sábado, 7 de junio de 2014

Gelman periodista.

Gelman
PERIODISTA

P
ágina
I
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Publicada el 27/5/87
Por
Juan Gelman
Desde París
P
or primera vez hoy, desde el
comienzo del proceso, Barbie
fue careado en el Tribunal de
Lyon con cinco de sus vícti-
mas. Todas ellas, miembros de la Re-
sistencia francesa, lo reconocieron co-
mo el torturador que después los envió
a los campos de concentración. Uno
de los ex resistentes, Blandrón, había
presenciado hace 43 años la
siguiente escena: ante sus
ojos, Barbie intentó que
un perro violara a su mu-
jer. Hoy Blandrón todavía
recuerda los ojos de Barbie
y reconoce su “sonrisa
arrogante”.
La sonrisa de Barbie sor-
prendió a todo el mundo
cuando se abrió el proceso
hace un par de semanas.
“Barbie sonríe”, tituló en pri-
mera página el diario
Libéra-
tion
. “Leí tanto sobre Barbie,
miré tantas fotos suyas, que
cuando lo vi me sorpren-
dió. No parece un ser
cruel, parece un ser huma-
no”, se asombraba entonces
Howard Brodie, alto, flaco,
71 años, venido de San Fran-
cisco con sus lápices, papeles y
un par de anteojos especial,
munido de lentes como pe-
queños telescopios, para es-
crutar a distancia y dibujar el
rostro del “carnicero de Lyon”.
A Simone Kadosche también
Barbie le pareció un ser humano
la primera vez que lo vio. Tenía
ella trece años y medio el 6 de ju-
nio de 1944 cuando, denunciada co-
mo judía por unos vecinos, fue llevada
en compañía de sus padres a una oficina
de color crema en el cuarto piso de la se-
de de la GESTAPO en Lyon. Barbie “en-
tró vestido de gris –declaró Simone en el
proceso–, con un gato en los brazos. No
sentí miedo, pensando que un hombre
que acariciaba un gato no podía ser tan
malo. Miró a mis padres y me acarició
una mejilla. Dijo que yo era linda. Le
preguntó a mi madre si tenía otros hijos.
Ella dijo que sí, que estaban en el campo
y él quiso saber sus nombres y su direc-
ción. Mamá callaba, Barbie dejó el gato
en el suelo. Se volvió hacia mí y, brusca-
mente, me arrastró por los cabellos y re-
cibí un soberano par de bofetadas, las pri-
meras de mi vida”.
Lo que vino después fue más duro: siete
días de torturas y Barbie que lleva a Si-
mone, hecha un guiñapo, ante su madre.
En Auschwitz un nazi mató al padre de
Simone ante sus ojos. Ella sobrevivió. El
20 de julio de 1983, durante la instruc-
ción del juicio, Simone fue llevada a la
prisión de San José y reconoció formal-
mente a Barbie. Pero él dijo que no se
acordaba de nada. “Si la miro a usted –le
dijo– es porque después de nueve meses
de prisión es agradable mirar a una mu-
jer.” Simone Kadosche pidió que la frase
figurara en las actas de la instrucción.
“Ese día me sentí insultada.”
Barbie perdió la Segunda Guerra
Mundial, pero no se siente un vencido.
Ni un criminal. “Yo tenía superiores je-
rárquicos. Obedecía las órdenes que me
impartían”, dijo ante sus jueces. Sus víc-
timas declararon que Barbie gozaba sádi-
camente y torturaba. “Era mi deber. Yo
era un soldado”, dijo Barbie. Y agregó:
“Era la guerra, y en la guerra no hay ni
mal ni bien”.
Barbie explicó cómo entendía esa gue-
rra al profesor Jacques Vérinne y a los
doctores Didier Weber y Daniel Gonin,
psiquiatras que lo entrevistaron larga-
mente durante la instrucción del juicio.
No era una guerra normal, les dijo Bar-
bie. Era una guerra sucia, desprolija, por-
que había que enfrentar a un enemigo in-
visible, fuera de la ley, sin uniforme. Esos
enemigos no formaban parte de un uni-
verso legal, organizado. “Todo era falso
en esa gente, no podíamos reconocerlos
como soldados”, les dijo de los resistentes
antinazis de Francia, aunque no explicó
si eso también se aplicaba a los niños ju-
díos de Izeu y a la población civil inerme
que envió a la muerte.
“Ustedes (los franceses) se convirtie-
ron en un pueblo decadente porque no
aceptaron la ideología que nosotros les
ofrecíamos”, siguió diciendo Barbie a los
psiquiatras. Corría el año 1985 cuando
formulaba esas declaraciones. Más de
cuarenta años atrás, sus jefes opinaban de
él que era un “camarada irreprochable.
Su actuación en el servicio es notable. Su
comportamiento como SS es irreprocha-
ble, tanto dentro como fuera del servicio.
Su opinión sobre la concepción nazi del
mundo puede considerarse sólida”. Jui-
cios que, cuando Barbie trabajaba para
los servicios de contraespionaje de los Es-
tados Unidos, confirmaría R. Taylor, ofi-
cial de esos servicios: “Barbie es un hom-
bre honesto, intelectual y, personalmen-
te, no es nervioso ni miedoso. Es absolu-
tamente anticomunista y un idealista na-
zi que piensa que ha sido traicionado,
personalmente y en sus convicciones, por
los nazis en el poder”. Por los “bonzos”
del partido, como Barbie reafirmó en es-
tos días en el juicio, “los que se enrique-
cieron, los que traicionaron el ideal de
camaradería, los que abandonaron el ca-
mino del nacional-socialismo”.
Barbie seguía ese camino sin desvíos
cuando, como teniente coronel del
ejército de Bolivia, organizaba cam-
pos de concentración y asesinatos
de opositores a la dictadura del ge-
neral Banzer. Hoy, después de la
comparecencia de los primeros
testigos, Barbie se declaró se-
cuestrado ilegalmente y dijo
que, en consecuencia, nada
tenía que declarar. Tal vez en
él funciona el mecanismo
que describió Mélanie
Klein, ese “olvido moral”
que permite a los verdugos,
cuando las circunstancias
cambian, pensarse como
víctimas de una injusticia
insoportable.
Barbie es también irre-
prochable como preso. En
su celda de la prisión de
San José lee a Homero y
Goethe, obras sobre el te-
odorismo y la civilización
incaica y, con precisión
militar, tanto en verano
como en invierno, se levan-
ta a las seis de la mañana y
se acuesta a las siete de la tar-
de. Lleva la vida de un oficial
derrotado, pero no destruido.
Tal vez sea así porque, como decía
Dercors, ese gran escritor y resistente
francés, el nazismo perdió sobre el terre-
no pero no fue erradicado de las venas y
arterias de la sociedad humana. Ayer se
inició en Niza otro proceso, el de Ray-
nald Liekens, de 23 años, que el 2 de
agosto de 1984 asesinó a su casera, Hen-
riette Barsky, de 75 años, esposa y her-
mana de judíos muertos en la deporta-
ción, “porque era judía”. Liekens, que se
hizo nazi a los catorce años y se afilió al
Frente Nacional, el partido de extrema
derecha que dirige Le Pen poco antes de
los hechos, escribió a su hermana desde
la prisión una carta en la que se lamen-
taba del crimen que había cometido
“porque en vez de matar solamente a
una judía habría podido masacrar a mu-
chos más poniendo una bomba en la si-
nagoga de Cannes”.
La mancha parda se ha extendido en el
tiempo y por el mundo y, como afirma
Philippe Lucas, ex rector de la universi-
dad de Lyon, “el nazismo y otros totalita-
rismos no sólo son lo contrario de la de-
mocracia, sino su perversión, y de ésta
nadie está a salvo”.
“Un hombre que
acariciaba un
gato no puede
ser tan malo”

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