La politización de los apolíticos
Desde 2001, multitudes discontinuas de ciudadanos comunes de todo origen social aprendieron a escenificar en la calle sus reclamos
Se comentan exabruptos o perlas en la conversación con este personaje literario, el "tachero facho". Es prejuiciosa y exagerada esa generalización. Tampoco un invento completo. Pero pensemos: ¿de qué vive un taxista? De una rentabilidad muy dependiente del orden público y la circulación libre por las calles. De modo que su fascismo esconde una posición clasista: en la lucha por la ganancia el orden es una variable esencial. El paroxismo de esta discusión sobre las formas de protesta fue la propuesta del periodista Raúl Portal en 2001, que en plena crisis, mientras ocurrían cortes de calles y rutas, propuso la invención de una "plaza de la protesta", una suerte de Corsódromo que fuera incapaz de molestar a los demás. Pero marchar, protestar, gritar o hacer sentir un silencio es patear la caja de los truenos. Molestar a un poder.
Si los trabajadores de una empresa son despedidos y cortan una ruta, si un grupo de vecinos corta la avenida de su barrio ante el crimen de un vecino asaltado, si un grupo de madres se organiza en torno a la violencia policial, si los jóvenes politizados se agrupan en torno al Gobierno, así, cada una de estas piezas aisladas nos habla de un temperamento democrático vibrante, pero no se suman como rompecabezas ni forman una didáctica armoniosa. Son, en tal caso, el aprendizaje de que en la calle las cosas se ganan.
Por supuesto que poner en valor esta vida de movilización no hace suponer que la Argentina sea un país de 40 millones de jacobinos. Nuestro paisaje común es más bien de relativa paz social. Pero desde la crisis de 2001 se produjo un fenómeno irreversible: es cada vez más individual y/o privado lo que se hace público. Hay nuevas formas "espontáneas" que conviven con las formas tradicionales de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones sociales o los organismos de derechos humanos. La gente no teme gritar por sus dólares o por sus ahorros aun a riesgo de exponerse en la fila de los "privilegiados sociales". A las luchas micropolíticas de género o ambientalismo se suman otras que ponen en juego las costuras expuestas de una ciudadanía ordinaria. Desde 2001 la calle también pertenece a quienes no hicieron escuela de participación política en centros de estudiantes o sindicatos. La primavera democrática supuso la recuperación del espacio público con los sindicatos, los partidos políticos y sus juventudes, los organismos de derechos humanos, u otras minorías ilustradas por izquierda. Alfonsín creyó que esa energía desatada era un capital a retener, coloreándolo según su dialéctica hegemónica: democracia versus autoritarismo. Alfonsín, como el kirchnerismo, creyó en movilizar.
Los 13 paros generales, las marchas anticarapintadas o la Marcha Blanca de los docentes en los 80, y las novedosas formas de resistencia en la década del 90 contaban con organizaciones que dirigían y luego había ciudadanos que venían "solos". Esos "solos", hoy, ocupan mucho más espacio. Se trata de una politización de la fragmentación, de los que "nunca hicieron política", sean de la clase que sean. Para una parte de ellos, fue un resultado democratizador: una amplia franja de capas medias reacias a la política conocieron la calle estos años. Como los ahorristas de 2001, las multitudes de Blumberg en 2004, los vecinos de Gualeguaychú en 2005, los hombres del campo y los caceroleros de 2008 o los indignados del 8-N de 2012. Fueron la intransigencia de multitudes dispersas, discontinuas, exponentes de una parte que se cree el todo o que quiere hacer pesar su posición (privilegiada) de clase. La "clase media": el hecho maldito del país peronista. Y enfrentada a un gobierno cuyo movimiento (el kirchnerismo) también se origina en esa misma clase media.
Este 18-F había que ver la cara de muchas señoras cuando los custodios sindicales de Julio Piumato las corrían para abrir paso a los fiscales al grito de: "¡Permiso, compañeros!". También uno podía imaginar (prejuiciosamente) que si a muchos jóvenes les decían: "Chicos, canten!" empezaban: "¡Brasil, decime qué se siente!". Pero estaban ahí, ponían en juego nuestra mirada impiadosa, y en ese "ahí" representaban a otros.
Ah, democracia, viejo camino de tierra.
El autor es periodista y escritor, autor de Orden y progresismo (Emecé).
No hay comentarios:
Publicar un comentario