Año 7. Edición número 318. Domingo 22 de Junio de 2014
Entrevista. Rodolfo Edwards. Escritor
–Su libro Con el bombo y la palabra se parece a una película de Leonardo Favio. Es, entre otras cosas, un recorrido del imaginario popular argentino, donde Perón y el peronismo ocupan un lugar central. ¿Qué motivó meterse en un trabajo de investigación tan amplio y polifacético?
–Realmente me alegra y me reconforta que compare Con el bombo y la palabra con alguna película de Leonardo Favio. Justamente Perón, sinfonía del sentimiento fue la cortina “visual” durante la escritura de mi libro. Salvando las distancias con el genial Leonardo, tengo en común con él el hecho de haber emprendido este proyecto como un homenaje a Perón y a las luchas populares, revisitando y recuperando el sentido de gesta que tuvo el peronismo en la historia argentina. Siguiendo a Favio, este libro también es sentimental, apasionado, excesivo, como debe ser todo homenaje que nace del corazón. Desde mi adolescencia junto material relacionado con el peronismo. El primer libro que me compré fue La comunidad organizada, un modesto ejemplar de tapas azules publicado por Editorial Cepe (me salió $ 20.000 a comienzos de los ’80...). Aun conservo este ejemplar que sobrevivió a una gran inundación que hubo en La Boca en el año 1989: La comunidad organizada cayó al agua que había invadido mi casa por todos lados... cuando bajó la creciente, me acuerdo que sequé las páginas del libro al sol y pude salvarlo y aquí lo tengo medio bichoco pero entero. Aquel texto reproducía la conferencia que dio el General el 9 de abril de 1949 en el acto de clausura del Primer Congreso Nacional de Filosofía que se hizo en Mendoza. Allí Perón decía cosas como éstas: “Los rencores y los odios que hoy soplan en el mundo, desatados entre los pueblos, son el resultado lógico, no de un itinerario cósmico de carácter fatal, sino de una larga prédica contra el amor. Ese amor que procede del conocimiento de sí mismo e, inmediatamente, de la comprensión y la aceptación de los motivos ajenos”. Estas cosas que decía Perón me conmovían profundamente y me hacían meterme cada vez más en el asunto del peronismo. Así se me fueron acumulando en la biblioteca todo tipo de publicaciones: ensayos, testimonios, biografías, cuentos, novelas, poemas, piezas teatrales, etc. y me convertí en un peronólogo vocacional. A partir de unos cursos que estuve dando sobre peronismo y literatura, salió la idea de un libro y aquí estoy golpeando el parche del bombo y la palabra. Cuando empecé a cranear la estructura del libro fueron surgiendo decenas de textos y fue como abrir una caja de Pandora: muchísimos escritores, de un lado y del otro, mojaron su pluma en el tintero para narrar el peronismo. Para mí, escribir otro libro más sobre peronismo representaban un gran desafío... ¿Cómo sumarme a la inmensa masa de autores que se ocuparon del tema? Fíjese en cualquier lista de novedades editoriales y va a ver que siempre aparece algún libro relacionado con Perón, Eva o algún tema del peronismo. Y ni qué hablar de todo lo que está apareciendo sobre lo actual: el kirchnerismo.
–Según usted, desde el 17 de octubre de 1945 los argentinos no hacemos otra cosa que hablar, a favor o en contra, del peronismo. ¿A qué atribuye esta obsesión temática?
–A veces digo que el peronismo es como una botella de vino que se derramó sobre un mantel blanco. Antes del surgimiento del peronismo, el país estaba “ordenado” ideológicamente. Con el yrigoyenismo jaqueado luego del golpe del ’30, las fuerzas del conservadurismo y la oligarquía por un lado y por el otro, la izquierda con todos sus habituales matices. El peronismo aparece como algo nuevo que patea las piezas del tablero y provoca un gran desconcierto en la clase política. Ahora entraban a tallar nuevos actores sociales. Empieza a tener voz y voto, un sector de la población que no estaba en la agenda de nadie. Era el subsuelo de la patria emergiendo de las oscuras napas del desprecio. A partir de allí, mucha gente nunca pudo comprender este fenómeno tan resistente a las definiciones convencionales: policlasista, poliédrico, díscolo, le pegaba tan bien con la pierna izquierda como con la derecha. Mal que les pese a los no peronistas, todo pasa por el peronismo desde el 17 de octubre de 1945. En mi libro hablo de los que sueñan con el fin del peronismo pero por más que agoten las existencias de jabón en polvo de todos los supermercados del mundo, la mancha de vino en el mantel blanco no se podrá borrar jamás. El peronismo es el Terminator de la política argentina: de una gota de rocío puede reconstruirse y volver a empezar todo de nuevo.
–El título de su libro hace un juego paródico con algo que nos enseñaron en la escuela pública referida a Sarmiento, o por lo menos al Himno a Sarmiento, escrito por un catalán olvidado y autor de tangos reos, Leopoldo Corretjer. Me refiero a los versos “con la espada, con la pluma y la palabra”. ¿Qué contactos ve o presiente que hay entre el sanjuanino y su culto y el general y su culto?
–El eje sarmientino de civilización/barbarie sigue recorriendo la médula espinal de la cultura argentina. Basta ver cualquier programa televisivo de debate político para constatar que dos modelos de país siguen en pugna: por un lado, los “civilizados” siempre denuncian la ausencia de “republicanismo” y remarcan las falencias educativas de los sectores más humildes que los llevan a votar “mal” y justificar las supuestas aberraciones políticas de los gobiernos populares, etc... en el fondo lo que pretenden es volver a los tiempos anteriores a la Ley Sáenz Peña, piden a gritos el voto calificado y que el país vuelva a ser para unos pocos y no para todos. El culto sarmientino propende a un orden racional, volviendo a tomar modelos de los países centrales. A la “pluma y la palabra” de Sarmiento, yo contrapongo “el bombo y la palabra” peronista, ya que ese bombo representa los latidos del corazón, algo que se rige por los sentimientos, los afectos, la solidaridad, el compañerismo y no tanto por la razón, las especulaciones, la lógica o las teorizaciones y la frialdad académica. Como dijo alguna vez Perón: “El peronismo no se aprende ni se proclama, se comprende y se siente”.
–Y en este mismo sentido, ¿cómo ve la relación entre el peronismo y los llamados intelectuales? Incluyo en la pregunta a usted mismo, que sería también un llamado intelectual.
–El tema central de mi libro es la tensión del peronismo con el campo cultural y el campo literario. La relación del peronismo con los intelectuales siempre ha estado atravesada por todo tipo de encontronazos y colisiones. Desde sus albores el peronismo se enfrentó a una encrucijada: alpargatas o libros. Arturo Jauretche ha explicado muy bien este asunto: para leer libros, mucha gente primero tuvo que alimentarse bien, vestirse, calzarse, etc... y una vez que estaban fuertes las piernas, bien calzadas las alpargatas, muchos “cabecitas negras” pudieron ir caminando a anotarse a una escuela y después de un tiempo ya tuvieron libros entre sus manos como los integrantes de las clases sociales superiores. Pero esa metáfora de “alpargatas sí, libros no” sirvió para estigmatizar al peronismo como un movimiento que negaba a los intelectuales. Y éste es otro de los tantos mitos negros que cayeron sobre el peronismo. De todas maneras hay que reconocer que el peronismo culturalmente siempre ha quedado entre dos fuegos: la cultura liberal y la cultura de izquierda y muy pocos intelectuales han podido zafar de esos encorsetamiento: Enrique Santos Discépolo, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui, Leopoldo Marechal, Germán Rozenmacher, Rodolfo Walsh y otros intelectuales como Jorge Abelardo Ramos han sabido comprender y alinearse con el peronismo interpretándolo como un movimiento emancipador. Pero la mayoría del campo cultural siempre ha menospreciado a los intelectuales que adherimos manifiestamente al peronismo. Se instaló el mito que los peronistas estamos incapacitados para pensar y a todo lo que producimos siempre le encuentran el pelo en la leche, alguna falencia teórica o un exceso de populismo y demagogia... La lucha continúa.
–Hay cierta tendencia a sostener que el peronismo fue mejor pensado, sistematizado y hecho comprensible por intelectuales que no eran estrictamente peronistas, aun cuando el pueblo peronista nunca necesitó que se lo explicaran. ¿Esto es así? ¿Logró el peronismo una sostenida conciencia sobre sí mismo, como pudieron hacerlo otros procesos populares?
–Puede ser que a veces “el enemigo te define mejor que vos mismo”. En Con el bombo y la palabra dedico todo un capítulo a don Ezequiel Martínez Estrada que publicó, luego del golpe que derrocó a Perón en el ’55, un libro llamado ¿Qué es esto?, donde descarga todo su odio hacia Perón y hacia los que lo siguieron. Es una venganza verbal perfecta, admirablemente escrita. Durante el peronismo a Martínez Estrada le agarró una grave enfermedad en la piel que se le curó mágicamente después de la caída de Perón; él mismo definió su afección como “peronitis aguda”. Pero dicen que del odio al amor hay un solo paso... de tanto odiar Perón, yo creo que en el fondo lo amaba. El insultario que despliega Martínez Estrada roza lo desopilante. Decía de Perón cosas como ésta: “Perón reclutó en sus falanges los residuos de todas las capas sociales, los residuos alógicos y los lógicos; lo verdaderamente marginal, la rebaba de la civilización que se la encuentra en los núcleos obreros, campesinos y milicianos tanto como en los círculos del periodismo, la ciencia, las artes y las letras”. Yo creo que Martínez Estrada estaba totalmente loco pero escribía muy bien, tenía la pluma bien afilada, era un esgrimista verbal temible con una lengua ofídica altamente venenosa. También Osvaldo Soriano hizo decir a uno de los personajes de No habrá más penas ni olvido aquella frase inolvidable: “Yo nunca me metí en política, yo siempre fui peronista”.
A la hora de contarse a sí mismo, al peronismo le cuesta distanciarse en una ficción. La ficción es un territorio eminentemente gorila. El peronista, a la hora de escribir, por lo general recurre a los géneros “verídicos”: la crónica, el ensayo militante, el testimonio, el libelo, el panfleto, la sociología plebeya. Tal vez, por disciplina partidaria, los escritores peronistas siempre terminan acatando aquella máxima del General: “La única verdad es la realidad”.
–Usted sostiene que el antiperonismo es tan orgánico a la sociedad argentina como el peronismo. ¿Por qué? ¿Por qué el antiperonismo está tan vivo como el peronismo?
–El texto inaugural de las ficciones antiperonistas es el cuento “La fiesta del monstruo”, una infamia atroz que escribieron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (firmando como “H. Bustos Domecq”) en 1947 y que panfleteaban por aquel tiempo entre sus amiguitos con intenciones claramente destituyentes. Este texto recién fue publicado en Montevideo, en la revista Marcha, a fines de septiembre de 1955, pocos días después del golpe del 16 de septiembre de 1955. En el cuento, Perón aparece como “El monstruo” y sus seguidores cometen todo tipo de tropelías en medio de una movilización a Plaza de Mayo y finalmente cometen un crimen espantoso lapidando en plena calle a un judío indefenso. Borges y Bioy descargan en esta ficción todo el imaginario gorila, cruzando literatura y política. Es un texto de réplica al peronismo y funcionó de la misma manera que “El matadero” de Esteban Echeverría contra Juan Manuel de Rosas. Borges y Bioy dieron el puntapié inicial de una rica tradición de ficciones antiperonistas que llega hasta nuestros días. Borges es el gran matricero de la literatura antiperonista. En el cuentito “El simulacro”, por ejemplo, Borges se la agarra con el velorio de Evita y después otros tomaron esa posta para ridiculizar la liturgia popular que desencadenó la muerte de Eva. En mi libro analizo poemas, cuentos y novelas que se encargaron de denostar al peronismo y a sus figuras consulares. En todas las generaciones siempre aparece alguien que escribe algo en tono burlón o paródico sobre Perón o sobre Evita que va mucho más allá de la caricatura política... se meten con cuestiones íntimas, generalmente referidas a aspectos sexuales. La profanación del cuerpo de Evita se continuó verbalmente en la literatura gorila. Hay una particular obsesión con el cuerpo de Evita en algunos escritores que merecería un estudio psiquiátrico. Las manos amputadas del cadáver de Perón es otro tópico que aparece recurrentemente en varias ficciones actuales. Y sí... el antiperonismo sigue vivito y coleando. En un cuento de Enrique Anderson Imbert titulado “El General hace un lindo cadáver”... un personaje, que remite a Perón muy claramente, es asesinado y descuartizado y sus vísceras son usadas como relleno de unas empanadas que se sirven en una fiesta popular... el odio enciende cada cosa…
–¿Cuál es la otra diferencia principal entre los intelectuales del peronismo y los del antiperonismo, además de su punto de vista sobre el peronismo?
–Pienso que el tema pasa por una lucha entre diferentes tradiciones. Un país es una suma de tradiciones. Los intelectuales comprometidos con el peronismo partimos de la existencia de una cultura popular que se manifiesta en los barrios, en los pueblos, en la música, en las calles. Los intelectuales liberales, y también los de la izquierda, hacen una distinción tajante entre cultura “alta” y cultura “baja”, trazando siempre distinciones y jerarquías. El arte no es un deporte donde hay un ganador y un perdedor. Hay un “racismo cultural” evidente, siempre andan diciendo que hay mejores y peores, cuando tendrían que aceptar que todas las cosas son válidas, se puede disfrutar de un poema de Borges y de uno de Homero Manzi, sin pensar que uno es mejor que el otro, son diferentes, parten desde distintos lugares sociales e ideológicos para construir su obra. Es aburrido comer siempre manzanas, en la verdulería también hay pomelos, naranjas, duraznos... Bob Dylan fue candidato al Premio Nobel de Literatura varias veces y Leonard Cohen ganó hace unos años el Príncipe de Asturias de las Letras y acá todavía se debate si poner o no a Cátulo Castillo o a Spinetta en una antología de poesía argentina... En la escuela nos enseñaron que en la década del veinte hubo dos grupos antagónicos: Florida y Boedo. Pero mientras los nenes bien y los bolches se peleaban, en la misma década, Enrique Santos Discépolo estaba escribiendo sus primeros tangos y piezas teatrales y un poeta maravilloso como el Negro Celedonio Flores publicaba Chapaleando barro, un libro de poemas donde está “Arrabal salvaje”, un texto fundacional de la poesía barrial porteña. Además de la disputa de esos grupos, se estaba haciendo otra cosa que circulaba por otros andariveles y estaba destinada a otro público.
–En su libro habla usted de una batalla cultural que se desarrolla a lo largo de la historia argentina. ¿Cuál es esa batalla cultural? ¿Quiénes son los contendientes?
–Lo invito a ver la tapa de Con el bombo y la palabra, una excelente obra de Pool y Marianela; allí podrá ver a Julio Cortázar, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares vestidos con unos abrigados tapados negros, mezclados con unos muchachos descamisados... Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz, Enrique Santos Discépolo, Jorge Abelardo Ramos, Germán Rozenmacher. Éstos son algunos de los contendientes analizados en el libro. Con el bombo y la palabra es una batalla donde, en vez de balas, se usan palabras, libros.
–De todos los movimientos nacionales que se desarrollaron en América latina a lo largo del siglo XX el peronismo es el que mayor capacidad de supervivencia ha demostrado. ¿Cuáles son las razones para que personas y sucesos que aparecieron hace casi 70 años sigan influyendo en las nuevas generaciones?
–El peronismo, en sus sucesivas encarnaciones, sigue representando a las clases populares. No surgió otra fuerza en condiciones de ocupar ese lugar. Es como un adolescente eterno, en estado de ebullición constante, con las hormonas a full, Peter Pan, irreverente, imprevisible, a veces torpe, pero siempre vital y con resto.
–¿Las nuevas generaciones literarias escriben sobre peronismo?
–Sí. Hay una nutrida producción de nuevos autores que están escribiendo sobre peronismo. Juan Diego Incardona, Washington Cucurto, Leonardo Oyola y Carlos Godoy son algunos de ellos. En los últimos años el tema peronismo se instaló en forma muy fuerte en la juventud literaria: una antología de “poetas peronistas de la primera hora”, titulada Poetas depuestos, es un minucioso trabajo del joven investigador Gito Minore que recupera a poetas olvidados. Mariano Blatt y Damián Ríos compilaron Un grito de corazón, que recoge cuentos sobre peronismo de escritores novísimos.
En mi libro hay un capítulo llamado “El neoperonismo literario” donde analizo textos publicados en los últimos diez años. Hay de todo pero creo que prevalece, por lo general, una mirada paródica sobre el fenómeno peronista. Siento que aquel viejo cuentito de Borges y Bioy sigue siendo modélico a la hora de ficcionalizar el peronismo. Una de las excepciones es la novela El campito, de Juan Diego Incardona, porque retoma la idea marechaliana de la épica popular, no necesita recurrir a chistecitos o ironías para contar el peronismo. En cambio hay otros autores que representan a Perón como un payaso perverso y sexópata, a Evita como una vedette y a los peronistas como una comparsa desarrapada y violenta. Esta insistencia en la parodia y el humor socarrón sobre el peronismo tiene como objetivo borronear los logros históricos del movimiento y convertirlo en un artefacto cultural inofensivo. Nunca son inocentes esos chistes. Todo el imaginario histórico gorila creo que ha tenido una fuerte descendencia, se ha reciclado en los nuevos tiempos. Los maestros del churrete han dejado una buena corte de herederos.
Hace unos años Roberto Pettinato publicó la novela La isla flotante, donde cuenta la historia de sus padres; el padre de Pettinato era funcionario del peronismo (creó la Escuela Penitenciaria de la Nación) además de pertenecer a la mesa chica del General. Cuando se produce el golpe del ’55, Clara, la mujer de Pettinato padre, estaba embarazada. Piden asilo en la embajada de Ecuador y allí nace Roberto en diciembre de 1955. Es una historia muy emotiva y muy bien narrada por Pettinato. La recomiendo.
–El 12 de junio se cumplieron 40 años del último contacto entre el general Perón y su pueblo, en Plaza de Mayo. ¿Cómo ve hoy ese discurso y ese acto?
–¿Sabe que ese discurso lo tengo en un disquito simple de vinilo? Los festejos de mis cumpleaños solían terminar con la audición de ese discurso y la entonación de la marcha peronista... El discurso es como la redacción oral de un testamento frente a miles de personas. Es la despedida del General de su pueblo. Tiene algo de monólogo shakespereano. Él se llevó en sus oídos la música de las voces de su pueblo y el pueblo se quedó con un legado que se prolonga naturalmente en el tiempo, va pasando de mano en mano de los humildes de la patria como una antorcha que parece que no va a apagarse nunca.
*Presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.
El libro
Con el bomboy la palabra.
Rodolfo Edwards.
Seix Barral
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