jueves, 25 de julio de 2013
El conjuro de los aromas parte III
El cuerpo humano, sobre todo durante la excitación sexual, exhala un olor marítimo similar al de los mariscos y pescados. Tan importante es olisquearse mutuamente, que en algunas regiones del mundo la palabra "besar" significa "oler", como afirma Diane Ackerman en su extraordinario libro La historia natural de los sentidos. El olor de los genitales y las axilas es un llamado, un mensaje cifrado que viaja directamente al cerebro del otro, activando el sistema de asociación, así como esa serie de asombrosas reacciones físicas y emocionales que nos incitan a hacer el amor. La ciencia ha comprobado recientemente aquello que, sin tanto estudio, toda mujer sabe desde hace milenios: que el deseo amoroso empieza en la nariz.
Te acercas a mí con el olor del pasto matinal recién cortado:
mis pezones se endurecen —Haiku de Yuko Kawano Tenemos un sensor en la entrada de las fosas nasales que no percibe olores, sino feromonas, que son, como quien dice, intenciones, un llamado romántico exudado por la piel. A eso se refiere tal vez la majadería popular cuando habla de "alquimia" entre enamorados, esa atracción, a menudo inexplicable, que nos induce a formar pareja. ¿Por qué nos gusta cierto tipo humano, o algunos individuos en particular? ¿Qué ven algunas de mis amigas en sus maridos, me pregunto? La culpa la tienen las feromonas, nada más. En la gente sana y desprevenida, el primer impulso de acercamiento lo determinan esos humores imperceptibles a nivel consciente, pero estrepitosos para las hormonas. Luego prestamos oído a las advertencias de la madre y los consejos de todo el mundo, mientras la mente coloca filtros culturales, estéticos, económicos y otros, hasta que finalmente escogemos al compañero o la compañera que nos ayudará en la absurda tarea de propagar la especie. Cuando los científicos pudieron aislar las feromonas, surgió la idea de crear un perfume capaz de dotar al usuario de una avasallante atracción física, como la emanada por los cerdos. Las feromonas en el aliento de los machos de esos animales son capaces de enloquecer de deseo a las hembras en celo. Por fin el sueño universal de una poción erótica que nos torne irresistibles está al alcance de la ciencia: las feromonas humanas sintetizadas en laboratorio se anuncian como el único afrodisíaco infalible. Una de mis amigas compró un frasquito carísimo con aquella promesa de amor instantáneo, que resultó ser un líquido transparente, inodoro e insípido como agua. Tal como dictaban las instrucciones, mezcló unas gotas con su colonia y salió de paseo.
Nada sucedió, ningún transeúnte cayó a sus pies desvariando de amor, ella sólo experimentó un deseo arrebatado de comer cerdo.
El estudio de las feromonas aún está en pañales, pero los científicos prometen colocar a nuestro alcance las más deliciosas sensaciones en el próximo milenio, es decir, cuando sea demasiado tarde para mí.
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