La presidencia de Horacio Cartes, un fuerte terrateniente tabacalero, ha profundizado el esquema de desigualdad que impone altos niveles de pobreza al pueblo paraguayo.
Ricardo Romero. Politólogo UBA/Unsam
La presidencia de Horacio Cartes, un fuerte terrateniente tabacalero, ha profundizado el esquema de desigualdad que impone altos niveles de pobreza al pueblo paraguayo.
Si uno recorre el Paraguay desde la ruta que une Ciudad del Este con el puerto de Encarnación, frente a Posadas, la capital de Misiones, podrá apreciar la desigualdad del desarrollo económico en la que se encuentra la economía de ese país. Desde las ventanillas se pueden ver áreas cultivadas con tractores de alta gama hasta tierras aradas a sangre por sus campesinos. A su vez, en los buses que emprenden ese camino, pueden cruzarse personas que portan equipos de última generación, comprados en la meca de la triple frontera, con parroquianos que suben con sus gallinas y otros animales. Ese contraste social es la marca de un país que genera altas ganancias para los terratenientes y mantiene en la pobreza a la gran mayoría de la población.
Así es Paraguay, que en abril del año pasado ha elegido como su presidente al magnate tabacalero Horacio Cartes, uno de los empresarios más ricos del país, y que vino a restablecer la línea conservadora del Partido Colorado, pero ahora con tinte tecnocrática proempresa. Y si bien Cartes reconoce la existencia de un preocupante nivel de pobreza en el país, son pocas las acciones que ofrece su gobierno para contrarrestarla. Por el contrario, se jacta del crecimiento económico récord que mostró esa economía durante 2013, que alcanzó una tasa del 15%, impulsado por abundantes cosechas de materias primas para exportar, especialmente soja y maíz. Por eso, los terratenientes paraguayos agotaron la oferta de Porsches y Audis de las distribuidoras y adquirieron propiedades en lujosas torres y rascacielos de más de 30 pisos en Asunción y otras ciudades.
En contraste, gran parte del país no se benefició de esa bonanza, porque Paraguay sigue siendo desde hace tiempo uno de los países más pobres y desiguales de Sudamérica. Según el Banco Mundial, la pobreza alcanzaba más del 34% hacia 2013, siendo el país sudamericano que menos la ha reducido en la última década, incluso registra un incremento de la indigencia extrema, que pasó en un año del 18,8 al 19,4% en 2013. La desigualdad se profundiza en esa línea, según un análisis realizado por Verónica Serafini, una destacada economista que señala que el ingreso del quintil más rico de Asunción creció 22,9%, muy por encima del crecimiento señalado del PIB del 15%, en tanto que el ingreso del quintil más pobre, situado en pobreza extrema, a penas subió un 1,1%, según datos del Informe de Naciones Unidas-ONU y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Así, tal como señala el índice de desigualdad, el Gini en Paraguay pasó del 0,487 a 0,512, significando un incremento notable de la desigualdad en los últimos años.
Uno de los flagelos que padece la población urbana es el subempleo, porque si bien el desempleo ronda el 9%, los niveles de personas un 13,7% de personas asalariadas o en relación de dependencia (empleados y obreros públicos y privados) que teniendo una jornada laboral de más de 30 horas por semana no logran recibir un salario mínimo vigente. A su vez, un 6,8% trabaja menos de 30 horas por semana pero desearía trabajar más, lo que implica un nivel de subempleo del 20,6% de la PEA.
Problema estructural de Crecimiento. Es cierto que Paraguay padece una desigualdad que tiene una raíz histórica. Es un país sin salida al mar, de tamaño pequeño, ubicado entre dos colosos como Brasil y Argentina, con una población de 6,5 millones de habitantes, donde el 77% de sus tierras cultivables está en manos del 1% de los terratenientes del país, tal como acusa el censo agropecuario, lo que genera fuertes tensiones sociales por la posesión de la tierra, que se expresó en el conflicto que desató la caída del ex presidente Lugo en Curuguaty (ver Miradas al Sur del 20/4/2014 “La herida abierta del golpe a Lugo”).
Pero además de la estructura concentrada de la tierra, Paraguay no logró recuperarse de la injerencia imperialista que recibió durante toda su historia, tanto la británica, que promovió y financió la guerra de 1865-1870, como la actual norteamericana, que impulsó diferentes golpes de Estado para la aplicación de políticas represivas como el Plan Colombia y la Ley “Antiterrorista”, acompañados de métodos menos directos de dominación, como el despliegue de agencias de “cooperación” que, con el pretexto de brindar fondos para el “desarrollo” económico y social, actúan sobre los asuntos internos del país. Incluso, padeció dos guerras, una contra Brasil, Uruguay y Argentina (1865-70) y contra Bolivia (1932-35), donde Paraguay perdió gran parte de su territorio y población.
A su vez, durante gran parte del siglo XX, no logró consolidar bases institucionales democráticas, incluso padeció un período de 34 años bajo la dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-1989), con apoyo del Partido Colorado, que condenó al país a la pobreza y al aislamiento económico. La elección de Andrés Rodríguez en 1989 mantuvo el apoyo del Partido Colorado, organización que consagró distintos sucesores hasta el 2008, cuando una alianza entre un partido de izquierda, el Frente Guasú, y la derecha tradicional, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), desplazó a los colorados del gobierno.
Sin embargo, la alianza pronto entraría en crisis, con constantes interpelaciones del vicepresidente Federico Franco, que se oponía a políticas sociales impulsadas por el presidente, el ex obispo Fernando Lugo. Tras un juicio político que lo acusó de mal desempeño y lo destituyó, el gobierno quedó en manos del representante del PLRA. Este partido, que desde su fundación en 1887 jamás ganó una elección en Paraguay, siempre asumió por golpes, retomó con su práctica habitual el poder. Sin embargo, Federico Franco presidió hasta el 15 de agosto de 2013 de forma aislada, porque los gobiernos democráticos de los países integrantes de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y el Mercado Común del Sur (Mercosur) suspendieron la membrecía de Paraguay hasta el restablecimiento de sus autoridades por elecciones abiertas, que sucedieron en abril de 2013, donde Horacio Cartes resultó electo por más de un millón de votos y con él regresó el Partido Colorado al poder.
Perspectivas del Gobierno de Cartes. La nueva gestión parece seguir el sendero marcado por Federico Franco, quien se montó en el crecimiento económico abierto durante la gestión de Fernando Lugo, que logró tasas de crecimiento más del 6% promedio con una inflación controlada en 7% anual, junto a un sector externo con superávit y una administración pública equilibrada. El cambio de orientación se centró en la liberalización del uso de semillas transgénicas, especialmente de Monsanto, y la represión a organizaciones campesinas y sociales, en alianza con los terratenientes. Además, sacó políticas de transparencia, como el sistema de concursos para la administración, o de contenido simbólico, como el fortalecimiento de la cultura paraguaya o la política de DDHH.
Por eso, a pesar del auge económico que presenta el Paraguay, donde la estructura impositiva sobre la renta hasta el año pasada no existía y si bien se incorporó este año no alcanza al 10% –incluso se estima una fuerte evasión por exenciones y tecnicismos, no implicará una retracción de la desigualdad, que se profundiza por el reducido gasto social para combatir la pobreza. Además, la base del crecimiento de la agricultura mecanizada, especialmente la soja en producción intensiva, por lo que la inclusión a través de empleos es ínfima. Lo que deja a Paraguay condicionada por el desgaste de la tierra y los vaivenes de los precios internacionales. Es claro, que sin un cambio en la estructura productiva y una reforma tributaria, el crecimiento económico beneficia de manera desigual y excluyente a los poderosos terratenientes.
Además, Cartes está tratando de reorientar su política exterior hacia la Alianza del Pacífico, de manera de reducir su dependencia en el Mercosur; sin embargo, está condicionado por las exportaciones de energía que hace a Argentina y Brasil, que le implican casi el 20% de sus exportaciones y el ingreso a su economía de casi U$S 2 mil M en concepto del royalties, siendo un 10% del PIB y un 50% del presupuesto nacional.
22/06/14 Miradas al Sur
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