La gran mayoría de los colombianos no votó el domingo pasado por los dos candidatos finalistas de la elección. Concretamente, tres cuartas partes del padrón electoral no ingresó en las urnas la boleta del presidente Juan Manuel Santos ni del uribista Oscar Zuluaga. Seis de cada diez ciudadanos prefirieron quedarse en casa viendo televisión o jugando con su tablet personal antes de cumplir con los deberes cívicos. El abstencionismo es un hecho tradicional en el país caribeño pero, esta vez, la franja no sabe/no contesta/ni vota en blanco rompió su propia marca personal, que estaba en torno del cincuenta por ciento. Otros sectores que rompieron la polarización Santos- Zuluaga fueron la base social ascendente del izquierdista Polo Democrático, que hiló una histórica convergencia con la Unión Patriótica (ligada al Partido Comunista), y el nuevo conservadurismo liderado por la ex ministra Marta Lucía Ramírez. Por último, un seis por ciento anuló su voto o depositó su sobre vacío; y un millón de colombianos siguieron otorgando su confianza al alicaído Partido Verde. Con este panorama no hace falta contar con un postgrado en ciencia política para concluir que los renovados bunkers ganadores, ahora serán comandados por dos ex presidentes: el liberal César Gaviria será el número uno del comando santista y el centroderechista Andrés Pastrana cumplirá el mismo rol para Zuluaga, intentarán captar el voto de esta enorme franja de la población para vencer en el ballottage del próximo 15 de junio.
Paradójicamente, los hombres fuertes de la política colombiana, Santos y Zuluaga, tienen su suerte atada al pronunciamiento de dos mujeres en el ballottage: la conservadora Marta Lucía Ramírez y Clara López, que ha logrado unir después de mucho tiempo a las principales formaciones de izquierda de Colombia. Ramírez y López fueron la gran sorpresa de las elecciones de mayo. Ambas consiguieron dos millones de votos, un quince por ciento de los votos sufragados, diez puntos menos de lo logrado por el poderoso aparato partidario de la coalición oficialista. “En el caso de Polo-Unión Patriótica parece más clara la tendencia a respaldar al presidente Santos, por la sintonía que hay en torno al proceso de paz y por la necesidad de evitar el retorno del uribismo al poder. En el caso de Marta Lucía Ramírez, la respuesta es menos clara y habrá un pulso entre la fuerza parlamentaria santista (que reclamó a Ramírez acompañar al gobierno) y el grupo que ella representa”, intenta anticipar escenarios el jefe de la sección política del diario El Tiempo. “Enrique Peñalosa (candidato del Partido Verde) está dedicado a escuchar a la dirigencia de su partido, que tiene opiniones diversas. Algunos creen que debería dejar a sus electores en libertad, otros quieren apoyar a Santos y algunos más son partidarios del voto en blanco. La dirección nacional de esa colectividad se reunirá próximamente y el anuncio del ex candidato lo haría inmediatamente después de ese encuentro. Peñalosa obtuvo 1.065.142 votos el pasado domingo y su apoyo sería definitivo para cualquiera de los dos candidatos que van a segunda vuelta”, detalla y complementa conjeturas sobre cómo se comportaran los tres grandes partidos que no llegaron al segundo turno electoral la revista Semana.
La otra clave de la segunda ronda electoral pasa por elucubrar cómo se comportará la gran masa de abstencionistas. En general, esa población reviste un posicionamiento antisistémico, alejado de todas las orillas partidarias, pero aún más distanciado de la costa ultraderechista del uribismo. Sin embargo, tierra macondeana finalmente, Zuluaga cosechó su mayor caudal de votos en los territorios rurales y selváticos donde con más intensidad se desarrolla el fuego cruzado entre el Ejército y las FARC. El gobierno, en cambio, fue más fuerte en las ciudades y la costa atlántica y caribeña, donde las escaramuzas del conflicto son más irrelevantes. Por último, está el factor Mundial de fútbol. Según una politóloga consultada por el diario El Espectador: “Hay un hecho que no se debe menospreciar: el efecto Selección Colombia. En su concepto, el hecho de que el 14 de junio (un día antes de los comicios) el equipo de Pekerman juegue contra Grecia en el Mundial de Brasil puede fomentar la abstención, bien sea porque la gente se enrumbe en las casas (habrá ley seca) o porque esté baja de nota (con el ánimo caído)”.
Por otro lado, ¿por qué razón el presidente Santos fue medalla de plata en el primer turno electoral luego de su ininterrumpida pole position en todas las encuestas? Por el momento, hay múltiples respuestas –errores en la estrategia comunicacional, poco despliegue territorial en el interior– para explicar el inesperado desangre electoral del número uno del Palacio de Nariño, pero existe un solo dirigente político colombiano que llegó al paraíso luego de ver en vivo y en directo por televisión siete días atrás el estrepitoso derrumbe en las urnas de su ex ahijado político. El actual Senador Álvaro Uribe, el gran caudillo de la derecha local, el hombre mimado por el Comando Sur norteamericano y los think tanks conservadores de Miami, tenía una sonrisa de oreja a oreja cuando comprobó que su trabajo como coach de su delfín Zuluaga había logrado opacar el lubricado aparato electoral de su ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos. Un año atrás, Uribe era casi un cadáver político. Pero, en marzo de este año, su nuevo sello partidario –el Centro Democrático– fue la gran sorpresa de las elecciones parlamentarias obteniendo veinte escaños en la Cámara Alta, además de vencer inesperadamente en Bogotá, donde suelen triunfar los verdes o la centroizquierda. “La gente conoce los escándalos de la para-política (los vínculos del uribismo con los grupos paramilitares) y los falsos positivos (asesinatos de inocentes para hacerlos pasar por guerrilleros caídos), pero Uribe parece tener un efecto teflón, por el cual nada se le pega. Su estilo de liderazgo, mezcla de campechano, autoritario y caudillista, generó un impacto muy fuerte en la política colombiana, sumado a una gran efectividad en su principal bandera, que fue el ataque a la guerrilla”, sintetiza el analista político colombiano Francisco Miranda en declaraciones al portal La Silla Vacía.
La guerra y la paz. La agenda política del ballottage colombiano volverá a centrarse en clave tolstiana. Juan Manuel Santos y Oscar Zuluaga tienen varios denominadores en común pero difieren, enormemente, en los costos y las ventajas políticas que podría precipitar el acuerdo de una paz definitiva con la guerrilla de las FARC. “Si llego a ganar, el 7 de agosto decretaré una suspensión temporal de los diálogos en La Habana para que las FARC decidan que, si quieren continuar una paz negociada, tiene que haber un cese permanente y verificable de toda acción de ellos contra los colombianos de bien”, arremetió Zuluaga este fin de semana y sus declaraciones tuvieron amplia repercusión en los principales medios de comunicación. “No creo en las falacias de Zuluaga. Con la paz crecemos dos o tres puntos del PIB para mejorar las condiciones de los colombianos y el progreso de este país”, respondió el ex presidente César Gaviria, quien desde el último lunes se instaló como jefe supremo de la campaña reeleccionista de Santos. Los dichos de Gaviria son significativos porque evidencian el criterio economicista que el gobierno de Santos tiene depositado en el proceso negociador con los herederos de Tirofijo. El Jefe de Estado hace el siguiente cálculo: un interior rural menos militarizado puede ser una oportunidad excelente de negocios para los principales inversores extranjeros en el rubro de los agro- negocios. Necesitamos menos paramilitares y más dólares enraizando el crecimiento de la minería, la soja, los biocombustibles, intenta convencer Santos. El problema es que el voto de las poblaciones que colindan con los principales escenarios de la guerra eligió al uribismo. Es decir, votaron por más guerra. El mundo gira al revés, Colombia lo demuestra.
Miradas al Sur.
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