lunes, 23 de junio de 2014

Ramón Pintó, el “cubano” olvidado

Por Juan Diego Carbone
Ramón Pintó nació el 20 de junio de 1803 en Barcelona, España. Fue ejecutado en Cuba, por los españoles colonialistas el 22 de marzo de 1855.
No es el único español que amó la libertad de Cuba, ni el único que por ella sacrificó la vida. Otros también la amaron, y por conquistarla se sacrificaron. Pero ninguno tiene ganado puesto más prominente en la historia de Cuba que el catalán franco y generoso, precursor de Céspedes y de Martí en el alto empeño de crear una nación libre sobre las ruinas de la colonia esclava. El cadalso donde murió “agarrotado” fue antecesor del Calvario de San Lorenzo y del Calvario de Dos Ríos.
Ramón Pintó, como López, como Agüero, dejó caer en el surco abonado con su sangre la simiente de la patria, que otros, más afortunados, habrían de construir, y otros más tarde, habrían de creer finca de su propiedad o templo bendito de sus más caros amores.
Nació en Barcelona, la ciudad más progresista de España. En su juventud, estudió para fraile. Estaba por graduarse, cuando se produce cuando la revuelta en Madrid de 1820 a 1823, que lo hace cambiar el sayón del cura, por el traje del soldado y el bullicio del cuartel de la milicia liberal. Auxiliado por Francia, el monarca Fernando VII vuelve a reinar, suprimiendo la Constitución, Pintó vieajo a Cuba, escapando a la venganza de los reaccionarios, como apoderado del barón de Kessel y maestro de sus hijos.
A poco de estar en Cuba es nombrado “Contador del Crédito Público”, cargo del que no llegó a tomar posesión. El Jefe de Hacienda, su superior jerárquico- no quiso aceptarlo como subordinado, según él, por el espiritu rebelde de Pintó.
Pensar libremente, no tolerar vejámenes, es para algunos signo de rebeldía. Ser un enamorado de la justicia, es para muchos ser un presunto delincuente. Y Pintó era todo eso, porque era un hombre, y por sus ideales, no cabía dentro de la Administración del Gobierno español en Cuba: su alma, como su pensamiento, no soportaban amarras. Obligado, para poder vivir, a emprender distintos negocios, se abre camino, y al poco tiempo es Director del Liceo de la Habana, y redactor del “Diario de la Marina”, periódico de la oposición. Sus simpatías entre la gente crece y su influencia también. Durante el primer período del mando del general Concha, supo ganarse la amistad de éste. Durante el segundo período, siguieron siendo amigos. No obstante, cuando llega la acusación de que Pintó conspiraba, Concha, sin pruebas mayores, lo manda matar.
Hombre de talento y de ancho y generoso corazón, Ramón Pintó conoce la injusticia de España en Cuba, sometida a la más injusta esclavitud, y sabe de la aspiración de los cubanos a la plena libertad. Puesto en el dilema de estar con sus paisanos o con el pueblo, prefiere estar con los “oprimidos”. Se siénte capaz de despertar la llama de la Independencia.
Se siente apóstol, y comienza en su sencillez, su apostolado. Su plan era, conquistar, atraer, por medio de la persuasión, y unir en la grandeza de la causa a blancos y negros, a ricos y pobres, a siervos y amos, y juntos todos, lograr, sin derramar sangre, o derramándola, la independencia de Cuba.
Enamorado de su idea, no pierde oportunidad para buscarle adeptos, para ir formando el ejército con que ha de hacerla triunfar. El general Pezuela, Capitán General de la isla, sucesor de Concha era partidario de eliminar la trata de esclavos en la isla, y los españoles intransigentes, que se habían enriquecido y continuaban enriqueciéndose con el negocio de la esclavitud, pedían su relevo.
Pintó creyó llegado el momento de hacer saber a esos españoles que la mejor solución que había, la más conveniente a ellos y a todos, era hacer de Cuba una República. Esto hacía con sus paisanos, y al mismo tiempo se comunicaba con los cubanos desterrados, con hombres como Gaspar Betancourt (El Lugareño), Pozos Dulces, Valiente, Goicouría y otros, y les enviaba recursos económicos para preparar la expedición del general norteamericano Quitman.
Los españoles intransigentes, logran el relevo de Pezuela, y llega nuevamente el General Concha a gobernar Cuba. Pintó continúa conspirando. Ya tiene a su lado, como Director de la Caja de Ahorros de la Junta Revolucionaria, a Carlos del Castillo; a Cecilio Arredondo como encargado de comprar las armas necesarias; a Juan Cadalso, como propagandista en la provincia de Santa Clara. La organización tomaba forma: los hombres que habían de dirigir el movimiento en sus distintas ramificaciones estaban listos para actuar en el lugar donde gozaban de más prestigio y eran más conocedores del terreno. Alguien le pregunto a Pintó cual era el interes del movimiento, Pintò le respondio:
“El interés único y esencial es expulsar al gobierno español: esto se sobrepone a todos los demás intereses.”
No fue ni el despecho, ni la ambición, lo que arrastró a Pintó a la muerte, ni el arrebato de un ataque de fiebre heroica. Fue su fe profunda en el derecho humano, su fervoroso amor por los “parias”".
Tres son las versiones de quién lo denunció. Unos dicen que fue un presidiario nombrado Claudio González, escapado de Ceuta, donde había estado con algunos cubanos deportados; otros, un norteamericano al servicio del Gobierno de Washington, conocedor de los planes revolucionarios por otros norteamericanos complicados en la conspiración; y también, que fue uno de los españoles ricos a quienes le había hablado lucha. Quién fue el delator, no se sabe ciertamente. Pero el 6 de febrero de 1855, el coronel Hipólito Llorente comenzó la persecución por conspiración y traición para hacer la independiente la isla de Cuba, ordenando el mismo día numerosas detenciones en prisiones en la Habana como en el interior.
Los primeros en ser detenidos fueron Pintó, Juan Cadalso y el doctor Nicolás Pinelo. Constituido el Consejo de Guerra, después de deliberar, pide la pena de muerte para los tres. El Auditor, Miguel Gamba, estima injusta la sentencia, y apela el fallo y se suspenda su aprobación y que se vea la causa por un consejo de revisión. Pasa la causa a manos de los magistrados de la Audiencia Pretorial, y éstos, “a pesar de no ser tantos ni tan convincentes los datos que contra los tres procesados confirma el sumario”, solicitan pena de muerte para Pintó y cadena perpetua para Cadalso y Pinelo. Contra este nuevo fallo, el Auditor García Gamba insiste en su dictamen anterior. El general Concha, aprueba la condena a muerte, en garrote vil, de su ex-amigo Pintó, y la de diez años de prisión, en “Ceuta”, de Cadalso y Pinelo.
Más de una vez entró en el calabozo de Pintó el jefe de Policía, para ofrecerle la vida a cambio de que delatara a sus compañeros que permanecian libres.
-”Dejadme morir tan honradamente como he vivido”, respondía a las preguntas que se le hacían.
El 21 de marzo fue puesto “en capilla”. Al otro día, a las siete de la mañana, tranquilo, sereno, fue ejecutado. Al subir al cadalso, el sacerdote que lo acompañaba volvió a instarle para que hiciera salvara su vida, delatando a sus seguidores, a lo que respondió, alzando las manos atadas:
-”¡No, padre, no!”.
En sus últimos momentos pidio que les hicieran llegar a sus hijos, estas palabras:
-”que no se avergüencen del nombre de su padre”.
Con la muerte de Pintó, los revolucionarios cubanos todos, los de adentro como los de afuera de la isla, se quedaron anonadados, contritos. Las Juntas se disolvieron. Parecia que sobre las conciencias había descendido la noche… Con la muerte de Pintó, Cuba perdió un servidor leal y abnegado. Cuba le debe a Pintó la ofrenda de un recuerdo. ¡Qué su recuerdo sea luz inextinguible!”
Juan Diego Carbone

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