Por Gustavo López
Leopoldo Marechal escribió que “el pueblo recoge todas las botellas que tiran al agua con mensajes de naufragio, el pueblo es la gran memoria que recuerda todo lo que aparezca muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria”. Arturo Jauretche fue pueblo, buscó las botellas en un momento crucial de la vida política argentina en 1935, cuando la vieja UCR había dejado en el olvido las luchas yrigoyenistas y junto a Manzi, Del Mazo, Dellepiane, Scalabrini Ortiz, y tantos otros, fundó F.O.R.J.A., la voz de los náufragos, de los olvidados y abandonados de la Década Infame.
Aquella F.O.R.J.A. representaba el único camino conocido hasta ese momento por los sectores populares, pero quería más. Pretendía darle continuidad al yrigoyenismo, sinónimo en aquel entonces de defensa de los intereses populares, pero resultó mucho más que eso.
No sólo fue el puente de plata que unió a los dos grandes movimientos populares del siglo XX, radicalismo yrigoyenista y peronismo, sino que fundó las bases de lo que después se denominó “el pensamiento nacional”: el aporte de sus pensadores e impulsores a través de los Cuadernos implicó repensar la política desde una mirada latinoamericanista, pero también marcar las contradicciones fundamentales entre pueblo y antipueblo, que luego sería entre liberación o dependencia, y que hoy denominamos democracia o corporaciones. Supieron diferenciar entre coyuntura e intereses permanentes y señalaron al Estado como el gran motor de los cambios estructurales cuando la política se hace junto al pueblo.
Si uno toma el manifiesto de F.O.R.J.A. del 29 de junio de 1935, reconoce la actualidad brutal de aquel pensamiento que el año próximo cumple 80 años.
En la introducción señalaba: “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”.
1. “Que el proceso histórico argentino en particular y de Latinoamérica en general, revelan la existencia de una lucha permanente del pueblo en procura de su Soberanía Popular para la realización de los fines emancipadores de la Revolución Americana, contra las oligarquías como agentes de los imperialismos en su penetración económica, política y cultural, que se oponen al total cumplimiento de los destinos de América.”
2. “Que el actual recrudecimiento de los obstáculos supuestos al ejercicio de la voluntad popular corresponde a una mayor agudización de la realidad colonial, económica y cultural del país.”
Cuando analizamos los sucesivos golpes de Estado entre 1930 y 1976 que derrocaron a los gobiernos populares para imponer modelos económicos que implicaron transferencias de riquezas de los sectores menos favorecidos a los sectores concentrados y los golpes de mercado de la era neoliberal, que sirvieron además de disciplinamiento social para cometer esos atropellos, vemos la vigencia de Jauretche en el análisis histórico.
Norberto Galasso conoció a Jauretche en los ‘60 y lo recuerda como quien “le cambió la cabeza... Nos enseñó a ver el mundo desde aquí, cambiándonos el planisferio oficial”. Ese don Arturo está más vigente que nunca en la actual batalla cultural. La perdimos en los ‘90, con el posibilismo, el individualismo y el sálvese quien pueda, que sólo sirvió para que se salvaran algunos vivos en desmedro de las mayorías.
Pero el pensamiento profundo de F.O.R.J.A. se renovó a partir de mayo de 2003, cuando empezamos a dar pelea por la construcción de sentidos. Al volver a hablar de derechos, de dignidad creando trabajo, de justicia respecto de las violaciones a los derechos humanos, cuando se renegoció y redujo la deuda externa, se ampliaron derechos y se volvió a la economía de la producción frente a la especulación parasitaria.
Los jóvenes de hoy recogieron las nuevas botellas tiradas al mar por el neoliberalismo, que fue un viaje con más náufragos que navegantes. Fueron más los que quedaron en el camino que los que llegaron a la otra orilla.
Hoy, el pensamiento jauretcheano volvió a ser un puente, pero esta vez unió a todos los sectores del campo nacional y popular, respetando sus historias pasadas pero forjando juntos un presente y un futuro en común.
Don Arturo renace en cada marcha, en cada militante, en cada acción, y ese es su mayor legado, estar tan presente hoy.
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