miércoles, 3 de julio de 2013

Alcances y límites del concepto “la patria es el otro” Por José Pablo Feinmann

El tema del Otro refiere –en uno de los tantos abordajes de la cuestión– al pensamiento de Emmanuel Levinas. Se trata de una ética de la alteridad. En Hegel la alteridad es negación. “Toda determinación es negación” es uno de los conceptos centrales de una filosofía que interpreta lo Otro (usamos la mayúscula en la tradición de Levinas) como negación dialéctica, de esa negación surgirá el tercer momento de una historia sustancial, con decurso necesario, teleológica, que apunta a una superación final de las contradicciones. Levinas plantea una ética de la alteridad porque el Otro me es necesario para ser yo. No puedo ser yo sin el Otro. Está ahí su rostro y en ese rostro puedo ver que no existo solo y que el Otro no existe para negarme sino para completarme. Esta ética de la alteridad lleva hoy a una ética de la diferencia. Yo no soy yo. Existo en tanto diferencia. En un mundo en que todos son diferentes de mí y yo diferente de todos. Mi presencia no es una solidez autónoma que se inscribe en una historia lineal en la que encuentra su sentido en la medida en que se lo otorga. Toda presencia es diferencia. Soy diferencia de lo que yo no soy. No soy lo que lo otro es. Pero, al no ser mi presencia completud, totalidad autosuficiente, necesito del Otro, de su diferencia para establecer un yo, así como el Otro necesita de mí para ser él. Esta es la ética de la alteridad. Una ética en que la alteridad (el Otro) es fundamental, no como elemento antagónico, no como expresión de conflicto, sino como rostro en el que me espejo. Ese Otro soy, también, yo y sin él no podría serlo. Lo mismo le sucede al Otro en su relación conmigo. El pensamiento de Levinas debe instrumentarse en toda teoría de la violencia. Hace unos cuantos años, a raíz de un texto de Oscar del Barco, estalló un debate sobre el tema. Los materiales se recopilaron en un libro que llevó por nombre Sobre la responsabilidad. Levinas fue uno de los autores más citados. Si necesito al Otro para ser yo, ¿cómo habría de matarlo? Dentro de este marco conceptual (Levinas es un autor bastante oscuro) se inscribe la frase que CFK lanzó recientemente: “La patria es el otro”. Lo que dice ese concepto es que resulta imposible edificar una democracia (o una patria democrática) sin una ética de la alteridad que haga del Otro lo presente en mí, completándome. Toda declaración sobre los derechos humanos, que defienda el derecho sustancial de la vida, desde la de las Naciones Unidas de 1948 hasta el discurso de Esteban Righi a la policía de junio de 1973, parte de la afirmación absoluta del respeto a la vida del Otro. Esta concepción fue derivándose hacia la exaltación de la diferencia. Al respeto por el diferente. En el sistema lingüístico de Ferdinand de Saussure todo elemento establece una diferencia con otro. Surge en tanto diferencia. Pero ningún elemento está completo en sí. Ninguno es presencia absoluta. Al ser cada uno diferencia de otro, en toda presencia hay una despresencia. Al requerir al diferente para completarme, el diferente es una despresencia que me señala la necesidad de pertenecer al sistema en tanto alteridad que requiere de las otras alteridades para buscar su plenitud. La patria es el otro significa, entonces, que necesito del otro para hacer la patria. Sin el otro no hay patria posible. Nadie puede creerse la patria. La patria es una urdimbre de otredades que se requieren las unas a las otras. Estas ideas implican el esfuerzo tal vez más sólido para la creación de un mundo sin muertos, de una sociedad del respeto y del diálogo, una sociedad de la vida que erradique el odio y la muerte, que es su consecuencia. Surge como un deseo siempre irrealizable. La Declaración de 1948 a nadie frenó para hacer la guerra. El discurso de Righi sirvió para que se burlaran de él. No mejoró a la policía. La policía fue moldeada por Camps, no por el humanista Righi. No bien CFK lanzó ese concepto en tanto consigna democrático-política se alzaron las voces previsibles. ¿Qué podía decir la derecha sino que ella era la que menos derecho tenía a decir esa frase? Que ella no respetaba la disidencia o lo diferente. ¿Cómo podría hacerlo un régimen autoritario, que negaba la propiedad privada y la libertad de prensa? (Sin olvidar la inevitable referencia a la corrupción.) Ya se sabe: quienes dicen esto son los que apoyaron a los sanguinarios gobiernos masacradores de la historia argentina, los que nunca llegaron democráticamente al poder. (¿Cuándo la derecha argentina impuso sus planes económicos por medio de la democracia? Nunca. Siempre fue primero la espada, después la economía. Siempre fue llegar al gobierno por medio del fraude o de la violencia.) Sin embargo, una Presidenta que llega al gobierno con un 54% de los votos recurre a la vertiente leviniana de la filosofía –que sus oponentes deben ignorar por completo– para proponer una democracia para todos, que no vea en el Otro al enemigo sino al que necesito para fundar un orden basado en la no violencia, en el respeto de las personas. La izquierda también previsiblemente habrá objetado: ¿cómo ver la patria en el otro si son los otros los que se la robaron y se la roban día a día? CFK decidió bajar el concepto a tierra y precisarlo: “La patria es el otro, es el que todavía no ha podido conseguir trabajo, o que consiguiéndolo no está registrado (...) la patria es el que todavía trabaja y lucha para tener su casa propia; la patria es el joven que no estudia porque tiene que trabajar para ayudar en su hogar; el otro es el que sufre adicciones, y que tenemos que rescatarlo; la patria es estas mujeres que han luchado 35 años pidiendo justicia; la patria es esos miles y miles de emprendedores”. Al afinar el concepto desde su opción política no pudo sino incluir los conflictos: la patria es el otro, pero no todos son el otro. Porque si la patria es el que no ha conseguido aún trabajo sabemos que otro, que se cree la patria, se lo niega o ha contribuido a empobrecer el país y eliminar la posibilidades del empleo para todos. Si la patria es el joven que no puede estudiar por verse obligado a contribuir en el sustento de su casa es porque otro, que también se cree la patria, le quitó su participación en la renta nacional, se la devoró. Y, en fin, si la patria es el otro y el otro son “esas mujeres que han luchado 35 años pidiendo justicia”, ¿cómo podrían ser el otro y construir una patria para todos con todos esos otros que asesinaron a sus hijos? “La patria es el otro” es una frase utópica y hermosa. Lo dijimos: es la única posibilidad de fundar una ética de la alteridad, de la vida, del respeto a los demás. Pero las que triunfan en la historia no son las utopías, sino las distopías. No sé si la Presidenta cree que el Otro es el que le grita libremente en las calles de su Gobierno –al que acusan de autoritario y protonazi– “yegua, puta y montonera”. Pero ese otro no busca completar a nadie ni hacer una patria para todos. Busca una patria para pocos y ni siquiera piensa en la palabra patria. Piensa en sus intereses particulares: que no le toquen los dólares, por ejemplo. Además, en un mundo globalizado en que las estrategias de la derechas nacionales se diseñan en el imperio y se comunican por medio de las embajadas, ¿dónde está la patria? La patria sería nuestra Suramérica, agredida por el poder mediático extraterritorial, que apela a la mentira, al escarnio. ¿Qué puede un neogandhismo contra un poder globalizado, colonialista y bélico? El otro, el otro que quiere la patria para él y para sus socios, ni siquiera decide y actúa desde la patria. Para ellos, la patria ha muerto. Es un concepto arcaico. Pertenece al cajón de trastos usados de los populismos nacionalistas. Ya no hay patria. Hay intereses globalizados. Sin embargo, no es aconsejable seguir la metodología de los que ven en la diferencia una alteridad bélica, una lógica del enfrentamiento y no el respeto para construir un espacio común que nos incluya a todos en la diversidad, pero en el compartido respeto por la vida y los intereses de las mayorías. Esa metodología nos llevaría a ser como ellos. Creo en esa ética que propone Levinas porque nos invita a huir de la muerte. Pero no pretendo que todos crean en ella. Vivimos y viviremos largamente aún en un sistema que –como Gordon Gekko en Wall Street II, film de Oliver Stone– propone: Greed is good (La codicia es buena.) Esta frase se inspira en una que dijo un agente de bolsa en la Escuela de Negocios de la UC Berkeley, en mayo de 1986, cuando el capitalismo se desbocaba hacia la crudeza neoliberal. Fue un tipo importante durante la década del ’80 y se supone que inspiró al personaje de Gordon Gekko, sobre todo por esa charla que dio. Se llama Ivan Boesky y dijo: “No hay mal en la codicia. Sepan esto: creo que la codicia es sana. Uno puede ser codicioso y vivir en paz con sí mismo”. ¿Qué tiene que ver un predicador de la codicia con una ética de la alteridad? Para el codicioso, el Otro, no sólo no es la patria, sino que es un obstáculo a eliminar si no se le somete. La sorpresa y el odio de los poderes fácticos de la Argentina ante el gobierno de CFK es que no se le someta. Esto se inicia cuando Néstor Kirchner rechazó el pliego de condiciones de José Claudio Escribano. Ese no sometimiento despertó el odio del establishment. Ese odio fue creciendo con todo lo que vino después. Insuficiente para la izquierda, como siempre. Excesivo e insultante para la derecha, como siempre. Habrá, pese a todo, que insistir con la frase: “La patria es el otro”. Porque es nueva. Porque nunca se propuso en este país. Pero no será aconsejable olvidar que ellos, el poder, el establishment, los monopolios, jamás pensarán que la patria son los otros. Sino que pensarán lo que siempre pensaron: que son ellos, solamente y nadie más que ellos.

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