La gula y avaricia por conseguir votos llevó al jefe de Estado colombiano a contradecirse en la campaña en temas clave de la agenda como el proceso de paz con la guerrilla o la restitución del alcalde bogotano. A tres semanas de los comicios presidenciales, el oficialismo busca pulir y mejorar su estrategia comunicacional.
El relato político del oficialismo colombiano parece tener más agujeros que un queso gruyère. En plena recta final de la campaña y a tres semanas de los comicios presidenciales, el jefe de Estado Juan Manuel Santos cayó en la cuenta sobre sus reiteradas contradicciones en temas clave de la agenda nacional, como el proceso de paz con las Farc o la restitución del alcalde bogotano Gustavo Petro, y en consecuencia decidió reordenar la estrategia comunicacional de su frente partidario. Es decir, el mandatario ordenó a sus asesores pulir el desdibujado discurso del santismo, acortarle sus reiterados movimientos pendulares; en definitiva, los movilizó a diseñar un solo ropaje ideológico para seducir a una opinión pública apática hacia unas elecciones que han sido caricaturizadas por buena parte de la prensa caribeña como “las más aburridas del mundo”. “En los últimos días hubo una recomposición de urgencia en el equipo de asesores de la reelección de Juan Manuel. Momentos antes, se escucharon dentro del círculo áulico presidencial voces inconformes con la imagen de la campaña. Los dirigentes que tienen que ir a las regiones a vender al candidato y a conseguir los votos argumentaban que cambiar de un momento a otro la imagen de un hombre que la ha construido durante casi cuarenta años de vida pública: (Santos, el estadista, el hombre de club, el jugador de póquer, el de los trajes ingleses, el gentleman), por la de Juan Manuel, (el hombre cálido, descontracturado, cercano al pueblo), es una falacia bien difícil de vender”, contextualiza el periodista colombiano Carlos Suárez en una columna titulada “Santos contra Santos”, publicada en el portal informativo más visitado de Colombia, La Silla Vacía.
En principio, el presidente colombiano tiene altas probabilidades de conseguir su reelección. Todavía marcha primero en todas las encuestas que miden la intención de voto y, por otro lado, el jefe de Estado es la voz de mando indiscutible del poderoso aparato partidario oficialista. Sin embargo, no son pocos los sondeos que advierten sobre el crecimiento en los índices de popularidad de Enrique Peñalosa. El candidato del Partido Verde posee un perfil ecléctico, difícil de encorsetar. Su programa partidario es de corte progresista en lo económico, liberal en el capítulo de los derechos cívicos y garantista de la biodiversidad caribeña. Pero, a su vez, el ex Alcalde de Bogotá estrechó vínculos políticos a dos puntos, tanto con el ex presidente Álvaro Uribe como con el izquierdista Polo Democrático. Quizás, para imitar los movimientos zigzagueantes de su principal rival, Santos decidió cautivar en movimientos simultáneos a nichos ideológicos disímiles del electorado. Por ese motivo, el santismo se muestra a favor irremediablemente del diálogo iniciado con la guerrilla pero, muchas veces, el oficialismo se inunda de dudas e interrogantes sobre la verdadera voluntad pacifista de las Farc y, por lo tanto, termina empantanando el acercamiento iniciado en La Habana con los herederos del comandante Tirofijo. “No es cierto que a Santos le haya faltado comunicación con la sociedad colombiana para legitimar el proceso de paz. Todo lo contrario, lo que le ha faltado es voluntad política para superar los puntos negativos que están atascando el curso de los diálogos en la Habana: 1- El negociar en medio de la guerra que se podía superar rápidamente con un cese bilateral de fuegos o con acuerdos humanitarios concretos. 2- Santos abruma con sus ambivalencias. Según las encuestas, el presidente un día está por la paz y, al siguiente, está por la guerra total. En ese sentido, se debe resaltar como uno de los factores más negativos en su política de diálogo con las Farc el mantenimiento del guerrerista ministro (de Defensa) Juan Carlos Pinzón, quien más parece un ministro de Uribe Vélez que del propio Santos”, enfatiza el ensayista Alberto Pinzón Sánchez en un artículo escrito esta semana para el portal Rebelión.
Pero, recapitulando, ¿cómo leer los movimientos del presidente colombiano de acuerdo a su prehistoria política? ¿Es su renacer discursivo un antecedente nuevo en su foja de servicios? En general, ¿su metamorfosis política presenta algún patrón de conducta? En principio, un manual para principiantes de Santos debería comenzar diciendo que el número uno del Palacio Nariño es un jugador de todas las canchas, un polifuncional en código futbolero. Antes de ser el más halcón de la administración Uribe en su rol de ministro de Defensa, Juan Manuel Santos fue militar, como cadete de la Armada; diplomático, como representante de la Federación de Cafeteros; periodista, como subdirector y columnista de El Tiempo (principal multimedios del país), pero siempre fue, antes que todo, un empedernido jugador de póquer. “Santos dice que en la milicia aprendió la disciplina y el amor a la institución; que el periodismo le abrió ventanas y lo volvió tolerante; que la diplomacia le enseñó a negociar y a ponerse en el pellejo de la contraparte; y que con el póquer aprendió a tomar riesgos y a medirles el aceite a los demás. Por lo visto, cuatro sombreros bastante útiles en el ejercicio del gobierno y de la política”, asegura su biógrafa oficial, la periodista Patricia Lara Salive.
Por lo visto, el primer mandatario colombiano tiene letra de sobra para reelaborar sus guiones cuando domina el escenario político. Sin embargo, el doble discurso de Santos en el caso Petro –el Alcalde de Bogotá fue removido del cargo en un escandaloso fallo por el Procurador General; luego, la CIDH aconsejó su restitución y el arbitrio del asunto quedó en manos del presidente, quien nunca se puso de acuerdo consigo mismo para resolver el entuerto–, resultó abrumador. “Bogotá vive inmerso en un galimatías jurídico propio de aquellas viejas películas hollywoodenses como12 hombres sin piedad, Matar a un ruiseñor o Testigo de cargo, pero con una dirección cinematográfica notablemente deficiente si la comparamos con las de Sidney Lumet, Stanley Kramer o Billy Wilder. Para Martín Maldonado, un estudiante bogotano que ha estado en prácticamente todas las movilizaciones de respaldo a Gustavo Petro, el nivel ha bajado en los últimos meses de su status cinematográfico al de culebrón latinoamericano”, epigrafía con ironía Decio Machado en una nota publicada en el periódico alternativo colombiano Diagonal.
Por último, el posible pero no aún asegurado triunfo de Santos en las elecciones del 25 de mayo colisiona con una situación paradojal. Más allá de los desaciertos mostrados en su ingeniera discursiva, el Jefe de Estado colombiano no parece aprovechar las bonanzas de un presente económico en alza. Colombia es la estrella del regionalismo abierto recostado sobre la silueta occidental del continente. Sus puertos movilizan el engranaje comercial del naciente bloque latinoamericano Alianza del Pacífico, el rival geopolítico más fuerte del Mercosur y la Unasur, el nuevo proyecto continental mimado por las usinas ideológicas y financieras del Departamento de Estado norteamericano. Bogotá llegó a firmar un TLC con Washington y, meses después, Santos llegó a ser tapa de la revista Time como el nuevo ícono de los gobernantes latinoamericanos. Los indicadores económicos colombianos sorprenden al mundo por su curva ascendente. Sin embargo, Juan Manuel Santos no cosecha el supuesto capital político inherente en la opinión pública. “En los últimos cuatro años, el país ha crecido en promedio 4,6 por ciento, por encima de muchas de las economías de la región. La inflación, una variable que es responsabilidad del Banco de la República y que afecta el bolsillo de ricos y pobres, está controlada. El 2013 cerró en menos del 2 por ciento, la cifra más baja en 50 años”, comienza alertando la revista Semana, la más influyente de Colombia, en su última editorial. Pero, unos párrafos después, la pieza titulada “La paradoja de Santos” subraya que: “A Santos se le han adjudicado unas etiquetas de las cuales no ha podido despegarse. Una de esas es que aunque es un estadista muy bien preparado, es elitista y no tiene carisma ni conexión con el pueblo colombiano. La otra es que su gobierno se ha caracterizado por la politiquería basada en el clientelismo”. En consecuencia, la actual pelea de Santos parece pasar por su necesidad de reinventarse. Un lifting discursivo parece ser su horizonte. Como buen jugador de póquer, no será la primera vez que transitará ese camino.
En principio, el presidente colombiano tiene altas probabilidades de conseguir su reelección. Todavía marcha primero en todas las encuestas que miden la intención de voto y, por otro lado, el jefe de Estado es la voz de mando indiscutible del poderoso aparato partidario oficialista. Sin embargo, no son pocos los sondeos que advierten sobre el crecimiento en los índices de popularidad de Enrique Peñalosa. El candidato del Partido Verde posee un perfil ecléctico, difícil de encorsetar. Su programa partidario es de corte progresista en lo económico, liberal en el capítulo de los derechos cívicos y garantista de la biodiversidad caribeña. Pero, a su vez, el ex Alcalde de Bogotá estrechó vínculos políticos a dos puntos, tanto con el ex presidente Álvaro Uribe como con el izquierdista Polo Democrático. Quizás, para imitar los movimientos zigzagueantes de su principal rival, Santos decidió cautivar en movimientos simultáneos a nichos ideológicos disímiles del electorado. Por ese motivo, el santismo se muestra a favor irremediablemente del diálogo iniciado con la guerrilla pero, muchas veces, el oficialismo se inunda de dudas e interrogantes sobre la verdadera voluntad pacifista de las Farc y, por lo tanto, termina empantanando el acercamiento iniciado en La Habana con los herederos del comandante Tirofijo. “No es cierto que a Santos le haya faltado comunicación con la sociedad colombiana para legitimar el proceso de paz. Todo lo contrario, lo que le ha faltado es voluntad política para superar los puntos negativos que están atascando el curso de los diálogos en la Habana: 1- El negociar en medio de la guerra que se podía superar rápidamente con un cese bilateral de fuegos o con acuerdos humanitarios concretos. 2- Santos abruma con sus ambivalencias. Según las encuestas, el presidente un día está por la paz y, al siguiente, está por la guerra total. En ese sentido, se debe resaltar como uno de los factores más negativos en su política de diálogo con las Farc el mantenimiento del guerrerista ministro (de Defensa) Juan Carlos Pinzón, quien más parece un ministro de Uribe Vélez que del propio Santos”, enfatiza el ensayista Alberto Pinzón Sánchez en un artículo escrito esta semana para el portal Rebelión.
Pero, recapitulando, ¿cómo leer los movimientos del presidente colombiano de acuerdo a su prehistoria política? ¿Es su renacer discursivo un antecedente nuevo en su foja de servicios? En general, ¿su metamorfosis política presenta algún patrón de conducta? En principio, un manual para principiantes de Santos debería comenzar diciendo que el número uno del Palacio Nariño es un jugador de todas las canchas, un polifuncional en código futbolero. Antes de ser el más halcón de la administración Uribe en su rol de ministro de Defensa, Juan Manuel Santos fue militar, como cadete de la Armada; diplomático, como representante de la Federación de Cafeteros; periodista, como subdirector y columnista de El Tiempo (principal multimedios del país), pero siempre fue, antes que todo, un empedernido jugador de póquer. “Santos dice que en la milicia aprendió la disciplina y el amor a la institución; que el periodismo le abrió ventanas y lo volvió tolerante; que la diplomacia le enseñó a negociar y a ponerse en el pellejo de la contraparte; y que con el póquer aprendió a tomar riesgos y a medirles el aceite a los demás. Por lo visto, cuatro sombreros bastante útiles en el ejercicio del gobierno y de la política”, asegura su biógrafa oficial, la periodista Patricia Lara Salive.
Por lo visto, el primer mandatario colombiano tiene letra de sobra para reelaborar sus guiones cuando domina el escenario político. Sin embargo, el doble discurso de Santos en el caso Petro –el Alcalde de Bogotá fue removido del cargo en un escandaloso fallo por el Procurador General; luego, la CIDH aconsejó su restitución y el arbitrio del asunto quedó en manos del presidente, quien nunca se puso de acuerdo consigo mismo para resolver el entuerto–, resultó abrumador. “Bogotá vive inmerso en un galimatías jurídico propio de aquellas viejas películas hollywoodenses como12 hombres sin piedad, Matar a un ruiseñor o Testigo de cargo, pero con una dirección cinematográfica notablemente deficiente si la comparamos con las de Sidney Lumet, Stanley Kramer o Billy Wilder. Para Martín Maldonado, un estudiante bogotano que ha estado en prácticamente todas las movilizaciones de respaldo a Gustavo Petro, el nivel ha bajado en los últimos meses de su status cinematográfico al de culebrón latinoamericano”, epigrafía con ironía Decio Machado en una nota publicada en el periódico alternativo colombiano Diagonal.
Por último, el posible pero no aún asegurado triunfo de Santos en las elecciones del 25 de mayo colisiona con una situación paradojal. Más allá de los desaciertos mostrados en su ingeniera discursiva, el Jefe de Estado colombiano no parece aprovechar las bonanzas de un presente económico en alza. Colombia es la estrella del regionalismo abierto recostado sobre la silueta occidental del continente. Sus puertos movilizan el engranaje comercial del naciente bloque latinoamericano Alianza del Pacífico, el rival geopolítico más fuerte del Mercosur y la Unasur, el nuevo proyecto continental mimado por las usinas ideológicas y financieras del Departamento de Estado norteamericano. Bogotá llegó a firmar un TLC con Washington y, meses después, Santos llegó a ser tapa de la revista Time como el nuevo ícono de los gobernantes latinoamericanos. Los indicadores económicos colombianos sorprenden al mundo por su curva ascendente. Sin embargo, Juan Manuel Santos no cosecha el supuesto capital político inherente en la opinión pública. “En los últimos cuatro años, el país ha crecido en promedio 4,6 por ciento, por encima de muchas de las economías de la región. La inflación, una variable que es responsabilidad del Banco de la República y que afecta el bolsillo de ricos y pobres, está controlada. El 2013 cerró en menos del 2 por ciento, la cifra más baja en 50 años”, comienza alertando la revista Semana, la más influyente de Colombia, en su última editorial. Pero, unos párrafos después, la pieza titulada “La paradoja de Santos” subraya que: “A Santos se le han adjudicado unas etiquetas de las cuales no ha podido despegarse. Una de esas es que aunque es un estadista muy bien preparado, es elitista y no tiene carisma ni conexión con el pueblo colombiano. La otra es que su gobierno se ha caracterizado por la politiquería basada en el clientelismo”. En consecuencia, la actual pelea de Santos parece pasar por su necesidad de reinventarse. Un lifting discursivo parece ser su horizonte. Como buen jugador de póquer, no será la primera vez que transitará ese camino.
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