Masa y masas:
Hoy usamos habitualmente la idea de “las masas” y las ideas correspondientes de
“civilizaciones de masas”, “democracia de masas”, “comunicaciones masiva” y
otras. Aquí se encuentra, creo, una cuestión central y muy ardua que es
necesario revisar más que ninguna otra.
Masas fue una nueva palabra para designar al populacho, y es muy significativa.
Parece probable que tres tendencias sociales se unieran para confirmar su
significado. En primer lugar se produjo la concentración demográfica en las
ciudades industriales, un apiñamiento físico de personas que el gran aumento de
la población total acentuó y que prosiguió con la urbanización constante.
Segundo, tenemos la concentración de trabajadores en las fábricas: otra vez un
apiñamiento físico, que la producción maquinista hizo necesario; también un
apiñamiento social, en las relaciones laborales indispensables debido al
desarrollo de la producción colectiva en gran escala. Tercero, el desarrollo
correspondiente de una clase obrera organizada y en proceso de auto organización:
un apiñamiento social y político. Las masas, en la práctica, han sido
cualquiera de estos agregados específicos, y como las tendencias se relacionaron entre sí, fue posible usar el
término con cierta unidad. Luego surgieron las ideas derivadas sobre la base de
cada tendencia: de la urbanización, la reunión masiva; de la fábrica, en parte
en relación con los obreros pero sobre todo con las cosas fabricadas, las
producción masiva, de la clase obrera, la acción de masas. No obstante, “masas”
era una nueva palabra para denominar al populacho, y las características
tradicionales de éste se mantuvieron en su significación: credulidad,
inconstancia, prejuicio de rebaño, bajezas en los gustos y las costumbres. De
acuerdo con estas pruebas, las masas constituían una amenaza perpetua a la
cultura. El pensamiento de masas, la sugestión de masas y el prejuicio de masas
amenazarían hundir el pensamiento y el sentimiento individual temperados. Aun
la democracia, que gozaba de una reputación clásica y liberal, perdería su
sabor al convertirse en una democracia de masas.
Ahora bien, la democracia de masas – para tomar el último ejemplo – puede ser
una observación o un prejuicio; a veces, en rigor, en ambas cosas. Como
observación, la expresión alerta sobre ciertos problemas de una sociedad
democrática moderna que sus primeros partidarios no podían prever- la
existencia de medios masivos de comunicación inmensamente poderosos está en el
núcleo de dichos problemas, puesto a través de ellos la opinión pública se
moldea y dirige de manera señalada, a menudo por medios cuestionables y a
menudo con fines cuestionables. Analizaré esta cuestión separadamente, en
relación con los nuevos medios de comunicación.
Pero la expresión democracia de masas también es, evidentemente, un prejuicio.
La democracia, tal como la hemos interpretado en Inglaterra, es el gobierno de
la mayoría. Los medios para alcanzarlo, en la representación y la libertad de
expresión, gozan de la aceptación general. Pero si creemos en la existencia de
las masas, el gobierno de las mayoría será, con el sufragio universal, el
gobierno de las masas. Además, si éstas son esa esencia el populacho, la
democracia será el gobierno del populacho. Es dudoso que se trate la
consecuencia, de un buen gobierno o una sociedad; será, antes bien, el imperio
de la bajeza o la mediocridad. En este punto, que algunos pensadores considera
obviamente muy satisfactorio alcanzar, es necesario volver a preguntar:
¿Quiénes son las masas? En la práctica, en nuestra sociedad y nuestro contexto,
apenas pueden ser otra cosa que el pueblo trabajador. Pero si es así, resulta
claro que lo que está en cuestión no es sólo la credulidad, la inconstancia, el
prejuicio de rebaño o la bajeza de gustos y costumbres. Según el expediente
abierto, se trata también de la intención confesa de los trabajadores de
modificar la sociedad, en muchos de sus aspectos, de una manera que aquellos a
quienes antaño se limitaban los derechos políticos desaprueban profundamente.
Cuando reflexiono sobre esto, me parece que lo cuestionado no es la democracia
de masas, sino la democracia. Si puede lograrse una mayoría a favor de los
cambios, queda satisfecho el criterio democrático. Pero si uno los desaprueba,
puede, al parecer, evitar la oposición abierta a la democracia como tal
inventando una nueva categoría, la democracia de masas, que no es en absoluto
algo tan bueno. El opuesto oculto es la democracia de clase, en la que la
democracia caracterizará simplemente los procesos mediante los cuales una clase
dominante encauza su tarea de gobernar. Sin embargo, la democracia, tal como se
la interpretó en Inglaterra durante el siglo, no significa eso. Así, es el
cambio llega a un punto en que representa un grave prejuicio y es inaceptable,
o bien debe negarse la democracia o hay que buscar refugio en un nuevo término
oprobioso. Resulta claro que esta confusión de la cuestión es intolerable.
Masas = mayoría no puede equipararse con desparpajo a masas = populacho.
Aquí surge una dificultad con todo el concepto de masas, y es urgente que devolvemos
los significados a la experiencia. Nuestra concepción publica normal de una
persona, por ejemplo, es “el hombre de la calle”. Pero nadie estima ser
únicamente el hombre de la calle; todos sabemos mucho más cerca de nosotros
mismos. El hombre de la calle es una imagen colectiva, pero en todo momento
conocemos lo que nos diferencia de él. Lo mismo ocurre con “el publico”, que nos
incluye pero que pese a ello no es igual a nosotros. Aunque un poco más
complicado, pasa algo similar con “masas”. No pienso en mis parientes, amigos,
vecinos, colegas y conocidos como masas; ninguno de nosotros puede hacerlo, y
no lo hace. Las masas son siempre los otros, aquellos a quienes no conocemos ni
podemos conocer. Hoy, sin embargo, en una sociedad como la nuestra, vemos
habitualmente a esos otros, en la multitud de sus variaciones, físicamente,
estamos a su lado. Están aquí, y nosotros estamos con ellos. Y el hecho de que
estemos con ellos es, por supuesto, el quid de la cuestión. Para otras
personas, nosotros también somos masas. Las masas son la otra gente.
En realidad, no hay masas; solo hay formas de ver a la gente como tales. En una
sociedad industrial urbana, esas maneras de ver tienen muchas oportunidades.
Las cuestión no es reiterar las condiciones objetivas sino considerar, personal
y colectivamente, qué hicieron ellas con nuestro pensamiento. El hecho es, con
seguridad, que una manera de ver a otra gente que se ha convertido en
características de una sociedad como la nuestra se aprovechó con fines de explotación
política o cultural. Lo que vemos, neutralmente, son otras personas, muchas
otras personas desconocidas para nosotros. En la práctica, las masificamos e
interpretamos de acuerdo con alguna fórmula conveniente. En sus propios
términos, esa fórmula será válida. No obstante, nuestra verdadera tarea
consiste en examinar la formula, no la masa. Para hacerlo, tal vez nos ayude
recordar que nosotros mismos somos constantemente masificados por otros. En la
medida en que consideremos que la fórmula es inadecuada para nosotros, tal vez
deseemos extender a otros la cortesía de reconocer lo desconocido.
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