La construcción del miedo y el acto de elegir un enemigo público (como, por
ejemplo, los pibes chorros) son tareas necesarias e ineludibles para algunos
dirigentes.
La propuesta de restaurar el Servicio Militar Obligatorio –derogado por el
gobierno de Carlos Menem luego del asesinato del soldado Omar Carrasco en un
regimiento de Neuquén– fue una iniciativa del intendente massista de Malvinas
Argentinas, Jesús Cariglino, y mereció la inmediata adhesión del senador
provincial del FPV, Mario Ishii. En tanto, el ministro de Seguridad bonaerense,
Alejandro Granados, deslizaba la posibilidad de vehiculizar el asunto a través
de una consulta popular. Un asunto, por cierto, nunca mejor resumido que por
Ishii: "Para quien no trabaja ni estudia y duerme hasta las 2 de la tarde,
servicio militar." Una situación generalizada que –según el planteo– arrastra a
sus protagonistas al mundo de "las drogas y el delito".
Ya se sabe que semejante proyecto generó una oleada de rechazos; desde voces del
oficialismo –como las del ministro de Defensa Agustín Rossi, el jefe de Gabinete
Jorge Capitanich, y el gobernador Daniel Scioli– hasta el líder del PRO,
Mauricio Macri, pasando por el general Martín Balza, entre otras personalidades.
Todos ellos coincidieron en tres ejes argumentales: el reclutamiento forzoso no
resuelve los conflictos sociales, estigmatiza a los jóvenes de clase baja y,
además, es una medida sencillamente anacrónica. Todo muy correcto, aunque poco
abarcativo.
En cierto aspecto, este debate se asemeja al que hubo hace apenas unas semanas
sobre los beneficios y las contraindicaciones del acto de linchar a quienes
actúan por fuera de la ley. Por un lado, los partidarios del método basaban su
discurso en las siguientes tesituras: "La gente está cansada" y "Hay un Estado
ausente". En las antípodas de tal pensamiento, hubo por aquellos días una
profusión de frases alrededor del siguiente concepto: "La justicia por mano
propia no es justicia". Apenas una tímida manera de decir que agruparse en una
horda para patear a una persona hasta la muerte es un recurso inconducente y
poco republicano. Como si en la "parte sana" de la población no hubiera un gen
criminal.
Algo similar ocurre con el debate acerca de la vuelta a la "colimba". Sus
detractores, si bien advierten la matriz autoritaria de la cuestión, no toman en
cuenta su naturaleza absolutamente imbécil. Porque brindar instrucción militar a
muchachos en conflicto con el Código Penal no es, lo que se dice, una idea
brillante. ¿Pretenden acaso perfeccionar su puntería?
No obstante, es de suponer que esa idea no fue fruto de un exabrupto por parte
de sus hacedores. Contrariamente, todo indica que estos actuaron en base a un
corpus estadístico debidamente elaborado a tal efecto.
De hecho, una encuesta elaborada por el portal de noticias MDZ arrojó cifras
elocuentes: el 84% de los sondeados está de acuerdo con el Servicio Militar
Obligatorio para jóvenes que no estudian ni trabajan. El 83% está de acuerdo con
que ello contribuirá al restablecimiento del orden social. Y el 70% privilegia
esta solución ante otras, como los subsidios educativos y la realización de
tareas comunitarias.
Ya hace años, el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos acuñó el
concepto de "fascismo societal". Un fenómeno diferente a los procesos que
durante la primera mitad del siglo XX condujeron al poder en Europa a sectores
ideológicos de ultraderecha.
Por el contrario, en este caso no se trata de un régimen político articulado
desde el Estado sino una manifestación social, pluralista y civilizatoria, cuyo
fin consiste en desplegar el estadio salvaje del capitalismo, pivoteado por
grandes y poderosos actores económicos. En ese vidrioso contexto, la
construcción del miedo y el acto de elegir un enemigo público (como, por
ejemplo, los pibes chorros) son tareas necesarias e ineludibles. En resumen, un
caldo de cultivo ideal para las ambiciones de ciertos dirigentes. Por ello, lo
de la consulta popular al respecto no debe ser leído como una ocurrencia
descabellada.
Aun así, reflotar la cuartelización compulsiva de adolecentes en riesgo ni
siquiera es un truco novedoso.
Sería injusto omitir que el pionero indiscutido de ello fue nada menos que el ex
presidente provisional Eduardo Duhalde, quien en diciembre de 2009 decoró sus
aspiraciones de volver al sillón de Rivadavia con su propuesta de encomendar a
la comunidad castrense la tarea de "instruir a los chicos marginados". Aquella
iniciativa, en su momento, impresionó gratamente a un vasto sector del espíritu
público, entre ellos, algunos taxistas y no pocos comunicadores.
Pero alguien redoblaría la apuesta: el entonces diputado salteño Alfredo Olmedo.
Este sujeto supo descollar en los debates parlamentarios con su fina oratoria;
al respecto, se lo recuerda cuando fundamentó su oposición a la ley del
matrimonio entre personas del mismo sexo con las siguientes palabras: "Tengo la
mente cerrada y la cola también."
No obstante, su raíz conservadora no fue en detrimento de su espíritu mundano.
Tanto es así que algunas noches se lo solía ver en el sector VIP del club
nocturno Cocodrilo. Tal vez allí, inspirado por el burbujeo del champán, haya
elucubrado su proyecto más audaz: el retorno al Servicio Militar Obligatorio,
con la finalidad –según sus dichos– de "contribuir a la defensa nacional,
brindando el esfuerzo de los jóvenes y su dedicación personal".
En ocasión de presentar la propuesta en la Cámara Baja, profundizaría su alcance
con elocuencia: "Lo importante –dijo– no es qué país les dejamos a nuestros
hijos, sino qué hijos le dejamos a nuestro país". Su idea terminó archivada en
la Comisión de Defensa.
Lo que por aquel tiempo sí resultó aprobado en el Senado fue la media sanción de
un proyecto impulsado por el bloque radical y el peronismo disidente, algunos de
cuyos integrantes –los radicales mendocinos Ernesto Sanz y Laura Montero, junto
con el peronista puntano Adolfo Rodríguez Saá– fueron sus arquitectos. En
realidad el asunto no fue de su propia inventiva sino una versión copiada del
programa que, a partir de 2005, implementó el gobernador mendocino Julio Cobos.
Una experiencia que fracasó con estrépito, al registrarse en el lapso de un año
y medio una deserción del 60% de los educandos. A su vez, el emprendimiento
legislativo que inspiró, quedaría irremediablemente estancado en la Cámara de
Diputados.
Ahora, sólo en el aspecto enunciativo, la historia se repite.
Infonews
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