Por Washington Uranga
Cuando las nubes se cierran y los nubarrones cubren todo, el sol oriental hace fuerza, se abre camino, para dejar paso al cielo... que siempre es celeste. Para Uruguay, para el “paisito”, en el fútbol y en todos los niveles, nada es fácil. Por condiciones objetivas, por los avatares de la historia, por geopolítica. Cada paso, cada avance, insume todas las energías. Por eso también cada logro es “heroico” y cada derrota, en consecuencia, “trágica”. No hay puntos intermedios. En este Mundial fue “trágica”, también por impensada, la caída contra Costa Rica. Y heroicas –aunque futbolísticamente apretadas y sin el brillo que otros pueden exhibir– las victorias ante Inglaterra e Italia. Hacía 44 años que Uruguay no le ganaba a un europeo. Era casi imposible la clasificación. Había que ganarle a Inglaterra y a Italia, seguidos. No había precedentes. Suárez, el Pistolero, era el único héroe, el salvador. Y lo fue en su momento. Pero cuando Suárez, falto de estado físico y extenuado, no pudo frente a los italianos, desde el fondo apareció Godín. Y el gran capitán Lugano no pudo estar. Y el botija Giménez, con 19 años que parecieron más que los treinta y pico de Lugano, se calzó la celeste. ¡Y vaya si cumplió! Y Palito metió la pierna y, cuando fue necesario, hasta la cabeza. Y sobre todo, apareció el equipo. Porque, a no confundirse: la “garra charrúa” es fuerza, es sentido de pertenencia, pero sobre todo es trabajo en equipo, solidaridad colectiva para desde un lugar chiquito y perdido en el mundo, sumar energías y voluntades y así aflorar con coraje y superar la adversidad. De eso sabe el maestro Tabárez. ¡Vaya maestro!
Así es el cielo celeste, así el corazón oriental. ¿Va por más? Ya casi no importa... la celeste ya no tiene nada más que demostrar. Si hay más, mejor. Si no... habrá otras oportunidades. Todo lo que venga es yapa. ¡Ah! Perdón por el tono épico del relato. Es el tono que necesitan los pequeños para hablar de igual a igual con los más grandes.
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