Claudio Gabis
Un día de 1968, Norberto me llevó al taller metalúrgico donde el padre fabricaba calderas. Allí guardaba un coche que a veces llevaba al autódromo para correrlo, por el puro gusto de sentir el vértigo de la velocidad y el olor del metal recalentado. Y eso fue lo que me propuso hacer ese día. Temblando, me senté en el puesto de copiloto y dimos varias vueltas al circuito, al taco. Cuando paramos, sentí por primera vez en mi vida el placer adrenalínico de la velocidad. Al tiempo lo invité yo a realizar una excursión ferroviaria (porque soy un fierrero de trenes) y le aseguré que le resultaría muy blusera e inspiradora. No se entusiasmó mucho, pero yo insistí. Caminamos por la vía de carga desde la Estación Sola hasta el Kilómetro 5, en Avellaneda. Y llegamos al Riachuelo, donde un puente cruza el meandro “La Media Luna”. Para cruzarlo, tuvimos que saltar de durmiente en durmiente –no tenía suelo– hasta que, gritando y riendo, llegamos a los aledaños de la Siam. Justo entonces, un agudo silbato reverberó en el descampado. “¡Viene un tren!”, grité. Mientras se acercaba, pensé que podíamos volver a Barracas en ese tren, evitando así el cruce del puente sin suelo, pero ¿cómo haríamos? Sin embargo, una de esas cosas que suceden solo una vez, sucedió. La locomotora se detuvo frente a nosotros. El maquinista nos miró con curiosidad, y nos habló: “Suban”. La aventura duró minutos, pero estar en la cabina de ese tremendo fierro, viendo arder el crepitante fuego de la caldera, escuchando los mil ruidos de metales en fricción y chirriantes resoplidos de vapor que acompañaban su pesada marcha fue emocionante... ¡y muy blues! Unos años después, compuse “Fiebre de la ruta”, que evoca la irrefrenable emoción que produce la velocidad, algo que conocí por Pappo. Y él compuso varios temas relacionados con los trenes, algo que, estoy seguro, tuvo que ver con aquel inolvidable paseo ferroviario.
Miguel Cantilo
¿Alguien escuchó a algún guitarrista de las bandas rolingas o de los megaconvocantes grupos de rock duro que arrastran multitudes tocar como Pappo? Hay mucha destreza, sí, mucho sonido, mucha escena. Pero, ¿hay alguien capaz de continuar el discurso del máximo blusero local? Parece que los años que se pasó estudiando a Peter Green, a Mick Taylor, a Eric Clapton y a Jeff Beck fueron una escuela preparatoria para encontrar su propia voz, en una voluntariosa disciplina diaria que ya no se estila. Pude compartir encuentros nocturnos en los cuales me cantaba en una esquina todo un tema de Jeff Beck, con las frases de bajo y los breaks de batería, recordando cada tramo de los solos. Casi como un alumno que no olvida una lección instalada en su memoria para siempre. No digo que hoy no haya grandes guitarristas y que no le saquen chispas al instrumento. Lo que quiero expresar es que Pappo, con su digitación, con su forma de estirar la cuerda y su fraseo juguetón, decía, transmitía un mensaje melódico, hablaba en viola con sentimiento y eso está en sus grabaciones como en las de Hendrix. Cada día toca mejor.
Gabriel “Conejo” Jolivet
La primera vez que lo escuché fue allá por 1973. Las notas salían disparadas de sus metacarpos a través de un Marshall que me dejó sordo pero contento. Al terminar me miró riéndose y me dijo: “¿Te gustó pibe?”. Así conocí al más grande guitarrista de blues y rock de habla hispana. Fue el principio de una amistad que me llevaría a tocar en Pappo’s Blues en el verano de 1978, un momento en que Pappo no tenía acceso a shows ni a publicidad. Recuerdo que le dije: “Comprate un bondi y nos vamos de gira”. Y un amigo mío le vendió su primer colectivo, un viejo Mercedes. Pappo le dio unos martillazos en el taller y salimos con él al volante. Fuimos a tocar a Necochea y a Mar del Plata, donde el Gordo Pierre nos dio un plato de arroz integral y nos explicó que la cana había cerrado el Teatro La Botonera en un show de Alejandro Medina. Luego Pappo fue en cana en Gesell por unas pastillas que encontraron en el Hammond de un músico. Estaba marcado por la Federal y se le complicaba mucho tocar, hasta que conoció al hijo de un juez. Ya en los ’90, luego de Riff, me llamó para Pappo’s Blues otra vez e hicimos gira por todo el país, terminando junto al gran B. B. King en los siete Gran Rex. Inolvidable.
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