jueves, 25 de julio de 2013
Francisco propone un cristianismo alegre, “sin cara de luto perpetuo” El papa visita el santuario de la patrona de Brasil y pide a los jóvenes no dejarse llevar por "ídolos pasajeros" Por Pablo Ordaz | Aparecida
Hace seis años, un cardenal argentino lideró aquí, en el santuario de la virgen de Aparecida, patrona de Brasil, la redacción de un documento que pretendía devolver la Iglesia a la senda de Cristo, despojándola de los oropeles del poder y acercándola a la gente. El llamado documento de Aparecida dice, entre otras cosas, que “la Iglesia debe liberarse de todas las estructuras caducas que no favorecen la transmisión de la fe” y anima a los obispos a ser servidores del pueblo y no al contrario. A través de aquellas ideas reformistas, aquel obispo argentino se convirtió, tras la renuncia de Benedicto XVI, en el papa Francisco y ahora ha querido que su primer acto religioso dentro de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) sea precisamente aquí. “El cristiano no puede ser pesimista”, advirtió Jorge Mario Bergoglio durante la homilía, “no puede tener aspecto de quien está de luto perpetuo”.
El papa Francisco no da puntada sin hilo. Su primera jornada oficial —el martes lo dedicó a reuniones de trabajo con los obispos a los que ha encargado la reforma del Vaticano— estuvo cargada de simbolismo. Tras la misa en el santuario de Aparecida, el Papa tenía previsto visitar en el hospital San Francisco de Asís de Río de Janeiro a jóvenes que reciben tratamiento por su adicción a las drogas. Una jornada, por tanto, dividida entre la oración y el trabajo a favor de los desfavorecidos. Desde el centro de la devoción mariana —donde se venera una pequeña virgen negra que según la leyenda fue encontrada en el siglo XVIII por unos pescadores— a las periferias del mundo, llenas de sufrimiento.
Durante la homilía, Jorge Mario Bergoglio desarrolló una de las bases del documento de Aparecida: la Iglesia debe afrontar los retos del mundo moderno de forma positiva, sin miedo, dejando atrás la amenaza constante del infierno y el fuego eterno. “Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El dragón, el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza. Es cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el éxito, el dinero, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros. Seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad”.
Al principio de la homilía, que leyó en portugués, Francisco confió a los fieles una anécdota muy querida. En 2007, durante la redacción del documento de Aparecida, los obispos que participaban en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe trabajaron en una sala situada bajo el santuario, oyendo los pasos y los rezos de los peregrinos. “Los obispos”, explicó, “se sintieron alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen; aquella Conferencia fue un gran momento de la Iglesia”.
Se podría decir que aquel fue el momento en que Jorge Mario Bergoglio empezó a caminar hacia la silla de Pedro. Los obispos llegados de toda América vieron la forma de trabajar del entonces cardenal de Buenos Aires. El documento no se construía a partir de un texto base —confeccionado desde las alturas— sino de las propuestas de cada uno. La obsesión de Bergoglio era sacar a la Iglesia del ambiente viciado de las sacristías, de los lujos del Vaticano a las necesidades de la gente corriente. Aquel documento contiene frases que poseen una música y una letra muy parecida, por no decir idéntica, a los mensajes que Bergoglio lanza un día y otro también desde que fue elegido Papa y que se resumen en un par de frases pronunciadas en la homilía: “Los jóvenes no solo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que les propongamos los valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana”.
Bergoglio, un papa sin miedo ni en el Vaticano ni en Río
El Pontífice ha dado muestras de que no teme emprender reformas en la Iglesia
Por Pablo Ordaz | Río de Janeiro
“Si no tiene miedo en el Vaticano, ¿por qué lo va a tener aquí?”. Marina está feliz. Acaba de llegar de Buenos Aires después de más de 50 horas de viaje en autobús junto a otros cientos de muchachos que no querían perderse por nada del mundo el encuentro en Río de Janeiro con su compatriota Francisco. Ella, a sus 18 años, formaba parte del gentío que el lunes por la tarde rodeó a Jorge Mario Bergoglio en el trayecto desde el aeropuerto a la Catedral. Dice Marina que, aunque las imágenes retransmitidas en directo por un helicóptero de la televisión pudieron provocar preocupación y hasta miedo, la sensación sobre el terreno fue muy distinta.
“La gente no esperaba ver al Papa tan cerca, en un coche tan pequeño, con la ventanilla abierta, sonriendo, y se produjo una reacción lógica, festiva, de ir a abrazarlo. Pero yo le aseguro que en ningún momento corrió peligro. ¿Cómo va a tener miedo el Papa de la gente que lo quiere?”.
La respuesta no está tan clara. Desde días antes de la llegada del Papa a Brasil se venía hablando del difícil equilibro entre los deseos de Bergoglio —nada de coches blindados ni calles tomadas militarmente— y la lógica preocupación de quienes tienen que garantizar su seguridad en una ciudad y un país envuelto en una protesta continua que se une a su problema crónico de seguridad ciudadana. Si bien el papa Francisco tiene un mensaje de ruptura, más cercano a los indignados que a quienes les gobiernan, a los pobres que a quienes se benefician de la desigualdad, no deja de ser un jefe de Estado y un líder de una iglesia que representa como ninguna otra el poder y la riqueza.
Los incidentes del lunes —provocados además por un error fortuito en quienes debían abrirle camino entre el aeropuerto y la Catedral— sirvieron, no obstante, para reforzar la imagen de sencillez de quien, ya sea entre la gente que lo quiere o entre las intrigas vaticanas, no pierde la sonrisa.
Ni la determinación. La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) —que el martes se inauguró oficialmente con una misa en la playa de Copacabana y 355.000 inscritos— supone para el Papa una bocanada de aire fresco de las jornadas difíciles vividas en el Vaticano. La detención de monseñor Nunzio Scarano, envuelto junto a un agente de bolsa y un antiguo espía en una operación de tráfico de dinero negro, y las noticias que desvelan el pasado oscuro de monseñor Battista Ricca, su recién nombrado hombre de confianza en el Instituto para las Obras de Religión (IOR), han dejado claro que los venenos que amargaron los últimos días de Benedicto XVI no han desaparecido. Muy al contrario. Joseph Ratzinger era un intelectual tímido, aislado y bloqueado por la Curia. Jorge Mario Bergoglio, en cambio, ya ha dado muestras de que no le temblará el pulso a la hora de reformar, o eliminar si es necesario, el banco del Vaticano o las viciadas estructuras económicas del Vaticano.
A nadie del entorno de Francisco se le escapó que el lunes por la mañana, cuando subió las escalerillas del avión que lo traería a Río de Janeiro, lo hizo llevando personalmente un abultado maletín negro con su documentación personal. Esa que, todavía, no puede confiar a nadie. La que, a su regreso a Roma, seguirá cambiando, mientras le dejen, las vigas enfermas de la Iglesia.
El País
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