miércoles, 24 de julio de 2013
Eva Perón, ‘la Perona’ y sus herencias Por Eduardo Pérsico
Y sin gruesas tilinguerías, de la liberación psicológica del obrero ante el patrón y su movilidad social no se descabalga muy fácil.
Bien recuerdo la llegada de Perón en octubre del ’45 y cuando en 1948 Evita visitó mi barrio, lo hizo para renombrar al Club de los Ingleses como Club Ferroviario. Tambien que ‘Evita murió el 26 de julio de 1952 a las veinte y veinticinco, y ese sábado no hubo baile ni en las fiestas familiares’; más cuando en el café alguno protestó por la suspensión de todo, el gallego Germán, el dueño, nos rajó ‘vayan todos a su casa, pendejos, que esto es algo serio’. Así que nos juntamos en la pieza del cabezón Rogelio para seguir oyendo sobre la muerte de la Jefa Espiritual de la Nación, ‘que se sabía, estaba muy enferma’ y ahí quienes andábamos por los veinte años supimos que al morir Evita, las obreras de Avellaneda, textiles, fosforeras y demás, apenas después de las veinte y veinticinco organizaron `los velorios con sucursales’ que serían su mejor manera de homenaje. Quizá como afirmación ante los ‘fanáticos contreras de siempre’ porque Evita había hecho respetar a las mujeres que trabajaban: con ella se acabó el laburar once horas diarias y en esos extraños velatorios se lloraría con lágrimas verdaderas por ‘esa mujer’ actriz de radioteatro, treinta y tres años, y esposa del presidente Perón. A quien las señoras de alta clase que ella misma echara a los gritos de su oficina, llamarían la puta esa y otras nombradías, y ante su enfermedad la despidieron escribiendo Viva el Cáncer o chau yegua en las paredes, siguiendo el estilo de una especie ‘superior’ negadora de los demás al precio que sea. Una pose medieval que en Argentina enaltece a esos superiores por apellido, fortuna económica y hasta religión entre otras presumidas atribuciones. Una especie que atacaría a Eva Perón por su origen, - idea tan primaria como juzgar el color de piel- y hurgaría en su ‘extrema intemperancia’; que según la ocasión puede no ser un disvalor y suele ser un atributo abarcador de muchísimas personas, ‘oligarcas’ incluídos, salvo que ellos sean un poco menos humanos. Pero bué, son sus olvidos.
En la noche de aquella muerte las conjeturas y la música sacra irían dejando paso al póker y los dados, en reuniones con agitados escolasos sin diferencias entre peronistas y contreras, aunque igual no pocas mujeres irían masivamente al velatorio principal y por más que en mi barrio algunos se preguntaran si Evita era más o menos peronista que Perón, esos días se jugaría a lo que fuera.
Todo escriba se reitera y alguna vez ya contamos que antes de aquel suceso, en mi último año del primario ya había visto a Eva Perón en el Club de los Ingleses, bien de cerca y en aquel club donde los sábados unas señoras de pollerita blanca porfiaban en embocar la bocha entre unos alambres, y por la noche entrenaban unos tipos del rugby que no entendíamos cómo no terminaban todos a las piñas’. Más igual los pibes del colegio de guardapolvo blanco vimos a la señora que nos diría ‘ahora los ferrocarriles son nuestros’ y que ese Club no sería más de los ingleses y ahí jugaríamos al fútbol más todas esas cosas. Era el mes de noviembre, todo el sexto grado de la escuela dieciséis escuchando su discurso y se me ocurre imaginarla como luego supe que ella fuera. De cabello claro, delgada, y cuando me hice más grande supe que tenía lindas piernas; y también que según aconteciera, por ser ese estilo de mujer y con mayor capacidad de gestión a lo habitual no pocas de su mismo género y por exóticos toques de inferioridad, negarían a Eva Perón como representativa de ellas. Acaso usando esa tontería de un inferior que transfiere a otros la propia incapacidad, más sin seguir mucho con esto, las nombradas clases cultas y poderosas nunca le perdonarían a Eva Perón su eficiencia en la tarea que hacía. Y por ese ‘detalle’ le dirían puta, yegua, malparida y atorranta, para denostar ramplonamente a un personaje femenino que por sólo existir y sin decirlo, les hacía sentir a otras ‘aspirantes’ su íntima mediocridad. Apenas eso, que no es poco, chicas…
Pero bué, esa mañana de cuando pibe la vimos bien de cerca renombrar al Club Ferroviario, por ahí nos dieron un sánguche y al cruzar la avenida que estaba en reconstrucción, una amiga de mi vieja me dijo ‘decile a tu mamá que Evita usa unas medias de cristal que valen una fortuna’, pero yo en mi casa ni media palabra. Además, aún no había bombos ni cornetas y lo mismo se me ocurre que entonces ya habría multitudes vivando por nacionalizar la flota, los ferrocarriles y los aviones, sin imaginarse siquiera que años más tarde y usando algún discurso parecido, otros políticos y sindicalistas ‘peronistas’ festejarían vender los teléfonos, el petróleo, los adoquines y aquello ‘que logramos conseguir’. Acaso siempre todo nos parece otra historia, más en tanto esa universal basura política no decaiga vale acordarse un cachito de los ‘inconcientes impulsos de Eva Perón a favor de los de abajo’ para estimar, al menos sin gruesas tilinguerías, que desde la liberación psicológica del obrero ante el patrón y de la movilidad del espectro social logrado, no se descabalga muy fácil. Por más que eso lo ignoren los elencos ‘economistas’ y hoy en la Argentina, la venalidad impúdica de muchos notorios jerarcas sindicales. Ignorantes ellos que si cada avance favorable al gentío no es fácil volverla atrás, esa nueva instancia también desfigura el clásico diagrama de Los que Mandan en el planeta. Y si esta nueva realidad histórica hoy no les resultara compleja, ya habrían resuelto varias encerronas del liberalismo económico en Europa, por ejemplo. Donde pareciera que los dueños del Poder no tendrían todas las fichas a su favor en este juego y eso bien vale saberlo, por las dudas. (julio de 2013).
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
www.eduardopersico.blogspot.com
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