martes, 17 de febrero de 2015

El Carnaval Urbano de Salta

Entre historias y comparsas, trabajo realizado por Sara Meriles.
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Las celebraciones y las fiestas constituyen un acontecimiento popular producto de un tejido complejo, donde en muchos casos las tradiciones son reformuladas fruto del intercambio con la modernidad y postmodernidad. Sin duda, conforman la expresión de actores múltiples en un escenario social.
Esta puesta en escena de los conflictos, de reafirmación de la existencia, convierte al carnaval en un espacio donde se pone en marcha el mecanismo de la representación y resignificación de sus símbolos, rituales y valores que la comunidad imagina y celebra.
El gran escenario es la calle, un espacio público que evoluciona constantemente como reflejo del dinamismo de los movimientos sociales que incorpora la diversidad, proveniente entre otros, de las comunidades inmigrantes y de los medios masivos de comunicación, generando así un nuevo dialogo social.
En Salta, el carnaval se manifiesta por las calles desde 1898, a decir de Miguel Ángel Cáseres, historiador salteño, en esa época no había agua corriente ni luz eléctrica por lo que los primeros corsos se realizaron en horas de la tarde, Salta era una verdadera aldea. Cuando se llevó a cabo el primer corso, colaboraron para su realización personas provenientes de las aristocráticas tertulias que:
“Juntos decidieron encauzar la mayoritaria voluntad de la aristocracia salteña, de organizar sus propios corsos. No podían concebir el `atraso´ respecto a Buenos Aires, que desde 1869 ya tenía este tipo de festejos. Por entonces, en la aldea salteña, las diversiones se limitaban a tertulias, cabalgatas, teatro, selectos bailes y la clásica `vuelta al perro´ alrededor de la plaza central, que a ciertas horas era de uso exclusivo de los sectores sociales más poderosos”.
Pasó mucho tiempo para que esta fiesta se transforme en popular, incorporando a los sectores considerados marginales; pues las diversiones del pueblo pasaban por las “carpas”, que eran el punto de reunión de la gente de la orilla o rural que generalmente protagonizaban peleas y hasta enfrentamientos armados. El gran aporte de los grupos inmigratorios comienza a producir cambios en lo económico y social, y el carnaval sigue creando conflictos y problemas a la apacible vida salteña.
En el texto de Clara Beatriz Gómez expresa un periodista:
“El carnaval tal como se ha jugado ha sido propio de salvajes, pues estas carreras de caballos por las calles y aceras llevándose a mujeres y criaturas por delante; esa inmensa cantidad de ebrios que transitaban a pie cubiertos de almidón y adornos de alfalfa, y luego, mil palanganas llenas de agua, manejadas por sirvientas grandes y chicas, con que empapaban a todo ser viviente hasta ahogarlo, fuera de la harina que le echaban encima hasta convertirlo en un `ecce homo´ al transeúnte; amén de las carpas, costumbre que viene desde los indios de la conquista, revela un salvajismo llevado a los extremos y cuyo comentario es obvio”.
Clara Gómez también hace referencia a que los corsos se realizaban en las calles donde vivía la gente importante, mientras que las carpas se ubicaban en la periferia de la ciudad. Sin duda este desfile informal sienta los antecedentes de una práctica de espectáculo restringida para el pueblo, donde los curiosos observaban desde las veredas, mientras los más acaudalados habitantes disfrutaban desde sus balcones, tirando serpentinas de colores y agua perfumada con pomos de plomo.
El año 1920 marca la aparición de dos tipos de corsos, uno del centro y el otro más popular cuyo escenario estaba levantado alejado de la plaza principal, en este último era interesante observar carruajes decorados, que no eran más que los típicos “sulquys o mateos” de tracción a sangre, que más tarde serían reemplazados por los primeros automóviles). Por esos años, la gente participaba acompañando a las comparsas o sus reinas que desfilaban en las carrozas, pero en los años setenta se prohíbe tal manifestación convirtiéndose el desfile en un espectáculo para ser observado, toda persona disfrazada debía portar el debido permiso policial de autorización.
En la actualidad los corsos se realizan alejados del centro, y en algún momento se llegaron a organizar hasta tres corsos en diferentes lugares de la ciudad. Siguen siendo populares, pues se accede al espectáculo mediante el pago de una suma mínima de dinero, pero es notable la poca participación de las clases dominantes en este tipo de manifestaciones.
En el espacio que permite la libre expresión de la fiesta, todo es traspuesto y excedido desde comer y beber, hasta el travestismo, todo esto se observa en el transcurso del desfile carnavalero. La crisis económica que hoy atraviesa la Argentina afectó a las agrupaciones que en muchos casos debieron salir en busca de ayuda económica, que solo en algunos casos les otorgan firmas comerciales, ya que los costos de los trajes superan ampliamente el salario promedio de sus integrantes, muchos de ellos desocupados.
Ya hicimos mención que el escenario natural de este tipo de manifestación es la calle. Se trata de un escenario abierto que se extiende a toda una ciudad, que en algunas ocasiones se ha estrechado en escenas fragmentadas exhibidas dentro de un club, un salón, o un estadio, la historia marca que durante la dictadura militar los corsos se realizaron en el Estadio Gimnasia y Tiro de la ciudad, convirtiéndose en cierta manera, en una fiesta privada.
Cuenta Bernardo Frías, que los dos espacios públicos importantes en los inicios de la ciudad fueron la plaza y las calles que la rodeaban:
“La plaza, era la plaza de armas, ...la cruzaban diagonalmente dos aceras anchas de lajas escogidas, que por su forma recibía el nombre de estrella y servían para facilitar el cómodo paso de los vecinos tomando la línea recta, evitándoles el tener que emporcarse los pies cuando en la época de las lluvias, todo aquel suelo era un lodazal, terreno inculto, lleno de pajonales.
...Los sapos cantaban en coro desde el anochecer hasta la aurora, en la estación de las aguas, acompañados de las ranas y chilicotes, sirviendo en una y otra estación para ocultar los muchachos que se daban a la rabona, en las horas de la escuela; de blando colchón a los ociosos y vagos, y también para sitio seguro y resguardado para otras diligencias no propias de nombrar...”.
Las fiestas populares tomaron las calles ya por el año 1800. La calle considerada un circuito vial, se convierte en un espacio de preferencia pública dentro de la ciudad, tal es así que durante el año 2001, Argentina se caracterizó por las innumerables marchas de reclamos y protestas, donde Salta no fue la excepción, siendo la calle el escenario elegido para tales manifestaciones.
Las calles y principalmente las del barrio a las que pertenecen las diferentes agrupaciones que participan del carnaval, son tempranamente ocupadas por estos actores callejeros, que tres meses antes de los festejos del carnaval ensayan hasta altas horas de la noche sus danzas y coreografías, en algunos casos con el beneplácito de los vecinos y en otras con el disgusto de quienes consideran que tales prácticas interrumpen el merecido descanso, después de la extensa jornada de trabajo.
Si se realiza un recorrido por las calles de la ciudad en los meses de enero y febrero, frecuentemente se escuchan sonidos de tambores, batucadas, pitos y los bailarines que ensayan sus pasos de bailes, generalmente los mayores enseñan a los más pequeños. A veces solicitan permiso a clubes o sedes vecinales para ocupar esos espacios al resguardo de muchos curiosos, ya que tanto los nuevos pasos como el vestuario de cada agrupación no se conoce hasta su presentación en el corso.
El espíritu insolente de esta fiesta se mantiene intacto en hombres y mujeres que se organizan en diferentes agrupaciones para poder participar, cumpliendo roles diversos dentro de la estructura de la celebración.
Los actores y espectadores que en las primeras épocas del festejo cumplían roles intercambiables, ahora con el transcurrir del tiempo se han vuelto fijos, cada uno ocupa su lugar. El espíritu de la alegría reside en cada uno de los participantes, son protagonistas absolutos de la fiesta, impregnan de creatividad y colorido las representaciones paródicas de origen netamente popular.
FRIAS, Bernardo. Tradiciones históricas de Salta. Salta: Fundación Michel Torino, 1976, p. 18-19
En El Corsito, publicación de divulgación y consulta sobre el carnaval.

Producción: Centro Cultural Rector Ricardo Rojas

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