Leemos a Borges y a Kusch, vemos películas de Favio y Fellini, escuchamos a Yupanqui y a Lennon, nos emocionamos con las obras de Berni y Picasso, pero de nada sirve si no conseguimos sentirnos derrotados ante el pibe descalzo en la esquina. La cultura es una manera de desarrollar la sensibilidad, no un laboratorio donde aislarse del mundo.
La cultura donde menos habita, es en los suplementos culturales, de hecho allí se enferma de catalepsia como la palabra “vida” en el diccionario. ¿Qué tiene que ver la furia de Van Gogh arrancándose la oreja (cansado de escuchar los ruidos del mundo) o la pobreza de Juanito Laguna, con el miserable que cuelga sus cuadros en sus casas de campo? Cuando la cultura bosteza, cuando las heridas de Cristo están prolijamente pintadas, cuando el Che agoniza en las remeras , cuando la cultura no nos incomoda se vuelve eso mismo que nos enferma el alma. Por eso la tarea de Silvia Barrios con sus cantos indígenas, incomoda; por eso el kultrún retumbando siglos, incomoda; por eso los gritos de Horacio Guarany incomodan al sibarita de la música; por eso Jauretche incomoda a los filósofos afrancesados como el pueblo peronista incomoda al socialista de café; el yaraví incomoda al dueño de los réquiem de la civilización; lo que cuenta un canoero del Paraná, incomoda al lector de la revista Weekend |, lo que dicen los curas tercermundistas, incomoda al obispo, lo que denuncia Luis Domingo Berho en su poesía linyera, incomoda a la crítica literaria que se masturba con la poesía de Juárroz.
Incomoda todo lo que nos emancipa, como el adolescente pudoroso que nota que su cuerpo cambia, la cultura nos incomoda porque siembra una semilla en el corazón y hace que florezca en nuestro espíritu, la flor que hace siglos anda buscando el jardín secreto de nuestra Libertad.
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