domingo, 27 de abril de 2014

EL PAIS › LA FLAMANTE ALIANZA, UN EXITO IMPREVISTO DEL OFICIALISMO NACIONAL ¿Se Unen con Berlusconi?

Por Horacio Verbitsky
Imagen: Leandro Teysseire.
La constitución del Frente Amplio Unen y su debate interno sobre la posibilidad de incluir en la alianza también a Berlusconi es un éxito de uno de los programas en su momento más discutidos del gobierno nacional. La institución de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias como método de selección de candidaturas fue la primera iniciativa oficial luego de las elecciones de medio término de 2009, en las cuales el Frente para la Victoria obtuvo una ajustada mayoría nacional sobre el Acuerdo Cívico y Social pero perdió en algunos distritos clave, como la provincia de Buenos Aires. Encontró entonces una frontal oposición de casi todas las fuerzas que se beneficiarían con ese mecanismo, en una interesante demostración sobre la calidad del debate democrático en el país: con frecuencia el reflejo de combate contra las propuestas del adversario prevalece sobre el análisis racional y la propia conveniencia. Tuvieron que pasar cuatro años y dos elecciones generales para que se apropiaran del instrumento, sin modificar por ello su tono apocalíptico de rechazo a todas y cada una de las políticas del gobierno.

Primero, el archipiélago marxista

Desde que se anunció el proyecto, durante la discusión legislativa y en el momento de la reglamentación, el archipiélago de fracciones de la izquierda marxista lo denunció como proscriptivo. Sin embargo, le permitió emerger de la irrelevancia en los comicios de 2011, cuando consiguió bancas en distintos concejos deliberantes, un diputado provincial por Neuquén y otro en la Legislatura de Córdoba y un bloque de tres diputados nacionales en la de 2013, elegidos en Salta, Buenos Aires y Mendoza. En cambio, las fuerzas que en 2009 habían integrado el Acuerdo Cívico y Social desperdiciaron la oportunidad y escogieron a sus candidatos para 2011 por los procedimientos convencionales, de modo que ya estuvieran seleccionados el día de las PASO, a las que llegaron como una mera formalidad sin efectos prácticos. Se llevaron el gran fiasco de su vida, cuando el oficialismo dejó atrás a la segunda fuerza por una diferencia de 37 por ciento de los votos, la mayor desde la finalización de la última dictadura. Al conocerse el proyecto oficial en 2009 Fernando Ezequiel Solanas Pacheco dijo que constituía “un golpe institucional contra la República” y un arma para eliminar adversarios. “Quieren impedir que surjan fuerzas que desafíen al bipartidismo. Es un ataque directo a Proyecto Sur”, señaló en un documento partidario. Agregó que iba más allá que “la mismísima dictadura militar” y sostuvo que “la gente está cansada de las estructuras partidarias del PJ y la UCR, que gobernaron el país en los últimos 25 años con los resultados por todos conocidos”. El entonces vicepresidente Julio Cobos opinó en contra de la obligatoriedad de las internas abiertas que a su juicio les cerrarían la puerta a los partidos chicos. Menos contemplaciones tuvo el presidente del bloque radical de Senadores, Gerardo Morales, quien consideró como “una gran irresponsabilidad que el gobierno avance con este proyecto que no tiene consenso”, cuando “la prioridad en la agenda pública nacional está en debatir cuestiones que tienen que ver con la pobreza, el proyecto del ingreso universal para la niñez, el manejo de las políticas sociales para que los pobres dejen de ser rehenes de los dirigentes políticos de turno” (¿será insidioso repetir que fue durante su gestión como viceministro de Acción Social que los ingresos de trabajadores estatales y jubilados se redujeron un 13 por ciento?). Para el socialista Rubén Giustiniani la reforma sólo beneficiaba “al candidato del oficialismo en 2011”. Elisa Carrió (en 2009 fue la impulsora del Acuerdo Cívico y Social, que rompió después de la elección, y ahora del Frente Amplio UNEN), explicó que “cuando los niños mueren por ser adictos al paco, cuando el hambre invade inmensas zonas del territorio, degrada la democracia que la política sólo esté hablando de cómo va a acceder a los cargos”. En uno de los programas de televisión que se deleitan con su habitual presencia llegó a decir que “me dan asco los que hablan de cómo van a mantener el poder, de cómo van a acceder al poder, de cómo van a ser las internas. Me dan asco. No me pregunten más porque me dan asco. Nosotros fuimos votados para defender a la Nación. Tenemos que decidir algunas cosas, si se va a seguir muriendo la gente, cómo van a comer los chicos. A mí me parece una inmoralidad”. La reforma, a su juicio, se proponía “entretener a la política hablando de sí misma mientras ellos saquean el país. Yo no me presto”. Para Francisco de Narváez, quien venía de vencer en las elecciones legislativas bonaerenses, la reforma “impide el cambio, porque pone trabas a la posibilidad de competir de los nuevos partidos y los candidatos independientes. A los Kirchner nunca les interesaron los partidos excepto para desactivarlos, dominarlos, dividirlos o cooptarlos”. Una excepción en ese coro unánime fue el entonces gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, quien encomió la reforma por inspirarse en la que el socialismo aplicó en su provincia. Sin embargo, cuando el proyecto se debatió en el Congreso, los socialistas también votaron en contra, lo mismo que el GEN radical de Margarita Stolbizer.

La dinámica de lo impensado

Carrió ha heredado de su maestro Raúl Alfonsín la imaginación creativa para idear combinaciones sorprendentes que permitan remontar situaciones críticas y destrabar bloqueos que no permiten avanzar para atrás ni para adelante. Esto no equivale a prejuzgar sobre la calidad de los instrumentos que cada uno concibió en distintos momentos, como el Pacto de Olivos para la reforma constitucional en 1993, la Alianza para el Trabajo, el Empleo y la Equidad de 1997, el Acuerdo Cívico y Social en 2008, la alianza porteña UNEN en 2013 o el Frente Amplio-Unen ahora. Lo único que esos casos tienen en común es la dinámica de lo impensado, de acuerdo con una definición famosa acuñada hace casi medio siglo para caracterizar otra actividad lúdica y competitiva. Lo impensado surge de contrariar la lógica imperante y hacer real algo que hasta el momento previo se consideraba imposible: el consentimiento radical para la reelección de Menem a cambio de un tercer senador por provincia para la minoría y de algunos complejos diseños institucionales; la reunión en un mismo haz de fuerzas que cuanto más divergentes más se potencian como alternativa electoral. Pero no siempre ocurre tal cosa. En 2011, el pacto entre Ricardo Alfonsín y Francisco De Narváez no funcionó. Carrió lo había impugnado como “oportunista, degradante y mediocre” y como un giro a la derecha del radicalismo. Pero si de tales cosas dependiera un resultado, la Alianza no hubiera vencido en 1999. Hay otro problema que los recién unidos deberán enfrentar y es la flacura de sus fuerzas en el primer distrito del país, donde se cuenta uno de casi cada cuatro votos emitidos. En esa provincia de Buenos Aires, las distintas versiones del panperonismo sólo les permiten recoger migajas de la mesa electoral. La base del acuerdo es el entendimiento entre el partido socialista y el panradicalismo, que incluye el adelgazado tronco tradicional más varios de sus desprendimientos posteriores. Pero mientras las fuerzas de origen peronista se dividen, las de ascendencia radical buscan algo de calor arracimándose. El elemento más llamativo el año pasado fue la inclusión en la coctelera de Fernando Solanas (que resultó electo aunque su Proyecto Sur se hizo trizas) y de diversos kirchneristas desencantados, como el presidente del Banco Central, Alfonso de Prat Gay, el ministro de Economía, Martín Lousteau y la diputada Victoria Donda, que reinciden ahora en el intento. Para este año, Carrió tenía preparada otra sorpresa, que recién hizo pública a último momento. Una vez que los políticos han hecho sus cálculos aritméticos sobre porcentajes de votos y bancas a repartir, los ideólogos intentan revestir de racionalidad lo acordado. En este caso se adelantaron los publicistas. El de FA-UNEN presentó un simpático isotipo con el mapa del país definido por trazos y círculos de distintos colores y en diferentes direcciones. Sus responsables fueron Carlos Falco y Martín Baintrub, cuya agencia Persuasión Argentina tuvo a su cargo las últimas campañas de Raúl y de Ricardo Alfonsín, de Stolbizer y de Gerardo Morales, así como de gobiernos, municipios y empresas públicas administrados por la UCR. Su trabajo es más original que las bases para un programa de gobierno que leyó el actor Luis Brandoni porque no se logró acuerdo para que cada dirigente soltara su propio rollo en el lanzamiento del Frente. Ese texto elemental contiene una retahíla de lugares comunes, que van desde la libertad y la igualdad, la división de poderes y la independencia judicial hasta el estado de derecho republicano y el rechazo a la corrupción y la impunidad. Pasar de esta expresión de buenos deseos a un programa de gobierno y sobre todo a su aplicación práctica es bastante más problemático que hacer un buen papel electoral, cosa que tampoco puede darse por descontada.

Conejos de la galera

El conejo que Carrió sacó de la galera sobre la hora de la presentación fue la posibilidad de que también Berlusconi se sumara al nuevo emprendimiento, cosa que ahora no le parece un corrimiento a la derecha. No le falta lógica: ¿quién podría desentonar en un frente que incluye al autor de la Resolución 125 del kirchnerismo y al vicepresidente que la derrotó en el Senado, durante la más profunda fractura política y económica en medio siglo? Carrió fundamentó su repentina (y transitoria) flexibilidad diciendo que había que salvar a la República, una entelequia con la que puede subirse a cualquier Metrobús. Solanas Pacheco fundamenta su rechazo en un marco ideológico, aunque no es seguro que carezca de un componente de clase, con el desdén de los apellidos oligárquicos por el hijo de un inmigrante ladrillero. El jefe del PRO tardó en reaccionar porque estaba muy ocupado con sus divagaciones sobre el culo de las mujeres. Su último escándalo de género había ocurrido en 2011, cuando dijo que la presidente del Partido Democrático, Rosy Bindi (una politóloga sexagenaria, muy alejada de los estereotipos publicitarios de belleza) era más guapa que inteligente. Uno de los más sonados fue en 2007, cuando largó: “Un sondeo dice que el 33 por ciento de las jóvenes italianas se acostarían conmigo. El resto contestó: ¿Otra vez?”. Pese a todo, la propuesta de incluir a Berlusconi en la entente fue sostenida por radicales como Oscar Aguad y Julio Cobos, y sólo mereció el rechazo de Binner y de Solanas Pacheco. Mientras sigue haciendo Buenos Aires, el rico empresario de la construcción no rechaza la alianza con radicales ni con peronistas, pero prefiere que se realice dentro de su propia fuerza, cosa que otros dirigentes cuestionan por insuficiente. Desde hace años, su primo inteligente, Jorge Macrì, pugna por un acuerdo explícito con algún sector justicialista (De Narváez en 2009, Sergio Massa en 2013, aún no se sabe quién el año próximo), mientras que otros, como Hernán Lombardi, responden a los latidos de su corazón radical.
Ya a mediados de 2010, la primera línea de la Asociación Empresaria (AEA) propuso una compleja ingeniería electoral para conformar las fórmulas Daniel Scioli-Juan Manuel Urtubey y Ernesto Sanz-Gabriela Michetti. En la media docena de encuentros realizados entonces en la sede de la Unión Obrera de la Construcción participaron Michetti, Sanz, Urtubey, De Prat Gay, el secretario general de la UOCRA, Gerardo Martínez, y el directivo de la transnacional italiana Techint, Luis Betnaza. Dentro de las previsiones del grupo figuraba la celebración de un pacto político, social y económico como el italiano, con sus capítulos de 1993 y 1996, dirigido a frenar el nivel de los salarios y sustituir los derechos laborales adquiridos por premios a la productividad. Esa construcción se disolvió como un castillo de arena ante la oleada cristinista de 2011, pero vuelve a levantarse ahora.
Con independencia de lo que termine ocurriendo entre el FA-UNEN y Berlusconi, el kirchnerismo (que por ahora no tiene un candidato propio ni sabe si lo tendrá más adelante), observa con curiosidad este avance de la alianza antiperonista, porque torna más factible que no haya un vencedor en primera vuelta. Esto potenciaría el rol de la presidente CFK y del núcleo duro que le responde. En vida de Raúl Alfonsín, la UCR demostró que el antiperonismo moderno (afeitado de sus extremos gorilas que se quedaron en el ’55) podía ganar elecciones libres, pero no que estuviera en condiciones de gobernar sin conducir al país a situaciones de extremo sufrimiento para la masa popular. El próximo turno electoral pondrá a prueba otros axiomas de la política aborigen, como la inevitabilidad de que las distintas facciones peronistas acudan una vez más en auxilio de la victoria, o la idea de Steven Levitsky sobre la estabilidad de la base militante del peronismo y la rotación de las élites que la conducen. Pero el propio autor de “La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999” advirtió en 2005 un factor nuevo. A diferencia de Carlos Menem, cuyo pragmatismo llegaba “hasta niveles problemáticos”, Néstor Kirchner le parecía “ideológico hasta niveles sorpresivos”. Nadie discutirá que este rasgo se acentuó desde que Cristina asumió el puesto de mando, de allí la creciente homogeneidad de su fuerza propia, génesis al mismo tiempo del rechazo que provoca en otros sectores del mismo origen partidario. El propio Levitsky postuló en el reportaje que en 2005 concedió a Hugo Alconada Mon que “si la oposición quiere llegar al poder alguna vez, deberá hacerlo mediante coaliciones. Los dirigentes deberán aprender cómo liderar esas alianzas mucho mejor que De la Rúa. No habrá otra opción”. Eso no le parecía improbable. Pero “lo realmente complejo sería el día después de las elecciones, si ganara esa coalición”. En los nueve años transcurridos muchas cosas han cambiado, pero no la descripción básica sobre el único camino que, a trancas y barrancas, podría devolver el gobierno al antiperonismo. Montescos y Capuletos a rezar, entonces.

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