la salud, como la educación, fueran un tema de responsabilidad pública. Truman fue reelecto en 1948 y presentó el plan. La Asociación Médica Americana contrató a Campaigns Inc., que así se nacionalizó.
Un documento confidencial que cita Lepore señala: “El objetivo inmediato es derrotar el programa de seguro médico compulsivo enviado al Congreso. El objetivo de largo plazo es colocar un freno permanente a la agitación en favor de la medicina socializada en este país, alertando al pueblo sobre el peligro de un sistema de salud políticamente controlado y oficialmente regulado y persuadiéndolo de las ventajas de la medicina privada”. El diseño confidencial llegó al terreno público en una conferencia de Whitaker: “Hitler y Stalin y el gobierno socialista de Gran Bretaña usaron el opio de la medicina socializada para aliviar el dolor de la pérdida de libertad y llevar al pueblo a que no se resista”.
Fue entonces que Carey McWilliams, el viejo amigo de Sinclair, propuso al semanario progresista The Nation una nota sobre Whitaker y Baxter que consistía, sencillamente, en escribir cómo era después de hablar con ellos. Aceptaron contestar las preguntas y narrar su tarea como lobbistas. El resultado fueron tres notas publicadas en 1951. Después de leer que Whitaker y Baxter sabían cómo llegar al pueblo, que los sindicatos tenían dinero pero no hacían campañas efectivas y que, de seguir con el despliegue simbolizado en Campaigns Inc., los Estados Unidos serían “gobernados por Whitaker y Baxter”, muchos médicos prestigiosos renunciaron a la American Medical Association. El dúo, entonces, perdió el contrato de la AMA y consiguió otro: la fórmula presidencial Eisenhower-Nixon. Fue cuando por primera vez la televisión fue usada en gran escala para una campaña de primer nivel.
Warren, aquel gobernador ridiculizado por su plan de medicina social, se convirtió en miembro de la Corte Suprema y fue autor del fallo progresista declarando inconstitucional, la segregación de los afroamericanos. Campaign Inc. emprendió la cruzada “Juicio político a Warren” mientras se defendía de los intentos por regular los gastos en consultoría política y comités de acción política. Su argumento era que la empresa en verdad organizaba al pueblo y, por lo tanto, no debía ser sometida a ninguna regulación. El mismo fundamento que, tal como saben los lectores de Página/12, usó la actual Corte Suprema de los Estados Unidos en marzo último para desechar todo tipo de límites globales al financiamiento privado de las campañas.
Neoconservadores
En los años ’60, cuando los Estados Unidos discutían la segregación racial y Richard Nixon intentaba ganarle la presidencia a John Kennedy (la perdió en 1960 y Kennedy inició su mandato en 1961) un senador por Arizona se erigió en líder del combate contra el Estado de Bienestar. Barry Goldwater, nacido en 1908, también peleó la presidencia contra Lyndon Johnson, el vice de Ke-nnedy, pero la perdió en 1964. De todos modos, su activismo intenso y la ideología de conservador sin vergüenza de serlo, libertario y laico, sedujo a un grupo de derechistas muy jóvenes. Uno de ellos era Paul Elliott Singer. “Me interesa muy poco que el Estado sea más eficiente”, decía Goldwater en su trabajo La conciencia de un conservador. “Lo que quiero es reducirlo. No quiero promover el bienestar. Propongo extender la libertad. Mi objetivo no es que aprueben leyes sino que las rechacen. No es inaugurar programas nuevos sino suprimir los viejos programas que violan la Constitución e imponen al pueblo una carga financiera sin garantías. Me atacarán por negar los ‘intereses’ de los votantes, pero diré que fui informado de que su mayor interés es la libertad”. Al aceptar la candidatura republicana proclamó: “El extremismo en defensa de la libertad no es un vicio, y la moderación en la búsqueda de justicia no es una virtud”.
Tras la crisis de Watergate, Goldwater lideró a los republicanos que veían en Nixon una carga del pasado peligrosa para los conservadores. Corrido Nixon del escenario quedó nítido que la nueva figura sería Ronald Reagan, el actor que en 1966 y 1970 fue electo dos veces gobernador de California. Reagan llegó a la presidencia en enero de 1981, a punto de cumplir los 70, y pudo acceder a un segundo mandato que terminó en enero de 1989.
La presidencia de Reagan estuvo marcada por los discípulos de Goldwater. Muchos de ellos se autotitularon neoconservadores y se agruparon en torno de una revista creada en 1945 por el American Jewish Committee de los Estados Unidos que con el tiempo pasó a incluir una temática amplia: Commentary. Junto con Norman Podhoretz, un antiguo simpatizante de León Trotsky convertido en intelectual de derecha, trabajó por ejemplo Jeane Kirkpatrick, la investigadora que en 1971 publicó una tesis doctoral titulada “Líder y vanguardia en la sociedad de masas: un estudio de la Argentina peronista”. En 1979 la inquieta Kirkpatrick publicó en Commentary un famoso trabajo, “Dictaduras y doble standards”. Criticaba al presidente James Carter, que gobernaba desde 1977, porque en su opinión había dejado que la Unión Soviética avanzara en el Cuerno de Africa, Afganistán, Sudáfrica y el Caribe. También, según ella, había sido ineficaz para evitar el triunfo sandinista en Nicaragua y la rebelión iraní dirigida por el ayatolá Khomeini contra Reza Pahlevi. Kirkpatrick escribió que, igual que antes en Cuba y en China, el retiro del apoyo norteamericano a la Nicaragua de Anastasio Somoza y al Irán del sha y “el esfuerzo norteamericano para imponer al liberalización y la democratización” resultaron confrontados con fuerzas violentas de oposición en cada país. El gobierno de los Estados Unidos no sólo fracasó en la liberalización “sino que de hecho ayudó a que llegaran al poder nuevos regímenes en los que la gente común pasó a disfrutar de menos libertades y menos seguridad individual que bajo los sistemas autocráticos anteriores”. Además, los gobiernos nuevos eran “hostiles a los intereses y políticas” de los Estados Unidos.
Kirkpatrick no se privó de mencionar otros países: “A fines de 1978 más de seis millones de refugiados debieron irse de países gobernados por gobiernos marxistas. El flujo de personas que huyen de las utopías revolucionarias es incesante a pesar de muros, cercos y armas. Hay un contraste entre el número de refugiados creado por los regímenes marxistas con el creado por otras autocracias: más de un millón de cubanos dejaron su tierra desde que Castro tomó el poder, lo que significa un refugiado cada nueve habitantes. Más que los aproximadamente 35 mil refugiados de cada país como la Argentina, Brasil y Chile”.
Por otra parte, “la historia de este siglo no ofrece base alguna para esperar que los regímenes totalitarios radicales se transformen a sí mismos”. Para Washington, la fórmula realista de pensar un cambio de régimen en países dictatoriales no marxistas sería “distinguir entre agentes de cambio democráticos y totalitarios”. Kirkpatrick sostiene que “si los líderes revolucionarios describen a los Estados Unidos como la desgracia del siglo XX, el enemigo de los pueblos amantes de la libertad, el perpetrador del imperialismo, el racismo, el colonialismo, la guerra y el genocidio, no son auténticos demócratas o, para decirlo suavemente, no son amigos”. Más claramente: “Los grupos que se definen a sí mismos como enemigos deberían ser tratados como enemigos”. Y aún más: “El idealismo liberal no necesita ser equivalente al masoquismo y no tiene por qué ser incompatible con la defensa de la libertad y el interés nacional”.
Con Reagan, Kirkpatrick fue embajadora en las Naciones Unidas. En 1982 su tesis sobre las dictaduras latinoamericanas, sumada al trabajo diversionista de la Agencia Central de Inteligencia a través del general Vernon Walters, hicieron que la dictadura argentina se convenciera de que su búsqueda del poder perpetuo mediante el desembarco en Malvinas sería apoyada por los Estados Unidos en contra del Reino Unido.
Dinero y energía
Kirkpatrick murió en 2006. A los 84 años, Podhoretz ya no dirige Commentary. Se encarga su hijo John, a quien secunda un consejo editorial que integra, entre otros, Paul Singer. El artículo principal del ejemplar de junio es una crítica escrita por Jonah Goldberg al libro del francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI. Piketty critica el alto nivel de concentración de la economía. Goldberg, investigador del American Entrerprise Institute, dice que Obama y una de sus probables sucesoras, Hillary Clinton, están en sintonía con Piketty cuando insisten en la inequidad de la economía actual.
Piketty sería, de esa manera, el modelo contrario a la práctica de los hermanos Koch, que al margen de organizar seminarios semestrales con jueces de la Corte Suprema o dirigentes como el senador de Oklahoma Tom Coburn o el representante por Wisconsin Paul Ryan –ex candidato a vicepresidente y amigo de Singer– auspician campañas para desacreditar el debate sobre el calentamiento global del planeta y cualquier ciencia que aporte a la discusión sobre el efecto invernadero. También contribuyen a la extrema derecha agrupada en el grupo Tea Party a través del financiamiento de organizaciones como American for Prosperity o de planes de acción para pelear contra cualquier reforma de salud. Como Whitaker and Baxter en su momento, Charles Koch empieza cada reunión planteando que un tema es “de vida o muerte para los Estados Unidos”. También suele decir a sus invitados que no necesita su dinero sino su energía. “Ustedes tienen que traer nuevos socios, gente nueva. No podemos hacerlo solos. Este grupo no puede hacer todo solo. Tenemos que multiplicarnos.”
Singer pone su energía no solo en reunir dinero para los republicanos –en términos argentinos sería el puntero de los recaudadores– y los fondos buitre que litigan contra la Argentina. Su pelea es contra cualquier regulación que pueda afectar todo negocio derivado del sistema financiero. La revista Mother Jones cita a Harvey Miller, un experto en quiebras del estudio Weil, Gotshal & Manges, que litigó contra el fondo Elliott: “Singer es un adversario duro y complicado. No es un negociador. Es persistente y no le gusta abandonar la pelea”.
martin.granovsky@gmail.com
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