El episodio Nisman, los vínculos entre agencias de espionaje occidentales y los grupos terroristas de Medio Oriente y la película dirigida por Eastwood.
Es posible que las pericias no permitan descifrar en el corto plazo si Alberto Nisman se suicidó o lo asesinaron. El gran problema es que son demasiadas las personas con grandes responsabilidades que hablan del crimen sin tener suficientes argumentos. Algunos buscan la pista de ese supuesto crimen de la mano de los iraníes sobre la hipótesis de que el Estado Islámico de Irán ordenó el atentado a la AMIA y que Hezbolá habría sido la mano ejecutora. Esa mirada, desde ya, busca cargar las tintas en los yihadistas, los grupos islamistas que perpetraron atentados en Francia y Dinamarca y que hoy tienen como expresión más cruel al Estado Islámico. Es decir, los enemigos de Occidente.
Otros, en cambio, creen posible que la CIA o la Mosad decidieron terminar con la vida de Nisman para crear un clima de caos. El argumento central de esa hipótesis es que habrían empujado al fiscal a imputar a la jefa de Estado para poner a Nisman en el centro de la escena y luego matarlo para crear un clima destituyente, casi un golpe de Estado. Desde ya, esa mirada se apoya en la larga lista de crímenes y golpes de Estado que Washington propició o realizó de modo generalizado hasta los '80 en América Latina. Cabe aclarar que en las últimas décadas fueron pocos los casos de derrocamientos de gobiernos por parte de fuerzas políticas locales vinculadas a agentes norteamericanos. Lo que mejor grafica la relación de las representaciones diplomáticas norteamericanas en la región son los wikileaks: ponen de manifiesto los tradicionales vínculos de funcionarios de los tres poderes, de periodistas y políticos con las embajadas de Estados Unidos. Muestran la subordinación a ese gran poder fáctico que es la primera potencia del mundo. De ahí a que cada correo electrónico sea la puesta en marcha de un golpe hay una distancia muy grande. Podría decirse, siempre es bueno mirar la historia, siempre es bueno estar en guardia. Lo malo es perder de vista el escenario y sacar conclusiones de los lógicos temores y traumas que deja vivir en un mundo tutelado por un país que tiene desplegadas fuerzas militares por todos lados y que extermina adversarios sin ningún miramiento, con comandos, francotiradores, drones o con ocupación territorial y exterminio masivo de población civil.
No hay indicadores de que América Latina esté en los escenarios de tensión militar de Estados Unidos. Un interesante documento de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) de Estados Unidos –que lleva la firma de su flamante director, el general del cuerpo de Marines, Vincent Stewart– hace un listado de todas las "amenazas" para la seguridad global y la Argentina no figura en ningún caso. De la región figuran los países donde hay gran presencia del narco –con centro en México– y Venezuela, porque claramente es un país petrolero y eso lo pone en el candelero más allá de los aciertos o desaciertos del gobierno de Nicolás Maduro. Desde ya, en las 25 páginas del documento –que está disponible en las publicaciones de la Casa Blanca– el eje está puesto en Al Qaeda y el Estado Islámico, las dos organizaciones que son combatidas por fuerzas militares de la OTAN y sus aliados en los países árabes. En la introducción, el general Stewart advierte que los 16.500 hombres y mujeres, militares y civiles, que tiene desplegada la DIA en todo el mundo sirven para tomar decisiones rápidas en el plano operacional, táctico y estratégico, para la adquisición de material para la defensa y para los políticos (policy makers). Agrega, por supuesto, que los agentes de la DIA saben que asumen una gran responsabilidad frente al pueblo "americano" y sienten un gran orgullo por ello. Parece un lugar común resaltar que el general Stewart está formado en la escuela de pensamiento por la cual lo que es bueno para (norte) América es bueno para el mundo. Entonces, esa visión naturaliza que Siria, Irak, Irán, Libia, Afganistán o cualquier otra nación soberana es, ante todo, un territorio de litigio donde es preciso defender los intereses de Estados Unidos.
Pero el mundo de los buenos y los malos, de la propaganda y las películas, cada tanto tiene fallas. Sobre Al Qaeda ya se ha dicho todo: fue creada por la CIA para combatir a los soviéticos en la invasión a Afganistán. Sin embargo, de los vínculos entre agencias de espionaje occidentales y el Estado Islámico no se sabía mucho hasta que el pasado 17 de febrero, otro general norteamericano, Wesley Clark, que comandó la OTAN entre 1997 y 2000, bajo la presidencia de Bill Clinton, afirmó en una entrevista emitida por la CNN que los aliados de Washington "financiaron" la creación del Estado Islámico para combatir a Hezbolá. Clark fue muy directo: Para luchar a muerte contra fanáticos se necesitan otros fanáticos (desde ya, los cuerpos especiales de las tropas norteamericanas están excluidos de la categoría de fanáticos). Clark había publicado un libro en 2003 en el que anticipaba que la guerra con Irak se extendería por Siria, el Líbano, Libia, Somalia, Sudán y, al final, Irán. Este general rompió con la mirada conservadora y hace seis años brindó una entrevista a Democracy Now ("Democracia ahora") en la que contaba que tras los atentados a las Torres Gemelas no solo invadirían Afganistán sino que se extenderían por Irak. El propio secretario de Defensa Donald Rumsfeld anticipaba la extensión de los conflictos armados en la región. Clark concluye: "La verdad es que, si no hubiera petróleo en el Medio Oriente, sería como África, nadie amenaza con intervenir en África. Por el petróleo siempre ha existido la intención de utilizar la fuerza en Medio Oriente."
Sin ninguna pretensión de un análisis exhaustivo del conflicto en esa región, a efectos de tratar de echar luz sobre lo que acontece en la Argentina, es preciso reparar en que la lógica binaria es muy ineficaz para entender la razón de ser de la agencias de inteligencia. El gran juego de los espías no es pinchar teléfonos o sacarse de encima a un adversario en los múltiples negocios ocultos que tienen. La mayoría de las naciones tienen una o varias agencias para acompañar sus políticas de inserción en el mundo. Y aunque los servicios vernáculos parezcan rudimentarios también están formados en sembrar pistas falsas, hacer dobles juegos y crear confusión. Algunas veces lo harán por encargo del gobierno de turno, otras por sus propios intereses y, la mayoría, lo hacen por ambas cosas y con el visto bueno de las agencias internacionales de países poderosos, especialmente las de Estados Unidos. Nisman era parte de ese juego de intrigas destinado a que la Argentina sumara su voz a la condena al “Eje del Mal”, y buena parte de la llamada Pista iraní estuvo más alimentada de razones geoestratégicas de Estados Unidos e Israel que de la investigación criminal del atentado en la AMIA. Ahora sale un general a decir que el Estado Islámico fue creado para combatir a Hezbolá. Nuestros servicios de inteligencia no tienen documentos públicos que permitan saber nada de esto y, sin embargo, la elaboración de información estratégica debería ser parte de la tarea de una agencia de este tipo. Nunca, desde el atentado, se le dio importancia a tener a los mejores politólogos y especialistas en relaciones internacionales, más los expertos de Cancillería para poder producir información seria que permita entender algo de esta historia tan intrigante de por qué la Argentina firmó un memorándum con Irán y cambió la mira. El año 2013 fue de grandes cambios en ese país, porque en agosto terminó el mandato de Mahmoud Ahmadinejad, el hombre enfrentado con Israel y Estados Unidos y asumía Hasan Rouhani, quien empezó un diálogo con el gobierno de Barack Obama que puede culminar en un acuerdo sobre el plan nuclear iraní que conforme a las potencias salvo a Israel, cuyo gobierno se opone francamente a ese puente de paz. Por supuesto, Benjamin Netanyahu, cuenta con el apoyo de los halcones norteamericanos y con el visto bueno del complejo militar de ese país.
Ahora, la pregunta es ¿por qué Argentina firmó un acuerdo con un gobierno que expiraba cuando lo único previsible es hacerlo con las autoridades entrantes? Además de las razones –de poco valor práctico– relativas a la posibilidad de interrogar a los acusados, ¿qué potencias o qué intereses políticos internacionales entraron en juego para la firma del acuerdo? Nada es simple y esta crisis planteada por la muerte del fiscal es también la oportunidad para que el gobierno y la oposición planteen otras vías para estudiar estos asuntos. A veces da un poco de vergüenza asumir desde el periodismo de todos los días el análisis y el debate de estos asuntos. Es más atractivo engancharse con si la testigo del caso Nisman miente o no miente que tratar de encuadrar mejor el análisis en los distintos planos de lo que sucede desde el 18 de julio (o desde el día de la voladura de la Embajada de Israel).
Otros, en cambio, creen posible que la CIA o la Mosad decidieron terminar con la vida de Nisman para crear un clima de caos. El argumento central de esa hipótesis es que habrían empujado al fiscal a imputar a la jefa de Estado para poner a Nisman en el centro de la escena y luego matarlo para crear un clima destituyente, casi un golpe de Estado. Desde ya, esa mirada se apoya en la larga lista de crímenes y golpes de Estado que Washington propició o realizó de modo generalizado hasta los '80 en América Latina. Cabe aclarar que en las últimas décadas fueron pocos los casos de derrocamientos de gobiernos por parte de fuerzas políticas locales vinculadas a agentes norteamericanos. Lo que mejor grafica la relación de las representaciones diplomáticas norteamericanas en la región son los wikileaks: ponen de manifiesto los tradicionales vínculos de funcionarios de los tres poderes, de periodistas y políticos con las embajadas de Estados Unidos. Muestran la subordinación a ese gran poder fáctico que es la primera potencia del mundo. De ahí a que cada correo electrónico sea la puesta en marcha de un golpe hay una distancia muy grande. Podría decirse, siempre es bueno mirar la historia, siempre es bueno estar en guardia. Lo malo es perder de vista el escenario y sacar conclusiones de los lógicos temores y traumas que deja vivir en un mundo tutelado por un país que tiene desplegadas fuerzas militares por todos lados y que extermina adversarios sin ningún miramiento, con comandos, francotiradores, drones o con ocupación territorial y exterminio masivo de población civil.
No hay indicadores de que América Latina esté en los escenarios de tensión militar de Estados Unidos. Un interesante documento de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) de Estados Unidos –que lleva la firma de su flamante director, el general del cuerpo de Marines, Vincent Stewart– hace un listado de todas las "amenazas" para la seguridad global y la Argentina no figura en ningún caso. De la región figuran los países donde hay gran presencia del narco –con centro en México– y Venezuela, porque claramente es un país petrolero y eso lo pone en el candelero más allá de los aciertos o desaciertos del gobierno de Nicolás Maduro. Desde ya, en las 25 páginas del documento –que está disponible en las publicaciones de la Casa Blanca– el eje está puesto en Al Qaeda y el Estado Islámico, las dos organizaciones que son combatidas por fuerzas militares de la OTAN y sus aliados en los países árabes. En la introducción, el general Stewart advierte que los 16.500 hombres y mujeres, militares y civiles, que tiene desplegada la DIA en todo el mundo sirven para tomar decisiones rápidas en el plano operacional, táctico y estratégico, para la adquisición de material para la defensa y para los políticos (policy makers). Agrega, por supuesto, que los agentes de la DIA saben que asumen una gran responsabilidad frente al pueblo "americano" y sienten un gran orgullo por ello. Parece un lugar común resaltar que el general Stewart está formado en la escuela de pensamiento por la cual lo que es bueno para (norte) América es bueno para el mundo. Entonces, esa visión naturaliza que Siria, Irak, Irán, Libia, Afganistán o cualquier otra nación soberana es, ante todo, un territorio de litigio donde es preciso defender los intereses de Estados Unidos.
Pero el mundo de los buenos y los malos, de la propaganda y las películas, cada tanto tiene fallas. Sobre Al Qaeda ya se ha dicho todo: fue creada por la CIA para combatir a los soviéticos en la invasión a Afganistán. Sin embargo, de los vínculos entre agencias de espionaje occidentales y el Estado Islámico no se sabía mucho hasta que el pasado 17 de febrero, otro general norteamericano, Wesley Clark, que comandó la OTAN entre 1997 y 2000, bajo la presidencia de Bill Clinton, afirmó en una entrevista emitida por la CNN que los aliados de Washington "financiaron" la creación del Estado Islámico para combatir a Hezbolá. Clark fue muy directo: Para luchar a muerte contra fanáticos se necesitan otros fanáticos (desde ya, los cuerpos especiales de las tropas norteamericanas están excluidos de la categoría de fanáticos). Clark había publicado un libro en 2003 en el que anticipaba que la guerra con Irak se extendería por Siria, el Líbano, Libia, Somalia, Sudán y, al final, Irán. Este general rompió con la mirada conservadora y hace seis años brindó una entrevista a Democracy Now ("Democracia ahora") en la que contaba que tras los atentados a las Torres Gemelas no solo invadirían Afganistán sino que se extenderían por Irak. El propio secretario de Defensa Donald Rumsfeld anticipaba la extensión de los conflictos armados en la región. Clark concluye: "La verdad es que, si no hubiera petróleo en el Medio Oriente, sería como África, nadie amenaza con intervenir en África. Por el petróleo siempre ha existido la intención de utilizar la fuerza en Medio Oriente."
Sin ninguna pretensión de un análisis exhaustivo del conflicto en esa región, a efectos de tratar de echar luz sobre lo que acontece en la Argentina, es preciso reparar en que la lógica binaria es muy ineficaz para entender la razón de ser de la agencias de inteligencia. El gran juego de los espías no es pinchar teléfonos o sacarse de encima a un adversario en los múltiples negocios ocultos que tienen. La mayoría de las naciones tienen una o varias agencias para acompañar sus políticas de inserción en el mundo. Y aunque los servicios vernáculos parezcan rudimentarios también están formados en sembrar pistas falsas, hacer dobles juegos y crear confusión. Algunas veces lo harán por encargo del gobierno de turno, otras por sus propios intereses y, la mayoría, lo hacen por ambas cosas y con el visto bueno de las agencias internacionales de países poderosos, especialmente las de Estados Unidos. Nisman era parte de ese juego de intrigas destinado a que la Argentina sumara su voz a la condena al “Eje del Mal”, y buena parte de la llamada Pista iraní estuvo más alimentada de razones geoestratégicas de Estados Unidos e Israel que de la investigación criminal del atentado en la AMIA. Ahora sale un general a decir que el Estado Islámico fue creado para combatir a Hezbolá. Nuestros servicios de inteligencia no tienen documentos públicos que permitan saber nada de esto y, sin embargo, la elaboración de información estratégica debería ser parte de la tarea de una agencia de este tipo. Nunca, desde el atentado, se le dio importancia a tener a los mejores politólogos y especialistas en relaciones internacionales, más los expertos de Cancillería para poder producir información seria que permita entender algo de esta historia tan intrigante de por qué la Argentina firmó un memorándum con Irán y cambió la mira. El año 2013 fue de grandes cambios en ese país, porque en agosto terminó el mandato de Mahmoud Ahmadinejad, el hombre enfrentado con Israel y Estados Unidos y asumía Hasan Rouhani, quien empezó un diálogo con el gobierno de Barack Obama que puede culminar en un acuerdo sobre el plan nuclear iraní que conforme a las potencias salvo a Israel, cuyo gobierno se opone francamente a ese puente de paz. Por supuesto, Benjamin Netanyahu, cuenta con el apoyo de los halcones norteamericanos y con el visto bueno del complejo militar de ese país.
Ahora, la pregunta es ¿por qué Argentina firmó un acuerdo con un gobierno que expiraba cuando lo único previsible es hacerlo con las autoridades entrantes? Además de las razones –de poco valor práctico– relativas a la posibilidad de interrogar a los acusados, ¿qué potencias o qué intereses políticos internacionales entraron en juego para la firma del acuerdo? Nada es simple y esta crisis planteada por la muerte del fiscal es también la oportunidad para que el gobierno y la oposición planteen otras vías para estudiar estos asuntos. A veces da un poco de vergüenza asumir desde el periodismo de todos los días el análisis y el debate de estos asuntos. Es más atractivo engancharse con si la testigo del caso Nisman miente o no miente que tratar de encuadrar mejor el análisis en los distintos planos de lo que sucede desde el 18 de julio (o desde el día de la voladura de la Embajada de Israel).
EASTWOOD Y SU PELÍCULA. Además de los francotiradores de la política vernácula, en las pantallas de cine se puede ver Francotirador, la vida de Chris Kyle, el hombre que mató a distancia no menos de 160 personas a más de 10 mil kilómetros de su Texas natal. El héroe de la película es un invasor y el film termina con un cortejo interminable porque, de regreso de la guerra de Irak, otro veterano de guerra le pegó un tiro. En ningún momento ni Kyle ni los otros marines se preguntan qué hacen tan lejos de casa entrando a los hogares de gente que vive como viven sus familias en sus ciudades. Sin embargo, el espectador no podrá dejar de sentirse identificado con esos muchachos que se sienten acosados por tanta gente hostil. Los acontecimientos se desarrollan en Fallujah, que data de los tiempos babilónicos y que en la actualidad, según se lee en la prensa europea y norteamericana, está bajo control del Estado Islámico. En la película, además de Kyle, aparece un francotirador musulmán, Mustafá, llamado el Carnicero. Pero el Carnicero es un sirio de la resistencia. Por poner un paralelo, es un Liniers de las Invasiones Inglesas. Su solo aspecto genera rechazo, a diferencia del de Kyle, cuya esposa e hijos lo hacen completamente humano. El centro dramático de Francotirador es que el sniper norteamericano no quería dejar el campo de batalla (fue en cuatro misiones distintas a lo largo del tiempo) hasta no terminar con los días del Carnicero. Lo logra, la bala se la ve ir en cámara lenta hasta que desparrama los sesos del sniper musulmán. Y en el cine muchos respiran aliviados. La película está basada en un libro que cuenta la vida de Kyle, pero Eastwood se tomó una licencia porque ambos francotiradores nunca se cruzaron. El héroe de la ficción está inspirado en una historia real pero la pervierte para que no queden dudas dónde está el bien y dónde está el mal. El general Wesley Clark ayuda, por suerte, a desconfiar de las valoraciones binarias al contar quién financió al Estado Islámico. Es hora de que en la Argentina, al menos en el tema AMIA, podamos pasar a un escalón superior. -<dl
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